EL MADRID DE LAS CAMPANAS

El primer Madrid cristiano del siglo XII es una ciudad heredada de los árabes. Y los cristianos, que traen su religión y sus formas de gobierno, pronto dividen este entramado callejero en collaciones o parroquias. Cuando Alfonso VII concede a la Villa el Fuero de Madrid en 1202, son ya nada menos que once las parroquias en una población que no llegaba a los 3.000 habitantes: Santa María, San Andrés, San Justo, San Salvador, San Miguel de los Octoes, Santiago, San Juan, San Nicolás, San Pedro, San Miguel de la Sagra y, fuera de las murallas, el convento de San Martín, cuyo templo era a su vez sede parroquial. Pero, a partir de entonces, a pesar del progresivo ensanchamiento de la ciudad y el gran aumento de población, sólo se crearon las parroquias de San Ginés y Santa Cruz y, ya en 1541 la de San Sebastián, que resultaban claramente insuficientes pues así se mantuvieron hasta finales del siglo XVIII, pero que se compensaba con creces con 6 iglesias anejas a las parroquias y con la existencia de otras instituciones religiosas: 73 conventos, 16 templos de hospitales, 7 de colegios, 9 oratorios, 12 capillas y ermitas, además de numerosas capillas privadas. Eran tantos los edificios religiosos que Madrid era conocida como la ciudad de las 1000 torres y por el toque de sus campanas, que incluso marcaban el comienzo y el final de la jornada laboral.
Algunos conocían de qué iglesia era la campana por su sonido, y por supuesto había muchos tipos de toques gracias a la habilidad de los campaneros: toque de concejo para convocar a los vecinos, toque de arrebato cuando había catástrofe o incendio, volteo de campanas para los días de fiesta, de difunto, de misa (tres señales), de gloria con volteo y repique por una buena noticia, a las horas, de maitines al alba, al Ángelus, a salida de procesión, a rezo del rosario, de vísperas al atardecer, de ánimas, volteo de todas las campanas para romper los nublados, a salida del Viático...