ras la caída de la Dictadura del general Miguel Primo de Rivera y el descrédito de la Monarquía, un país pobre, escindido y lastrado por mil problemas no vislumbraba más solución que una República. Así lo manifestó en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 y así lo celebró con inusitado entusiasmo dos días más tarde. Se dijo que sin mediar una sola gota de sangre. Para la mayoría de la población representaba la esperanza de una nueva España, moderna y más justa. A los ojos de la opinión mundial pudo considerarse como un maravilloso ejemplo de civismo y madurez política. Niceto Alcalá Zamora fue su primer presidente.
El 14 de abril de 1931, día de la proclamación de la Segunda República, en la Puerta del Sol de Madrid
Quizá cada generación haya tenido su fecha memorable. Sería largo el recorrido desde que en 1812 proclamaran en Cádiz nuestra primera Constitución, la famosa Pepa, tan llena de ilusiones prontamente yuguladas por el felón Fernando VII, hasta nuestros días. Pero ninguna de esas muchas fechas sumó tantas esperanzas como aquel 14 de abril.
Gobierno provisional del 14 de abril de 1931. De pie: Indalecio Prieto, Marcelino Domingo, Casares Quiroga,
Fernando de los Rios, Lluís Nicolau d'Olwer, Francisco Largo Caballero, José Giral, Diego Martínez Barrio.
Sentados: Alejandro Lerroux, Manuel Azaña, Niceto Alcalá Zamora, Julián Besteiro y Álvaro de Albornoz.
Bandera tricolor usada por numerosos grupos republicanos y adoptada oficialmente por la Segunda República. El escudo
es el que figuraba en las monedas de cinco pesetas del Gobierno Provisional (1869-1870) tras el derrocamiento de Isabel II.
Como himno nacional se adoptó el de Riego, que ya lo fue en el Trienio Liberal (1820-1823) y en la Primera República
Empezó así la extensa obra de cambiar las cosas, de remediar males heredados. Todo ello con el trasfondo de un florecimiento intelectual, cultural y artístico hasta entonces no conocido y que, por desgracia, tuvo que producir sus mejores frutos ya en el exilio. La República realizó una reforma agraria que fue luego destrozada tras las elecciones de 1933 por el Partido Radical y la CEDA. Una reforma militar bien planteada pero acaso mal explicada. Una política autonómica que cuajó en la concesión del primer Estatuto para Cataluña y, ya en días de guerra, de otro para el País Vasco. Una necesaria reforma contra el caciquismo en el campo que propiciaron tanto la Ley de Términos Municipales como la creación de Jurados Mixtos. Una política religiosa, posiblemente dañina para la Iglesia católica, cuyo poder espiritual se había confundido durante siglos con el poder temporal, agravada por las imágenes de destrucción que ocasionó la violencia anticlerical. Implantación de la escuela laica y del divorcio. Una magnífica previsión de obras publicas (incluía muchos de los pantanos que luego Franco hizo), que desde el ministerio del ramo dirigió don Indalecio Prieto, y que en Madrid, como capital del nuevo Estado democrático, tuvo su plasmación en el Plan General ideado por el gran arquitecto y urbanista Secundino Zuazo. Se propusieron una serie de actuaciones entre las que se contaban una plan radial y circular de carreteras y de enlaces ferroviarios, entre ellos el subterráneo entre Atocha y Chamartín —el tubo de la risa o metro de don Inda (por don Indalecio)— anexión de pueblos limítrofes y creación de barrios satélites, concentración de ministerios en el paseo de la Castellana y prolongación de dicho paseo. Muchas de estas ideas fueron utilizadas como propias por los urbanistas posteriores.
Indalecio Prieto, Secundino Zuazo y un detalle del proyecto de los Nuevos Ministerios en la Castellana de Madrid
El apelativo de túnel o tubo de la risa —ahora hay otros— viene de una atracción de feria que por aquellos años hacía furor. Consistía en un cilindro acolchado, de aproximadamente dos metros de diámetro y cuatro de longitud, que giraba, con el público dentro, como si fuera el tambor de una lavadora. Cuando comenzó en 1933 a construirse el túnel entre Atocha y Chamartín, la prensa cercana a la derecha satirizó el proyecto por creerlo imposible. Hasta José Antonio Primo de Rivera dijo de él la siguiente lindeza: "Nos han minado Madrid con un tubo que se llama el tubo de la risa, pero que quizá sea una vez más el tubo de la afrenta, porque va a servir para que pasen por debajo de nuestra Península, hacia trincheras que no nos importan, las tropas coloniales de cualquier país vecino".
El tubo de la risa, popular atracción de feria en las primeras décadas del siglo XX
Billetes y monedas emitidos por el Gobierno de la Segunda República, y entre ellas la famosa "rubia" de 1 peseta. También
discos de cartón con timbres y sellos a los que se tuvo que recurrir durante la Guerra Civil por la escasez de monedas, debido
al acaparamiento de la gente, ya que su valor en peso era mayor al que indicaba la acuñacion, o por ser empleadas, una vez
fundidas, a la fabricacion de munición. Muchos municipios tuvieron que recurrir a sus propias acuñaciones, sellos o emision
de billetes de bajo valor para solventar esa falta de "calderilla" para el comercio del día a día
Pero la relativa paz y el relativo orden con que había llegado la República bien pronto quedaron hechos añicos; los años que van desde 1931 a 1936 se convirtieron en fiel reflejo de las contradicciones de la sociedad española. La tarea resultó mucho más complicada de lo previsto, pues se agrandó la separación entre derechas, que creían que las reformas eran demasiado radicales y atrevidas, e izquierdas, que creían que eran demasiado moderadas y lentas. Influyó además la fuerte recesión económica ante la desconfianza de la patronal y los grandes terratenientes hacia el Gobierno y ante las crecientes reivindicaciones obreras, y, muy gravemente, el error de no saber controlar los desmanes de los grupos más radicales y antisistema de uno u otro signo. Las elecciones de febrero de 1936 sólo sirvieron para dividir aún más a los españoles, y tras el triunfo del Frente Popular la oligarquía ya solo tuvo fe en una acción salvadora del Ejército que librara a España de la anarquía y la revolución. Se daba paso así a la Guerra Civil Española.
Manifestación en Madrid por el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936
Desfile militar en la Castellana, el 14 de abril de 1936, con motivo de 5º Aniversario de la República
El 18 de julio de 1936 los militares más conservadores del Ejército español se levantaron en armas contra la República, en un golpe de Estado dirigido a reemplazar la legalidad por un sistema autoritario de corte fascista, conforme a la realidad ideológica de aquellos tiempos. Este acto de traición significó el fin del experimento democrático realizado en España desde abril de 1931. Empezaba la espantosa Guerra Civil de tan trágico final, con más de 600.000 muertos
Bando original del general Franco en Santa Cruz de Tenerife, el 18 de julio de 1936, llamando a la insurrección
Los sublevados pensaban que todo se acabaría en unos días y que el Gobierno republicano se vendría abajo; pero el pueblo, que había celebrado en la calle las luminosas jornadas de abril de 1931, se dispuso, echándose de nuevo a la calle, a aplastar con las armas a los enemigos de la República. ¡Viva el pueblo! Pueblo que desde 1808 vivió años de agitación que no significaron una revolución salvadora, ni siquiera la de 1868. Pueblo de Daoiz y Velarde, del Empecinado, de Muñoz Torrero, de Riego, de Arguelles, de Torrijos, de Espartero, del general Prim..., que veía peligrar su última conquista popular.
Carteles de propaganda de los dos bandos en guerra
Es innegable que tanto en la zona republicana — 60.000 personas asesinadas— como en la controlada por los sublevados —unos 100.000 sucumbieron a la cacería humana— la represión fue una práctica generalizada. El terror fue compartido.
El "paseo" alcanzó a políticos de derecha, caciques, terratenientes, empresarios, burgueses y, especialmente, a sacerdotes y religiosos —cerca de 7.000—, alineados claramente y sin rubor con los facciosos, que a su vez utilizaron la religión como gran bandera. Quemar una iglesia o matar a un clérigo es lo primero que se hizo en muchos sitios donde no triunfó la sublevación. Asesinar a un cura simbolizaba el fin de todo un sistema de dominación heredado. Suponía socavar el cimiento de un orden que no tenía en cuenta a los más humildes. La Iglesia se manifestó como el principal obstáculo para la reforma, la modernización del país y la continuidad democrática.
Multitud de iglesias destruidas, imágenes profanadas y religiosos asesinados por grupos incontrolados del bando republicano
Hubo cierta ingenuidad en valorar los peligros de la radicalización. Aunque numerosos republicanos y dirigentes obreros y sindicales condenaron este terror indiscriminado desde el primer momento, hubo tibieza a veces o incluso pasividad en atajarlo, y la desintegración del propio Estado impidió a las autoridades —y lo intentaron—tomar medidas eficaces para evitar la barbarie, que sin ninguna duda debieron ser más efectivas.
El terror republicano se desató a menudo en forma de arrebatos espontáneos, en gran medida, como resultado de los años de miseria, de frustraciones y de vida angustiosa impuesta por la estructura social y política y como respuesta al intento de los militares golpistas de destruir la República que ofrecía medidas para reparar este mal social.
En Paracuellos del Jarama se realizó la mayor matanza de prisioneros opuestos al bando republicano, procedentes de
varias "sacas" realizadas en cárceles madrileñas en noviembre de 1936. Fueron asesinadas entre 2.000 y 5.000 personas,
si bien la cifra exacta sigue siendo objeto de discrepancia y controversia
En la zona de los insurgentes, en cambio, los militares alentaron el terror. La represión formó parte de la estrategia diseñada para alcanzar el poder, una vocación de exterminio que se centró fundamentalmente en cargos políticos republicanos, militares leales a la República, intelectuales, dirigentes políticos, sindicales y líderes obreros. Franco no quiso ganar la guerra al Frente Popular; quiso matar a todos.
Muchos no volverían a sus casas, asesinados por el propio ejército franquista o por grupos ultraderechistas
Cuando Azaña llamó a Negrín a formar gobierno en 1937, su propósito era convencer a Francia y el Reino Unido de que sustituyeran su política de no intervención en la guerra española por otra de mediación en busca de un armisticio. La remota posibilidad de que el Vaticano se incorporara a esta iniciativa, hizo que Franco montara en cólera y encargara al cardenal Gomá, primado de España, un escrito colectivo del episcopado español sobre la naturaleza de la guerra y la imposibilidad de darle otro fin que no fuera el aniquilamiento del enemigo. La conciliación era "absurda", porque "transigir con el liberalismo democrático..., absolutamente marxista, sería traicionar a los mártires", manifestó en noviembre de 1938 Leopoldo Eijo Garay, obispo de la diócesis Madrid-Alcalá. La propuesta de mediación estaba condenada así al fracaso. Lo que siguió fue la exaltación de Franco como Caudillo enviado por Dios para salvar a España y las imágenes de los obispos rodeando a Franco con el brazo en alto fascista.
Franco y el cardenal Gomá con el brazo en alto fascista
Años después, el Concilio Vaticano II (1962-65) pilló a la Iglesia española con el pie cambiado y puso en evidencia su estrecha relación con la dictadura, con gran desprestigio para los protagonistas. “Cuando los obispos españoles intervenían, los padres conciliares aprovechaban para salir al baño”, escribió el dominico francés Yves Congar, uno de los grandes artífices intelectuales del Vaticano II. Que gran parte de los prelados españoles “vendiesen la figura de un dictador como el gran salvador del Cristianismo” (así escribió), le parecía execrable. Europa, librada sangrientamente de la infamia nazi-fascista y en plena guerra fría contra el totalitarismo comunista soviético, llevaba dos décadas en la dirección opuesta.
Los obispos españoles vivieron un Concilio Vaticano II perplejos, avergonzados y reacios a los cambios que se imponían, más preocupados por la reacción de Francisco Franco, al que debían, muchos de ellos, el rango episcopal.
Allí oyeron hablar en positivo de libertad religiosa como uno de los derechos humanos, de tolerancia, de misericordia y de la iglesia del pueblo. Era justo lo contrario de lo que predicaban en sus diócesis.
Concilio Vaticano II
Volviendo a la Guerra, los intentos de Azaña por terminar con la lucha fratricida, reconociendo incluso ya desde finales de 1937 que la República nunca ganaría la guerra, y que en contra de los partidarios de la resistencia lo mejor era reconocer la derrota y establecer una paz con condiciones, nunca fueron tenidos en cuenta. Sólo al final, el coronel Segismundo Casado, jefe del Ejército del Centro, con el apoyo del general Miaja y de ilustres socialistas como Besteiro o Wenceslao Carrillo, logró establecer contactos formales con Franco para establecer una rendición incondicional, que no ofreció ninguna garantía a los vencidos.
Julián Besteiro (con un perro) en la cárcel de Carmona. A pesar de su intento para negociar un fin a la guerra fue condenado
por "rebelión militar" a treinta años de reclusión. Murió de tuberculosis en la cárcel el 27 de septiembre de 1940
El terror de los nacionalistas se llevó a cabo bajo las órdenes de las más altas autoridades y de acuerdo a un plan preconcebido para purgar la sociedad, purga que continuó en la posguerra para que la mera lucha por la supervivencia eliminara cualquier conato de oposición política. Plan que obtuvo el beneplácito de la Iglesia, cuando no su participación activa en acusaciones y delaciones, o al menos su cómplice silencio. Feliz y gozosa con todos los privilegios que le proporcionaba Franco, nunca quiso saber nada de las víctimas del otro lado y rodeó a sus mártires de una mitología y de un ritual que aún hoy continúan.
Se pretendió enmascarar esta situación con la emisión de diversos decretos y disposiciones legales, que culminaron con la publicación el 9 de febrero de 1939 de la ley de "Responsabilidades Políticas". Ley, que ya en su artículo primero violaba uno de los principios irrenunciables del Derecho al sancionar "retroactivamente" a las personas, tanto jurídicas como físicas, que antes de julio de 1936 contribuyeron a crear o agravar la subversión.
Muchos fueron los fusilados en las cunetas de las carreteras o en las tapias de los cementerios y enterrados en fosas comunes
Amparados en estas disposiciones, los consejos de guerra dictaron, en ausencia de cualquier garantía procesal, numerosas sentencias de muerte. Una vez finalizada la guerra, cuando se pudo ser más generoso, el proceso de "normalización" continuó desarrollándose a partir de las denuncias efectuadas por cualquier vecino, muchas veces motivadas por venganzas personales, o de las pesquisas realizadas por los servicios de investigación de la Falange. Se siguió matando, y de qué manera. El detenido, si sobrevivía al interrogatorio, comenzaba un rosario de instrucciones sumariales para finalizar delante de un consejo de guerra, normalmente masivo, donde el defensor —militar— poco o nada podía hacer salvo pedir clemencia. Si le declaraban culpable y era condenado a muerte, el reo era trasladado a la cárcel donde, de madrugada, se efectuaban las "sacas". Los fusilamientos, en cunetas, en mitad del campo o en las tapias de los cementerios; obligadas las víctimas incluso a cavar sus propias fosas, si no arrojados a pozos o barranqueras. Tremenda la frase de un fiscal de entonces: "¿Se puede consentir que en esta España católica, apostólica y romana existan seres que seis meses antes de nacer ya tengan instintos revolucionarios? ¡Pido la pena de muerte!".
Fusilados junto a las tapias de los cementerios
¡Hasta los niños jugaban a fusilar!
Militares leales a la República y dirigentes de los partidos políticos y sindicales fueron los principales objetivos. Casi 500.000 españoles tomaron el camino del exilio; otros 300.000, encerrados en cárceles, y más de 50.000, ejecutados al final de la guerra. Al menos 4.000 murieron de hambre y frío en las prisiones.
En Campo de Criptana, muchos de los problemas ya venían de lejos. Incluso las diferentes desamortizaciones del siglo XIX no hicieron otra cosa que empeorar la situación social, pues no tuvieron como objetivo facilitar el acceso a la propiedad a los que nada o poco poseían, sino que de ella se aprovecharon lo que mejor disposición económica tuvieron para comprar.
Entre 1855 y 1900 se enajenaron bienes eclesiásticos, municipales y de beneficencia, unas 1.087 hectáreas, casi el 3,3% de la extensión del municipio. La inmensa mayoría, naturalmente, fueron a parar a las familias más adineradas; sólo en 1855 se dan títulos de propiedad definitiva a repartos de tierras, unas 896 fanegas, que se habían hecho en 1782 entre los labradores más humildes y que hasta entonces habían tenido que pagar una renta. La venta de terrenos municipales, de propios, fue incluso la más perjudicial, pues privó a los vecinos de bienes de utilidad común, como fue el caso del Monte Viejo, y al Ayuntamiento de la necesaria autonomía económica, que tuvo que subsanar con la consiguiente subida de impuestos.
Campo de Criptana en los primeros años del siglo XX
Por otra parte, el desarrollo económico producido por la expansión del cultivo de la vid en las primeras décadas del siglo XX, contribuyó también a aflorar los conflictos siempre latentes entre patronos y asalariados por la desigual distribución de la propiedad y la riqueza. Los ricos se hicieron mucho más ricos, pocas dudas caben, pues el alto coste de la plantación de vides sólo podía estar en mano de los grandes propietarios y de los más prósperos de los medianos. Los pobres se hicieron un poco menos pobres, eso sí, gracias a que los trabajos de plantación y mantenimiento de los nuevos cultivos aumentaron la oferta de jornales y a que muchos pudieron acceder a tierras en arrendamiento; pero la aparente prosperidad no terminó con las profundas injusticias sociales. De hecho, por aquellos años, las listas de Beneficencia del Ayuntamiento registraban cientos de personas.
Aunque hubo más trabajo en el campo, la expansión del cultivo de la vid produjo mayor desigualdad entre pobres y ricos
Los sindicatos patronales y obreros, en sus vertientes de asociacionismo católico o socialista, vinieron a ser los medios con los que cada uno de los sectores trató de hacer valer sus derechos y reivindicaciones.
De inspiración católica era el "Sindicato La Agrícola Manchega", constituido el 1 de enero de 1913 como cooperativa de producción y consumo. Totalmente patronal, en 1924 sus miembros poseían más del 53 % de la riqueza rústica del pueblo.
Más antigua aún era la "Vinícola del Carmen", asociación que perteneció a la "Federación de Sindicatos Católicos". Existió asimismo una "Federación Católica Local de Sindicatos Profesionales" de incierta fecha de constitución.
Los estatutos del "Sindicato Agrícola Católico" fueron aprobados el 16 de abril de 1925. Su domicilio social en la hoy calle Castillo, número 2. Para ingresar en él se necesitaba observar buena conducta moral y religiosa, Y los fines: crear o fomentar instituciones de crédito, de cooperación y de ayuda mutuas, favorecer la instrucción de los miembros y hacer todo lo posible por mejorar la producción agrícola. Era un sindicato interclasista, pues se integraban en él propietarios, colonos y jornaleros.
Puerta que se conserva en el edificio del Pósito, hoy Museo Municipal, de la antigua
Agricola Manchega, sindicato patronal de inspiración católica
De signo contrario era la entidad que sería el germen de la UGT en Criptana, la "Sociedad Obrera la Esperanza", constituida el 28 de diciembre de 1912. Vinculada al PSOE, sus ideario: mejorar las condiciones de vida del obrero, tanto morales como materiales, procurar la desaparición de los trabajos a destajo y conseguir unos salarios adecuados que fueran iguales para el hombre y la mujer ante un trabajo igual, y en jornada máxima de ocho horas.Su primer presidente fue Antonio Sepúlveda. En mayo de 1933 eran alrededor de 500 lo afiliados y el máximo dirigente Manuel Vela López.
Otras asociaciones integradas en la UGT fueron, entre otras: "La Defensa", de pequeños colonos y arrendatarios; "El Trabajo", de albañiles; "El Progreso", de obreros viticultores; "La Verdad Social", de carpinteros; "La Constancia", de gañanes y mozos de labranza, y, la única femenina, "La Aurora del Porvenir", partidaria —eran otros tiempos— de la prohibición del trabajo a la mujer mientras hubiera hombres en paro.
Fueron dos formas de entender la actividad sindical, fuertemente enfrentadas, que aquí tuvieron su particular y trágica versión.
Sindicato de la UGT, ligado siempre al PSOE
En esto, llegó la crisis vitivinícola, al recuperarse los cultivos con filoxera de otras regiones. La superproducción trajo como consecuencia una caída en los beneficios, el descenso en los niveles de vida y la vuelta a la indigencia de muchas familias.
En 1927 hubo una huelga de bodegueros durante la vendimia. No tomaban uva y en las cercanías de las bodegas se aglomeraban los carros sin descargar. Terminó el conflicto cuando el jefe del Estado, don Miguel Primo de Rivera, obligó a que se pagara el kilo de uva a 10 céntimos. Antes se entregaba sin precio a la espera de la marcha del mercado.
Aglomeración de carros en las bodegas
Las diferencias de clases eran muy marcadas. Junto a un elevado número de personas clasificadas como pobres, existía una minoría económicamente poderosa, de la que era paradigma el apellido Baíllo, con el conde de las Cabezuelas al frente.
A finales del mes de abril de 1930, con la llamada "dictablanda" del general Dámaso Berenguer —hacía poco tiempo (28 de enero) que había concluido, después de siete años, la dictadura de Miguel Primo de Rivera— hubo un gran movimiento republicano en todo el país, y también en Criptana, con un vibrante manifiesto del Partido Republicano Radical Socialista, presidido por mi abuelo materno, Antíoco Alarcos, "para que no pueda repetirse el odioso espectáculo de la Dictadura". "¿Qué esperáis —decía— después de haber sufrido seis años de odiosa tiranía, en la que veintitrés millones de habitantes han estado a merced, no de la cultura, no del prestigio, sino de la audacia de uno solo? El mal no radica en padecer una dictadura, sino en merecerla". La ideología de este partido, que sufrió numerosas crisis y escisiones a lo largo de su existencia, era la más avanzada del republicanismo, con un carácter plenamente liberal y democrático, un rotundo anticlericalismo, un claro pacifismo y una posición avanzada en materia social muy ajena sin embargo al marxismo. A nivel nacional sus máximos dirigentes eran Marcelino Domingo y Álvaro de Albornoz.
Mi abuelo participaba plenamente en esa ideología, y ya desde muy joven había sido lector asiduo del semanal satírico republicano y anticlerical El Motín, fundado en 1881, incluso era uno de sus accionistas antes que desapareciera su publicación en 1924.
semanario "El Motín"
En este estado de cosas llegaron las elecciones municipales de 1931, y de acuerdo con el número de residentes censados en 1929, que eran 14.193, correspondía elegir a 20 concejales, repartidos en cuatro distritos. Obtuvo el triunfo una mayoría de socialistas y republicanos con 7 y 6 concejales respectivamente. Mi abuelo Antioco Alarcos, con 849 sufragios fue uno de los más votados. Ya pertenecía a Acción Republicana, partido fundado por Manuel Azaña (presidente de la República de 1936 a 1939), pero que a partir de 1934 pasó a llamarse Izquierda Republicana al fusionarse con otros partidos.
El primer alcalde del nuevo ayuntamiento republicano fue don Emilio Sepúlveda Muela, del PSOE, que con el entusiasmo desbordado y los ojos de los presenten arrasados de lágrimas, hizo una declaración de principios, invitando a todas las fuerzas políticas en las tareas municipales para la consolidación de la República y el bienestar de los ciudadanos. Mi abuelo fue nombrado primer teniente de alcalde, después, con el devenir de la política nacional, cuyos vaivenes tenían fiel reflejo en la municipal, fue alcalde en varios periodos (octubre 1931-noviembre 1932) (agosto-septiembre 1933) (noviembre 1933-enero 1934).
Antioco Alarcos, mi abuelo materno, candidato por Acción Republicana de Azaña para las elecciones municipales de 1931
El resto de la primera corporación municipal republicana en Criptana fue la siguiente: Manuel Vela López-Alcolado, segundo teniente de alcalde. Diomedes Ortiz Ortega, tercer teniente de alcalde. Santiago Olmedo Díaz-Hellín, cuarto teniente de alcalde. Antonio Anento Lara, regidor síndico. Y como concejales: Gregorio Ortiz Arteaga, Manuel Quirós Díaz-Ropero, Antonio Sepúlveda Alarcos, Crescenciano Angulo Rodríguez, José Vicente Bustamante López-Pintor, Manuel Lara Leal, Patricio Cruz Pérez-Bustos, Ramón Díaz-Hellín Jiménez, Vicente Violero Angulo, José Ocaña Díaz-Hellín, Luis Sánchez-Manjavacas Díaz-Ropero, José Antonio Olmedo Muñoz., Jesús Plaza Carrillejo y Martín Marcos-Alberca Olivares.
Existía de forma generalizada también en Criptana un profundo deseo de cambio, un cambio en el que todos pudieran participar y no sólo los de siempre. No existió enfrentamiento con los monárquicos, tampoco con la Iglesia, no sólo en los momentos iniciales, sino en los meses siguientes.
Y todo esto en medio de la crisis del vino que tenía a los jornaleros desempleados como principales damnificados de la situación. Por fortuna para ellos, el ayuntamiento de izquierdas consiguió hacerles llevadera la coyuntura reduciendo la presión fiscal sobre los vecinos con menores ingresos y aumentando el gasto en obras públicas.
Hay constancia en esos años del interés del Ayuntamiento por los problemas sociales: ratificación del convenio sobre la jornada laboral de ocho horas, petición de recursos para solucionar el problema del paro, sustitución del trabajo nocturno de los gañanes en las cuadras por un nuevo trabajador, agrupación de oficios para defensa de sus intereses, comisiones para repartir el trabajo, cooperativas de colonos y arrendatarios, formación de colectividades en todos los ramos de la producción (Comuna Uribe, Sección Filial del Laboreo Colectivo, Sindicato de Artes Blancas, etc.), también incautaciones, promoción de la cultura, construcciones escolares para que no hubiera criptanense en la edad escolar sin escuela, subvención de material escolar, creación del crédito agrícola, libertad de cultos, defensa del patrimonio artístico, descentralización del poder del alcalde otorgando poderes a los tenientes de alcalde, creación de comisiones permanentes para las distintas actividades, mejora de los servicios públicos de sanidad, luz, agua, educación, caminos...
Preámbulo del Plan Escolar del Ayuntamiento republicano de Campo de Criptana.
Continúa con un proyecto detallado de construcciones escolares
Para conmemorar el primer aniversario de la proclamación de la República (14-4-1932), la comisión encargada elaboró un programa que incluía dianas a cargo de la banda de música, reparto de 400 panes a los más necesitados, obsequio de libros a los niños y niñas de la escuela, inauguración de una Biblioteca popular (embrión de la que luego sería, tras la Guerra Civil, Biblioteca Municipal Alonso Quijano), representación de una obra teatral infantil en el Teatro Cervantes, lugar en el que por la noche se elegiría a Miss Criptana, tras lo cual habría sesión de cine. Por otra parte, los nacidos ese día de familia pobre contarían con la apertura de una cartilla de ahorros, lo mismo que las niñas y niños pobres que destacaran en las escuelas por su aplicación.
El litigio sobre el Rincón del Conde
Entre finales de 1931 y 1932 tuvo lugar uno de los conflictos que puso de manifiesto la gran polarización que existía en la sociedad criptanense al igual que ocurría en el resto de España, el litigio entre el Ayuntamiento republicano y el Condado de las Cabezuelas por la propiedad del terreno conocido en la actualidad como “El Rincón del Conde”. Lejos de ser un mero asunto municipal, pasó a elevarse a confrontación entre la nobleza secular y dominante política y económicamente durante siglos y el nuevo régimen republicano, que intentará acabar con los privilegios de la nobleza de cuna.
Mi abuelo Antioco Alarcos, recién elegido alcalde, tuvo “los santos cojones” de oponerse nada menos que a los herederos del todopoderoso octavo conde, don Ramón Baillo de la Beldad y Baillo de la Beldad (fallecido poco antes, en septiembre de 1930), uno de los nobles más importantes e influyentes de la provincia de Ciudad Real, que hacía y deshacía cuanto le venía en gana. Pretendieron cerrar el famoso “Rincón” con una verja alegando su posesión desde tiempo inmemorial pero sin alegar pruebas.
El Rincón del Conde y don Ramón Baillo de la Beldad y Baillo de la Beldad, octavo Conde de las Cabezuelas
Después de un litigio complicado, con muchas desavenencias, enfrentamientos y recursos por ambas partes, y tras un intento fallido de llegar a un acuerdo antes de que se emitiera el fallo judicial, el Ayuntamiento dio un giro total a sus planteamientos mantenidos hasta entonces renunciando a la propiedad, que fue concedida casi inmediatamente por el Juzgado Municipal de Alcázar de San Juan a los herederos de don Ramón Baillo, aunque la verja nunca llegó a montarse.
¿Que pasó para que esto ocurriera? ¿Hubo presiones poderosas bajo cuerda …? Nunca se sabrá.
Lo cierto es que en el propio Ayuntamiento hubo muchas discrepancias y la decisión no fue unánime. Algunos concejales y con ellos el alcalde no estaban de acuerdo, pero no consiguieron la suficiente mayoría para imponerse. Incluso algún edil de los representantes de la derecha espetó a mi abuelo que su presencia en el Ayuntamiento era perturbadora. Así fue como esta sentencia judicial puso fin al tormentoso pulso entre en el Ayuntamiento republicano y el principal terrateniente local y uno de los mayores a nivel provincial.
Y tuvo sus consecuencias: Antioco dimitió por coherencia política el 5 de noviembre de 1932.
Y quizá hubo más secuelas posteriores...
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El paro era un problema que estaba en el punto de mira del ayuntamiento republicano. En 1932, el propio alcalde, Antíoco Alarcos, lo mismo se dirigía por escrito al Gobierno de España en solicitud de dinero para la realización de obras públicas, que manifestaba la necesidad de que la administración estatal abreviara los trámites que dificultaban o hacían ineficaz la aplicación de la ley de laboreo forzoso de las tierras para proporcionar jornales a los campesinos en paro.
Pero el Ayuntamiento sólo pudo aportar muchas veces voluntad y disposiciones tratando de propiciar la recuperación social de los menos afortunados. La falta de recursos, la muy desigual distribución de la propiedad agraria, los enemigos de la República y los incontrolados dieron medio al traste con todo. Odios, envidias y venganzas fueron emergiendo, y la sana convivencia que había existido se fue poco a poco deteriorando.
Las fiestas de los Patronos, Cristo de Villajos —las Ferias— y Virgen de Criptana, con sus correspondientes procesiones en la calle (todas las confesiones podían ejercer sus cultos, pero privadamente) dio lugar a algún que otro problema y altercado, con multas incluidas. La cuestión religiosa, así, se convirtió en causa de polémica, lo que tendría consecuencias muy lamentables después, durante la guerra civil.
Imágenes antiguas del Cristo de Villajos y de la Virgen de Criptana,
cuyas procesiones fueron en algún momento motivo de controversias
Citación para elección de nuevo alcalde en uno de los muchos vaivenes políticos,
dentro del período de gobierno nacional de la derecha radical-cedista
Tras la huelga general revolucionaria de octubre de 1934, dentro del período de gobierno en España de la derecha (bienio radical-cedista), por decreto de la superioridad hubo un cambio de Ayuntamiento, lo que ya se intentó hacer el 7 se septiembre de ese año cuando un delegado gubernativo acompañado de guardias de asalto intentó suspenderlo y sustituirlo por otro; el equipo de gobierno acusó entonces (sesión del 10 de septiembre) a la oposición radical y agraria de llevar a cabo una maniobra política antidemocrática para conseguir ese propósito.
Las medidas represivas dispuestas por el gobernador civil de Ciudad Real aplastaron al movimiento obrero local, cuyas acciones más sobresalientes habían sido la huelga de la siega del 34, que terminó en un pacto sin lustre para los trabajadores, y una patética intentona insurreccional para el 5 de octubre, que fracasó antes incluso de comenzar con la detención de los cabecillas.
Octubre de 1934. Días de huelgas revolucionarias y de detenciones
Con el nuevo Ayuntamiento (11 radicales y 9 independientes), propietarios y empresarios recuperaron todo el terreno perdido en materia laboral. Hubo listas negras para la contratación de gañanes y se desviaron los fondos del paro para otros menesteres. Así aumentó la oferta de mano de obra barata, y todo ello sin que la conflictividad alcanzase cotas reseñables. El nuevo alcalde fue Dionisio de la Torre García del Partido Republicano Radical, sustituido a los pocos meses interinamente por Aurelio López García y luego por Juan Manuel Santos, ambos también del PRR.
El 20 de octubre de 1935, Manuel Azaña dio un mitin en Madrid, en el campo de fútbol del Comillas, más allá del Puente de Toledo, reuniendo a cerca de 400.000 personas, la masa humana más crecida que se había concentrado jamás en un acto político. Naturalmente, mi abuelo Antioco no faltó a la cita.
Famoso Mitin de Manuel Azaña en Madrid el 20 de octubre de 1935
Y unos meses antes del mitin de Azaña, el 30 de mayo de 1935 vino José Antonio Primo de Rivera, jefe nacional y fundador de Falange Española, a Campo de Criptana, y pronunció una conferencia-mitin en el antiguo Teatro Cervantes (una placa en la fachada, que no sé si alguien conserva, así lo atestiguaba. Sí que éste fue el motivo para que algunos antiguos militantes levantaran la voz para impedir el derribo, por considerar el local como una especie de templo en el que recordar al líder fascista). Su verbo encendido, populista, provocador, fundamentalista y fascistoide preparó el ambiente y dio pie a muchos para lo que desgraciadamente después ocurriría: "Vosotros sois la verdadera España; la España vieja y entrañable, sufrida y segura, que conserva durante siglos la labranza, los usos familiares y comunales, la continuidad entre antepasados y descendientes. De vosotros salieron también duros, callados y sufridos los que hicieron el Imperio de España. Pero sobre vosotros, oprimiéndoos, deformando la España verdadera que constituís, hay otra, artificial, infecunda, ruidosa, formada por los partidos políticos, por el Parlamento, por la vida parasitaria de las ciudades", iniciaba el discurso, según reseña publicada en Arriba.
Y después de un breve esquema de lo que sería el orden político y económico de la Falange, acabó diciendo: "Pues bien, si os engañamos, alguna soga hallaréis en vuestros desvanes y algún árbol quedará en vuestra llanura; ahorcadnos sin misericordia; la última orden que yo daré a mis camisas azules será que nos tiren de los pies, para justicia y escarmiento".
José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española.
Dibujo alegórico al himno del Cara al sol, creado para contrarrestar el atractivo popular de El Himno de Riego,
adoptado oficialmente por la Segunda República
Pese a las provocaciones, no pasó nada, ni siquiera con el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936 (restitución de los concejales electos destituidos en el 34 y de los jurados mixtos, liberación de los presos de octubre, etc.) se produjeron incidentes relevantes de orden público.
El 21 de febrero se inició el proceso de reposición del Ayuntamiento que hubo hasta septiembre de 1934. A la 1 de la tarde en el despacho del alcalde se personaron Antíoco Alarcos, Manuel Quirós, José Antonio Olmedo y otros vecinos, para hacerse cargo del poder como concejales electos el 12 de abril de 1931. Mi abuelo, que por muerte o ceses era el de mayor votos en 1931, asumió el poder y recibió solemnemente la vara de alcalde interino en presencia de dos tenientes de alcalde de la corporación saliente, Aurelio López y Julián López Pintor, que fueron los únicos que se presentaron pese al requerimiento de la policía. Así estaban las cosas.
En la sesión extraordinaria del 29 de febrero de 1936, presidida por mi abuelo como alcalde interino, quedó definitivamente constituido el nuevo Ayuntamiento, cuyos componentes no eran exactamente todos los de abril de 1931 pero por su composición ideológica correspondían al escenario político inaugurado tras el triunfo del Frente Popular. Fue nombrado alcalde Juan Manuel Sánchez Calcerrada, de Izquierda Republicana. Tenientes de alcalde: José María Bustamante Galindo, Leovigildo Romeral Ortiz, Manuel Martín Casero e Hilario Velasco Moratalla. Síndico: Antíoco Alarcos Rodríguez. Y como concejales: José Antonio Olmedo, Manuel Quirós, Manuel Casarrubios Utrilla, José Lara Aguilera, Metodio Martín Casero, Juan José Condés, Juan Lucas Torres, José Antonio Utrilla Lizcano, Jesús Almendros Espinosa, Valentín Pintado Arteaga, Julián Vela Díaz-Parreño, Domingo Ortiz Manzaneque, Julián Aguilar Gómez y Zoilo Moratalla Muñoz. En su mayoría eran afiliados a Izquierda republicana y al PSOE.
Comienzo del Acta de la sesión extraordinaria del Ayuntamiento del 29 de febrero de 1936
Pasado breve tiempo, el 12 de junio dimitió el alcalde Sánchez Calcerrada y fue nombrado Leovigildo Romeral, también de Izquierda Republicana, y su lugar como segundo teniente alcalde ocupado por Juan José Condés.
Mi abuelo Antioco, como Concejal o Regidor Procurador Síndico, fue el elegido por la Corporación para administrar y supervisar las cuentas del Ayuntamiento y defender los derechos de los ciudadanos frente a la administración municipal. Igualmente era el encargado de velar por el correcto pesaje que se hacía en comercios establecidos o por los vendedores que acudían al pueblo.
La consecuencias de estos cambios políticos en el clásico enfrentamiento derecha-izquierda siempre estuvieron presentes y hay testimonio de ello. Se recordaba en algún pleno municipal que algunos de los que ahora eran concejales fueron asaltados en plena calle y recibieron trato vejatorio en la etapa anterior, incluso palizas, por el pretexto infundado de que pudieran llevar armas, y que sabían por quienes eran sugeridas esas actuaciones. O que algunas personas fueron encarceladas caprichosamente por manifestar sus creencias socialistas. Acusaban a la alcaldía de no tomar las medidas adecuadas con las continuas provocaciones que la derecha seguía cometiendo con total impunidad. No pedían actuar en el mismo sentido como revancha, pero sí que se abriera información y que se pidieran responsabilidades, y que si no lo hacían las autoridades, ellos se verían obligados a tomar sus propios medios de justicia.
No obstante, a República no fue nunca causa de violencia grave en Criptana. Fue la sublevación fascista la que transformó adversarios en enemigos, y sólo la sublevación fue la responsable de que aflorasen las pasiones aniquiladoras.
Al estallar la guerra, las fuerzas políticas que actuaban en el pueblo eran: Partido Socialista Obrero Español, Partido Comunista, Izquierda Republicana, Partido Agrario Español, Renovación Española, CEDA, Falange Española (desde 1937 FET y de las JONS), Juventudes Socialistas Unificadas y algún que otro grupúsculo. La actuación de las centrales sindicales fue igualmente frenética. UGT y CNT adquirieron un protagonismo especial por la situación de los obreros del campo y por las colectivizaciones y su repercusión en la propiedad de la tierra.
Partidos políticos y sindicatos con más fuerza que actuaban en Criptana al principio de la Guerra Civil.
Arriba: PSOE, Partido Comunista, Izquierda republicana, Partido Agrario Español y Renovación Española.
Abajo: CEDA, Falange Española, Juventudes Socialistas Unificadas y sindicatos UGT y CNT
Los hechos bélicos no estuvieron ausentes. Criptana permaneció siempre en zona republicana y el frente estaba lejos, pero el 13 de enero de 1937 la parte más oriental del pueblo sufrió un bombardeo de la aviación del bando sublevado que produjo tres muertos y destrozos en algunas casas. Fue hacia las siete de la tarde, ya de noche, cuando se dejaron oír los motores de los aviones y poco después el estruendo de las bombas. Se dijo que el motivo del ataque fue destruir un convoy de vehículos con suministros estacionado cerca de la estación de ferrocarril.
Aquí se había instalado, el 3 de diciembre de 1936, un Centro de Reclutamiento e Instrucción de Carabineros, cuerpo de elite en el Ejercito Popular Republicano, que contaban con el mejor armamento disponible: fusil y carabina Mauser, pistola Campogiro y sable Puerto-Seguro. Tal privilegio motivó que los llamaran enchufados y que se los conociera como la "Peste Verde" o "Los Señoritos". Estaba al mando del coronel Arturo Arias Vaquero. También se montó un polvorín (almacén de munición) de dimensiones considerables por la carretera de Nieva, perfectamente construido con ladrillo y cemento y bajo tierra.
Cuerpo de Carabineros del Ejército Popular de la República, que tuvieron
Centro de Reclutamiento e Instrucción en Criptana
Exterior tapiado del Polvorín
Interior del Polvorín
El 28 de junio de 1937, el gobierno de la República publicó un Decreto en el que se disolvían las cajas de reclutas que hasta entonces había sido el mecanismo habitual de incorporación a filas, siendo sustituidas por los CRIM (Centros de Reclutamiento e Instrucción Militar). El de Ciudad Real, CRIM nº3, puso en marcha otros centros comarcales, entre ellos uno en Campo de Criptana, del que dependía también la instrucción y reclutamiento de los mozos de Pedro Muñoz y Socuéllamos. Se instaló en la hoy calle de la Virgen, en la ya desaparecida Casa Salazar, con grandes corralones (la nueva construcción, n.º 14, ofrece la singularidad de tener un patio de luces abierto hacia la calle). Sus mandos fueron el teniente mayor Salinas Gaztambide, el alférez José Peña Fernández y los sargentos Juan Sierra García y Gregorio Magallares Infantel. La instrucción de los reclutas comprendía practica, teórica, estrategia militar y moral. El armamento con el que contaron estos centros de reclutamiento, así como el Ejército en general, fue siempre escaso y de mala calidad, pues mientras el gobierno legítimo de la República no recibía ninguna ayuda de los países “amigos” de Europa, solo lo enviado por la URSS y lo comprado de contrabando a alto precio y que muchas veces era interceptado en la frontera de Francia, las tropas de Franco recibían sin miramientos el apoyo de la Alemania de Hitler y la Italia fascista.
Muy pronto, a los pocos días del llamado Alzamiento Nacional, comenzaron a producirse las primeras detenciones preventivas de personas significadas por su militancia activa en la Falange y en otros partidos de derechas, posiblemente en Criptana alrededor de 250. Y casi inmediatamente también se organizaron las primeras milicias que, integradas por vecinos de toda la comarca, marcharon hacia Villarrobledo para sofocar a sangre y fuego la rebelión allí triunfante.
Hubo grupos que se encargaron de vigilar la vía férrea y las carreteras y, desgraciadamente, otros, descontrolados, sin consentimiento alguno o apoyo de las autoridades gubernativas, practicaron toda suerte de desmanes, requisa de armamento, detenciones ilegales y asesinatos. Parece ser que se produjeron un total de ochenta y dos víctimas de vecinos de Criptana: treinta y cuatro dentro del término municipal, treinta en Ciudad Real y dieciocho en Madrid. La selección de los objetivos la tuvieron clara: dirección y militancia de la derecha local, ministros de la Iglesia y grandes propietarios.
Grupo de milicianos
Los primeros asesinatos (un sacerdote y tres falangistas) se cometieron entre el 25 y el 27 de julio, al regreso de los milicianos que habían acudido a Villarrobledo. Esta cifra de cuatro víctimas se mantuvo inalterada hasta mediados de agosto, coincidiendo con el retorno a sus casas —otra vez— de milicias manchegas tras el intento frustrado de recuperar Cáceres para el gobierno republicano. Sin apenas entrenamiento, fueron presa fácil de los soldados franquistas. Y de vuelta, con el sabor amargo de la derrota, parece que Criptana les vino al pelo para descargar toda la ira acumulada.
Ya hubo un muerto el 16 de agosto, y el 18 fue brutal, espantoso. Grupos de milicianos encolerizados, forasteros y locales, asaltaron las iglesias y ermitas del pueblo, una por una, y lo arrasaron todo (archivos, imágenes, ajuares, etc.). Especialmente tenaces fueron con la pequeña ermita de San Sebastián, destruida hasta los cimientos, y con el enorme templo parroquial del siglo XV, en el que utilizaron hasta dinamita. La espeluznante jornada se cerró con una saca de once presos (entre ellos tres sacerdotes y el poderoso don Francisco Treviño), a quienes ejecutaron en las cunetas de las carreteras.
Para el día 19 y por estar distantes del pueblo dejaron las ermitas de la Virgen y del Cristo, y el 20 le llegó el turno a la capilla del cementerio.
Iglesia parroquial de Criptana incendiada en 1936. Detalle del exterior y del retablo del altar mayor.
Para mas información, consultar en esta misma web: Iglesia parroquial
Humareda en torno a la antigua iglesia parroquial, en el incendio provocado el 18 de agosto de 1936
Fotografías del incendio del capitel de la torre. Mientras, el fuego devoraba todo en el interior
Otra fotografía del incendio de la iglesia desde la calle de la Tercia, con la torre desmochada
Obreros desmontando la techumbre de la iglesia incendiada, que tal vez pudo haberse en parte recuperado
El 22 de agosto se decidió el traslado a Ciudad Real de 28 presos. Posiblemente se pensó que allí estarían más seguros. No fue así, pues al día siguiente, salvo dos, todos fueron asesinados.
La violencia continuó con la búsqueda y ejecución de los grandes propietarios, residentes u ocultos en Madrid en su mayoría, y con nuevas sacas entre el 19 y el 23 de septiembre. Después se redujo drásticamente hasta desaparecer totalmente antes de finalizar el año treinta y seis, pero ya estaban los cementerios repletos de víctimas. La última conocida fue el 27 de julio de 1937. Nadie después murió violentamente en Criptana bajo dominio republicano.
Sí habría que añadir 11 cadáveres encontrados en el término municipal de Criptana, pero no reconocidos como vecinos de la localidad, 6 de ellos sin ningún tipo de identificación.
Otra víctima criptanense fue el religioso Antolín Martínez-Santos, del convento dominico de Almagro, asesinado en Alcázar de San Juan y beatificado en 2022.
Los cementerios se llenaron de muertos
Damián Alberto González Madrid, natural de Campo de Criptana, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Castilla-La Mancha en Albacete, autor de numerosas publicaciones, en su magnífico trabajo Violencia republicana y violencia franquista en la Mancha de Ciudad Real. Primeros papeles sobre los casos de Alcázar de San Juan y Campo de Criptana (1936-1943), que nadie interesado en el tema debería dejar de leer, estudia este período en la historia de nuestro pueblo y da listados de las víctimas en ambos bandos. En concreto, hubo 82 víctimas de la violencia republicana entre criptanenses.
La guerra también provocó desplazamientos. El número de refugiados procedentes de otros puntos contribuyó a engrosar el padrón municipal hasta las 16.000 personas.
Como en otras muchas zonas del país, se organizó alguna función benéfica para el socorro de los combatientes. Así, María Antonia Abad, luego conocida como Sara Montiel, debutó el 10 de marzo de 1937, con nueve años de edad, cantando en el Teatro Cervantes, para recaudar fondos destinados al hospital de sangre de la Brigadas Internacionales.
María Antonia Abad (Sarita Montiel) en su debut el 10 de marzo de 1937, cantando en el Teatro Cervantes
Vales con diverso valor a los que tuvo que recurrir el Ayuntamiento de Criptana
para solucionar la falta de monedas para el comercio del día a día
El bando nacional también realizó su emisión de billetes y monedas durante la Guerra Civil, que en
esos años no se vieron en Criptana por haber permanecido siempre en zona republicana
Permiso de compras firmado por mi abuelo
Mi abuelo Antioco tenía por aquellos años despachos abiertos de vino, puestos a disposición de las Bodegas Populares Manchegas (BOPOMAN) de la Cooperativa de Colonos y Arrendatarios de Campo de Criptana —que él había promocionado—, en Vigo, a cargo de mi tío Sócrates —muy joven entonces— en Cariño (A Coruña), al cuidado de camaradas de Izquierda Republicana, y en Madrid, éste con Luis Cruz, otro camarada, de encargado, y administrado por el hermano mayor de mi madre, Galileo, que ya tenía la carrera de Magisterio y empezaba la de Medicina. Además, gestionaba otro despacho en Santiago de Compostela. En estas iniciativas y en otras muchas, en beneficio de los agricultores modestos y de los trabajadores, empleó mi abuelo todas sus fuerzas y “biengastó” su dinero, siempre pensando en los demás; así fue toda su vida.
Recibos, albaranes y nota de entrega de uvas en la bodega de Emilio Sepulveda Muela, que fue primer alcalde republicano en 1931 por el PSOE. Estaba adscrita a BOPOMAN, de la Cooperativa de Colonos y Arrendatarios de Campo de Criptana promovida por la UGT. Al término de la Guerra fue requisada por el bando vencedor como también otras instalaciones y despachos, y con mucho vino aún sin vender. Los pequeños agricultores perdieron su dinero, sin ninguna posibilidad de reclamarlo. ¿Quién se benefició de tal desmán?
Despacho de vinos de Antioco Alarcos en Madrid. Luis Cruz, con guardapolbos beis. Sentado, a la derecha, mi tío Galileo.
Papel de cartas y facturas de BOPOMAN
BOPOMAN en Santiago de Compostela, en la rúa Xelmirez 18 (Fonte Sequelo), a dos pasos de la Catedral
Tarjeta de visita de mi abuelo Antioco
El despacho de Madrid estaba en la calle de San Gregorio, 25 (ahora número 11), y en la parte de arriba tenían un piso. A dos pasos se encontraba la Casa del Pueblo, en la esquina de la calle del Piamonte con las de Góngora y Gravina. Allí debió ver Galileo el tremendo alboroto que se organizó, desde la misma tarde del 17 de julio de 1936, con todas las calles cercanas repletas de una multitud que pedía armas para proteger a la República. La impresión que debió recibir, la defensa de sus ideales democráticos, el ejemplo de mi abuelo y las continuas conversaciones con los empleados del despacho, todos de Criptana y correligionarios en Izquierda Republicana, fueron sin duda las causas por las que entregó generosamente la fuerza de sus 19 años al servicio de España, alistándose como voluntario en el ejército de la República. Con grado de teniente combatió siempre en primera línea, entre otros sitios en Madrid, en la zona de Usera, donde se peleó cuerpo a cuerpo, defendiendo cada metro de terreno casa por casa. Murió en 1938 en Algemesí (Valencia), alcanzado por una bomba, cuando sólo contaba con 21 años. Su cuerpo lo trajeron al pueblo, y fue enterrado con todos los honores de héroe, muerto en defensa de la Patria. El cortejo fúnebre fue uno de los actos más masivos durante la guerra en Criptana.
Mi tío Galileo Alarcos y la antigua Casa del Pueblo de Madrid en la calle del Piamonte tras la gran reforma concluida en 1930
Soldados del Ejército Popular de la República y milicianos en el frente de Usera
Paso muchas veces en Madrid, camino de mi casa, por la calle de San Gregorio, por donde estuvo el despacho. Hubo después una imprenta y, hasta hace poco, una tienda de instrumentos de laboratorio. Hablé con el dueño y me dijo que en los sótanos, cuando ocupó el local, había unas tinajas rotas de vino.
Calle de San Gregorio en Madrid. Aquí estuvo el despacho de vinos de BOPOMAN
De asistencia masiva fue también el entierro de Matías Olivares Rubio, alcalde entre el 2 de diciembre de 1936 y el 17 de junio de 1937, fecha en la que falleció en circunstancias sospechosas y nunca aclaradas. Tras un viaje por la comarca de Los Pedroches en Córdoba por motivos políticos, paró a bañarse en el río Guadálmez, por Santa Eufemia, y allí murió ahogado cuando tenía 32 años. Fue una de las figuras más relevantes y más prometedoras del socialismo durante la República en Campo de Criptana a pesar de su juventud. Con el triunfo en las elecciones generales de 1933 de la coalición radical-cedista y la sustitución por orden gubernamental a dedo de los alcaldes, también Matías había sido cesado en su puesto de funcionario como oficial de secretaria, en uno de los episodios más injustos y reaccionarios durante esa época.
Matías Olivares Rubio
A mi padre la guerra civil le pilló unos meses antes de licenciarse de la mili, con lo cual su estancia en el ejército se prolongó cuatro años más. Lo de encontrarse en la mili casi hasta lo agradeció, ya que así no tuvo que significarse políticamente, cosa que hubiera sido casi absolutamente necesario estando en el pueblo, al ser su novia y futura mujer, Flor —mi madre—, hija de quien era.
Todo el tiempo de guerra estuvo de chofer personal del comandante Eduardo Dorado Janeiro, gallego, de familia tradicional de militares, hombre de gran cultura, excelente músico y defensor a ultranza del Gobierno legítimo de España. Sin embargo, otro hermano suyo, también músico militar, era del ejército sublevado de los facciosos.
Valeriano Flores, mi padre, en la Guerra Civil
Nunca estuvo mi padre en las trincheras, pero las pasó algunas veces, según sus palabras, "canutas". Y todo por el excesivo celo e intrepidez del comandante, que quería estar en todas las zonas del conflicto y siempre en primera línea de fuego. Pasaron por varios frentes: en Toledo, reculando hacia Madrid, donde permanecieron bastante tiempo; en Extremadura, en Teruel... y, al final, en Almería.
Yendo una vez por carretera, a punto estuvieron los dos de morir en una ofensiva de la aviación franquista. El coche salto por los aires instantes después de haberlo abandonado y haberse tirado ambos al suelo en la cuneta.
Para evitar estos ataques, por las noches escondían el vehículo entre los matorrales y dormitaban en las alcantarillas que cruzan por debajo de las carreteras.
El Guernica de Picasso. Realizado para llamar la atención del mundo sobre los horrores de la guerra, y en concreto del
bombardeo de la ciudad vasca de Guernica por los aviones de Legión Cóndor de la Luftwaffe alemana, que apoyaban
a Franco. Duró el ataque 3 horas y media y murieron 1600 personas.
Al principio de la guerra, en Madrid, tras consumarse el exterminio y toma del Cuartel de la Montaña, donde se habían refugiado militares sublevados y muchos falangistas espoleados por el general Fanjul, grupos incontrolados que habían sembrado de cadáveres el patio del cuartel, pararon a mi padre en la plaza de España. Pasaba por allí en el coche, sólo, y pretendían subirse, ebrios de sangre, para seguir quizá sus tropelías. Mi padre tuvo la serenidad —o la locura— de parar y, cuando ellos recogían sus bultos, arrancar fuertemente al tiempo que oía gritos e imprecaciones a su espalda y el zumbido de algunos disparos que pasaban casi rozando.
El Cuartel de la Montaña en Madrid
En el Madrid ya sitiado, junto con otros compañeros del Estado Central dormía en pisos abandonados por la zona del paseo de Extremadura, cerca de la Puerta del Ángel, y, durante mucho tiempo, en el cine Coliseum, a pesar de los muchos obuses que desde el cerro Garabitas tiraban a la Gran Vía, con el edificio de la Telefónica como punto de mira para hacer blanco.
Bombas sobre la Telefónica en la Gran Vía Madrileña
Durante alguna temporada lo hizo también en el Cuartel del Conde Duque, en unas naves que daban al patio central, donde había un gran pilón. Estaba todo sucio, viejo y en muy malas condiciones. Hasta allí trasladaba desde los cuarteles de Carabanchel, en una furgoneta Hispano Suiza, a suboficiales, tenientes y capitanes para pernoctar. En mejores condiciones se supone que la tropa, que lo hacía en jergones sobre el suelo llenos tremendamente de chinches. Los sacudían antes de dormir y salían a cientos. Incluso mojaban los bordes para impedir que durante el sueño treparan los molestos bichitos.
Muchas veces durante esos días visitaba mi padre a mi tía Emilia, en la calle Churruca, junto a la glorieta de Bilbao, para llevarle algún alimento que podía sacar de Intendencia y así paliar en parte la mucha hambre y necesidad que como todos los madrileños en general soportó durante todo el período de la guerra, variando su dieta diaria —cuando la había— de chocolate de algarrobas, pan negro, boniatos y lentejas infectadas de las siempre presentes chinches.
El Cuartel del Conde Duque en Madrid
Cuando llegó el final de la guerra se encontraban en Cuevas de Almanzora, en Almería. Allí se recibió también la noticia de un barco en Alicante, último de los apalabrados por la República con Francia y el Reino Unido —luego resultó una terrible ratonera— que estaba preparado para acoger a todos los que quisieran exiliarse. Pero para entonces, ya habían empezado a reconocer al Gobierno de Burgos y las palabras se las llevó el viento. El único barco que salió de Alicante fue el Stanbrook, un viejo carbonero inglés que llegó para recoger naranjas, tabaco y azafrán, pero zarpó, desobedeciendo su capitán, Archibald Dickson, las órdenes, rumbo a la colonia francesa de Orán (Argelia) atestado de republicanos. Los que no pudieron hacerlo fueron presa fácil de las tropas italianas y franquistas y llevados —muchos prefirieron antes el suicidio— a campos de concentración.
El Stanbrook, barco inglés en el que pudieron escapar muchos republicanos
El comandante Dorado Janeiro pudo haber pedido a mi padre que lo trasladara a Alicante; sin embargo, para evitar comprometerlo, le dijo que no, que se marchara rápidamente a Criptana y que ya vería él la forma de llegar hasta el barco. Siempre se comportó muy bien con todos los que estaban a su alrededor; esto último daba prueba de su excelsa bondad.
Y es así que, junto con otros compañeros, algunos de ellos cocineros que procuraron irse bien repletos de alimentos, tomaron un tren hasta Alcázar; y ya en otro, que incomprensiblemente no paró en Criptana, aprovechó para tirarse cuando aminoraba la velocidad al llegar al apeadero de Arenales, Y desde allí, andando, al pueblo. Se supone cómo lo recibirían en su casa, la de mis abuelos paternos, sano y salvo, como al otro hijo, mi tío Domingo, herido sin consecuencias graves por metralla en un bombardeo por Tarancón. En la otra, la de mi madre, las desgracias iban en aumento.
La guerra había terminado
En Criptana, siguiendo la tónica nacional, una guerra interna en el bando republicano acarreó la destitución de los concejales comunistas el 8 de marzo de 1939. Pero el nuevo Ayuntamiento, con mi abuelo Antioco como presidente del Comité de crisis y el posterior nombramiento como alcalde interino del socialista Juan Antonio Navarro, tenía los días contados.
El día 27 de marzo se produjo una gran ofensiva del ejército rebelde del Centro. Las fuerzas de los tres cuerpos que intervenían, al mando respectivamente de los generales Solchaga, García Valiño y Gambara, se desplegaron, dirigiéndose su extremo derecho hacia Ciudad Real. El gobernador civil, David Antona, había huido hacia Alicante, donde fue detenido. En la mañana del 30 hicieron su entrada en la ciudad las fuerzas de la 84 División, al mando del coronel manchego (de Alcázar de San Juan) Alfredo Galera Paniagua, perteneciente al Cuerpo de Ejército del Maestrazgo, que mandaba García Valiño. Luís Martínez se hizo cargo provisionalmente del Gobierno Civil, para el que fue nombrado oficialmente, por Decreto del 29 de marzo, José Rosales Tardío, que tomó posesión el 2 de abril.
El general Rafael García Valiño y el coronel Alfredo Galera Paniagua (portada de ABC) jurando
el cargo, siendo ya teniente general, de consejero del Reino
En Criptana, el 1 de abril, a las 5 de la tarde, el teniente coronel Enrique Segura Rubio se constituyó en comandante militar de la plaza, y cumpliendo órdenes del Coronel Galera Paniagua, jefe de Tropas de Ocupación de la provincia de Ciudad Real, nombró alcalde a José Vicente Moreno Olmedo. La guerra había terminado oficialmente.
La Junta Gestora del Ayuntamiento estuvo desde ese momento constituida, además del alcalde, por Ángel Granero Salcedo, Alfonso Cereceda Morán, Juan Miguel Irisarry Ramírez, Julián de la Guía, Ricardo Rasines, Ignacio Muñoz, Francisco Perucho, Wenceslao Ramírez, José Antonio Nieto, Abundio Escudero, Jesús Alarcos, Juan José Manzaneque, Antonio Bustamante y Antonio Ortiz Muro.
Misa de campaña en la Plaza en celebración del fin de la guerra
La guerra había terminado, pero la paz tardaría en llegar, como ocurre en todas las guerras y, de forma más dramática, en las civiles. Cuando el ejército de Franco entraba en un pueblo, se instalaba en él un cuerpo de información de la Guardia Civil para delatar a los republicanos. Comenzó otro nuevo tiempo de represión, una metódica y exhaustiva maquinaria de matar, una tremenda escabechina.
Tropas vencedoras saludando brazo en alto a la manera fascista
Como en tantas otras localidades, inmediatamente empezaron a operar grupos de falangistas y algunos vecinos deseosos de tomarse la revancha. La diferencia con los tiempos de la República fue la permisividad de las nuevas autoridades civiles, religiosas y militares. En aquellos terribles días fueron cazadas y asesinadas veintitrés personas (algunas de fuera, forasteros), dos incluso antes de proclamar Franco su victoria, y cuatro militantes de izquierda el mismo 1 de abril, apaleados con saña y ajusticiados junto a las tapias del cementerio y enterrados allí mismo en una fosa común. La última víctima de estos crímenes arbitrarios fue en octubre del 42, lo que da idea del espíritu de venganza que anidó en estas actuaciones.
La guerra había terminado, pero la paz tardaría en llegar
Las detenciones "oficiales" se iniciaron a comienzos de mayo. Los consejos de guerra se celebraban de acuerdo con la Ley de Responsabilidades Políticas promulgada en febrero de ese mismo año. Un total de 365 personas de toda la comarca (52 de Criptana), militantes de izquierda en su mayoría, y por supuesto todos los responsables políticos y sindicales que fueron capaces de encontrar, entregaron su vida en Alcázar de San Juan ante los pelotones de fusilamiento, que trabajaron a pleno rendimiento durante 1939 y 1940. Después de esa fecha las sentencias mortales se ejecutaron en Ciudad Real.
Presos republicanos en Ciudad Real
Mi abuelo Antioco fue inmediatamente apresado, se dijo que denunciado por gente cercana, habladuría a la que nunca se quiso dar crédito y no tuvimos en cuenta, Allá ellos con sus remordimientos...si es que los tuvieron. Nada pudieron hacer por él su familia o sus amigos más íntimos, Peina o Canalejas, los dos herreros, ni él intento escapar. Llevado con otros al cine Rampie, que ejerció de antesala del terror, y luego a Alcázar de San Juan, fue condenado como en su tiempo expresara Quevedo en los calabozos de San Marcos en León a morirse de hambre. Así hubiera ocurrido si no es por sus hijas (mi madre y las otras tres hermanas), que sacando de donde no había le llevaban todos los días —andando las más de las veces— algo de comer.
Mi madre, Flor Alarcos, y su hermana Laura
Pero tratados a palos, como no se hacía ni a los animales, en una situación tan calamitosa y desesperada, la muerte era hasta casi una liberación. Y llegó: después de meses de zozobra, esperando siempre lo peor, un día no dieron con él; había desaparecido. Así de crudo y real. No estaba, sin más.
Como tantos otros compañeros, fue asesinado en las tapias del cementerio, condenado a muerte por la jurisdicción militar.
Murió mi abuelo el día 6 de noviembre de 1939, a las cinco horas y treinta minutos, con cincuenta y tres años, a consecuencia de heridas producidas por ejecución. Su cadáver recibió sepultura —suponemos— en una de la dos fosas comunes del cementerio de Alcázar de San Juan. Eso dice el acta de defunción, cuya inscripción se realiza según oficio del Sr. Comandante militar de Alcázar.
Luego, el silencio se hizo sobre el pueblo...
Certificado de defunción de mi abuelo Antioco Alarcos
Todo esto, naturalmente, se intuía, aunque no hubo constancia oficial hasta que muerto el dictador y ya en Democracia, se pudo pedir el certificado correspondiente. Fue entonces cuando muchos familiares directos de los represaliados pudieron cobrar su paga en compensación por los muchos e injustamente sufrimientos que soportaron.
Mi abuela Pepa —¡cuánto padecería la mujer!— murió antes; nunca en realidad pudo ser oficialmente viuda. Fueron tantos los horrores, que al final todos los miedos, todos los sufrimientos, todos los dramas, sólo tienen una cosa en común: los muertos. Ella, que tenía el mote de Reina heredado de su padre, El Rey, como Reinas lo fueron también mi madre y sus hermanas, vino a casarse —paradojas de la vida— con un republicano. Tras la guerra se quedó sin nada, en la miseria, todo se perdió o fue incautado, y había perdido en el camino a su marido y a su hijo mayor; pero quedaban los otros, y a base de trabajo, poco a poco, pudieron seguir adelante.
Mi abuela Pepa Quintanar. Todos los sufrimientos, todos los dramas, sólo tienen una cosa en común: los muertos
Y recurriendo de nuevo a Damián Alberto González Madrid, natural de Campo de Criptana, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Castilla-La Mancha en Albacete, en su magnífico trabajo Violencia republicana y violencia franquista en la Mancha de Ciudad Real. Primeros papeles sobre los casos de Alcázar de San Juan y Campo de Criptana (1936-1943), he aquí la listas de los que perdieron la vida represaliados por los franquistas: 23 en el término municipal de Criptana y los 52 fusilados en Alcázar de San Juan.
Al igual que mi abuelo, también fue fusilado en Alcázar su compañero en el Consistorio José María Bustamante Galindo, militante del PSOE, por permanecer fiel a sus convicciones morales, religiosas y políticas, a las que hay que añadir entre las acusaciones, el ser "el último alcalde electo en la República".
Hubo otras víctimas de la represión franquista…
En Alcázar de San Juan se habilitaron cuatro recintos carcelarios: la vieja prisión del partido, dos edificios religiosos (la prisión de Santa Clara, hoy hotel, y la prisión de San Francisco) y un cuarto para mujeres. Entre todos llegaron a albergar en condiciones de hacinamiento no menos de 1.322 detenidos. La situación tan penosa (hambre, total falta de higiene y atención sanitaria, malos tratos, etc.), acabó con la vida de al menos 51 presos (nueve de Criptana), y casi todos en 1941, coincidiendo con el año en que el hambre se manifestó con mayor crudeza en toda España.
Fuera de la cárcel, también el hambre, el terror desatado por la represión, la desesperación ante la pérdida de hijos o maridos, la marginación, el paro, el acoso permanente, causaron muertos que no se pueden contabilizar, … y suicidios, algunos sólo supuestos, pues no escondían sino vulgares asesinatos.
En el año 2017, Jorge Moreno Andrés, miembro de un equipo de investigadores, dirigido por Julián López García, catedrático de Antropología Social y Cultural de la UNED, se puso en contacto conmigo para indicarme que pensaban hacer un libro con semblanzas de los muertos por la represión franquista en Ciudad Real, y que el elegido en Campo de Criptana era mi abuelo Antioco, biografía que sería redactada por el que fuera Cronista de la Villa, Francisco Escribano Sánchez-Alarcos, rogándome que le aportara documentación y datos que incluía en mi pg web, de la que tenían muy grata consideración.
Así fue, y el libro se publicó en 2019:
Para hacerte saber mil cosas nuevas. Ciudad Real 1939.
En él aparece esta otra lista de criptanenses muertos por la represión franquista:
También, en la semblanza de Antioco Alarcos, Francisco Escribano Sánchez Alarcos, entre otras cosas, da detalles sobre su juicio y condena a muerte:
«Las declaraciones realizadas por diferentes personas —cuya objetividad, rigor y exactitud como mínimo han de ponerse en cuarentena—, recogidas por la comisión informativa puesta en funcionamiento inmediatamente por el Ayuntamiento franquista criptanense, lo hacían sospechoso como responsable de participación en mayor o menor medida en todo o casi todo lo ocurrido en los últimos años en el pueblo.»
Poco después de un mes de haber finalizado el conflicto bélico, el 3 de mayo de 1939, fue denunciado como componente del Comité de Defensa de la República por dos miembros de la Delegación de Información e Investigación de la Jefatura local de Falange Española que se prestaron a ello, acusado de todo lo habido y por haber sin aportar ninguna prueba. Delatores solo movidos por suposiciones, bulos, venganza y odio. Podrían haberse ahorrado la acusación, que la tendrían presente en sus conciencias durante el resto de sus días, pues la sentencia, todo un paripé, ya estaba dictada de antemano sin necesidad de juicio.
«El 22 de junio de 1939 Antioco fue conducido ante el juez militar Salvador Pérez de los Cobas y Llamas, alférez provisional de infantería y Juez agregado a la plaza de Campo de Criptana, para ser interrogado.»
«El juicio, uno de tantos de los que por entonces se llevaron a cabo, ayunos de garantías para los acusados, se celebró el día 24 de junio en Alcázar de San Juan. Todos los miembros del tribunal aceptaron la condena propuesta por el fiscal, es decir, condena de muerte por el delito de rebelión militar —lo que no deja de sorprender, pues los rebeldes habían sido los militares sublevados contra el gobierno republicano enjulio de 1936—, tipificada en los artículos 237 y 238 del Código de justicia Militar, con las circunstancias agravantes de perversidad y trascendencia de los hechos. El ¿defensor?, designado de oficio, entendiendo que “los hechos realizados constituían un delito de adhesión a la rebelión”, solicitó para Antíoco treinta años de reclusión mayor.»
«El 1 de agosto el auditor de la Auditoría de Guerra del Ejército de Ocupación de Madrid declaró firme la sentencia, que quedó en suspenso hasta que se recibiera el enterado de Francisco Franco, Jefe del Estado, hecho que tuvo lugar el 12 de octubre. Antfoco fue fusilado en Alcázar de San Juan el 4 de noviembre de1939, fecha que no coincide con la que ofrece su acta de defunción, según la cual habría sido el día 6.»
Estaba previsto que se hiciera la presentación de este libro, Para hacerte saber mil cosas nuevas. Ciudad Real 1939, en Criptana como se hizo en otros pueblos de la provincia, pero la pandemia y la enfermedad y muerte de Francisco Escribano Sánchez-Alarcos lo impidieron.
Por otra parte, Juan José Fuentes Ballesteros, también de Campo de Criptana, maestro de Enseñanza Primaria, antiguo concejal entre 1983-2007 y miembro destacado del PSOE regional, presentó en abril de 2024 su libro “Vida municipal durante la II República en Campo de Criptana”, en el que se reivindica la labor de alcaldes y concejales durante este tiempo de nuestra historia, destacando especialmente la labor como alcaldes y servidores públicos de Antioco Alarcos y de Matías Olivares Rubio. El libro completa sus biografías y los pone en el lugar que se merecen.
«Antioco no fue un hombre de izquierdas por condición social sino por condición moral, algo que no le perdonarían sus adversarios políticos y que seguramente tendría mucho que ver en el trágico final de su vida».
«Antioco no luchó en ningún frente de combate pues su edad le hacía estar fuera de movilización, no participó en ningún acto vandálico de los muchos que se cometieron sin control durante esa época, no denunció a nadie. Muy al contrario, su intervención personal hizo que otras personas relacionadas con opciones políticas distintas a la suya pudieran evitar ser encarceladas y seguramente algo peor. Ayudó desde su puesto de delegado de Abastos a los refugiados que habían huido de la guerra procurándoles cobijo y alimento, así como a otras muchas familias del pueblo que en aquellos tiempos difíciles malvivían con lo puesto y menos. ¿Entonces por qué tan trágico final?».
Mi abuelo Antioco era ante todo honrado. Además de eso, propietario, como se decía entonces, con todo lo que ello significaba en la lucha de clases; tenía sus negocios (los despachos de vino y una bodega arrendada en Criptana, en la calle Delicias), fruto de sus muchas iniciativas y de su carácter tremendamente emprendedor, y un oficio principal que luego abandonó, el de panadero, con la tahona en el entonces paseo de la Estación, hoy Avenida de Agustín de la Fuente, en terrenos luego de Honesta Manzaneque.
Y también gran lector y enamorado de la cultura, de las ideas, de la civilización clásica. Buena prueba es el nombre que dio a los hijos: Galileo, Sócrates, Flor, Palmira, Laura, Elisa. Quería estar al tanto de todo, del progreso, de los avances de la ciencia. Estuvo en la Exposición Universal de Barcelona de 1929. Todo un señor. Gastaba sombrero —eso decía mi madre—, y con ello ponderaba su porte y distinción. Conservo uno, negro, que mandé a una casa especializada para que lo limpiaran y pusieran forro nuevo. Me sienta como si me lo hubieran hecho a medida.
El sombrero negro de mi abuelo Antioco
Era un acomodado, en expresión también de entonces, que todos los años marchaba a veranear con la familia —¡en aquellos tiempos!— a las playas del Levante o de Galicia.
Veraneo en Vigo. En la fila inferior, mi madre y mi padre de novios.
En la superior, las hermanas de mi madre y la prima Maruja Beamud con "modelitos" de la época
Pero tal vez fue un traidor a los suyos, que no se lo perdonaron. Un propietario aliado con los enemigos de su clase, protegiendo a los obreros. Uno de los de arriba defendiendo a los de abajo, a los pobres, desfavorecidos, andrajosos y desarrapados. Algo no casaba en aquellos días de tan exacerbada lucha de clases. El amaba a la gente. Dio pan a quien lo necesitó. Lo que quería es que no hubiera pobres y que todo el mundo disfrutara de una vida digna y en libertad. Más de una persona ha comentado en el pueblo que era un filántropo —la tan recordada Sabas, cuando íbamos a su casa a comprar pan, siempre lo decía y nos contaba cosas de él—, y que su ideal era el bienestar de todos sus convecinos, de todos sus semejantes.
Sabas Monreal Villafranca, vendedora de pan y de otros productos alimenticios durante más de 50 años.
Nacida en 1905 y fallecida en 1998, fue siempre fiel a la memoria de mi abuelo Antioco. Gracias, Sabas
Cual Quijote, se transmutó en el "loco" que creyó en los grandes ideales: la libertad, el amor, la justicia, la integridad, la generosidad..., cualidades que encierran el código de comportamiento de la caballería, ese ya "anacrónico" modo de entender el mundo y la vida con el que enloqueció nuestro ingenioso hidalgo.
A muchos ayudó Antioco, en todo momento, y sobre todo cuando tuvo el máximo poder político en Criptana. También a gente de las más altas esferas de la sociedad del pueblo que se vio en necesidad, amenazada o incluso encarcelada en aquellos turbulentos y convulsos años; luego —el miedo que atenaza—, miraron hacia otro lado, nadie dio la cara por él...
Fue mi abuelo con toda seguridad el personaje más carismático de la República en Criptana, el cabeza de turco ideal, por eso los vencedores de la guerra volcaron en él todo su odio.
A todo esto hay que añadir su religión protestante (toda su familia; por eso en ella abundan los Lutero, Calvino, Zuinglio.... Mi madre, para casarse, fue bautizada y recibió su primera comunión unos días antes de la boda). Eran demasiadas cosas para permitírselas.
Cual Quijote, mi abuelo Antioco se transmutó en el "loco" que creyó en los grandes ideales:
la libertad, el amor, la justicia, la integridad, la generosidad...
Los familiares de mi mujer, por el contrario, eran de derechas. El abuelo materno, Amadeo Badía Arnabat, catalán, de Montblanc, también muy emprendedor, vino a Criptana como experto en vinos, y luego aquí erigió una bodega en la carretera de Pedro Muñoz. Murió en 1940. Era miembro del Partido Republicano Radical (PRR) de Lerroux, su presidente en Criptana en 1934 y concejal en el Bienio radical-cedita entre 1934 y 1936. La abuela, Dominga Isla, era de Villarta de San Juan. De los cuatro hijos, uno de ellos, Miguel, se cayó a un pilón de orujo en la bodega familiar y murió a consecuencia de las heridas. Otro, Jaime, fue asesinado en el pueblo durante la guerra: lo sacaron de su casa y fue encontrado después muerto. Recuerdo oír a mi padre, que era amigo suyo y de la misma edad, que en Criptana se había creado un club juvenil de la Falange, y muchos jóvenes se afiliaron sin ningún tipo de ideas políticas, sólo para tener un sitio en donde pasar el rato y distraerse. Eso le pasó a Jaime Badía Isla. Fue su perdición, pues empezada la guerra, los incontrolados fueron a por él y acabaron con su vida.
La familia de mi mujer: Dominga, Jaime, Esperanza, Amadeo y María
De las dos chicas, María, la mayor, se casó antes de la guerra con Feliciano León, que era médico y fue alcalde franquista de Criptana tras la guerra. Era un buen hombre, buen médico y llegó a acumular en algún momento las direcciones del Hospital Nuestra Señora de Alarcos, de Ciudad Real, y la Dirección General de Sanidad de toda la provincia. Y la última, Esperanza, la recordada y popular Chata Badía, madre de mi mujer, conoció a Sotero Ossorio, el padre, en Aranjuez, en los primeros días después de la guerra (ella estaba allí con unos familiares y él, que era gaditano, de La Línea, ejercía de alférez provisional en el ejército, en una sección motorizada). Se casaron pronto y se vinieron a vivir al pueblo, él empleado en Alcázar como funcionario del Instituto de Previsión.
Feliciano León, uno de los primeros alcaldes de Criptana tras la victoria de Franco, y los padres de Trini, mi mujer:
Esperanza Badía y Sotero Ossorio, éste en moto y con el uniforme de alférez provisional
Al poco tiempo de acabada la guerra, mi padre recibió una carta de su comandante, que había sido apresado, rogándole que escribiera a su otro hermano militar, Ricardo —él no se atrevía o no quería directamente hacerlo—, para que intercediera por él. Naturalmente, así lo hizo, incluso tuvo que fabricar un sobre porque no existían a la venta en aquel momento —la escasez de todo seguía siendo tremenda— pero no tuvo contestación. Poco después supo que Eduardo Dorado Janeiro había sido condenado a muerte y ajusticiado.
Referente a este hermano del comandante Dorado Janeiro, también músico militar, ¡cual no sería mi sorpresa al saber que es muy conocido en Criptana! Lo descubrí visitando el blog de la Filarmónica Beethoven. En una de sus entradas se comenta que fue un famoso compositor de marchas de procesión —murió en 1988—, muchas de ellas en el repertorio de nuestra Banda, como Getsemaní, Oremos, Ora Pro Nobis o Mater Mea. Además, es autor de marchas militares, algunas piezas clásicas y composiciones populares, de revista o para películas. Quizá el laureado Ricardo Dorado Janeiro sintió temor a que una hipotética intercesión por su hermano fuera un obstáculo para el desarrollo futuro de su carrera militar y musical en el seno del ejercito vencedor franquista, o acaso sí lo hizo —¡quién sabe!— y fue desoído.
De otros compañeros también tuvo noticia. Precisamente, el aparejador de la obra de la iglesia de Criptana fue teniente durante la guerra en el Estado Central, en el mismo sitio que estuvo mi padre, y un día, sin tener ni idea de ello, se lo encontró en el Casino Primitivo. Se dieron emocionados un abrazo.
A otro teniente se lo encontró en Madrid, cuando descargaba vino en un almacén. Por detrás alguien dijo: "Vale" —así le llamaban durante la guerra—, se volvió y allí estaba. Casi se le saltaban las lágrimas. Se ganaba la vida como corredor de vinos. Sin duda que no pudo seguir adelante de otra manera cuando él era un hombre de carrera.
El comandante Eduardo Dorado Janeiro, como tantos otros militares leales a la República, fue condenado a muerte. Ingresado
en la prisión de Porlier, fue ajusticiado el 31 de diciembre de 1940, junto a las tapias del Cementerio del Este (Almudena)
Estas son las pocas cosas que he podido "arrancar" a mi padre. Oír algo de mi abuelo, aún menos. En casa nunca se contaba nada. Como todos los que pasaron la guerra, y en este caso con implicaciones muy directas, es natural que se defendieran con el silencio... Todo tapado con un gran manto de silencio. Los largos años de dictadura nos quitaron parte de nuestra historia. Daría un mundo porque alguien me contara cosas de mi abuelo Antioco; pero ya no queda gente que pueda hacerlo.
En 1991, el entonces alcalde socialista de Campo de Criptana, don Joaquín Fuentes Ballesteros, dio un merecido homenaje a todos sus antecesores en el cargo, colocando sus retratos en uno de los salones del consistorio. Todos están allí, sin distinción de bandos ni colores, como debe de ser. Y entre ellos, el de mi abuelo y el de Feliciano León, para orgullo de sus familias.
Reconocimiento oficial a mi abuelo Antioco Alarcos en su labor como alcalde de Criptana durante la Segunda República
En Alcázar de San Juan se creó un Foro por la Memoria de los que murieron represaliados, y una de sus primeras medidas fue levantar un monumento para rendir homenaje a los fusilados en su cementerio municipal, que yacen en dos fosas comunes. Fue inaugurado el 14 de abril de 2007. En cinco placas se recogen los nombres de las casi 500 víctimas de la posguerra cuya procedencia es muy dispar, puesto que no sólo había ciudadanos, todos hombres menos dos mujeres, de Alcázar de San Juan y pueblos de la comarca como Campo de Criptana, Herencia o Puerto Lápice; también hay otros de Madrid, Barcelona o Pamplona, entre otros puntos de la geografía española.
En diciembre del año 2007, el Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero rehabilitó moral, simbólica y solemnemente mediante una Ley de la Memoria Histórica a las víctimas de la guerra civil y del franquismo. Llegó así por fin la hora de que se rompiera el injusto silencio y de que se reconociera el sacrificio de los valientes que defendieron hasta sus últimas consecuencias la legalidad republicana y sus ideales democráticos. Pero, lamentablemente, el reconocimiento, que parece que tendría que haber sido unánime como signo de reconciliación, encontró sospechosa e insidiosa oposición por parte de la derecha parlamentaria y mediática, de tal manera que la Ley ha quedado sin desarrollar completamente.
Monumento en el cementerio de Alcázar de San Juan a los republicanos fusilados que yacen en dos fosas comunes
Pese a las disconformidades, fue un homenaje a toda una generación de la que nos sentimos orgullosos, hombres y mujeres que dieron su vida o que la vieron lastrada en parte por la Guerra Civil. Hombres y mujeres que a la edad en la que debían estar dando sus primeros pasos en el trabajo o comenzando a vivir, a formar una familia, se vieron en una trinchera, en el barrizal, con un fusil en la mano. Viudos y viudas sin haber puesto apenas la primera semilla de sus sueños. Toda una generación marcada por la tragedia que les arrebato la juventud. Fue un homenaje a todos nuestros abuelos y abuelas, padres y madres, héroes de la España de entonces y de la de ahora.
El 24 de octubre de 2019, el presidente del Gobierno, el socialista Pedro Sánchez, consiguió que el cadáver de Francisco Franco, responsable de la Guerra Civil y de tantos muertos, muchos ya en la terrible represión de la posguerra, fuera exhumado y trasladado desde el Valle de los Caídos al cementerio de Mingorrubio, cumpliendo así la Ley de la Memoria Histórica. No fue fácil, pues a la oposición de la familia del dictador y del prior de la abadía benedictina que cuida del monumento, se añadieron numerosas trabas jurídicas y políticas y la incomprensión o en muchos casos feroz crítica de casi toda la derecha política y mediática. El valle de Cuelgamuros, en la madrileña sierra de Guadarrama, ya no es un símbolo del franquismo.
Esta fotografía no pudo ser. Es un montaje. Mi abuelo Antioco y yo en la Plaza, en los años...cincuenta