media mañana del 1 de abril de 1939, Franco redactaba el parte de guerra de su puño y letra:
"En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado".
Y en esa misma jornada, a las 5 de la tarde, el teniente coronel Enrique Segura Rubio se constituía en comandante militar de Campo de Criptana cumpliendo órdenes del Coronel Galera Paniagua, jefe de las Tropas de Ocupación de la provincia de Ciudad Real.
Empezaban unos años de posguerra especialmente duros para la población en general, peores que en plena contienda según algunos. A la escasez y carestía de los alimentos y demás productos de primera necesidad, había que añadir el tremendo dolor por los desaparecidos, y en aquellos momentos era obligatoriamente un dolor unilateral, como si una sola España tuviera derecho a llorar públicamente a sus muertos y a proclamar la magnitud de sus pérdidas, en tanto que a la otra sólo le quedaba el silencio. El país se hallaba ante el cese de las hostilidades, pero frente a una colosal rendición de cuentas.
La política de terror contra la población civil, con la instauración de una represión tan generalizada y feroz, fue casi equivalente a una nueva guerra de los vencedores contra unos vencidos totalmente indefensos. Una barbarie repetitiva e interminable por parte de las autoridades, y una falta de voluntad de otros elementos de la sociedad —entre ellos la Iglesia— de atreverse a exigir políticas más humanas.
Las detenciones y ejecuciones se iniciaron a comienzos de mayo y hasta noviembre de 1944 no cesó el magnicidio. Alrededor de 50.000 españoles que habían sido condenados en consejos de guerra fueron ejecutados oficialmente. Esta cifra no incluye las muertes causadas por el hambre, las condiciones sanitarias o el tratamiento brutal de algunos guardias en los campos de concentración y en las apiñadas cárceles del nuevo régimen, que se estiman en otros 20.000. La represión de la posguerra de debió a un espíritu de venganza y a un deseo casi genocida de erradicar a los elementos "antiespañoles", según la jerga al uso.
Campo de concentración de prisioneros republicanos
Fusilamientos
Hubo otros, que por miedo a esta represión, se escondieron en los montes; eran los llamados "maquis". La Guardia Civil los buscaba, pero ellos de vez en cuando hacían alguna incursión guerrillera o aparecían por los caseríos y se llevaban provisiones, dinero y todo lo que podían. No faltaron aquellos que prefirieron enterrarse en vida, en zulos practicados en sus propias viviendas, y no salieron hasta después de muchos años, cuando todos los creían muertos. Y para cientos de miles supuso la tremenda tragedia y amargura del exilio. Casi 500.000 españoles tomaron este camino cuando no les quedaba ya ni la esperanza.
Camino del exilio
Llegada de familias de refugiados a Francia
En Alcázar de San Juan, casi quinientas personas condenadas a muerte por la jurisdicción militar fueron fusiladas en las tapias del cementerio. Hombres y mujeres de toda condición, procedentes de todos los pueblos de alrededor, muchos de ellos de Criptana, y entre ellos mi abuelo materno, Antioco Alarcos, líder de Izquierda Republicana en Criptana y alcalde en varias etapas de la Segunda República.
Mi abuelo Antioco Alarcos y su acta de defunción mediante ejecución en Alcázar de San Juan
En Campo de Criptana, provincia de Ciudad Real, a las nueve horas y treinta minutos del día 10 de noviembre de mil novecientos treinta y nueve, ante don Luis Esteso Cenjor, Juez municipal, y don Luis Parrilla Quintanar, secretario, se procede a inscribir la defunción de don Antioco Alarcos Rodríguez, de 53 años, natural de esta villa, provincia dicha; hijo de Jesús y de Josefa, domiciliado en ella, de profesión panadero (...), falleció en Alcázar de San Juan, el día seis del actual a las cinco horas y treinta minutos, a consecuencia de heridas producidas por ejecución, según resulta de oficio recibido, y su cadáver recibió sepultura en el Cementerio de Alcázar de San Juan, consignándose además que nació el día 26 de abril de 1886, y que no otorgó testamento, habiéndola presenciado como testigos don Tomás Bastante Manzaneque y don Blas Alberca Alarcos, mayores de edad y vecinos de esta villa...
La presión ideológica y la rigidez religiosa eran tales que los divorcios realizados durante la República no fueron válidos, ni por supuesto los matrimonios civiles, que tuvieron que celebrarse de nuevo con cura por medio y testigos. Y muchos niños que no habían sido cristianados pasaron por la pila bautismal en famosas ceremonias colectivas, con la imposición incluida de tener que cambiarles de nombre si el anterior no venía en el santoral. Caso especial fue el de mi madre, de religión protestante como toda la familia de mi abuelo Antioco; ella fue bautizada y recibió la primera comunión unos días antes de su boda con mi padre.
Se casi obligaba a todos a ir a misa los domingos, y no se podía entrar con manga corta en la iglesia ni las mujeres sin velo. La blasfemia, aunque fuese el arrebato clásico de los gañanes contra los animales al trabajar, era multada con cincuenta duros. Se llegaba incluso a castigar y prohibir el trabajo en el campo durante los domingos, interviniendo en algunas ocasiones la Guardia Civil, que tenía un poder omnímodo y daba pavor cruzarse con ellos. Hasta las parejas a las que se les escapaba alguna caricia en público podían ir a parar al cuartelillo.
Toda la acción política contaba con la ayuda de la Iglesia, que había calificado la sublevación, el Alzamiento Nacional, como Santa Cruzada. Pasaba así, que los curas párrocos de los pueblos tenían tanta influencia y mandaban posiblemente más que el propio alcalde.
Caso especialísimo en Criptana fue el de don Gregorio Bermejo López, que hizo y deshizo a su voluntad durante décadas. Hombre excepcional, eso sí, socarrón y pertinaz, fue capaz de levantar la majestuosa mole de nuestra iglesia en aquellos tiempos difíciles de posguerra, cuando una y otra vez las obras tenían que ser suspendidas por falta de medios para seguir.
E igualmente capaz de congregar en las frías mañanas de los Viernes de Semana Santa a medio pueblo, si no entero, en la explanada del Calvario para oír el sermón de la Pasión.
Con lo único que no pudo fue con el Carnaval. La gente tenía gana de olvidar la tragedia de la guerra, y aunque al principio muy tímidamente, con arresto y calabozo incluido para los primeros que se atrevieron a salir a la calle vestidos de mascara, terminó por imponerse pese a las prohibiciones gubernativas y el no consentimiento relativo de don Gregorio, que supongo haría la vista gorda.
Franco bajo palio
Don Gregorio Bermejo en el Calvario
En todas las aulas de las escuelas presidía un crucifijo, con las fotografías a ambos lados de Franco y José Antonio Primo de Rivera. Y todos los días los niños empezaban su jornada escolar cantando el Cara al sol, el himno de la Falange, con la mano levantada frente a la imagen del Caudillo. El sistema educativo que se impuso fue un contramodelo del que intentó construir la Segunda República, tan afín a la Institución Libre de Enseñanza. Fue como una vuelta atrás en el enorme esfuerzo realizado para recuperar el atraso educativo del país.
El Frente de Juventudes, sección juvenil masculina de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, el partido fascista que a imitación de los que sustentaron a Hitler en Alemania y a Mussolini en Italia creó aquí en España José Antonio Primo de Rivera, tenía encomendada la educación política, física, cultural, moral, social y religiosa acordes con el Régimen. Las chicas tenían la Sección Femenina, engendro bajo la dirección de Pilar Primo de Rivera, hermana del fundador
En el Bachillerato se tenía una asignatura, la Formación del Espíritu Nacional (FEN), que era pura propaganda franquista: el Fuero de lo Españoles, los Principios del Movimiento, el Sindicato Vertical y los diversos organismos que configuraban el entramado político de la Dictadura.
Lo de afiliarse a la Falange era casi forzoso, sobre todo si uno quería aspirar a un cargo o empleo público o solicitar alguna beca o prebenda.
Y preciso igualmente hacerlo a Acción Católica, la asociación internacional de seglares católicos dentro de las parroquias. Auspiciado por Acción Católica de Criptana fue el Cine Parroquial, en una estrecha y larga dependencia del Convento con raquítica entrada por el callejón, y con programa de películas del más claro tinte nacional católico.
Himno, insignia y moharra (punta de bandera) de Acción Católica
Y no sólo era la propaganda oficial la que nos hacía un canto desmesurado a la mayor gloria de Franco, el que más y el que menos se enganchaba a ese carro de culto servil al Caudillo con el claro interés de estar a bien con las nuevas autoridades. Los medios de comunicación e incluso los anuncios comerciales no eran ajenos a ello.
La corsetería Araceli, en la calle Hortaleza de Madrid, se suma a eso de "¡Arriba... las tetas!"
En el programa de ferias en Campo de Criptana de 1939, donde ya se anuncia que un nuevo templo sería levantado sobre las ruinas del vilmente incendiado en 1936, en la publicidad, al calor de esas lealtades "inquebrantables", aparecían frases o expresiones que parecían más bien pura coba como "Franco, Franco, Franco", "Año de la Victoria" o "¡Arriba España!".
Dibujo de Enrique Alarcón en el programa de ferias de 1939, alusivo a la
construcción de la iglesia sobre las ruinas de la
destruida en 1936. Anuncios publicitarios insertados en el mismo programa
También en el mismo programa de ferias del 39, en un artículo titulado Trabajo y Hermandad y firmado por "Ese" (parece un seudónimo), queda clara la ideología imperante:
"Es urgente que todos nuestros actos vayan regidos por un espíritu y una voluntad de servicio, hermandad y sacrificio, trilogía mediante la cual podremos lograr para España aquella otra que, nacida en Valladolid, pide para la Patria Unidad, Grandeza y Libertad".
Y no le dolían prendas para echar asimismo un rapapolvo cuando en otra parte del artículo se refería al problema del paro y la miseria, y denunciaba la falta de colaboración en la solución del problema que debía buscarse en la esencia de la Falange, y que sentía vergüenza ante "las colas y comedores del Auxilio Social" (se habilitó para ello el Casino Primitivo).
El hambre de posguerra
A los cuatro meses del inicio de la Guerra Civil, el bando nacional había establecido un impuesto llamado “Plato Único” para hoteles, fondas, pensiones y restaurantes, de obligado cumplimiento en la zona ocupada por los mismos, que tras el final de la contienda se extendió a toda España.
El objetivo era cobrar un impuesto solidario que sería gestionado por el Fondo de Protección Benéfico Social, una entidad de beneficencia creada paralelamente a la del Auxilio Social, acabando ambas fusionadas. Pero su escasa contribución a la forma de recaudar dinero hizo que ese impuesto especial fuera suprimido en 1942. El Auxilio Auxiliar, organización creada en el seno de Falange Española, se disolvió en 1976 para pasar a depender del Ministerio de la Gobernación.
"
Colas de gente frente al despacho de pan de la fábrica de Honesta Manzaneque. Años 40
Y es que, independientemente de la represión y la machacona propaganda, el principal problema para muchos, y añadido a los anteriores, fue la miseria y la escasez. Tras finalizar la guerra, la economía nacional entró en una fase de estancamiento que se prolongó durante la práctica totalidad de los años cuarenta. Según prudentes cálculos, el hambre sería la causante directa o indirecta de cerca de 30.000 víctimas en toda España en los seis años que siguieron a la contienda.
Las tierras habían quedado mal cultivadas, los aperos de labranza destrozados, las caballerías envejecidas, mal alimentadas o sacrificadas. Faltaba de todo: comida, herramientas para las faenas del campo, tejidos para hacerse ropa… Daba pena ver a mucha gente sin tener un pedazo de pan que llevarse a la boca, famélicos, verdaderos cadáveres vivientes. Las algarrobas, que se echaban en vinagre para que no criaran gorgojos, sustituían a las lentejas. Y se comían las cáscaras de plátanos y mondas de patatas y naranjas. Cualquier cosa era buena para engañar al estómago.
La cebada tostada se empleaba como sucedáneo de café. Los fumadores, aparte de recoger colillas, secaban hojas de patatas o de pámpanas de la vid que luego fumaban.
Fue en esta época cuando se notaron las diferencias de clases, los que tenían dinero podían comprar, aunque fuera a cualquier precio, y los que no, pasaban hambre. No obstante, en los pueblos la situación no fue tan crítica como en las ciudades, pues había más recursos para obtener alimentos: tenían trigo y amasaban pan, no faltaron las patatas y las legumbres y siempre se podía criar un cerdo o dos. En Madrid, como en otras ciudades, donde la situación fue crítica, no quedaron perros ni gatos; todos fueron a parar al puchero.
El trabajo era escaso y estaba reservado en la mayoría de los casos a mutilados, excombatientes franquistas, falangistas y demás gente del régimen.
Y para colmo, al terminar la guerra los de la zona roja se encontraron con que su dinero, como no fuera antigua moneda en plata —y ésta, malvendida— no valía para nada, como ocurrió en Criptana, ya que el nacional era el único que se aceptaba. Así es que muchos fueron condenados a la pobreza por decreto, y entretanto se conseguía algún dinero se tuvo que volver como antaño al trueque, cambiando unas cosas por otras: huevos por harina, patatas por aceite, pan por gavillas para el horno…
Monedas de cinco pesetas en plata y billetes de la República
La ropa se hacía a mano en el seno de cada familia; desde las medias y calcetines de lana hasta la ropa interior, pasando por los jerséis de punto y los pantalones. Era usual que cuando una prenda se dejaba por vieja, de las partes sanas se sacaban otras para los más pequeños de cada familia. Y a los abrigos se les daba la vuelta para que sirvieran para otras cuantas temporadas. Las rodilleras de los pantalones de los chicos eran todo un poema, ¡un completo zurcido! —ahora ya nadie sabe hacerlos—, aunque para evitarlos lo normal es que lleváramos pantalones cortos, y entonces el adorno eran unos enormes costrones de heridas mal curadas, a veces enconadas, que nos hacíamos al estar siempre arrastrados por los suelos.
La suciedad era grande pues escaseaba el jabón, como no se hiciera en plan casero, y mucha gente tenía sarna y piojos.
jugando a las bolas, era seguro acabar con ronchones en las rodillas o , si llevabas pantalones largos, hechos un desastre
Mi padre, Valeriano Flores, había conducido su primer camión, y el primero que hubo en Criptana —bueno, una camioneta Chevrolet—, con catorce años. Hasta irse a la mili tuvieron otras dos de la misma marca, la última en 1935, de mayor tonelaje, casi camión, que fue incautado durante la Guerra Civil en el mismo Criptana por la CNT y luego devuelto en muy malas condiciones.
Después de la guerra y con la situación catastrófica del país, ni había dinero ni donde comprar un nuevo vehículo para reiniciar el negocio. La tarea que se avecinaba era ingente, pues con la ayuda de su hermano pequeño Domingo y un empleado y ayudante que mantuvieron durante toda la vida, Daniel Alberca, no tuvo más remedio que recuperar y poner a punto con sus propias manos el arruinado Chevrolet. Y es que por aquella época, con mucho ingenio y esfuerzo, se inventaban coches y camiones: se carrozaba artesanalmente, utilizando chapas de bidones y madera; de restos de varios para el desguace se sacaba uno útil, y muchas piezas se fabricaban en tornos rudimentarios o a base de lima.
Mi padre, Valeriano Flores, de joven, y la primera camioneta Chevrolet
Algo de dinero hicieron, pero escaseaba tanto el trabajo que con la experiencia adquirida se metieron en otra recuperación, la de un viejo autocar Citroen que compraron en el pueblo de Herencia y que transformaron en camión. Su venta dio recursos para comprar en subasta del Ejército dos camiones americanos Studebaker, que arreglaron y pusieron a punto.
Uno de los Studebaker, al que hubo que improvisar la cabina, lo vendieron, y según mi padre resultó una gran operación económica. El otro, pintado en verde manzana, se lo quedaron y fue el reinicio del negocio de transportes familiar. En 1950, ya casi al final de la posguerra, traerían el primer camión con motor diesel que por Criptana se veía, un Pegaso II Z-203, de 140 CV, el entrañable Mofletes, que se compro por 350.000 pesetas.
El Pegaso Z-203 "Mofletes"
Pero volviendo a la tremenda penuria de aquellos años, muchos sobrevivieron en Criptana y en muchos pueblos de La Mancha gracias a la harina de titos que nunca faltó. Fueron las gachas, ¡pero puede uno imaginarse qué tipo de gachas!, el mísero y casi único alimento que salvó de morir de hambre a mucha gente. Claro está, sin la pringue de los abundantes torreznos, de los choricillos o de las apetitosas tajadas de hígado que son hoy el típico manjar manchego tan deseado en los fríos días de invierno. Se dijo que muchos niños habían quedado raquíticos, con atrasos mentales o malformaciones por el abuso de tanta gacha, pero no era por las gachas en sí (en alguna época incluso se prohibió la venta de harina de titos) sino por la carencia en ellas de substancias nutrientes y sin apenas aporte de aceite o de grasa animal (acaso sí sebo) para su elaboración.
Gachas manchegas
Tanta escasez trajo, apenas dos meses del fin de la guerra, el racionamiento y reparto de alimentos en establecimientos sujetos al control de la Administración, y que se retiraban mediante cartillas concedidas por la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes (Comisaría de Abastos en el lenguaje popular).
Estas cartillas de racionamiento, una especie de talonarios con cupones, que no desaparecieron hasta 1952, deberían haber asegurado el abastecimiento de lo más imprescindible; sin embargo no fue así. Gracias a ellas, surgió al poco un mercado negro controlado por grandes jerarcas afectos al régimen y por ese tipo de delincuentes que nacen y se enriquecen al rebufo de la miseria general, un fenómeno que iba a marcar toda una época, el estraperlo. Tiempo de colas ante los establecimientos de la Administración y de acumulación de riqueza por parte de los que más tenían. La adversidad se cebó como siempre con los más necesitados. Los ricos, los altos cargos y los más avispados supieron sacar provecho de la desgracia. Pero todos los males se atribuían, como de costumbre, a que "la economía había sido esquilmada por los marxistas".
Para mayor desgracia nuestra, el 1 de septiembre de 1939 Hitler ordenó a su ejército invadir Polonia, lo que motivó que Francia y el Reino Unido declararan inmediatamente la guerra a Alemania. Nuestra actitud progermánica en esta 2ª Guerra Mundial no habría de colaborar precisamente en hacer más llevadera la existencia de los españoles. El control sobre nuestros aprovisionamientos de trigo y gasolina se hizo más estricto, y al racionamiento habitual se añadió el del tabaco con las célebres tarjetas de fumador.
No en todos los sitios los productos racionados eran los mismos ni iguales las cantidades a que se tenía derecho de compra por persona. Y variaba mucho si era en pueblos o ciudades. Además existían varias categorías de cartillas, según fuera para niños (incluía leche y harina), adultos, madres gestantes, huérfanos, mineros, trabajadores de ferrocarriles o las especiales concedidas a militares, guardias, curas, excombatientes…
Pero pronto se comprobó que los alimentos suministrados, siempre de manera irregular e imprevisible, carecían del mínimo valor nutritivo necesario para la subsistencia, ya que estaban compuestos de forma predominante por garbanzos, patatas, boniatos, pastas para sopas, bacalao y muy de tarde en tarde por carne de membrillo, chocolate terroso incomestible y jabón. El pan, negro y de mala calidad, alimento base de las familias modestas, se convirtió en otro apreciado artículo de lujo, ya que su racionamiento en el mejor de los casos era entre los 150 y 200 gramos. Era tan apreciado el pan que si se caía un trozo al suelo se recogía, se besaba y presto se le daba un mordisco. Y rara vez se repartía aceite, azúcar, carne, leche, huevos, mantequilla, queso, pescado u otra serie de productos de primera necesidad, que únicamente se encontraban en el mercado negro al alcance sólo de los privilegiados; el resto de la población devoraba titos, altramuces, salazones y castañas.
Un trozo de pan era una bendición
Como consecuencia de este tráfico, contrabando y especulación empezó a emerger una clase ostentosa que hacía alarde de su dinero y lo derrochaba. Fabricantes, industriales, comerciantes, tratantes, intermediarios y simples osados, crearon la clase de los estraperlistas, hombres sin escrúpulos que lo mismo podían tener un nombre acreditado en el mundo de la industria, como ser palurdos de riqueza repentina. Eran ricachos de coche provocativo, americano, que adquirían en concesionarios ante la demanda paleta: "El mejor que "haiga", nombre este que quedó para los automóviles fastuosos.
Los "Haigas" de los nuevos ricachones
Pero también gente humilde que recurría al estraperlo a pequeña escala para sacar unas pesetas y simplemente subsistir. En los trenes, la "secreta" o la guardia civil solía registrar las maletas en busca del alijo; falsas embarazadas escondían la mercancía bajo la ropa, y en las calles, como en el actual top-manta, se ofrecía todo tipo de artículos, sobre todo pan y tabaco… y preservativos.
Precisamente, para evitar el paso de mercancías y alimentos de manera fraudulenta entre unas provincias y otras, se establecieron una especie de aduanas llamadas fielatos.
Estraperlo de gente humilde para sacarse unas pesetillas
La palabra "estraperlo" se acuñó durante la Segunda República debido al escándalo político que supuso la introducción de un juego de ruleta eléctrica de marca "Stra-Perlo", nombre derivado de Strauss y Perlowitz, quienes eran sus promotores.
Para que se autorizara su instalación en el Gran Casino de San Sebastián, sobornaron en 1934 a altos cargos del Gobierno, entre ellos Aurelio Lerroux, sobrino de Alejandro Lerroux, líder del Partido Radical, en aquellas fechas en coalición con la CEDA de José María Gil-Robles, y el ministro de Gobernación, Rafael Salazar Alonso, del mismo partido.
El juego fue prohibido por la policía tras demostrarse que era fraudulento, y la revelación del caso de corrupción supuso el derrumbe del Partido Radical.
A partir de entonces la palabra estraperlo quedó como sinónimo de chanchullo, intriga o negocio fraudulento.
Registrando al del triciclo para decomisar los productos de estraperlo
La comparación entre los precios de tasa y los que se alcanzaban en el comercio ilegal puso de relieve el abismo abierto entre las clases del pueblo español. Un kilo de azúcar, por ejemplo, que costaba 1,90, en el mercado negro llegó a pagarse a 20 pesetas, y el aceite pasó de 3,75 pesetas el litro hasta las 30 pesetas en algunas zonas. Así amasaron sus fortunas los estraperlistas, a expensas del hambre de la mayor parte de la población. Mi padre, que viajaba por toda España por su condición de transportista, un día llegó con unos jamones que había comprado a muy buen precio qué sé yo dónde. De vez en cuando traía cosas que no recuerdo bien porque yo era muy pequeño, pero sí de un saco de azúcar blanca, del que hizo partícipe a familia y amigos.
Hablando de familia, la de mi madre lo pasó fatal tras la ejecución de mi abuelo y la muerte del hijo mayor, Galileo, en combate. Auténticos perdedores de la guerra y "señalados con el dedo", pienso siempre en lo que sufriría mi abuela Pepa. Después de ser gente de posibles, como se decía entonces, acostumbrados a una vida sin penurias, quedaron en la más completa ruina, hasta tal punto que la hija mayor, mi tía Palmira, tuvo que marcharse a Madrid y ponerse a servir en una casa. Siempre decía la pobre que en aquella época se le envenenó la sangre y que de resultas de ello le había quedado la secuela de una terrible y dolorosa artrosis deformante. Y para más desdichas, cuando muerta ya mi abuela y las dos hijas que quedaron con ella, se retiraron los muebles de la casa donde vivían para venderla, en una cómoda descubrimos gran cantidad de dinero —republicano, claro—, que desgraciadamente tampoco les pudo servir de mucho.
Mi abuela Pepa y mi tía Palmira
Una de las enfermedades incurables de esos años era la tuberculosis. Para prevenirla se aconsejaba hervir la leche, ya que una de las formas de contagio más frecuente era a través de las vacas enfermas. Una hermana de mi padre, Felicidad, aquejada de este mal, murió en 1945 muy joven, a los veinte años, a pesar de que mi abuelo Domingo la llevó a todos los médicos y trajo para ella desde Madrid (la primera vez que se aplicaba en Criptana) grandes estuches de corcho con la ansiada penicilina comprada de estraperlo. Y es que todo el mundo sabía que en Chicote, el famoso bar de la Gran Vía madrileña, gentes sin escrúpulos, verdaderos canallas, traficaban con aquella panacea que poco sirvió para el caso de mi tía.
Mi tía Felicidad                                                 Bar de Perico Chicote en la Gran Vía madrileña
La organización del mercado negro adquirió un raro grado de perfección. Artículos como el tabaco rubio no faltaron jamás. La gente lo atribuía al importante personaje financiero que estaba detrás de la organización, personaje con antecedentes de contrabandista y al que la España vencedora en la guerra no podía negarle nada, pues había financiado en parte al ejército de Franco.
En Criptana, el que tenía dinero compraba tabaco rubio al Feliso. Tenía de todas las marcas habidas y por haber, incluido tabaco turco e inglés. Pero la mayoría tenía que conformarse con lo que le asignaba el cupo de la cartilla; aunque había fumadores empedernidos que llegaban a intercambiar vales de racionamiento de comida por tabaco. Era un verdadero gozo en aquellos años disponer de un cuarterón (paquete de tabaco picado), de una cajetilla (la mitad de un cuarterón) y, si los había, de unos Ideales, cigarrillos que venían burdamente empaquetados individualmente y había que reliar. Se les llamaba "caldo de gallina" por el color "caldoso" del papel.
Aparecieron por esta época también los usureros, gentes con dinero que prestaban a los que se encontraban en extrema necesidad, pero con la tremenda carga de exigir la devolución del doble de lo prestado.
Eran tantas las calamidades que la gente solía decir chirigotas como éstas:
Cuando Negrín, billetes de mil;
con Franco, ni cerillas en los estancos.
Menos Franco
y más pan blanco.
Franco hace el saludo nazi-fascista junto a Hitler, en Hendaya (1940)
Esta fotografía, publicada en ABC así como en otros diarios, fue manipulada repecto de la original. Se cambió el rostro de Franco, que aparecía con los ojos
cerrados. Se borró la Cruz del Águila alemana que lucía Franco y se puso en su lugar la Medalla militar española. Y se recortaron las figuras de Hitler
y de Franco y se pegaron sobre otra del andén de la estación de Hendaya de modo que no quedara de relieve la diferencia de estatura entre ambos
Pero mejor seguir al hilo de los acontecimientos. En pleno estallido de la II Guerra Mundial, con nuestra declarada neutralidad pero en posicionamiento claro con la Alemania de Hitler, el país —se decía— era capaz por sí mismo de salir adelante pese al aislamiento internacional, y una palabra mágica, la autarquía, el talismán para poner en pie nuestra escuálida economía, aprovechando unos recursos inexplotados que la desidia de un pasado liberal dejaron en el abandono.
Y es así que en diciembre de 1939, en el discurso de fin de Año, Franco despertó míticas ilusiones al decir que teníamos yacimientos de oro en cantidades enormes, muy superiores a las que los rojos se llevaron a Moscú.
Las cábalas se desataron, y alguno hasta dijo que en la provincia de Cáceres se había descubierto un filón de varios metros de espesor y kilómetros de longitud. Pero la verdad venía a descubrir a un Franco inseguro, sobrepasado por los acontecimientos, incapaz de sacar adelante al país y abrazado como buen gallego a los temas de brujería: se había dejado embaucar cual vulgar papanatas por un sabio que decía haber logrado nada menos que la síntesis del oro.
Franco prometió bañarnos en oro
No sería ésta la única superchería de la que se haría eco, pues al poco saltó la noticia del fin de la escasez de carburantes. Se informaba de una gasolina sintética cuya fabricación nos ahorraría 150 millones anuales en divisas. La factoría, que se situaba entre Coslada y San Fernando de Henares, en la provincia de Madrid, produciría cerca de tres millones de litros diarios. El invento, descubierto por un oficial de artillería del Ejército Imperial en la Viena de los Habsburgos, y ofrecido a Franco, era un compuesto formado por un 75 % de agua, un 20 % de jugos y fermentos de plantas comunes en el país y un 5 % de otros elementos que constituían el secreto de la fórmula. Naturalmente, la noticia conmovió a toda España, apenas repuesta del fiasco del oro. Pero Franco, otra vez propicio a creer en la magia y en las meigas, había dado crédito a otro impostor, pues no otra cosa resultó ser el tal oficial artillero.
En Julio de 1940 no hubo más remedio que racionar la gasolina, y los poseedores de vehículos utilizar vales para retirar el cupo que se les asignaba en función de la potencia del automóvil. Mas la disposición sirvió de poco, pues tres meses después se prohibió la circulación de coches con más de 25 CV de potencia y se pusieron los medios para que las calefacciones de gas-oil se transformaran para el consumo de carbón.
Con la crisis de la gasolina nació una época: la del gasógeno, tomada a chirigota por un pueblo propicio a la chanza en los momentos de mayor negrura. La visión de los automóviles circulando con el gasógeno adosado era más bien grotesca. Los coches más potentes los llevaban montado en un carricoche remolcado.
El gasógeno es un artefacto que permitía quemar carbón, leña o casi cualquier residuo que pudiera arder —según cuentan, incluso con alpargatas viejas— produciendo gases combustibles que accionaban el motor igual que la gasolina, pero con menor potencia.
En Criptana, sólo Pedro Alberca Bachito lo montó en un viejo camión, antes de poner un coche al punto (su famosa “rubia”) a Ciudad Real.
Coche con gasógeno
Ante esta escasez de combustibles líquidos y la insuficiencia también de carbón, en 1941 se hizo una campaña a favor de la electrificación de lo hogares para así consumir energía nacional, como si fuera el remedio mágico y no se fuera a acabar nunca. La gente, obediente, compró unos rudimentarios hornillos eléctricos para cocinar, pero ni las centrales ni las líneas eléctricas estaban preparadas para tal consumo y la pertinaz sequía (la primera vez que se habló de ella ) ayudaba a la producción en las centrales hidroeléctricas. Al punto que del anunció de utilización masiva se pasó a los cortes de suministro de corriente para restringirla, dando prioridad a las industrias. Todo un desastre de previsión. Fueron muchos años en estas circunstancias y en algún momento se llegó hasta los cinco días semanales sin corriente.
Para los particulares, aquella negra etapa representó la vuelta al quinqué, al candil y a la palmatoria para alumbrar o al carbón de encina en los fogones.
A punto para poner las lentejas
Además de la gasolina, otro de los grandes objetos de la especulación fue la piel. La escasez de calzado barato hacía ir en alpargatas a media España. Poco después se ordenó la fabricación de un calzado llamado "nacional" tendente aliviar esta situación tan deprimente.
El 22 de junio de 1941, Alemania desencadenó un fulgurante ataque contra Rusia invadiendo su territorio en un frente de más de dos mil kilómetros. Fue el detonante en España: "¡Rusia es la culpable! Culpable de nuestra guerra civil. Culpable de la muerte de José Antonio…", gritaban enfurecidos los manifestantes falangistas en la capital de España, que después, como era habitual en este tipo de algaradas, terminaban frente a la Embajada del Reino Unido reclamando un "¡Gibraltar español!". La idea brotó de inmediato: España debía estar presente en esta nueva cruzada mediante el envío de una unidad de voluntarios para ayudar a los amigos alemanes. Nació así la División Azul, que el 13 de julio iniciaba su marcha desde la Estación del Norte de Madrid entre gritos de entusiasmo y al mando del general Agustín Muñoz Grandes.
Apoteósica despedida a los voluntarios de la División Azul
En los primeros meses de 1944 la situación llegó a extremos angustiosos. La sequía y las pésimas cosechas se aunaron a las medidas drásticas tomadas por los aliados en cuanto al corte de suministros como represalia a nuestra continua ayuda a Alemania, a la que hacíamos envíos de wolframio para la producción de aleaciones de aceros duras y resistentes, material muy implicado directamente en la marcha de la guerra. Las ciudades, sin tráfico de automóviles, vieron reaparecer los coches de caballos, y los cortes de corriente obligaban a talleres, fábricas y establecimientos de todo tipo a producir su propia energía mediante generadores autónomos.
Y próximo el desenlace de la conflagración mundial, ante los atónitos ojos de los españoles y en medio de su más absoluta impotencia y de un desconocimiento total de la verdad de nuestra situación frente a la hegemonía aliada, se fueron sucediendo vertiginosamente los acontecimientos bélicos de aquel año 1944: la conquista de Roma, el desembarco de los aliados en Normandía y la liberación de París, el fallido atentado contra Hitler, el apocalíptico y devastador avance ruso hasta Berlín…
El general Charles de Gaulle recorriendo los Campos Elíseos tras la liberación de París el 24 de agosto de 1944
Escoltando a De Gaulle iba la 9.ª Compañía de la 2.ª División Blindada del general Leclerc, conocida popularmente como “La Nueve”, formada casi íntegramente por
refugiados españoles que ya habían luchado en España contra Franco y que fueron los primeros en liberar París. Desfilaron con estandartes de la Segunda República
Española y sus tanques llevaban nombres sorprendentes: Ebro, Teruel, Belchite, Brunete, Guadalajara, Madrid-, Guernica, Don Quijote o España cañí, entre otros
Sólo hubo una noticia agradable en 1944, y fue la puesta a la venta del Pelargón, la primera leche infantil disponible en España y fabricada por Nestlé, antecedente de las leches modernas maternizadas. Con él empezaron a aparecer esos niños rollizos y con mofletes, con muslos magros, tan al gusto de la época.
Las primeras noticias de 1945 consternaron al mundo: los rusos descubrían y liberaban a los prisioneros del campo de concentración de Auschwitz, el mayor centro nazi de exterminio y símbolo del Holocausto, que mató a más de 6 millones de personas.
Auschwitz
Las siguientes nos complicaban la vida a nosotros: en la conferencia de Yalta, presidida por Roosevelt, Stalin y Churchil para acordar el punto final a la guerra, se hizo una condena del régimen español situándolo en el rango de los indeseables. Para la población fue especialmente duro, y el año 1945 conocido a partir de entonces como el "del hambre".
Y en la conferencia de San Francisco, que dio lugar al nacimiento de las Naciones Unidas, España fue excluida del nuevo sistema internacional.
Después todo fue rápido: la ejecución de Mussolini, el wagneriano fin de Hitler, la toma de Berlín y la capitulación incondicional de Alemania el 8 de mayo. Japón aún soportaría el lanzamiento de las bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki para verse obligada a firmar la rendición.
De la gran cantidad de refugiados españoles en Francia tras la Guerra Civil, más de 15.000 se habían incorporado como voluntarios en su ejército, y se calcula que unos 6.000 murieron en el campo de batalla y otros 7.000 internados primeramente en campos de trabajo de Francia y luego deportados al campo nazi de Mauthausen. Allí perdieron la vida 4.500; los supervivientes tuvieron el valor suficiente para realizar el último acto de afirmación política: cuando la primera unidad norteamericana entró en Mauthausen para liberarlo, fue recibida con el canto del Himno de Riego y ondeando una bandera de la República española .
Tropas americanas de liberación de Mauthausen recibidas por los prisioneros españoles
La incompatibilidad de la dictadura española con los Aliados sería de nuevo ratificada en la conferencia de Potsdam, en las afueras de Berlín, que estableció el mapa político de Europa después de la guerra y acordó la persecución y condena de la ideología nazi.
En 1946, la ONU se pronuncia por primera vez contra España e invita a sus miembros a una retirada general de embajadores. La decisión es clara represalia a nuestro apoyo a los vencidos y un intento de provocar la caída de Franco y el restablecimiento de un régimen democrático. La coacción incluso se incrementa a los pocos meses con el cierre de la frontera francesa y con un fuerte aislamiento económico auspiciado por Gran Bretaña.
El bloqueo inglés desataría nuestras fobias antibritánicas: la perfida Albión, raza de maricones y pervertidos, prohibición de nombres ingleses en los comercios, equipos de futbol, etc. E influidos por la denominación nacionalista, los Fútbol Club pasaros a llamarse Club de Fútbol y los Racing y los Sporting, arrinconados, y hasta hubo cambio oficial de camiseta en la selección, que del rojo paso al azul, igual como sucedió a Caperucita.
Fue el momento más crítico para la dictadura. España se quedaba sola. Su mundo se desplomaba. Los que habían sido amamantadores del régimen fascista de Franco habían caído. Era necesario hacer algo, y el primer paso fue llegar al El Pardo adhesiones de todo tipo. No quedo Ayuntamiento, Diputación o cualquier tipo de corporación que no mandara su telegrama al Caudillo con la decisión de no admitir ni el más mínimo cambio en una situación conquistada con la fuerza de las armas. ¡Para eso habían ganado la Guerra Civil!
El 9 de diciembre de 1946 se concentró junto al Palacio de Oriente la más
multitudinaria manifestación que imaginarse pueda de apoyo a Franco
Y así, tras una serie de viajes triunfales de Franco por media España, donde el tema de la masonería sería leit-motiv inagotable para cargarle las mayoría de nuestros males y la conjura internacional (era recurrente y casi de chiste oír las excelencias y logros del Gobierno a pesar del conturbenio judeo masónico y la pertinaz sequía), el 9 de diciembre, junto al Palacio de Oriente, se concentró la más multitudinaria manifestación que imaginarse pueda. Ex combatientes, ex cautivos, mutilados, falangistas, militares, sindicalistas, paisanos, escolares y toda la masa de adictos al franquismo se apiñaron para expresar su apoyo incondicional al hombre que tras una victoriosa guerra y seis años de propaganda se había convertido en la personalización del Estado.
En el mes de junio de1947, la España franquista, proscrita en lo internacional, recibía a Eva Perón, la esposa del presidente argentino, que venía con un buen regalo de trigo para aliviar nuestro desabastecimiento alimentario y que fue recibida clamorosamente en la plaza de Oriente por más de cien mil trabajadores. Acompañada siempre por doña Carmen Polo de Franco y rivalizando con ella en el tamaño de pamelas y collares, hizo turismo por Andalucía y Galicia. En Vigo donde encontró una multitud que coreaba los nombres de Franco y Perón, ella, que no temía a los micrófonos, les habló: "En Argentina trabajamos para que haya menos ricos y menos pobres. ¡Hagan ustedes lo mismo!"
Eva Perón en Madrid
Antes, en Madrid, lo que tendría que haber sido un paseo, se transformó sin embargo en el primer round de una pelea entre las dos mujeres que iba a prolongarse, dentro de las educadas reglas del protocolo diplomático, durante toda su estancia en España: mientras Carmen Polo quiso mostrarle a su invitada el Madrid histórico de los Austrias y los Borbones, ésta quiso ver los hospitales públicos y los barrios obreros. De regreso en la Argentina, contaría: "A la mujer de Franco no le gustan los obreros, y los tilda de rojos por participar en la guerra en el bando contrario".
Fue 1947 el año en el se produjo uno de los acontecimientos que más colaboraron a la estabilidad del Régimen ejerciendo una labor distrayente sobre los apesadumbrados españolitos: la inauguración del Chamartín, el nuevo estadio del Real Madrid, que luego pasó a llamarse Santiago Bernabeu. La España franquista encontró en el fútbol el factor de política interior capaz de disipar los infinitos motivos de padecimiento de las gentes. Fútbol y también toros: Manolete el torero más legendario, imponía su estilo, que polémico ó no, ha dejado una huella que aún perdura. El 28 de agosto de ese año compartía cartel en Linares con Luis Miguel Dominguín y Gitanillo de Triana. El segundo de su lote, Islero, de Miura, llega muy tardo y apretando a la suerte suprema. Manolete, como siempre, se entrega, pero comete un error técnico y ejecuta la estocada con mucha lentitud. El toro hunde hasta la cepa el pitón en su muslo derecho. Los destrozos causados en el triángulo de Scarpa atravesado por la vena femoral le produjo la gran hemorragia que terminó con la vida del torero en la madrugada del 29 de agosto.
Estadio de Chamartín. 1947
Tumba de Manuel Laureano Rodríguez Sánchez "Manolete" en el Cementerio de Ntra. Sra. de la Salud de Córdoba
Con la seriedad del arte cordobés de Manolete habían coexistido en los primeros años de posguerra la delicada perfección del sevillano Pepe Luís Vázquez, la espectacularidad de Carlos Arruza, la figura en ciernes de Dominguín y la eficacia de Domingo Ortega, un maestro que venía de la generación anterior.
Para espantar las penas se cantaba. Mucha copla, boleros, mambos, cha-cha-chas y pasodobles de la Concha Piquer, Estrellita Castro, Juanita Reina, Celia Gámez, Imperio Argentina, Lola Flores, Manolo Caracol, Farina, Juanito Valderrama, Jorge Sepúlveda, Bonet de San Pedro, Angelillo, Machín, Elder Barber, Gloria Lasso, Juanito Segarra, Luis Mariano, Marifé de Triana, Pepe Blanco, Carmen Morell, Rosita Ferrer, La Paquera de Jerez, Adelfa Soto…, o desgarradores tangos de Carlos Gardel.
Concha Piquer, Antonio Machín y Carlos Gardel
Y muchas orquestas con esculturales vedettes o "animadoras" que se atrevían con todo, como en Criptana sucedía con La Mambo y la Ritmo, hasta con sonidos americanos como el bugui-bugui.
La Orquesta Ritmo en el Carnaval de Criptana de 1952
Caso especial fue el de Miguel de Molina el maestro indiscutido de todos en la copla, al que hicieron la vida imposible por "rojo y maricón" y tuvo que emigrar. Dicen que cuando murió en su casa de Buenos Aires a los 84 años, hubiese querido cantar como despedida a la sociedad aquello de: "Na te debo, na te pido…".
Miguel de Molina
Canciones requetesabidas de memoria a fuerza de oírlas una y otra vez en aquellos programas de la radio de pueril ilusión de los discos dedicados. Canciones ya inolvidables para aquellas generaciones: Acércate más, Adelita, Adiós muchachos, Adoro, A la lima y al limón, Alma, corazón y vida, ¡A lo loco! ¡A lo loco!, Amado mío, A media luz, Angelitos negros, Antonio Vargas Heredia, Aquellos ojos verdes, A tu vera, ¡Ay, mi sombrero!, ¡Ay, pena, penita, pena!, Ay qué tío, Bésame mucho, Brasil, Cabaretera, Cachito, Camino verde, Campanera, Canastos, Cántame un pasodoble español, Capote de grana y oro, Carmen de España, Cocidito madrileño, Con el catapún, Doce cascabeles, Dos cruces, Esperaré, Francisco Alegre, La Lirio, La morena de mi copla, La niña de la estación, La Parrala, La vaca lechera, La Zarzamora, Lerele, Madrid tiene seis letras, Mama, Me debes un beso, Me gusta mi novia, Mi casita de papel, Mi jaca, Mirando al mar, Mira que eres linda, Monísima, ¡Oh ! ¡El gasógeno!, Parece que va a llover, Perfidia, Qué bonita que es mi niña, Quizás, quizás, quizás, Si vas a Calatayud, Solamente una vez, Sombra de Rebeca, Tatuaje, Tequila, Tico-tico, Violetas imperiales,¡Yira...! ¡Yira...! y tantas otras.
Los bailes de la época
Los bailes eran como los actuales de boda, populacheros, terminando siempre con el baile de La cucaracha, La raspa o La conga, sin olvidar el Tiroliro y Rascayú:
Rascayú, rascayú,
cuando mueras, ¿qué harás tú?
Tú serás, tú serás
un cadáver nada más.
Y se reía con el caricato Ramper, cuyos chistes y chirigotas casi siempre a cuenta de la política, el racionamiento o el estraperlo, se pasaban sigilosamente de boca en boca no fuera uno a ser amonestado y llevado al cuartelillo por tratar de temas de tan sensible actualidad.
Ramón Álvarez Escudero "Ramper"
El espectáculo más frecuentado siguió siendo el cine. Desde las alturas se manipuló, y el aquí producido bajo el amparo de CIFESA era totalmente "nacional". Con mensaje, vamos. Y triste. Películas patrióticas como ¡Harka!, Frente de Madrid, ¡A mí la Legión!, Sin novedad en el Alcázar, Escuadrilla, Cabeza de Hierro o Raza, ésta con guión del propio Franco y con todos los tópicos en boga que imaginarse uno pueda. Folklóricas, con todo un repertorio lleno de tipismo hecho con retazos de zarzuela y canciones a troche y moche: La Reina Mora, Carmen la de Triana o Suspiros de España. Decimonónicas y antiguas, para hacernos ver que toda una serie de conflictos dinásticos, burgueses, sentimentales, de celos o con desenlace de asesinatos era cosa de otros tiempos y nada que tenían que ver con la España nacional católica: El escándalo, El Clavo, Eugenia de Montijo, Pequeñeces o Lola Montes. Religiosas: La Señora de Fátima, El Judas, Sor Intrépida o Misión Blanca. Y, ¡cómo no!, imperiales, ensalzando las gestas más heroicas de nuestra Historia patria: Alba de América, Agustina de Aragón, Reina santa o Locura de amor.
Y todo esto con el aperitivo del No-Do (Noticiario Documental), creado en 1942 como propaganda de la dictadura. Su exhibición, obligatoria en todos los cines de España durante casi 40 años, sirvió al Régimen para difundir sus valores y exaltar la figura de Franco.
Se tuvo que llegar casi al final de la posguerra para que una película nuestra, Surcos, se atreviera a mostrarnos la verdad de la vida cotidiana: el éxodo de los campesinos a la ciudad, la vergüenza del estraperlo, la prostitución como la más fácil salida de la miseria… A partir de ahí, empezaron a filmarse algunas buenas películas.
Pero el pueblo llano prefería las foráneas, que además se las daban dobladas al español y con los temas géneros y rostros que dieron al cine americano su mundial proyección.
Por estas pantallas nuestras se desplegó en los años 40 el genio e ingenio de sus grandes directores: Charles Chaplin, Orson Welles, George Cukor, John Ford, Frank Capra, John Huston, Raoul Walsh, Mankiewicz, Nicolas Ray, Howard Hawks, King Vidor, Billy Wilder, Willian Wyler…
Y el glamour y belleza de sus estrellas: Greta Garbo, Marlene Dietrich, Lana Turner, Bette Davis, Maureen O´Hara, Olivia de Havilland, Vivien Leigh, Joan Fontaine, Judy Garland, Ingrid Bergman, Lauren Bacall, Rita Hayworth, Katharine Hepburn…
Y el de apuestos galanes como Yohn Barrimore, James Cagney, Errol Flynn, Lawrence Olivier, Spencer Tracy, Glenn Ford, Gary Cooper, Henry Fonda, John Waine, Humphrey Bogart, James Stewart, Clark Gable, Cary Grant…
Y también el gran cine italiano con el neorrealismo llevado a su máximo esplendor en Roma, ciudad abierta, de Rossellini.
John Ford, Greta Garbo, Lana Turner, Errol Flynn, Billy Wilder, Joan Fontaine, Rita Hayworth y Cary Grant
En Criptana la gente empezó a ilusionarse con una paisana, Maria Antonia Abad, que iba para artista y que en 1944 intervino en la película Te quiero para mí, de Ladislao Vajda, con el seudónimo de María Alejandra. Muy pronto ese nombre artístico fue sustituido por el de Sarita Montiel, y se la pudo ver en Bambú (1945), de José Luis Sáenz de Heredia; Don Quijote de la Mancha (1947), de Rafael Gil, rodada en parte en nuestro pueblo; Alhucemas (1947), de José López Rubio, y Locura de amor (1948), de Juan de Orduña.
Sara Montiel
Eterna Sara
Inmediatamente la industria del cine mejicano le abrió sus puertas para intervenir en una decena de películas. Allí conoció a muchos exiliados españoles.
De Méjico saltó a Hollywood, donde rodó Veracruz (1955), de Robert Aldrich, teniendo por compañeros de reparto nada menos que a Gary Cooper y Burt Lancaster; Dos pasiones y un amor (Serenade, 1956), de Anthony Mann; y Yuma (Run of the Arrow, 1957), de Samuel Fuller
Y de vuelta a una España que empezaba a olvidar los difíciles años de posguerra rueda El último cuplé (1957), de Juan de Orduña, primera en su nueva etapa de máxima estrella indiscutible del cine español, que alcanzó un éxito que aún hoy resulta de difícil descripción.
Sara, Saritísima, envolvió los sueños de muchas generaciones con su voz profunda y sensual. Sus enormes ojos y las líneas de su rostro, de una pureza impecable, nos fascinaron.
Cuando después del éxito arrollador de Sara apareció por Criptana, todo el vecindario se fue a la calle para saludarla y aplaudirla. Mi madre logró acercarse, la besó y ella le dio una fotografía que firmó con una dedicatoria.
Compró Sara una casa en el pueblo, al principio de la calle del Monte, y un día que mi padre pasaba junto a su ventana oyó que alguien lo llamaba: "Valeriano, ven, pasa". Era la mismísima Sara que lo había reconocido después de tantos años, pues de niña, antes de la guerra, vivió con sus padres junto a la antigua bodega de mi abuelo Domingo, en la calle del General Peñaranda, que también sirvió de garaje y taller hasta que la empresa familiar de transportes aumento de efectivos. Además, Paco Alberca, que se había casado con Elpidia, la hermana de Sara, fue ayudante de mi padre en el camión durante dos años, antes de la Guerra Civil.
Vino Sara muchísimas más veces a Criptana, pero en nuestra familia es muy recordado el homenaje que en 1974, ya casi a punto de acabar la dictadura de Franco, recibió la artista al descubrir una placa en su honor en esa casa antes aludida donde vivió en su niñez. Cuando la comitiva, con el alcalde Antonio López-Casero y su esposa Maribel Beltrán (tambien Ramón García Casarrubios, entonces concejal y unos años más tarde alcalde), se dirigían a la inauguración, al pasar por la calle de la Reina, donde nosotros vivíamos, mi madre salió a la puerta y saludó efusivamente a Sara, que estuvo muy cariñosa, le dio dos sonoros besos y preguntó por mi padre.
La anécdota siempre fue muy comentada entre nosotros, pero nunca se nos ocurrió pensar que la escena pudiera haber quedado plasmada para la posterioridad. La gran sorpresa para mí fue comprobar muchos años después, navegando por Internet, que sí, que había una fotografía, con mi madre Flor Alarcos de espaldas acercándose a nuestra bellísima paisana.
Sara Montiel escuchando las palabras del alcalde Antonio López-Casero antes de descubrir la placa
Sara Montiel descubriendo la placa en la casa en donde vivio en su niñez
Cuando murió Sara en abril de 2013, mi esposa Trini y yo nos acercamos a la Gran Vía para darle el último adiós. Y la gran suerte fue también comprobar que algún fotógrafo de prensa capto la imagen de nuestra presencia (en este caso sólo el de mi esposa; yo posiblemente esté tapado o fuera de imagen) en la plaza de Callao, a la llegada del féretro para el homenaje que allí se dio a la actriz.
Mi esposa Trini es la primera por la izquierda
Volviendo a los tiempos de posguerra, otro espectáculo fue la Revista, que pese a las exigencias de la censura, continuó alegrando el ánimo de los españoles… Pero hagamos un poquito de historia:
Desde antiguo eran célebres en los escenarios españoles los monólogos cantados por mujeres. Y a finales del siglo XIX, por la influencia de espectáculos franceses, se produce una evolución en las tonadillas tradicionales y nace el cuplé.
Las primeras obras fueron de tono picante y atrevido, sicalíptico, sólo para hombres, "género infimo" como se dijo entonces.
El género sicalíptico
Cupletistas famosas fueron La Chelito, La Fornarina y La Argentinita. Con canciones tan sugerentes como: La pulga, Tango de los lunares, La regadera, Rumba del higo chumbo, El sobón, El solarium, La gasolina, Cuplés del himeneo…
En La pulga, la cupletista, mientras se buscaba el molesto insecto, se iba quitando la ropa hasta quedarse con una ligera malla que marcaba sus orondas curvas:
Tengo una pulga dentro de la camisa
que salta y corre y loca se desliza...
Como esta pulga llegare yo a encontrar
les aseguro que me las va a pagar.
El estribillo del Tango de los lunares decía:
Tengo dos lunares;
tengo dos lunares...
El uno en la boca
y el otro donde tú sabes.
Y no era mojigata precisamente la letra de La regadera:
Tengo un jardín en mi casa
que es la mar de rebonito,
pero no hay quien me lo riegue
y lo tengo muy sequito.
(...) No encuentro ni un jardinero
y es el caso extraordinario.
Entre tanto caballero
no hay ninguno voluntario.
¿No?
Existían en ese momento en Madrid once salas que se dedicaban a este género, entre ellas el Apolo, la Zarzuela, el Eslava, Gran Kursaal, Chantecler, Salón de Madrid y el Trianón Palace. Allí acudía la bohemia de aquellos tiempos formada por escritores, pintores, trasnochadores, etc.
Después de la Primera Guerra Mundial, las intérpretes del cuplé eligieron temas menos pícaros y más románticos. Es el momento en que convive el término de cupletista con canzonetista y tonadillera, y la mejor intérprete de este momento es Raquel Meller. Sus éxitos más famosos fueron El relicario y La violetera.
Pastora Imperio fue otra intérprete de gran fama. Era andaluza, y en su estilo y en sus canciones se adivina ya el género de la copla.
Raquel Meller y Pastora Imperio en cuadros de Joaquín Sorolla y de Julio Romero de Torres
Con el paso del tiempo los cuplés comenzaron a pasar de moda y nacieron otras formas de espectáculo de variedades. Fue el caso de la Revista, mezcla de zarzuela, sainete y elementos del cuplé, pero siempre con equívocos, situaciones más o menos picantes, chistes y diálogos atrevidos y, sobre todo, chicas ligeritas de ropa. Rápidamente se convirtió en el género musical de mayor aceptación popular.
Las mejores vedettes contribuyeron con sus voces, belleza y su peculiar manera de interpretar al éxito de la Revista, y por encima de todas, la gran Celia Gámez, reina del género, inigualable e inimitable.
Sin olvidar a los grandes cómicos que intervinieron en las mismas: Alady, Lepe, Heredia, Ángel de Andrés, Zorí, Santos y Codeso…
Carlos saldaña "Alady", Celia Gámez y José Álvarez "Lepe"
Es en el año 1919, con el estreno de Las Corsarias, de Paradas, Jiménez y Alonso, cuando el género toma carácter de naturaleza y se define su genuino estilo, que pronto se pone de moda con la colaboración de los mejores músicos y libretistas del momento.
En el Teatro Pavón de Madrid, en 1931, se estrena Las Leandras, de González del Castillo, Muñoz Román y el maestro Alonso. El éxito es impresionante, y Celia Gámez, su intérprete, elevada definitivamente a la categoría de mito nacional.
Cartel de Las Leandras y Celia Gámez interpretando al Pichi
Mujeres de fuego, La pipa de oro, Las cariñosas, Que me la traigan o Las de Villadiego forman el repertorio de los numerosos conjuntos o compañías del momento.
En tiempos de la Guerra Civil, a pesar de las necesidades del momento y sufrimientos, la Revista sigue llenando los teatros, proporcionando al público un respiro dentro de tanta angustia. Surgen nuevos títulos: Las faldas, Las Tocas, Las de los ojos en blanco, Cómo están las mujeres, Las de armas tomar... Además en estos años son más atrevidas, con plena libertad de tema —estamos hablando de la zona republicana— y con libre exhibición de desnudos.
Algunas vedettes de tiempos de la 2ª República: La Bella Dorita, Marlene Grey y La Mexicanita
En la posguerra, la rígida moral al uso obliga a un estilo más blanco, más familiar, pero sin perder ni un ápice de su carácter más o menos desvergonzado y atrevido, con sus chistes de doble sentido y sus chicas con bellas e insinuantes piernas. Nada mejor para olvidar los sinsabores de la vida cotidiana.
Y sigue siendo la Gamez la que llena los locales y consigue que las señoras acudan a este tipo de espectáculos. Es más, no había matrimonio de provincias que en sus viajes a Madrid no acudiera a los nuevos templos de la Revista: el Teatro Martín, el Calderón, el Fuencarral, el Maravillas, El Alcázar, La Latina…
Los títulos son inolvidables para los amantes de este género: La cenicienta del Palace, Yola, Si Fausto fuera Faustina, Hoy como ayer, La Estrella de Egipto, Doña Mariquita de mi corazón, Cinco minutos nada menos, Ladronas de amor, Yo soy casado, señorita, Su majestad la mujer, La blanca doble, Una rubia peligrosa, Luna de miel en El Cairo, Róbame esta noche…
Surgen nuevas vedettes: Conchita Páez, Maruja Tomás, Raquel Rodrigo, Monique Thibaut, Raquel Daina, Irene Daina, Virginia de Matos, Queta Claver, Mari Begoña, Mari Campos, Pilarín Bravo, Mariluz Real, Licia Calderón, Florinda Chico, Carmen del Lirio, Addy Ventura, Esperanza Roy, Concha Velasco, Tania Doris, Rosa Valenti, Lina Morgan…
Acompañados por actores cómicos como Cervera, Bárcenas, Gómez Bur, López Somoza, Antonio Garisa, Paquito Cano, Pedro Peña, Luís Cuenca, Antonio Casal, Juanito Navarro, Tony Leblanc…
Queta Claver, Esperanza Roy, Tania Doris y Lina Morgan
La claque era una institución en la Revista, gente que se contrataba para aplaudir en ciertos momentos del desarrollo del espectáculo siguiendo las órdenes de un personaje, el jefe de claque, al servicio del empresario. El aplauso dirigido incitaba al resto del aforo a hacerlo y conseguía que hasta una obra de mala calidad tuviera un éxito extraordinario No eran buenas localidades, pero veías la función por muy poquito dinero e incluso en algunos teatros gratis. La contratación se hacía en bares cercanos a los locales y había que estar allí una hora antes porque los aspirantes eran muchos y el cupo pequeño. Conocí dónde se efectuaban estas operaciones para el teatro Martín, el Fuencarral y el Calderón, y reconozco que un par de veces me contraté para tal menester. Se decía que incluso había contraclaque, pactada por empresarios de la competencia para patear y tumbar la representación.
Manolo Gómez Bur, Luis Cuenca, Juanito Navarro y Tony Leblanc
Y ahora una anécdota en plan telegráfico para no alargar mucho:
Principio de los años 70 del pasado siglo, un domingo por la tarde. Teatro Alcázar en la calle de Alcalá de Madrid. En cartel: El último de Filipinas, con la pareja cómica Zori y Santos, la escultural supervedette Diana Darvey y la colaboración especial de Celia Gámez, ya con más de 65 años. En un palco de platea (para los no iniciados, un palco metido dentro del escenario), yo (el burro por delante), mi cuñado Pablo Ossorio, mi amigo Santi Sánchez-Manjavacas (de Criptana, claro), y varios amigos comunes de Ciudad Real, estudiantes en Madrid. Estado anímico: explosivo, después de todo un fin de semana de libaciones alcohólicas continuadas. Pertenencias: aparte de las personales, una gran caja de pastas de té que mi cuñado se empeño en comprar en el ambigú del teatro para invitar a las chicas.
Empieza la función y salen las chicas, las famosas coristas, claro, de Colsada, el gran empresario de la Revista, cantando y bailando por delante de nosotros aquella especie de can-can:
Somos las chicas alegres
que trajo Colsada
para quitarles el mal humor…
Las alegres chicas de Colsada
Y Pablo, en pie, con las pastas, las ofrece. Ninguna de las chicas, con más espolones que un gallo de pelea, las rechaza. Todos comemos, incluido Zori, la vicetiple, Diana Darvey y hasta la mismísima Celia Gámez. Cachondeo y aplauso generalizado. Tras las bambalinas alguien ofrece una botella de licor, pero no prospera la idea. Función especial con nosotros como protagonistas. Nos dedican todos los chistes; somos el blanco de todas sus gracias, de todas sus preguntas e insinuaciones de doble intención y hasta nos sacan a bailar al escenario. Estuvimos graciosísimos, simpáticos, ingeniosos, "sembraos". Nos sacan los colores. Público entregado y ovación interminable. Sólo faltó que bajáramos la famosa escalera de los espectáculos de Revista acompañando a los actores en la apoteosis final. Éxito tremendo de la función, compartido al 50 % entre la compañía y nosotros, obligados a ponernos en pie a requerimiento de Zori y del público, con cuatro bajadas y subidas de telón. Los cómicos nos despiden estrechándonos las manos. Las chicas nos besan. Se acabó.
Nota: Santi me comentó al poco tiempo que Diana Darvey, que estuvo especialmente cariñosa con él, tenía dos titos (dos ombligos). Y es que, un poquito beodo, se pasó toda la función viendo doble. Salió ganando, porque vio más piernas y tetas que el resto.
Santi y Pablo ya no están desgraciadamente entre nosotros. Dios los tenga en su Gloria
Y lamentablemente la Revista es un género ya desaparecido, quizás asustados los productores por los altísimos presupuestos que se necesitaban para montar estos espectáculos.
Celia Gámez, la pareja de actores cómicos Zori y Santos y la supervedette Diana Darvey
Retornando a nuestra posguerra, el 2 de junio de 1950, en el estadio Maracaná de Río de Janeiro, España ganó a Inglaterra en el Mundial de Fútbol de Brasil. El Partido fue retransmitido por Matías Prats y el memorable gol de Zarra siempre será recordado como una venganza de infinitas afrentas históricas. El propio Franco mandó un telegrama a los jugadores felicitándolos "por su brillante triunfo en defensa de nuestros valores".
El famoso gol de Zarra a Inglaterra en el Mundial de Fútbol de Brasil de 1950
Del periodo de aislamiento salimos gracias al inicio de la Guerra Fría. Los acontecimientos internacionales provocaron que Estados Unidos mirara con otros ojos al dictador: su anticomunismo y la posición geoestratégica de la península ibérica, como base de retaguardia de Europa occidental frente a la Unión Soviética, llevó al Departamento de Estado a poner en sordina el carácter dictatorial del régimen de Franco y a respaldar la reanudación de relaciones diplomáticas de España con Naciones Unidas.
El 22 de marzo de 1952 el Consejo de Ministros anunciaba que, a partir del 1 de abril, decimotercer aniversario de la Victoria según la jerga oficialista, se suprimía el racionamiento de pan. La fecha marca el final de la posguerra y el abandono de una política autárquica que daría paso a una tímida apertura al exterior. El racionamiento de combustible y materias primas permanecería un tiempo más.
En 1953 se firmaron dos pactos cruciales, el Concordato con el Vaticano y el acuerdo con los Estados Unidos, mediante el cual esta nación se comprometía a conceder a España ayuda militar y económica. Este proceso de adaptación al mundo exterior culminó en 1955 con el ingreso español en la ONU como miembro de pleno derecho.
Bienvenido Mr. Marshall
Creímos en España que nos iba a llegar el milagro americano; pero… más bien pasó de largo, como bien retrató García Berlanga en una de las películas más logradas del cine español de posguerra, Bienvenido Mr. Marshall.