ún vemos, sobre todo en mercadillos al aire libre, pesar con romanas o viejas balanzas de dos platos que nos hacen dudar a veces de la honestidad del comerciante, pero, eso sí, siempre en kilos. Antes era otra cosa, los pesajes se hacían en quintales, arrobas, cuartillas, libras, cuarterones...
Romanas
Balanza de platos
Antigua balanza de aguja
La arroba se consideraba unas veces unidad de medida de peso (11,500 kilos). Equivalía a la cuarta parte de un quintal y se dividía en 4 cuartillas, 25 libras, 100 cuarterones, 400 onzas o 6400 adarmes.
Otras veces se utilizaba como medida de capacidad, y era una vasija de metal, lata estañada o cántara cerámica, que tenían en bodegas, almacenes y almazaras para despachar el vino o el aceite. Una arroba de vino (16,13 litros) tenía 4 cuartillas, 8 azumbres o 32 cuartillos. Si era de aceite, su capacidad equivalía a 12,56 litros.
Pero en diferentes zonas implicaba una cantidad o medición distinta y un sistema de divisiones también diferente.
Antiguas medidas de líquidos, garrafa de vino de una arroba, cántara y zafra de aceite
Antiguamente existían los denominados Caminos de Postas, que eran rutas por las que circulaba el correo, siendo medidas las distancias de una posta a otra en leguas, con lo que también se calculaba lo que costaba enviar el correo. Una legua era lo que recorría un caballo en una hora (5.57 Km).
La vara (83,6 centímetros) era una barra o listón de madera con marcas o divisiones gravadas a fuego, que se utilizaba en las tiendas para medir las telas, sogas... Equivalía a 3 pies, 4 palmos, 36 pulgadas o 48 dedos.
La fanega (unos 54,58 litros) para medir los cereales era un cajón trapezoidal que en el lado recto llevaba un asa; el otro, oblicuo facilitaba el vertido del grano que se medía. Equivalía a 4 cuartillas o 12 celemines
Otra unidad de capacidad comúnmente usada era el costal, que era una talega grande con una capacidad de tres fanegas. Y el cahíz, con 12 fanegas, muy utilizado para medir en su tiempo yeso y cal.
Antiguas medidas para cereales
La superficie también se medía en fanegas. La fanega de tierra era la superficie que se sembraba con una fanega de trigo. Pero esta equivalencia cambiaba en cada región e incluso en cada pueblo y según qué cultivos. En Criptana y en muchos pueblos de los alrededores, una fanega de viña, por ejemplo, cuando hace años todas se plantaban en la modalidad de “vaso”, venía a ser unos 6.975 metros cuadrados (1 hectárea = 1,43 fanegas), no los 6.440 que hoy se consideran más o menos como oficiales y que para una hectárea suponen 1,55 fanegas.
Contar el dinero es otra historia. Empezamos a contarlo en "dracmas", unidad monetaria que utilizó la colonia de comerciantes griegos asentada en el año 575 a.C. en Emporion (el territorio que hoy ocupa Girona), en el golfo de Rosas.
Cuando los romanos ocuparon la Península Ibérica, el "denario" de plata se convirtió en la moneda de cambio, aunque convivió con el dracma durante los siglos II y I a.C.
Primeras monedas: dracma de Emporion y denario ibérico
Los fenicios, los hebreos y los cartagineses también dejaron su huella numismática: el "siclo" o "shekel".
Los reyes visigodos manejaron el "tremís", moneda que se acuñaba con el apellido del monarca en curso.
El "dinero" fue la moneda característica de la Edad Media en Europa y en España se empezó a utilizar a partir del siglo VIII, pero la llegada de los árabes a la Península volvió a afectar a la unidad monetaria. El "dinar" o "metcal" de oro y el "dirhem" de plata se introdujeron poco a poco.
Shekel, tremís del rey Tulga, dinero, dinar y dirhem andalusíes
Después, en los diversos reinos de España se comerció principalmente con el "denario regis" en cobre (vellón) con plata, que pasó luego a llamarse simplemente "dinero de vellón"; el "maravedí" de oro, primera moneda autóctona castellana; el "mancus" de oro, "sueldo", "pepión", "dobla" o "castellano", "maravedí blanco" de plata, "croat" o "cruz", "real" de plata, "blanca" de vellón y "florín" de oro.
Dinero de vellón, maravedí, mancus y dobla
Los Reyes Católicos instauraron el "ducado", moneda que coexistió con el maravedí y que fue sustituida por el "escudo", introducido en el imperio por Carlos I y que fue unidad oficial de las acuñaciones de oro desde 1538 hasta el siglo XIX.
Ducado y escudo
Un detalle importante en las monedas, ya desde 1.699, era asegurarse que los pícaros no iban quitando el oro o la plata de cada ejemplar mediante el procedimiento de limar los bordes. Para ello se inventó el llamado "cordoncillo", que consistía en grabar en el canto de las monedas una inscripción o una leyenda.
En 1833 se fijó el "doblón" de oro como unidad del sistema monetario, que equivalía a 100 reales ó 10 escudos de plata. Circulaban además el "duro", equivalente a 20 reales; la "peseta", por valor de 4 reales, y más de 90 monedas de curso legal entre peninsulares y americanas, viejas y nuevas, españolas y francesas: dineros, maravedíes, onzas... y hasta antiguas monedas romanas.
Doblón
Parece haber quedado confirmado por los historiadores que la palabra "peseta" proviene directamente del vocablo catalán "peceta" que significaba "piececita", es decir, moneda pequeña de plata.
Las primeras monedas que llevaban físicamente el nombre de peseta fueron las que a partir de 1808 mando acuñar en Barcelona José Bonaparte.
Al llegar el reinado de Isabel II, se emitió una serie de monedas de 1 peseta para pagar el sueldo de las tropas durante las Guerras Carlistas. De aquí que estos soldados pasaran a llamarse "peseteros".
La primera peseta, en tiempos de José Bonaparte, y la de Isabel II
En 1.868 tras la Gloriosa Revolución que provocó el exilio de Isabel II, el Gobierno Provisional decretó la reforma del sistema monetario español y fijó la "peseta" como moneda de referencia y única de curso legal en España.
La peseta se dividía en 4 "reales" o en cien "céntimos", y se acuñaron piezas de 1, 2 y 5 pesetas en plata y de 10, 20, 50 y 100 pesetas en oro, además de fracciones de 20 y 50 céntimos de plata y 1, 2, 5 y 10 céntimos de bronce. Pero de todas ellas, las que más éxito tuvieron fueron las de 5 y 10 céntimos, conocidas popularmente como "perra chica" y "perra gorda", en alusión al extraño león que llevaban en el reverso y al que el pueblo no consideró lo suficientemente feroz quedándose en "perra". También los 50 céntimos ó "2 reales" y la moneda de 5 pesetas que todos llamaron "duro" hasta su desaparición en 2002.
Moneda oficial en 1868: una peseta, dos, cinco (duro), cien, cincuenta céntimos, perra gorda y perra chica
El primer papel moneda con el valor facial expresado en pesetas se emitió el 1 de julio de 1874, coincidiendo con la concesión al Banco de España del derecho en exclusividad a emitir billetes, hasta entonces compartido con otros bancos provinciales.
A partir de 1.925 se acuñaron monedas en níquel de veinticinco céntimos. Como tenía en el reverso una carabela navegando con las velas al viento, el pueblo llano la llamó "la caraba". Se parecían bastante a las de dos pesetas de plata y hubo que sustituirlas enseguida por una nueva moneda con un taladro central, que tendría tal fortuna que hasta las últimas emisiones de veinticinco pesetas del Rey Juan Carlos I lo han seguido llevando.
Primera emisión de papel moneda en pesetas, la famosa "caraba" y su sustituta de agujero"
La contienda de 1936 supuso también una guerra de monedas: cada uno de los bandos emitió la suya propia y negó la legitimidad de la contraria. Y el que más y el que menos pensó que, fuese quien fuese el ganador de la guerra, el metal de las monedas siempre tendría su valor. Así fueron desapareciendo sucesivamente las monedas de plata, las de cobre y las de bronce, estas últimas fundidas para hacer munición. La falta de calderilla dificultó las pequeñas compras de los ciudadanos, de modo que empresas, sindicatos y ayuntamientos, entre otros, se lanzaron a la emisión de vales o monedas locales.
El propio Estado llegó a poner en circulación discos de cartón con un sello de correos pegado.
La peseta republicana dejó de llevar a la vieja matrona romana y pasó a acoger a una cabeza de mujer con el pelo suelto. Al ser amarillo el metal, el pueblo, una vez más, acuñó una denominación que haría historia: "la rubia".
Coloquialmente, la peseta ha recibido otros nombres, como "pela", "cala" o incluso "chufa", a menudo utilizados junto a cantidades grandes para indicar un precio excesivo.
Emisiones de la República y del bando nacional
Emisiones del Ayuntamiento de Campo de Criptana
Popularmente se designaba como "kilo" al millón de pesetas, puesto que los mil billetes de 1.000 pesetas necesarios para el millón (cuando el billete más grande en circulación era de este valor), pesaban alrededor de un kilogramo.
Mil billetes de mil pesetas: un "kilo"
Algunas personas alcanzaban relativa destreza para manejar las cantidades económicas en duros, es decir, en vez de 100.000 pesetas usaban 20.000 duros; en vez de 150.000 pesetas, 30.000 duros. Siendo así muy populares las monedas de 5 duros (25 pesetas) y las de 20 duros (100 pesetas). E incluso antes y después de la Guerra, en reales, lo que resultaba para los no iniciados un verdadero galimatías.
En 1.966 se renovó el grabado de Franco en las monedas por uno más acorde con su edad y se produjo otra novedad: volvía la plata a la de 100 pesetas. Se retiraron en 1.970 por el cambio de precio del metal y el acaparamiento del pueblo
Algunas emisiones de tiempos de Franco: monedas de peseta, de dos con cincuenta, de cinco de 1949 y posteriores,
veinticinco, cincuenta, cien (en plata), cincuenta centimos (de agujerillo y posterior), diez céntimos de los últimos tiempos
y los primeros diez y cinco céntimos (perra gorda y perra chica o perrilla)
Algunos de los billetes de la época franquista
En 1.975 se acuñaron una nuevas monedas con la figura de Juan Carlos I, aunque siguieron circulando las de la época anterior.
Algunas de las monedas emitidas durante el reinado de Juan Carlos I
Algunos de los billetes en la época de Juan Carlos I
Y en el 2002 desapareció la peseta y se adoptó el "euro" como unidad del Sistema Monetario Europeo, al cambio de 166,386 pesetas. Se suele emplear mentalmente la tasa de conversión aproximada de 166,6 pesetas por euro, que son 6 euros por cada 1.000 pesetas. Esta aproximación sólo tiene un error del 0,17%.
¡Y llegó el euro¡ A la izquierda detalle ampliado de las monedas de uno y dos euros de Juan Carlos I y de Felipe VI