uvo su gestación el Teatro Cervantes de Campo de Criptana en el último tercio del siglo XIX. Aparece por esta época una compañía de aficionados al arte de Talía que venía haciendo sus representaciones en casas particulares, o en las paneras del Pósito cuando se hallaban libres de granos. Y es precisamente en el año 1873, cuando este grupo, constituido como sociedad recreativa, dirige un escrito al Ayuntamiento solicitando la cesión del uso de un local en las dependencias del antiguo convento de carmelitas (desaparecido por los años treinta del siglo XIX, tras las leyes desamortizadoras), para utilizarlo como lugar permanente de funciones teatrales. El documento, con numerosas firmas, estaba encabezado por las de Julio Pizarro y Juan José Perucho.
La Corporación accedió, imponiendo sólo la condición de que cada diez representaciones, una de ellas sirviese para engrosar las arcas municipales.
Iglesia del Convento tras la última restauración. Es lo único que queda de la antigua casa carmelita
Con fondos de la propia compañía y créditos recibidos a cuenta de las futuras ganancias, se pudo realizar el proyecto, acordándose por unanimidad darle el nombre del genial escritor del Quijote. Las piezas elegidas para el estreno fueron D. Tomás y El loco de la guardilla. A éstas, siguieron otras, representadas por la compañía titular o por otras profesionales venidas de fuera: El ejemplo, El esclavo de su culpa, Las dos joyas de la casa, Dar en el blanco, El nudo gordiano, Grazalema, Más vale maña que fuerza, El tanto por ciento, Don Pedro el Cruel, Diego Corrientes, El cura de aldea, Ntra. Señora de Atocha, Don Álvaro o la fuerza del sino, La vida es sueño, Los demonios en el cuerpo, Don Juan Tenorio...
Situación del primitivo Teatro Cervantes en lo que fue convento carmelita
El teatro que se veía, aparte de las grandes obras del Siglo de Oro, era el representativo de aquellos tiempos de finales del XIX: drama romántico, siguiendo la estela de autores como el Duque de Rivas, Zorrilla o Echegaray; comedia, en línea con las obras de Adelardo López de Ayala, o de Manuel Tamayo y Baus, y mucho del llamado "género chico" y de variedades.
El Duque de Rivas, Zorrilla, Adelardo López de Ayala o Manuel Tamayo y Baus
eran algunos de los autores más representados en el primitivo Teatro Cervantes
El local, de forma rectangular, disponía de un patio de butacas capaz para 112 asientos, distribuidos en 14 filas de 8 butacas, más 70 localidades de grada o "paraíso".
Posteriormente, y debido al poco aforo de esta sala, el Ayuntamiento, a iniciativa del entonces alcalde, don León López de Longoria, pensó que mejor sería construir una nueva en el solar del antiguo hospital-asilo de San Bartolomé, al principio de la calle de la Soledad, frente a la iglesia, teatro que muchos hemos conocido y que fue derribado para construir el actual. Al fin y al cabo, no era otra cosa que continuar con la tradición, pues ya desde el siglo XVIII era frecuente la venida al pueblo de "cómicos", que algunas veces hicieron sus representaciones en el patio de dicho hospital.
Este hospital de San Bartolomé, de fundación muy antigua —ya existía en 1525— atendía a pobres enfermos, con una economía más bien precaria, condición que en algo mejoró al recibir en 1814 el legado de 187 fanegas de tierra agrícola del eclesiástico D. Julián Blas de Salcedo, natural y vecino de Criptana, y cuya familia provenía del pueblo conquense de Tresjuncos. Pariente de este gran benefactor era Gabino Sánchez, padre a su vez de los hermanos Sánchez Olivares: Asun, Bautista (que todo el mundo conoce como "el de las pinturas") y mi amigo Pepe Bolita, que vivieron en la calle de la Virgen. Don Julián está enterrado en Criptana, en un bello panteón a la entrada del cementerio.
El teatro se construyó en 1907, a la par que el edificio del nuevo asilo erigido junto a la fuente del Caño, que allí permaneció, regentado desde 1910 por una comunidad de religiosas de la Congregación de Ancianos Desamparados, hasta su traslado actual a una magnífica residencia a la salida del pueblo, en la carretera de Alcázar.
Asilo de las Hermanitas de Ancianos Desamparados junto a la fuente del Caño
Una procesión de Semana Santa pasa ante el antiguo Teatro Cervantes
Otra imagen del Teatro Cervantes en 1943
Recreación idealizada del antiguo Teatro Cervantes
Por aquella época hizo su aparición en Criptana el cine mudo, con tan sólo gesticulaciones de los personajes, cuyas sesiones en el Teatro Cervantes se alternaban con representaciones teatrales, muchas de compañías foráneas, sobre todo después de la vendimia. Por allí desfilaron, entre otras, las de los Lemos, Juan Bonafé, Lina Yegrós, Irene López Heredia, Mari Carrillo, Luís Arroyo, Mercedes Prendes, Rosita Hernán..., y muchas otras dedicadas al género lírico.
Juan Bonafé, Lina Yegrós, Irene López Heredia, Mari Carrillo, Rosita Hernán
Canzonetista anunciando su actuación En Criptana
Cupletista anunciando su actuación En Criptana
Propaganda antigua del Teatro Cervantes
Otro cartel de mano antiguo del Teatro Cervantes con la obra Los Chamarileros, en la que actuaba Salustiano Martínez de
Madrid "Caneco". Y con un preludio musical de la orquesta de Ángel Valero, durante tantos años sacristán y organista en la
parroquia. También un pasacalles previo de la Filarmónica Santa Cecilia dirigida por don Fabriciano López-Pintor, que era
una segunda banda que había en Criptana hasta el final de la Guerra Civil
1934. Orquesta formada en torno a Ángel Valero, sacristán y organista en la Parroquia de Criptana
El cinematógrafo, maravilloso arte nuevo, había llegado a Madrid al año siguiente de su presentación en París por los hermanos Lumiere. El día de San Isidro de 1896, se mostró al público la reciente invención con una enorme expectación y entusiasmo. Las películas eran cortas: Salida de los obreros de la fábrica Lumiere, Llegada de un tren a la estación, Batalla de nieve... El éxito hizo que la gente acortara pronto el nombre de cinematógrafo y lo dejara sólo en cine. Ese mismo año se estrena también en Madrid la primera cinta española, Salida de la misa de doce del Pilar de Zaragoza, filmada por el feriante Eduardo Jimeno, pionero en el rodaje y en la exhibición por pueblos y ciudades, como un espectáculo más de sus atracciones.
Inolvidables aquellas películas de Charlot, de Jaimito, del perro Rintintín, de Harold Lloyd o Buster Keaton, y las de vaqueros (El gran asalto al tren, el primer western), proyecciones que necesitaba generalmente de la ayuda de un "explicador" y de un pianista para describir y ambientar los diversos lances de la acción. En el teatro Cervantes, amenizadas con las notas musicales al piano de Ángel Valero, primer sacristán y organista en la parroquia, que iban increscendo según la emoción de las escenas.
Charles Chaplín (Charlot), Buster Keaton (Pamplinas), Harold Lloyd y Larry Semon (Jaimito)
Las proyecciones de cine mudo necesitaban un "explicador" y un pianista para describir y ambientar las escenasAquí se vieron
El nacimiento de una nación e
Intolerancia, de Griffith;
Avaricia, de Erich Von Stroheim, o las primeras películas colosales de Cecil B, de Mille, como
Los diez mandamientos, que luego repetiría en sonoro.
La gente ya adoraba a las primeras estrellas de Hollywood: Douglas Fairbanks y Mary Pickford, Rodolfo Valentino, Gloria Swanson...
Parece ser que el primer filme con voz, de unos 11 minutos, rodado en Nueva York, fue el que en 1923 protagonizó una jovencísima Concha Piquer, recitando un cuplé andaluz, una jota aragonesa e incluso un fado portugués. Pero, oficialmente, la primera película sonora fue la americana El cantor de jazz, de 1927, que se estrena en Madrid en 1929, en versión muda porque se carecía de los equipos de proyección adecuados. Fue precisamente en ese año cuando se inició en los tres mil trescientos treinta y siete cines que se estimaba que había entonces en toda España la adaptación de esta nueva tecnología del sonoro, pero muy lentamente.
En Criptana, se sabe que en 1935, el Teatro Cervantes ya tenía este novísimo sistema cinematográfico, pues hay noticias del estreno, sólo unos meses después de que se hiciera en Madrid, de la española Nobleza Baturra, con las actuaciones estelares de Imperio Argentina, Miguel Ligero y Juan de Orduña. Pocos del pueblo quedaron sin verla. También ese año, en La Feria, hubo tres funciones de cine sonoro al aire libre, de lo que se ocupó, cobrando 975 pesetas al Ayuntamiento, Juan García Sánchez, arrendatario del Teatro Cervantes.
Douglas Fairbanks y Mary Pickford, Rodolfo Valentino, Gloria Swanson, Imperio Argentina
Película en el Teatro Cervantes
Recreación idealizada de una sesión de cine antes de 1936 en el Teatro Cervantes. Hacer click en la imagen para agrandar
Personaje muy popular y odiado por la chavalería de entonces era La Patona, mujer soltera, de aspecto hombruno, que vivía en un cuartucho bajo en la calle de la Virgen y ejercía de vigilanta en el "gallinero"."¡Que viene La Patona!", entre los chicos, tenía el mismo sentido de temor que luego aquello de "¡Que viene Paco, El Guardia!". También he oído decir alguna vez: "¡Eres más guarro que La Patona!".
Todo en el viejo Teatro Cervantes tenía su encanto: las molduras y artesonados, la decoración de las paredes con telas y papeles pintados, las antiguas pero cómodas butacas de madera moldeada, el “gallinero”, reservado para las economías más débiles, y el anfiteatro y los bonitos y curvados palcos, divididos en compartimentos para hacerlos más íntimos; menos el primero y el segundo, reservados a las autoridades civiles y a los sacerdotes. Quién no se acuerda del bar, regentado por los Agudo, con sus famosos polos y gaseosas, y de los hermanos Alcolado, que recorrían los pasillos con un cajoncito colgado al cuello y variedad de chucherías, que su madre Josefa, "pipera" en la puerta, les preparaba. La misma labor que años antes hizo de chaval, naturalmente antes de hacerse veterinario, don Demetrio Cabañero ("¡Caramelos de limón y menta!"), hijo de Sinesio, que vino desde El Bonillo, en Albacete, para hacerse cargo de la repostería del Casino Primitivo, y que luego se trajo a sus hermanos Pepe y Luís.
Los polos de Agudo
El bar del Teatro con Manolo Cantimpla y su mujer, que servían en la barra. Por fuera, dos trabajadores de la empresa:
el policia Chaqueta, que era portero, y el acomodador Marceliano Soto
Los dos hermanos mayores Alcolado en el puesto de pipas de su madre Josefa
La gestión del Teatro, al principio municipal, pronto se desechó, arrendándose el local primero a Anento, relojero del pueblo; luego a los Ayuso, de Alcázar, y durante un largo período, a don Juan García Sánchez, de Madrid, que fue un verdadero empresario. A su cargo tenía una plantilla que tuvo alguna variación a lo largo de los años y entre los que se encontraban Inocente García Bustamante, que desempeño durante bastante tiempo el cargo de administrador y taquillero; dos maquinistas: los hermanos Paco y Pedro Bustamante, de primer oficio carpinteros en la calle de la Reina, y que eran los encargados de las proyecciones; Fortunato y luego Chaqueta, el policía, de porteros, y Ramón Bustamante, Paco Torres, Juanillo, Fructuoso, Severiano Lucas, Marceliano y Malaño de acomodadores. Todos ellos formaban el equipo necesario para dar, en aquella época de tan gran auge del cine (había que estar abonado para conseguir entradas), funciones los viernes, sábados, tres los domingos, y el jueves en programa doble y en sesión continua que empezaba a las siete de la tarde, y que muchas veces era con invitación que se regalaba en la sesión de las diez de la noche del domingo.
Si la ocasión lo requería, Paco Torres, también carpintero, hacía doblete y ejercía de tramoyista (cuyos pasos siguió el hijo, además de director teatral), para montar aquellos decorados pintados que se traían de casas especializadas de Madrid, y se solicitaba la colaboración de Gúmer como apuntador, dentro de la concha en la embocadura del escenario.
Un día de celebración en el campo de la plantilla del Teatro Cervantes con don Juan García Sánchez
Otra foto de la plantilla del Teatro Cervantes con don Juan García Sánchez
Y una fotografía más de empleados del Teatro Cervantes en un homenaje a don Juan García Sánchez
Concha del apuntador en el Teatro Cervantes. Dentro estaba el bueno de Gumer.
El apuntador recordaba a los actores el texto y la posición correcta sobre el escenario. Era figura necesaria cuando las compañías renovaban el cartel
continuamente, disponiendo de pocos dias para aprenderse los papeles, o eran de reparto y llevaban varias obras en sus giras para representar. Una popular
expresión ridiculizando la exageración de las tragedias, en un principio en el teatro y luego en el cine, es la que dice: "aquí muere hasta el apuntador".
Cuando don Juan murió, su mujer, la Sra. Carmen, siguió como patrona. Tenían una hija, Amelia, excesivamente pintarrajeada y extravagante —estaba separada del marido—, que vivía en Madrid, en la calle de Toledo, con su hijo Pepito. Venían al pueblo durante los veranos, y al tal Pepito, mimadísimo, de aspecto rarísimo y con cara de no haber roto en su vida un plato, le endosaron como amigos (con el incentivo —eso sí— de pasar gratis al cine) nada menos que a mis cuñados Amadeo y Pablo Ossorio y a su pandilla: los Chevi Escudero, Antonio Cedenilla o Pepe Violero entre otros, que no eran precisamente unas joyas, y que con ellos se vio implicado —eso dicen las malas lenguas— en la desaparición, tras una noche de agradecida adoración al dios Baco, del busto de don Bernardo Gómez, nuestra gloria musical, que entonces adornaba una fuente en la plazoleta del Pósito, y que luego apareció —no se sabe cómo— en la casa de uno de ellos.
Busto de don Bernardo Gómez en una fuente junto al Pósito
Función patriótica en el Teatro Cervantes
Recreación idealizada del Teatro Cervantes en los años 50
Retomando los recuerdos del Teatro, surgieron con el tiempo nuevos grupos de aficionados en la estela de los pioneros, grupos que después de meses de ensayo y gran voluntad ofrecían al pueblo numerosas obras de teatro, muchas de ellas dirigidas por un sacerdote ejemplar de nuestro pueblo, don Julio Gil., que además de sus funciones religiosas y su labor como director y profesor de Colegio Teresiano, aún sacaba tiempo para esto. Era el grupo de la JOC (Juventud Obrera Cristiana), una rama de Acción Católica que luego pasaría a ser la HOAC (Hermandades Obreras de Acción Católica), en la que ya Daniel Torrillas era actor y empezó a dar sus pasos como director.
Grupo de teatro La Carreta representando la obra ¡¡El tío Pepe!!, en 1961. Uno de los actores es Daniel Torrillas
Otros grupos de aquellos años 50/60 fueron “La Carreta” y el creado en el “Teleclub” con Vicente Escribano como director y Andrés Escribano como actor entre otros. Luego Andrés se metió a promotor teatral y a escenógrafo. En el Teleclub continuó Manuel Bustamante, actor y director, con su grupo “Caminantes”, que dio gran impulso al teatro local de aquellos años.
El día de santa Cecilia, patrona de los músicos, era tradicional que la Banda Municipal Filarmónica Beethoven pusiera en escena una zarzuela, y son muy recordados los años que acompañando a Maruja Perea como soprano, habitualmente actuaba contratado como tenor Jesús Aguirre, muy querido en el pueblo, y con familia —numerosa— totalmente dedicada al canto. Fue considerada la familia Trapp española, incluso varios de los hijos y la madre, intervinieron como actores y cantantes en la puesta en escena en España al final de los años 60 de Sonrisas y Lágrimas, interpretada por Alfredo Mayo y Elder Barber. Creo recordar también que una o dos de las hijas mayores acompañaron a Massiel en su triunfo eurovisivo, como integrantes del coro del famoso "la, la, la".
1945. Grupo de teatro dirigido por don Julio Gil. Interpretaban la zarzuela La del manojo de rosas, de Pablo Sorozabal y letra de
Anselmo C. Carreño y Francisco Ramos de Castro. En la parte de arriba: Manolo Calzado, Abelardo Palop, Maribel Verdú, Ana
Pilar Boluda , Santiago Vela, Rafael Galonge (Falin), don Julio, Emilia Campos, Maruja Pérea, Manolo Briega, Manolo González
Lara y Carlos Castellanos. En la fila de abajo: Casto Muñoz, Ramón Sánchez Manjavacas y Matías García Madrid (el herrero)
También venían compañías de fuera por aquellos tiempos, años 50 y 60, en Ferias y después de la vendimia, para aprovechar el dinero fresquito. Obras que habían completado su ciclo en Madrid y salían de gira y, sobre todo, espectáculos de variedades. Aquí vinieron, entre otros, Antonio Molina, la Niña de la Puebla, Emilio el Moro, Rafael Farina...
Otro cine de efímera duración fue el X, inaugurado en 1932, durante el tiempo de la II República, en terrenos que habían sido de antiguo convento de carmelitas, en la calle del Convento, entonces de la Democracia.
Propaganda del Cinema X
Pero el verdadero rival y serio competidor del Cervantes fue el Cine Rampie, en la esquina de la calle Castillo con la de la Reina, aunque sólo en el aspecto cinematográfico. Era propiedad de don Ramón Henríquez de Luna y Baillo y de su esposa, doña Piedad Treviño, con casa en la calle de la Virgen, el actual Monasterio de Monjas Concepcionistas. El nombre del cine se forma con las sílabas iniciales de los esposos. Actuó como empresario Severiano (el de las Aguas) y más tarde Julián Arteaga, que tenía también un taller y tienda de bicicletas al lado, en la propia calle Castillo. El equipo del Rampie lo formaban, entre otros, Córdulo y Torija, como taquilleros; Pedro Ucendo, de portero; Gabriel, los Tablas, Garrón, Victoriano Escribano (El Jardinero), Isidoro Escribano (El Carreterillo) y José Quiñones, de acomodadores, y Pepe Bustamante (El Tornero), Amador y, al final, como aprendiz, Eusebio (El Espartero) de maquinistas.
Cine Rampie en la esquina de la calle Castillo con la de la Reina.
La segunda puerta por la derecha, muy pequeñita, es la del famoso "cuartejo de chucherías de Juandela"
Cine Rampie por el lateral de la calle Castillo en un día de Carnaval
Julián Arteaga, que actuaba de empresario, y Pepe Bustamante (El Tornero) con Amador, maquinistas
Propaganda del Cine Rampie
Uno y otro se hacían la competencia, y eso fue bueno para el pueblo. Vimos grandes películas; prácticamente crecimos con el cine: era el gran espectáculo de nuestra generación, la gran fábrica de sueños. Cuando íbamos al Rampie, nos comprábamos las chucherías en el "cuartejo" de Juandela (entonces en la calle Castillo, frente al cine) o en el "confesionario" —eso parecía su puesto ambulante— de la "María la que pincha", en la esquina de Valera. Si era en el teatro, allí mismo, en el puesto de la madre de los Alcolado; enfrente, en La Pradilla (la mujer del Pradillo, claro), o en las piperas de la plaza: La Dacia, La Pata Galana, La Santa Negra. Con algo más de años, de jovenzuelos, los porteros te daban permiso —supongo que por la cara te reconocían— para salir en el descanso a tomarte una cerveza en el bar de Leo (siempre con un almejón de aperitivo) o, en la plaza, en el bar de Legaña, de Eugenio o en el Bejarano.
María la que pincha en la esquina de Valera
El bar de Legaña (Cafetería Los Molinos) frente al Teatro Cervantes
Recuerdo por aquella época, que El Pescador de coplas, de Antonio Molina, tuvo un tremendo éxito en el Teatro Cervantes, en cartelera toda una semana, durante todos los días, e igual ocurrió con Tarde de toros, donde "trabajaban" varios toreros, entre ellos el gran maestro Antonio Bienvenida. Pero la que más recuerdo, en color, de pequeño, fue Scaramouche, en el Rampie, una película de espadachines en la Francia pre-revolucionaria, con Stewart Granger y Eleanor Parker.
Muchos jueves acompañaba a mi tía Laura —era una apasionada del cine— en las sesiones con pases de invitación que daban con la entrada de los domingos. Solían ser con programa doble en sesión continua, con una película más o menos aceptable y otra verdadero bodrio, muchas veces de una serie mejicana del Santo enmascarado, que no nos gustaba ni a los chicos.
El Rampie, que tuvo el triste destino después de la guerra de 1936, de oficiar de cárcel para los presos republicanos, era más grande que el Cervantes, pero exento de decoración, y con el detalle cutre —posiblemente efectivo para mejorar la sonoridad— de tener sus paredes recubiertas con estuches de cartón para huevos (hueveras). Y si hablamos de lo cutre, la palma la tenían los servicios (los del teatro tampoco iban a la zaga), en los que se orinaba directamente sobre la pared, y un canalillo en el suelo recogía los vertidos para al final evacuarlos por un sumidero, dentro de un espacio sucio, degradado y con un fortísimo olor a amoniaco y a Zotal.
El Santo enmascarado
La salida de la gente en el Rampie cuando terminaba la "cinta" era espectacular, y supongo que perfectamente estudiada. Por los altavoces, a todo volumen, ponían la banda sonora de la película El Puente sobre el río Kwai, y a los sones acompasados y ligeros de la música, instintivamente, como si en un desfile militar se tratara, tomábamos la calle en un santiamén.
En el verano, los dos cerraban para abrir sus sucursales veraniegas al aire libre: en la calle del Caño, el Imperio, que correspondía al Rampie, muy destartalado, más bien parecía un corral, y en la calle Veracruz, el Parque Cine Ideal, del Cervantes, atractiva terraza de verano donde ver una película buena de las que en aquellos años se hacían era una verdadera gozada. También en el Ideal se celebraban bailes de boda y alguna verbena.
Antes de llegar a la rinconada, la entrada al Cine Imperio
Pantalla del Cine Imperio. Al fondo, la mole de la iglesia y el Casino de la Concordia
Otra fotografia del Cine Imperio, en donde de aprecia algo del callejón de entrada y el palco de la parte trasera
Fotografía familiar de Josele Díaz Parreño en el palco de la parte trasera del Cine Imperio
Familia junto al Gran Parque Cine Ideal
Recuerdo que unos buenos vecinos míos, el Negus y su mujer, muy agradables los dos, una noche en el Ideal, al terminar la función, no hubo manera que ella —estaba la pobre gordísima—, pudiera levantarse al quedar aprisionada entre las estrecheces de la butaca, y que al tirar de ella el marido, se desprendió toda la fila de los anclajes y ambos dieron de bruces en el suelo. Al final incluso hubo que romper la butaca. Me supongo el momento tan embarazoso para ellos ante las risas que cualquiera de estas situaciones provoca.
Propaganda antigua del Cine Imperio
PEPE, en su BAR TERRAZA, a la entrada del Cine Imperio, hacía alusión a míticos bares de Madrid de los años 40
Propaganda conjunta y en diversas épocas del teatro Cervantes y del Parque Cine Ideal
Hubo un cine de verano más, el Capitol, en la carretera de Alcázar, en el antiguo taller de los Manolillos y por ellos administrado. No era un dechado de lujo, pero tenía lo que se buscaba: fresquito en las noches de verano y poder disfrutar de la película con un buen cucurucho de pipas, un bocata, un botellín de cerveza o refresco, un polo o, si se terciaba, fumándote un cigarro. Fue el último en abrirse y el último de verano también en desaparecer.
Local cerrado del Cine Capitol
Cine de verano
Cines de verano con un buen cucurucho de pipas, bocata, botellín de cerveza o refresco, polo o, si se terciaba, un cigarro
Otro cine que algunos recordarán, éste polivalente, de invierno y de verano (el calor se combatía con polos y gaseosas; el frió con el abrigo puesto), era el Parroquial, en una estrecha y larga dependencia del Convento con raquítica entrada por el callejón, y con programa de películas del más claro tinte nacional católico. Se abrió, supongo, para retirar a la juventud y a la infancia de la influencia perversa de las películas pecaminosas y libertinas que nos venían de Hollywood.
Lo de tomar un polo de hielo, de Leovigildo o de Agudo, o una gaseosa era una cosa muy habitual entonces; no había tantos refrescos como ahora y resultaba más barato. Y si además añadías una torta del Gato, merendabas como un rajá. Con la gaseosa hacíamos a veces lo que los ganadores de una prueba de coches, por ejemplo, hacen ahora, agitarla y... En la oscuridad del cine era muy corriente, y te ponían, claro, en expresión muy del pueblo, auple.
Cine Parroquial. Con una gaseosa (entonces las vendían de tamaño pequeño) y una torta del Gato merendabas como un rajá.
Dicen que entre 1930 y 1960 se produjo el único y auténtico cine. Por fin estábamos ante un espectáculo total, y famosas películas, directores, actrices y actores se convirtieron en verdaderos mitos, estrellas —a veces fugaces— de un firmamento virtual de emociones y ensoñaciones.
Por estas pantallas nuestras de Criptana, que en muchas ocasiones fueron refugio de parejas ajenas a la proyección —la última fila era conocida como la de los "mancos"—, corrieron Charlot, el Gordo y el Flaco o los hermanos Marx. Mae West actuó en plan de mujer fatal. Bela Lugosi y Boris Karlof nos asustaron con .vampiros y monstruos o transmutados en Drácula o Frankestein. Nos reponían antes de Semana Santa una y otra vez El Judas y Molokai, y llegó el color y cómo no el cinemascope.
El Gordo y el Flaco, los hermanos Marx, Mae West, Boris Karlof
Por ellas galoparon los indios, y John Wayne al frente de los vaqueros (impresionante el pataleo en los "gallineros" cuando sonaba la trompeta del Séptimo de Caballería, que al galope, acudía para salvar in extremis a los buenos). El cine llegó a su mayoría de edad con Lo que el viento se llevó. Conquistaron los héroes a sus amadas. Vimos con ojos como platos cientos y cientos de besos ("uno, cero; dos, cero": gritaba la chavalería), besos, naturalmente, de cine. Clen Ford abofeteó a Rita Haywort. Bailaron Fred Astaire y Gingerr Rogers, y un Gene Kelly en estado de gracia cantó y chapoteó bajo la lluvia. Impresionó como en tantos otros sitios el Ciudadano Kane de Orson Welles. Y no menos Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en Casablanca, paradigma del cine negro.
John Wayne
Bette Davis desplegó su genio y su perversidad. Jack Lemmon no pudo desembarazarse de su novio —"nadie es perfecto"— en Con faldas y a lo loco. Romy Schneyder paseó almibarada en la serie de Sissi. Nos sobrecogió el suspense de Alfred Hitchcock. Tarzán defendió a los animales de la selva. Los malos acabaron en chirona. Desembarcaron los aliados en Normandía. El neorrealismo italiano llegó a su máximo esplendor con Roma, ciudad abierta, de Rossellini. Nos reímos con Jerry Lewis, Cantinflas o Louis de Funes. Pepe Isbert salió al balcón para discursear en Bienvenido Mister Marsall aquello tan memorable de "Como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación..." Lloramos con Pablito Calvo y su Marcelino pan y vino. Alfredo Landa corrió en calzoncillos detrás de las suecas. Lola Flores y otras folclóricas nos deleitaron con sus gorgoritos. Y nuestra Sara nos cautivó. Películas, en fin, de risa, del oeste, de amor, de romanos, de aventuras, de policías, de espías, de guerra, españoladas... y quizá alguna de Fu Manchu.
Saritísima
Desde los primeros años, el cine se enfrentó amargamente a la censura, bien de tipo político o religioso. Y la Iglesia, en concreto, que siempre tuvo sus recelos para este arte nuevo, publicaba una lista con los títulos de las películas que un buen cristiano, por ningún motivo, debería ver. La lista se colocaba en las iglesias en lugares visibles, y quien no la respetaba, pecaba gravemente. Así, las generaciones de los cincuenta y de los sesenta, tenían prohibido ver películas protagonizadas por Brigitte Bardot, quien era considerada algo así como la viva encarnación de Satanás para inducir a las almas de los cristianos al pecado de la lujuria. En Criptana, en una cartelera en el atrio de la iglesia, se exponían las fichas de cada una de las películas que se exhibían durante la semana con sus correspondientes calificaciones: apta, no apta para menores, para mayores con reparos o gravemente peligrosas.
Brigitte Bardot
Además de las juntas o comités de censura que operaban a nivel nacional, y que se encargaban de hacer los cortes precisos e incluso de cambiar los diálogos, existían también los locales. Aquí en Criptana, recuerdo que don José Antonio Sánchez Manjavacas, director de la biblioteca Alonso Quijano y profesor en el Teresiano, y el cura don Santos, visionaban algunas de las películas antes de ofrecerlas al público.
Pero la censura no era sólo el "tijeretazo", el cortar unos fotogramas más o menos atrevidos. Había otra, reveladora del panorama de aquellos años. Cuando alguien, al repasar su guión decidía rechazar una escena o imagen por la seguridad de que sería rechazada, o cuando el productor rehusaba un guión por intuir futuros problemas, eran casos de autocensura.
La censura acabó algunas veces liándose, como en el famoso caso de Mogambo, en el que convirtieron a Grace Kelly y a su
marido en hermanos para tapar así un adulterio, de forma que en la película aparecía, por gracia de los censores,
algo mucho más perturbador: ¡un incesto!
Con frecuencia el estado de los filmes sembraba la duda de los espectadores, que no sabían si los cortes se debían a la acción de la dichosa censura o al mal estado de conservación. Pero la fiel parroquia todo lo soportaba, incluso el aperitivo del No-Do (Noticiario Documental), con su popular sintonía musical del maestro Manuel Parada. Creado en 1942 como propaganda de la dictadura, su exhibición fue obligatoria en todos los cines de España durante casi 40 años, y sirvió al Régimen para difundir sus valores y exaltar la figura de Franco. Pero sus noticias nos llegaban con meses de retraso, cuando —como dicen en Criptana— ya no se estilaban.
La televisión significó un duro golpe para el cine, y nuestras salas locales, que también sufrían la competencia de otras más atractivas y con mejores programaciones en Alcázar, empezaron a languidecer. El Rampie cerró, y el Teatro Cervantes, de propiedad municipal, tras varios años también clausurado, fue demolido, pero afortunadamente para construir uno nuevo más acorde con los tiempos.
La inauguración, siendo alcalde don Antonio González Manzaneque, fue el 9 de mayo de 1983, con recitales de la Coral Santa Cecilia y de nuestra Sara Montiel, acompañada ésta por la mítica orquesta Ritmo. Mis padres estuvieron en el acontecimiento y siempre contaron la anécdota de que Sara, atrevidísima y seductora, bajó al patio de butacas y se sentó en las rodillas de mi padre. Mi madre lo contaba orgullosa, pues adoraba a Sara. Después de tantos años he descubierto que hay una grabación de Criptana Televisión que da constancia de ello.
Sara Montiel inaugura el Teatro Cervantes
Sara Montiel con los antiguos acomodadores del Teatro Cervantes
La nueva sala del Teatro Cervantes
Cuenta la sala con 260 plazas en el patio de butacas y 130 en el principal, bar, camerinos y climatización para invierno y verano. El escenario, con unas dimensiones de 10 metros. de embocadura por 8 de fondo, está dotado de bambalinas y telón eléctrico.
La primera proyección de cine tuvo lugar el 28 de octubre de 1983 con la oscarizada Volver a empezar, de José Luis Garci.
Así es como en esta nueva etapa del Cervantes, de nuevo el cine pasó a ser parte fundamental en el bagaje cultural de los criptanenses, esta vez ya con películas de actualidad, estrenadas aquí a las pocas semanas o meses de hacerlo en las grandes ciudades, aunque últimamente, por la escasa asistencia de público, las sesiones son muy esporádicas. Pero sobre todo, significo un retorno anhelado a la actividad teatral. Por aquí han pasado en días de feria las mejores compañías, en sus acostumbradas giras tras el éxito en Madrid. Muy recordada es la representación de La Huella, de Anthony Shaffer, con Agustín González y Andoni Ferreño
En el terreno local, en 1984 surgió la primera zarzuela en esta etapa para el día de santa Cecilia, Gigantes y Cabezudos, de M. F. Caballero. Luego han seguido, entre otras: La del soto del Parral, La Parranda, La Revoltosa, Katiuska, La rosa del azafrán, Bohemios, El último romántico..., dirigidas en la parte escénica por Lourdes Muñoz, Luís Cabañero, Domingo Alberca... o la popular y querida Lola Madrid (La Caneca).
Luis Cabañero y Lola Madrid han sido dos de los grandes puntales del teatro en Criptana
En cuanto a grupos de teatro, en 1985 se creó la compañía "Las Máscaras", dirigida por Eduardo Marchioli, de duración efímera, pues sólo puso en escena la obra Los hijos crecen.
En el mismo 1985 nació "Caliyelmo", dirigida por Tomás Martínez y con Lola Madrid de primera actriz. Representan La casa de Bernarda Alba y Doña Rosita, la soltera, ambas de Lorca, y Misericordia, de Galdós. Luego, con Juan Carlos Fernández en la dirección, El sueño de una noche de verano, de Shakespeare, en el que es también protagonista Luis Cabañero, así como en muchas otras obras. Y cuando Lola se hace cargo de la compañía, una serie de grandes triunfos: Agnes de Dios, de Yhon Palmier; El hotelito, de Antonio Gala; La casa de los siete balcones, de Alejandro Casona; La dama del alba, también de Casona; Perdidos en Yonkers, de Neil Simons; Bodas de sangre, de Lorca...
El sueño de una noche de verano, de Shakespeare, representada por el grupo "Caliyelmo" en el teatro Cervantes.
En la foto se ve , a la derecha, a Rosario Olivares. Los otros son José Fernando y Marti Peinado Olivares
El afán de hacer cosas en teatro llegó incluso al atrevimiento de enfrentarse a representaciones tan difíciles como pueden ser los autos sacramentales; así ocurrió en 1986, en el 75 aniversario de la Adoración Nocturna de Criptana, con El gran teatro del mundo, de Calderón de la Barca, dirigida por Luís Cabañero, que volvió a hacerlo, pero esta vez en la plazoleta de don Ramón Baillo, con La cena del rey Baltasar, también de Calderón, organizado en este caso por la cofradía del Santísimo Sacramento. Y El gran debate del mundo, de D. José Paniagua, sacerdote local.
En 1987 empezó su andadura "Alborada", que pronto cambia el nombre por "Chitrana", con Daniel Torrillas, de larga y experimentada trayectoria como aficionado al teatro, como director y primer actor. Su especialidad, la comedia: La huérfana de Dos Hermanas, de Antonio Paso, y Más acá del más allá, de Carlos Llopis. En 1988 toma las riendas Abelardo Palop, y obtienen grandes éxitos: Los caciques, de Carlos Arniches; Los Pelópidas, de Jorge Llopis...
En 1996, Luís Cabañero formó compañía, "Aspaviento", para hacer el estreno mundial de La monja Alférez, del gran dramaturgo local Domingo Miras. Después, funcionando periódicamente, montaron Aprobado en inocencia, de Narciso Ibáñez Serrador, o, entre otras, Medida por medida, de Shaskeapere; Puebla de las mujeres, de los hermanos Álvarez Quintero, y Doce hombres sin piedad, de Reginald Rose. También Cabañero ha colaborado como actor o dirigido a cuantos grupos de teatro se han ido formado en estos años: Amas de Casa y otras asociaciones, Cofradías, Centro de Mayores, Musicales, Teatro de Solidaridad...
Domingo Miras
La Asociación de Amas de Casa, llenas de sensibilidad artística, también llegan al teatro y, formando el grupo "Amaca" en los años noventa, bajo la dirección de Mariano Ucendo, representan, de la mano de varios directores, obras como Una mujer cualquiera, de Miguel Mihura, o Historias para ser contadas, de Osvaldo Dragún. Pero tal vez la más recordada sea su versión del Tartufo, de Moliere. Luego, con el nombre de "Casi Casi Teatro", Yerma de Federico García Lorca; El Poeta y la Luna, homenaje a Lorca en el centenario de su nacimiento, espectáculo escrito y montado por el propio director de la compañía; Entre Tinieblas, de Pedro Almodóvar y Fermín Cabal; Así que pasen cinco años, de Lorca; Bajarse al moro, de José Luís Alonso de Santos; Caricias, de Sergi Belbel; Calígula, de Albert Camus...
Las hermandades y cofradías de Semana Santa, de igual manera, han querido pasar por la experiencia teatral, y tras el primer paso dado por la del Stmo. Cristo de la Expiración y María Stma. de la Esperanza en 1990, que pusieron en escena La venganza de don Mendo, de Muñoz Seca, para conmemorar el cincuenta aniversario de su fundación, tampoco quisieron ser menos para igual celebración la del Santo Entierro y Ntra. Sra. de la Piedad, que lo hicieron unos meses después con La herida luminosa, de José M. de Segarra, y la de Jesús Cautivo, en 1996, con Para ti es el mundo, de Carlos Arniches, que ha seguido representando otras obras.
Grupo de teatro de la "Hermandad de Jesús Cautivo y de Nuestra Señora de la Amargura" en la representación en 2015
de Eloisa está debajo de un almendro, de Enrique Jardiel Poncela
Algunos miembros de estas cofradías se animaron y formaron grupos, como "Añil" con Vaya par de gemelas, comedia musical de Manolo Baz y Gregorio García Segura, con la que triunfó Lina Morgan, y La sopera, de Robert Lamoureux. O "Blanco y Negro", dirigida por Paco Torres, que entre otras obras han puesto en escena El tonto es un sabio, de Adrián Ortega y Sigfrido Blasco; el musical El dia que Jesús no quería nacer, en 2012, de Antonio García Barbeito; el Auto sacramental El sembrador de vientos, en 2015, de Vicente Mojica, o Don Juan Tenorio, en 2017, de José Zorrilla, con adaptación del propio Paco Torres…
En 1999 surge "TxT" de la mano de José Díaz-Ropero, que representan El zoo de cristal, de Tennesse Williams; La mordaza, de Alfonso Sastre...
El Centro de Mayores tiene su propio grupo de teatro, "Atardecer", y han representado, entre otras obras, Sublime decisión, de Miguel Mihura, dirigida por Luis Cabañero; Nosotros, ellas y el duende, de Carlos Llopis, bajo la dirección de Ángel Luis Violero, o El amor y una señora, también de Carlos Llopis, dirigida por Teresa Molina.
Grupo de Teatro "Atardecer", del Centro de Mayores, en Nosotros, ellas y el duende, dirigida por Ángel Luis Violero
Pero, con ser todo esto mucho, además de otras piezas por grupos que se han ido creando al amparo de asociaciones como Hidalgos Amigos de los Molinos o Trovadores de la Mancha entre otras, quizá para la memoria de las gentes, las obras de mayor repercusión y éxito en Criptana han sido los musicales.
Y los musicales en Criptana tienen un nombre: Ángel Luis Violero. Se puede decir que conoce bien el Teatro Cervantes, primero el antiguo, pues su abuelo Fortunato fue portero, luego el nuevo, al principio como empresario y más tarde como conserje y encargado de su mantenimiento. Y en el teatro Cervantes le entró el gusanillo por montar en Criptana los grandes musicales que veía en sus viajes a Madrid. Empezó con Jesucristo Superstar allá por 1978, en la Verbena del Parque y en playback. Siguió con El diluvio que viene en 1991, un musical ya con todas las de la ley que no tenía nada que envidiar al representado en Madrid. En 1996 arremetió de nuevo con Jesucristo Superstar, pero esta vez con voces y música dirigida por Ángel Luis Cobos en directo, coreografía de Ana Belén Muñoz y con un exitazo rotundo. Siguieron Los diez mandamientos, en primicia española y con la colaboración de Paco Torres en 2009, y Evita en 2011.
Ángel Luis Violero
Cartel de Evita
Ángel Luis Violero saludando con el elenco de Evita
Por supuesto, El Hombre de La Mancha en 2005, en los actos del IV Centenario del Quijote, con la compañía "Aspaviento" dirigida por Luis Cabañero, que interpretaba también al Quijote, y dirección musical de Ángel Luis Cobos. Francisco Fernández era Sancho y Montse Monreal, Dulcinea.
Montse Monreal, Luis Cabañero y Francisco Fernández en El Hombre de La Mancha
Mamma mía en 2011, puesta en escena, en su mayoría por alumnos de la Escuela Municipal de Música y Danza, Dirigida por Ángel Luis Cobos en la parte musical, Luis Cabañero en la escenografía y Ana Belén Muñoz y Ramón Yébenes en la coreografía. Los principales actores: Montse Monreal y Luis Muñoz.
Clown en 2013. Obra inédita y original de Fernando Bustamante y José Andrés de la Rica, con una gran puesta en escena y la participación de más de setenta personas.
A finales de 2016, otra vez Jesucristo Superstar, en una versión nueva con Paco Fernández en la dirección escénica y Juan Gabriel Amores en la musical. Los papeles principales del reparto: Luis Rodríguez como Jesús, Sergio Alarcos como Judas y Maribel Olmedo como María Magdalena.
Cartel de Jesucristo Superstar en la versión de 2016
Jesucristo Superstar en la versión de 2016
La compañía estable,"Grupo de Teatro Solidaridad", fue creada por Ángel Medina Chicote, de larga trayectoria como actor, para unir en el escenario el arte de la representación y el carácter benéfico de la recaudación. Desde el primer momento tuvo la colaboración de Lúis Cabañero, que ha dirigido algunas de las obras. Empezaron en 2010 con Melocotón en almíbar, de Miguel Mihura. Después: Usted puede ser un asesino, de Alfonso Paso; Los árboles mueren de pie, de Alejandro Casona; Tres papás para Totó, de Jean de Létraz... Y cuando estaban ensayando Diez negritos, de Agatha Christie, desgraciadamente murió de rápida enfermedad su director, Luis Cabañero. Una gran pérdida para el teatro en Criptana. La obra se estreno el 8 de mayo de 2015 y fue todo un homenaje al gran señor del teatro. Precisamente, en Los árboles mueren de pie, además de dirigir, también Luis fue el intérprete principal junto a su mujer Tere. Fue la última vez que lo hizo.
Luis Cabañero
Tras el gran éxito de Jesucristo Superstar y con muchos de sus participantes, se creó la Asociación Cultural "Docevientos", con Juan Gabriel Amores como director musical, Laura Monedero en la dirección escénica y Alicia Manjavacas como presidenta. Abierta a todo el que quiera incorporarse, está formada por más de cien personas de todas las edades, muchas de ellas veteranas en el teatro de aficionados o en los musicales, una gran familia de músicos, coros, escenógrafos, coreógrafos, bailarines, actores, diseñadores de vestuario, costureras, tramoyistas, administrativos… Su propósito es descubrir nuevos talentos y dar cobertura de todo tipo a los distintos proyectos que puedan ir surgiendo, tanto de grandes espectáculos musicales como de cualquier otra actividad teatral de pequeño formato. En su haber, el musical Hoy no me puedo levantar, o la comedia Aristócratas conversos, de José Andrés López de la Rica…
La vida sigue... Nuevas obras, nuevos actores, nuevos directores y nuevas compañías, de aquí y venidas de fuera..., aunque ya todo se escapa a esta pequeña remembranza de lo que ha sido el cine y el teatro en nuestro pueblo.