ltivos y desamparados, pero idénticos a la memoria. Así se ven a lo lejos 10 de los más de 34 gigantes desaforados que hubo en otras épocas y a los que retó Don Quijote en la Sierra de los Molinos de Campo de Criptana. Tres de ellos han sido declarados Monumentos de Interés Histórico Artístico Nacional en el año 1995: Burleta, Infante y Sardinero. Los tres están minuciosamente restaurados, conservan la maquinaria para moler en perfecto estado y el primer domingo de cada mes se hace una demostración. Los otros siete fueron construidos en los años 50 y 60 del pasado siglo. Desde allí se divisa en días claros buena parte de La Mancha.
Dibujo panorámico de Campo de Criptana realizado por Isidro Moreno tal y como se veía por los años 70
Molienda en el molino Burleta
Al Campo de Criptana van mis suspiros,
tierra de chicas guapas y de molinos.
A diferencia de otras poblaciones manchegas, en las que el silencio se enseñorea de casas y rincones, en Criptana la vida fluye más activa y luminosa. Los comercios muestran su rostro moderno y el casco urbano nos ofrece una imagen aseada y atractiva en la que destacan la fachadas de las casa solariegas, algunas de gran belleza. La más hermosa es la casa de El Pósito, monumento que albergó en su día el almacén de grano y hoy es Museo Municipal.
La ascensión a pie a la Sierra de los Molinos a través del albaicín criptanense, fruto del asentamiento a finales del siglo XVI de familias moriscas procedentes del reino de Granada, entre casas encaladas de blanco cegador —algunas en típicas cuevas horadadas en la falda de la colina— con su cinta zócalo de color añil, tramos de fuerte pendiente, escalerillas y recovecos, no es muy larga pero sí en algunos tramos penosa. El esfuerzo merece la pena al llegar a la planicie, allí donde El Burleta se yergue como hito principal del conjunto molinero bajo un cielo purísimo de azules intensos. Es fácil entonces imaginar cómo el ábrego hace mover los molinos y, entre las aspas, distinguir en la lontananza un rocín flaco y ya viejo sobre el que cabalga un extraño jinete, delgado y tieso como un huso, revestido de tan original armadura que nadie lo tuviera por guerrero sino por loco. A su lado, cabalga orondo y bamboleante, un labrador acomodado a duras penas sobre un rucio viejo y gris. Viste de forma sencilla con un pantalón de gruesa pana parda, camisola sin cuello y chaleco sin abotonar, que cubren un cuerpo rechoncho y peludo en el que destaca la barba recia a medio crecer. En este momento es necesario sacudirse la cabeza, recobrar la realidad, para impedir que el caballero ataque a los gigantes y, enredada su lanza en las aspas molineras, acabe irremediablemente en una voltereta dándose una terrible costalada
Albaicín criptanense
La Villa de Campo de Criptana, de unos 15.000 habitantes se encuentra situada en la falda de su famosa Sierra de los Molinos, a unos 700 metros sobre el nivel del mar, rodeada de inmensas llanuras. Su situación geográfica, al noreste de la provincia de Ciudad Real, muy cerca de los límites de las de Toledo y Cuenca. Cuenta con buenas comunicaciones, al pasar por ella la carretera nacional N-420 de Córdoba a Tarragona (CM-420 en el tramo cedido a la Junta de comunidades de Castilla-La Mancha y, a su vez, renombrado como CM-3166 el tramo entre Alcázar y Criptana), con enlace a la Autovía de los Viñedos, y la línea de ferrocarril que lleva de Madrid a las ciudades mediterráneas de Valencia, Alicante y Cartagena, pasando por Alcázar de San Juan, a unos 7 kilómetros, principal nudo ferroviario en la red a Andalucía.
Interior de una cueva
Los orígenes del núcleo urbano de Campo de Criptana se fechan en el siglo XIII, aunque el territorio municipal fue ocupado por el hombre mucho antes. Numerosos restos arqueológicos y documentos históricos citan la existencia de núcleos habitados desde el periodo del Bronce. Al menos desde la Edad Media se tiene constancia de varios asentamientos de cierta entidad denominados Criptana, Villajos, Posadas Viejas y El Campo, así como de otros de menor importancia como Villagordo, El Pico de la Solana, etc.
Vista panorámica de Campo de Criptana
Otra vista panorámica de Campo de Criptana
Criptana, emplazada a unos dos kilómetros al este del núcleo urbano actual, figura como un lugar que, con la denominación de Chitrana, fue cedido en 1162 por la Orden de San Juan al caballero mozárabe toledano Miguel Assaraff para que lo repoblara. Posteriormente pasó a la Orden de Santiago, constituyéndose como el centro de una encomienda con bienes también en Villajos y Pedro Muñoz. En el siglo XIV ya estaba despoblada.
El lugar denominado Villajos, a unos cuatro kilómetros hacia el norte del núcleo urbano actual, ha sido ocupado por el hombre desde tiempos prehistóricos, y aparece citado en 1162 junto con Chitrana, Kero y Attires como propiedad de la Orden de San Juan. En varios documentos medievales es citado con otros nombres como Villa de Alios y Villa de Ajos. Se despobló a partir del siglo XII y sobre la primitiva iglesia del núcleo se levantó la actual ermita.
Apenas existe información documental de Posadas Viejas salvo que estaba situada en las cercanías del Camino de la Puente, al sur de la actual línea del ferrocarril, y que se despobló en torno a 1300.
El Campo surgió en el emplazamiento actual del núcleo urbano, en torno a una posición fortificada del Cerro de la Paz que cumplía función de avanzadilla del Castillo de Chitrana. Pese a ser el núcleo más reciente, surgido con la repoblación en el siglo XIII, atrajo a la población de los núcleos circundantes, tal vez por lo saludable de sus aguas y sus aires. Los asentamientos citados anteriormente acabaron por desaparecer a favor del nuevo núcleo que, con el nombre de Campo de Criptana, aparece documentalmente a comienzos del siglo XIV.
Iglesia parroquial de Ntra. Sra. de la Asunción de Campo de Criptana
A lo largo de la Edad Media, el núcleo fue aumentando su población favorecido por las facilidades que iban dando los distintos Maestres de la Orden de Santiago. En las Relaciones Topográficas de Felipe II (1575) se le adjudican unos 1.000 vecinos (entre cuatro y cinco mil habitantes) que en el primer decenio del siglo XVII, llegarían a los 1.300/1.500.
En el siglo XVI Campo de Criptana vive una etapa de esplendor que se manifiesta en numerosas construcciones civiles y religiosas. Sin embargo, la crisis nacional del siglo XVII influye para que, una vez alcanzado el llano, detenga su expansión.
En el primer tercio del siglo XIX, recuperado de las dificultades de la guerra de la Independencia, el municipio se configura como un importante núcleo agrario con un paulatino crecimiento demográfico. Tal situación favoreció el nacimiento de una burguesía local que, beneficiada por los efectos de la desamortización, afianza su poder económico en la segunda mitad del siglo XIX y posibilita la renovación urbana con una arquitectura historicista, regionalista y modernista que cualifica este periodo de construcción de la villa.
La introducción del ferrocarril en la segunda mitad del siglo XIX propició la implantación en el sudeste del núcleo de instalaciones industriales en las proximidades de la estación ferroviaria.
La economía municipal, basada en la agricultura tradicional mediterránea (cereales, olivo y vid) con el complemento de la ganadería lanar, mantuvo sus características hasta principios del siglo XX, época en la que se observan los inicios de una cierta industrialización a partir de los productos del sector primario, destacando la fabricación de harina y, sobre todo, la elaboración de vinos. En la segunda mitad del siglo XX se añadió el turismo como nuevo elemento dinamizador de la economía local.
Museo Municipal en el antiguo Pósito
La población municipal alcanza su cenit a mediados del siglo pasado (15.659 habitantes en 1950), estancándose entonces la actividad económica con la secuela de la emigración a las grandes ciudades (el municipio pierde 2.369 habitantes entre 1950 y 1980) y la paralización de la extensión de la ciudad, cuyo crecimiento se limita a pequeñas actuaciones en el borde sur.
Durante el último cuarto del siglo pasado tuvo lugar una gran expansión de la ciudad, casi duplicándose en algo más de veinte años la superficie que ocupaba a principios de la década de los setenta.
Hasta 1999 también formaba parte del territorio municipal el núcleo de Arenales de San Gregorio que, situado a 13 kilómetros al sudeste del núcleo principal, contaba con unos 700 habitantes. Desde ese año constituye un término municipal independiente.
Los principales monumentos y restos de interés de Criptana son la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, de estilo ecléctico con dominio del neoclásico, donde se venera una talla del s. XIII de Virgen con el Niño, encontrada en el santuario del Cristo de Villajos durante una restauración realizada en 1982. El ya citado edificio del Pósito, del siglo XVI pero restaurado en el XVIII, cuenta en su portada con el escudo de los reyes castellanos. La iglesia barroca del convento del Carmen, de finales del s. XVII, con típica planta jesuítica. Cuenta igualmente con algunas ermitas de interés: la de la Vera Cruz, del s. XVI; la de San Cristóbal, barroca; la de Madre de Dios, también barroca de finales del s. XVIII, y la de Santa Ana.
Campo de Criptana
Arenales de San Gregorio
Y ahora, una pequeña reseña del ya referido Arenales, histórica y afectivamente tan vinculado con Campo de Criptana. Todo empezó cuando en la primera mitad del siglo XIX se van estableciendo allí una serie de huertos con sus correspondientes coceros, casas o quinterías. Pascual Madoz, gran político progresista y autor entre 1845 y 1850 del Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar (Diccionario de Madoz), habla de "50 huertas, con casa de habitación en cada una, que si estuvieran reunidas formarían una buena aldea...".
En el padrón de Criptana de 1860-61 aparecen los nombres y otros datos de los 123 habitantes del "Caserío de los Arenales". Y en 1880 se declara el lugar como "Colonia Rural de Arenales de La Moscarda", contando ya con 165 habitantes, algunos de ellos establecidos allí por el conjunto de privilegios que otorgaba la ley de colonias agrícolas de Isabel II de 1868, que estuvo vigente hasta 1899 y que entre otras gracias eximía a los hijos del servicio militar.
En 1888, Arenales figura como aldea en el nomenclátor del instituto Estadístico de Ciudad Real, dependiendo administrativamente de Criptana; en 1893 pasó a ser una pedanía, con alcalde propio; en 1991 se le consideró como EATIM (Entidad de Ámbito Territorial Inferior al Municipio), y el 20 de febrero de 1999 logró la independencia y emancipación de Campo de Criptana.
Arenales de San Gregorio
El actual Arenales de San Gregorio, nombre que sustituyó en 1956 al de Arenales de La Moscarda, debía su denominación antigua al estar entre dos extensos parajes campestres próximos. Uno, al oeste, el de Los Arenales. El otro, al este, el de La Moscarda, cuyas tierras pertenecen hoy día en gran parte al término municipal de Tomelloso.
Mapa de Arenales de San Gregorio
De especial interés y seña de identidad de Arenales es el Pinar, hoy reducido su tamaño primitivo por el crecimiento de la población y por causas naturales de desaparición de ejemplares, no obstante hayan tenido que ser algunos renovados. Su origen se remonta a finales del siglo XIX. El terreno era propiedad de don Juan de la Cruz Baillo de la Beldad y Marañón, VII conde de las Cabezuelas, y por herencia fue pasando a su hijo Baltasar y posteriormente a su nieta doña Pilar Baillo y Baillo, casada con don Enrique Bosch y Herreros, ingeniero agrónomo especializado en cultivos de secano y formación de bosques, quien pensó replantar aquellas tierras, unas viñas ya demasiado viejas, con pinos característicos de la zona norte de España.
Y uno de estos pinos, que logró aclimatarse al clima seco de la llanura manchega y quedó aislado del resto al norte del pueblo, empezó a denominársele en 1900 “Pino del Hermano Vicentillo”, en recuerdo del que fuera primer alcalde pedáneo de Arenales, don Vicente Lara Sepúlveda. Aparece en el escudo del municipio junto con una noria de huerta, como símbolos de la historia de Arenales.
El Pinar de Arenales de San Gregorio
El Pino Vicentillo
En tiempos más recientes, en 1976, el Pinar estuvo a punto de desaparecer por intereses de su propietario, entonces don José Monserrat, pero una famosa "levantá" de las mujeres de Arenales, que a toque de campana se ataron a los pinos, no sin arriesgarse ellas mismas, impidieron que las máquinas los tiraran al suelo. Posteriormente fue cedido a los arenaleros para su uso y disfrute.
La fortísima tormenta del 24 de agosto de 2021 en Arenales (también en Criptana) afectó gravemente al más que centenario “pino Vicentillo”, que se desgajó por la mitad debido a su mal estado. Afortunadamente ha podido salvarse lo que quedó en pie.
Los patronos de Arenales son San Gregorio y la Inmaculada Concepción, cuya fiesta conjunta se celebra el 9 de mayo. Se veneran en la iglesia parroquial de San Gregorio Nacianceno, construida en 1975 en el mismo lugar de otra anterior de 1916, en terrenos cedidos por don Francisco Olmedo junto a la plaza de España. Antes, el lugar de culto fue una pequeña capilla que llamaban "Cocero de la Misa", y años atrás, en tiempos de establecerse los primeros colonos por la zona, se decía esporádicamente misa en la conocida Casa de los Frailes, que pertenecía a los carmelitas del convento de Criptana, naturalmente antes de que pasara a manos privadas por la expulsión de los religiosos con la Desamortización, allá por 1836.
Iglesia de Arenales de San Gregorio
Arenales de San Gregorio es un pueblo eminentemente agrícola: olivo, cereal, melones (más de 400 fanegas dedicadas a su cultivo y una cooperativa para su comercialización, la de San Pedro) o la tradicional vid, con otra cooperativa en marcha, la de San Gregorio, establecida en el mismo terreno donde, a finales del siglo XIX se erigió la Bodega del Francés, conocida también como la Champanera de Bénezét, en la carretera a Río Záncara. Émile Bénezét y luego su hijo Julio se atrevieron en aquellos tiempos a producir champán —champagne, las cosas claras— en variedades Doux, Demi Sec, Sec y Extra Sec nada menos que en tierras manchegas.