entredosamores. criptana. joseflores
82     LA MILI

a "Mili" era la forma coloquial de llamar al servicio militar obligatorio. Es una contracción de la palabra milicia. A los que iban a la mili se les llamaba quintos, y el nombre viene de cuando el rey Carlos III impuso esta obligación. Decía la ley que la quinta parte de los mozos de todas las poblaciones deberían realizarlo. En 1999 se produjo el último alistamiento; era la quinta del 82. Se ha suprimido pues el servicio militar obligatorio, dando lugar así a un ejército profesional. Aquella mili con soldados de reemplazo es pura nostalgia, pertenece a una España que ya no existe.


soldados finales de XIX
Cabo y soldado de finales del siglo XIX

Guerra del Rif
Soldados españoles con destino a la Guerra del Rik. 1921

La mili siempre fue algo más que cumplir con los deberes militares. El cuartel supuso un rito de paso en la vida de los jóvenes de entonces, donde se nos reconocían unos derechos que nos permitían ingresar en el mundo de los adultos. La mili, además, constituía un elemento perturbador tanto en el mundo rural como en el urbano, justo en el momento en que iniciábamos o intentábamos encauzar nuestra vida profesional o los estudios académicos.

Pero para otros suponía un "cambio de aires", aprender a leer y a escribir, sacarse el carnet de conducir automóviles, adquirir alguna formación profesional, conocer mundo y relacionarse con gente de otras regiones.


Reclutas en instrucción
Camaradería entre reclutas

Cumplidos los veinte años, a todos los mozos nos tallaban en el Ayuntamiento, y al que llegaba a la talla establecida y no alegaba ningún impedimento físico o de otro tipo, era declarado "soldado útil para servicio". Así gritaba el empleado municipal encargado de la tarea. Por el contrario, aquel que no daba la talla o presentaba alegación, se consideraba "soldado útil pendiente de fallo" a expensas de los correspondientes reconocimientos médicos y del dictamen del expediente abierto en la Caja de Reclutas, la 141, de Ciudad Real, en nuestro caso.


Tallando a los mozos
Tallando a los mozos

Artilugio para tallar a los mozos
Detalle de un artilugio para tallar a los mozos

Además de la baja estatura, enfermedades y defectos físicos graves, pies planos, cortedad de vista o cojera, la viudedad de la madre podía ser otro de los motivos que evitaba al mozo tener que incorporarse al servicio militar si acaso era necesario su concurso para el sustento familiar. Por esta misma razón llegaban a gozar de exención los hijos de padre sexagenario o los que tuvieran ya otro hermano en la mili. En algunas ocasiones, también los mozos casados y con obligaciones familiares, o al menos con reducción del tiempo de servicio.

Examinado el expediente, el mozo pasaba de nuevo por la incertidumbre de que su solicitud se admitiera y fuera declarado inútil total, en cuyo caso se libraba de hacer el servicio militar. Pero existía también el riesgo de que la inutilidad fuera temporal, revisable cada cierto tiempo por si las circunstancias variaban, con la posibilidad siempre latente de ser llamado a filas en otro momento mientras no se tuvieran cumplidos los veintiocho años. Se decía entonces de él que "se había enganchado".

Cómo librarse de la mili

Y, he aquí, el curioso escrito dirigido por un mozo ya en filas para librarse de la mili:

“Estimado señor Ministro de Defensa, permítame presentarle respetuosamente el caso siguiente, referente a mi situación personal, con el fin de solicitar mi baja inmediata de mi deber del servicio militar.

Estoy casado con una viuda de 42, la cual tiene una hija de 25 años. Mi padre se ha casado con esta última. En la actualidad mi padre se ha convertido pues en mi yerno puesto que se ha casado con mi hija.

Por consiguiente, mi hija que es también mi nuera, se ha convertido en mi suegra, ya que es la mujer de mi padre…

Mi mujer y yo hemos tenido un hijo en enero. Este niño se ha convertido en el hermano de la mujer de mi padre, lo que equivale a ser el cuñado de mi padre. Como consecuencia, es ahora mi tío puesto que es hermano de mi suegra.

Ahora bien, como hemos dicho, ya sabemos que mi hijo es también mi tío.

La mujer de mi padre en Navidades ha tenido un niño que es a la vez mi hermano, ya que es hijo de mi padre, y al mismo tiempo mi nieto puesto que es hijo de la hija de mi mujer. Como resultado, soy ahora el hermano de mi nieto, y como ya sabemos que el marido de la madre de una persona es el padre de esta persona, resulta que soy padre de mi mujer, y hermano de mi hijo. Por consiguiente, soy mi propio abuelo.

Por este motivo, Señor Ministro, le ruego que me conceda el derecho a regresar a mi hogar, ya que la ley prohíbe terminantemente que el padre, el hijo, y el nieto sean llamados a fila al mismo tiempo. Confiando en su comprensión, le mando un muy cordial saludo.”

Naturalmente, fue eximido del servicio militar obligatorio con la siguiente mención en su expediente: “Estado psíquico inestable y preocupante, con trastornos mentales agravados por un clima familiar muy perturbador…”

Y no faltaban los casos de hijos de familias ricas o pudientes que se libraban de la mili mediante el pago de cierta cantidad de dinero, de manera legal en tiempos pretéritos y fraudulenta en más actuales.


Redención militar
Redención del Servicio Militar mediante pago de dinero

La incorporación a filas tenía lugar al año siguiente de haber entrado en caja y de haber sido tallados, se iba al ejército por lo tanto entre los veinte y los veintiún años, pero antes se celebraba el sorteo del lugar de destino. En otros tiempos se realizaba éste en la localidad de nacimiento, en los correspondientes ayuntamientos, con los mozos, familiares y curiosos allí congregados. La suerte se echaba entre la Península, las Islas, Ceuta, Melilla e incluso Cuba, Filipinas, Guinea, Marruecos, Sidi Ifni o el Sahara cuando, según las épocas, algunos de estos territorios pertenecían o estaban bajo la soberanía de España. De antemano, y en el tablón correspondiente, se habían anunciado dos listas, una con los destinos y la cantidad de reclutas que correspondían a cada uno de ellos, y otra con los mozos por orden alfabético y numerados. La distribución se hacía rápida, bastaba con sacar el número del mozo que iniciaba la lista de destinos, y a partir de él todos los demás.


Sorteo de quintos
Sorteo de quintos

El resultado rápidamente corría de boca en boca, y pronto acudían amigos y familiares a las casas para celebrar con gran jolgorio el buen destino o, por el contrario, acompañar en la pena a los padres y novias si había tocado fuera de la Península. Algunas familias lo llevaban francamente mal, y se comportaban como si estuvieran de luto durante todo el tiempo que el hijo estaba en el servicio, pero piénsese, si nos remontamos a bastantes años, que para algunos era la primera vez que salían de su pueblo.

Para los quintos, con pena o sin pena, era su día, e incluso su año, pues ejercían de protagonistas en cuantas fiestas y eventos se celebraban. Solían juntarse, gritando por las calles sus canciones de tono subido y pidiendo propinas para pagarse alguna comilona, donde la juerga y el exceso en la bebida —para algunos en otros tiempos casi rito iniciático— era causa de más de un altercado o gamberrada y de que casi siempre dejaran constancia, antes con burdos chafarrinones de brea y más tarde con sprays multicolores, de la pintada que invariablemente proclamaba: "Viva los quintos de 1947", o del año que fuera. De todo ello, sobre todo en los pueblos, decir de alguien que es “quinto mío”, que pertenece a la misma quinta, suele llevar implícito el concepto de amistad.


Mozos celebrando el sorteo de quintos
Mozos celebrando el sorteo de quintos

Mediados los setenta del pasado siglo, estos vivas rituales de los quintos empezaron a compartir espacio en los muros con pintadas a favor de la insumisión, movimiento pacifista que trajo como consecuencia la ley de Objeción de Conciencia y Prestación Social Sustitutoria.

Evidentemente, en nuestro tiempo no existía ni se reconocía la objeción de conciencia y la insumisión se castigaba con cárcel y posterior servicio militar en batallón disciplinario.


Insumisión

Volviendo al sorteo, hubo en otras épocas unos quintos llamados "de cuota", que pagaban una cantidad de dinero al Gobierno para elegir cuerpo y lugar donde querían hacer el servicio militar, siendo de su cuenta el costearse la comida y la ropa militar. Naturalmente, pocos podían permitirse estos dispendios. Y los hubo también que, habiéndoles tocado África o más lejos, intercambiaban el puesto con otro compañero de mejor destino, con dinero por medio, claro está.

Los voluntarios tampoco entraban en sorteo, elegían Arma y lugar, pero ingresaban con menos edad y estaban más tiempo.

Con los años se fue modificando el Reglamento de Quintas, y una de las primeras medidas fue el no celebrar los sorteos en los ayuntamientos y hacerlo en la Caja de Reclutas de la provincia. También fue progresivamente disminuyendo el tiempo en filas y aparecieron los llamados "excedentes de cupo", gentes que sobraban, que sólo iban a la instrucción durante tres meses y luego les daban permiso indefinido, o que incluso, posteriormente, recibían la cartilla de licenciamiento, sin más ni más.

Esta suerte la hubieran deseado los movilizados durante los años de la Guerra Civil y siguientes, que marchaban pero nunca sabían cuando regresarían, y menos los que lo hicieron en zona republicana, que no les valió el tiempo de contienda y tuvieron después que sufrir sorteo y nueva incorporación al Ejército.


Mi padre y mi suegro en la Guerra Civil
Mi padre, Valeriano Flores, y mi suegro, Sotero Ossorio, en la Guerra Civil

Otra forma de hacer la mili era ingresando en las Milicias Universitarias. Fueron creadas en 1940, pero los antecedentes se remontan a 1808, cuando 300 estudiantes de la Real Universidad de Toledo, junto al batallón que formaron los entonces cadetes de Artillería de Segovia y otro de estudiantes de la Universidad de Santiago, partieron a combatir al invasor francés. Y durante la guerra civil, estudiantes universitarios, o al menos con el título de bachiller, constituyeron la cantera de los alféreces provisionales en el bando nacional y de los tenientes en campaña en el republicano.

A las Milicias Universitarias tenían acceso todos los mayores de 18 años que cursaran estudios superiores, con el privilegio de elegir Arma y lugar, que habitualmente era el del domicilio. Se realizaba en dos cursos, con dos partes en cada uno de ellos, una primera teórica, compatible con los estudios, y otra práctica, el primer año en campamento y el segundo ejerciendo con el empleo de sargento o alférez en el regimiento elegido.


Milicia Universitaria
Agrupación de la MIlicia Universitaria en las Islas Canarias

Yo hice la mili en 1971, en el primer llamamiento o reemplazo —entonces eran ya cuatro en el total del contingente anual— y dos años después de lo que correspondió a mi quinta, la del 47, por haber pedido prorroga por cuestión de estudios. Me tocó en la Península, en el Ejército de Tierra, y realicé los primeros meses de campamento en el Centro de Instrucción de Reclutas (CIR) nº 1 de Colmenar Viejo, a unos 36 km. de Madrid, dentro de la 1ª Región Militar.

El 14 de enero —un día infernal de frío— estaba citado por la mañana en la Caja de Reclutas de Ciudad Real, entonces casi al final de la calle de Toledo, en la plaza de España, y hoy Rectorado de la UCLM. Y como no conocía a nadie de Criptana —todos más jóvenes que yo, supongo— acudí acompañado de varios amigos de Ciudad Real, ya que mi novia vivía allí, también llamados a filas y con prorrogas incluso de más años. Nos dieron el petate, las primeras disposiciones y la orden de presentarnos a las doce de la noche, y para nuestro asombro —casi todos íbamos con cierta aprensión por informaciones de amigotes que pasaron antes por la situación, que mitad para darse valor y fanfarronear y mitad por acojonarte, contaban cosas terribles—, tratándonos amablemente y con respeto.


Antigua Caja de Reclutas de Ciudad Real
Antigua Caja de Reclutas de Ciudad Real en el Regimiento de Artillería de Información y Localización,
antes sede de distintos regimientos y en su fundación en 1787 Real Casa de Caridad (de la Misericordia)

Pero a la noche cambio todo de color, y los malos augurios se cumplieron con creces. Nos recibió un sargento descerebrado y ya metido en años —su nivel seguro que no daría para más—, que nos mandó que formáramos en fila de tres y nos bajó la moral por los suelos: menos hijos de puta —que yo creo que también—, nos llamó de todo. Allí tuvimos que pasar en fila para que nos dieran el primer chusco y un inmundo brebaje, todo grumos, que decían que era café con leche, y que nos servían desde unos grandes perolos de aluminio en la cazoleta de nuestras cantimploras. Permanecimos en el patio del cuartel mas de tres horas, para luego, en el colmo de la maldad o de la mala leche, trasladarnos andando y en formación hasta la estación del ferrocarril por la ronda que circunvala Ciudad Real, pero, ¡cielos!, en vez de por el camino más corto, ¡no!, al contrario, rodeando toda la ciudad, con temperaturas bajo cero y con una continua agua nieve en todo el recorrido. Llegamos sobre la seis de la madrugada a la estación, donde nos esperaba un tren especial sacado del museo de los horrores, casi diría que veterano en mil y un rodaje de películas de vaqueros, y que no pudimos ocupar hasta la siete, tras habernos antes suministrado dos bocadillos, uno de sardinas en aceite y otro de mortadela, que nos dijeron que era todo condumio hasta la noche. Arrancamos hacia Madrid y Colmenar hacia las ocho, y no llegamos hasta las tres de la tarde, donde nos esperaban unos camiones militares para trasladarnos al CIR.


Primera putada
Primeros pertrechos militares y primera... putada

¡Sólo faltó que nos atacaran los indios!
¡Sólo faltó que nos atacaran los indios!

Llegada al CIR
Llegada al CIR

Ese día cayó en Madrid una nevada como no se recordaba desde hacía tiempo, y con esas temperaturas gélidas, calzado no apropiado, y al aire serrano, tuvimos que aguantar todos los allí congregados de las diversas provincias —decían que unos cinco mil reclutas— las primeras arengas patrióticas, órdenes pertinentes de funcionamiento inicial y la distribución por compañías. En esto tuve suerte —no me abandono en toda la mili—, pues pidieron gente que supiera oficios, y como tenía la Maestría Industrial, levante el brazo y me destinaron, aunque separándome de mis amigos de Ciudad Real, a la Compañía 12. Fue verdaderamente providencial.


CIR nº 1 de Colmenar
CIR nº 1 - Campamento de San Pedro - de Colmenar Viejo

Las impresiones de los primeros días no fueron demasiado malas. Se comía aceptablemente —los comentarios sobre Colmenar coincidían en que era el CIR más grande y cuidado, de España—, en el desayuno arramplaba con varios estuches de mantequilla que dejaban mis compañeros de mesa, y las cenas, que eran las mas flojas y daban libertad para pasar de ellas, no iba al comedor y las hacía con los de Ciudad Real en la cantina, que era barata, con buenos bocatas y trasegando vino de San Fernando, el único a la venta. O en la compañía con lo que traía del pueblo y guardaba en la taquilla. Muchas veces también con porras que pasaban vendiendo en una furgoneta, recién hechas, mojadas en café o chocolate de máquinas expendedoras que había por doquier.


Cantina de reclutas
Cantina

Y es que a esa edad nuestra se suspiraba por el "papeo", e invariablemente el toque a fajina era uno de los más esperados del día. El "turuta" de turno anunciaba que el "rancho" nos aguardaba en el comedor.




"Soldadito de España no tengas pena,
que al toque de fajina, barriga llena"
.



Comedor de reclutas
Comedor de reclutas

El plan de trabajo consistía en gimnasia e instrucción por la mañana, con un bocadillo sobre las once, invariablemente de mortadela, y por la tarde la clase teórica y tiempo libre.


Bocata de media mañana
El bocata de mortadela de media mañana

Además de la cantina, teníamos un pequeño economato para realizar nuestras compras —de tabaco negro, sólo Mencey— y un salón bastante amplio para cine, con proyección de películas no muy antiguas y sin repetirlas ningún día.


Cartón de Mencey

Se tocaba diana por la mañana a las siete, y tras vestirnos rápidamente, formábamos en el exterior, se izaba la bandera, se pasaba lista y leían las órdenes del día.


Toque de diana
"Quinto levanta, tira de la manta. Quinto levanta, tira del colchón, que viene el sargento con el cinturón..."

Después, antes del desayuno, teníamos un tiempo para el aseo. Los retretes eran del tipo de plato turco, los manteníamos bastante limpios y era obligatorio el papel higiénico, cuya compra corría por nuestra cuenta y guardábamos en la taquilla. Hoy podría parecer todo esto surrealista, pero en esos tiempos no era muy raro utilizar papel de periódico, que atascaba los desagües, y no te dejaba el "ojete", precisamente, en estado de revisión.


Los retretes
Los retretes

El toque de bajada de bandera era a las ocho de la tarde, y el de retreta para recogerte en la compañía a las nueve, también en formación y con nuevo pase de lista y lectura de los servicios del día siguiente. Podía tocarte guardia, que era el peor, cocina o limpieza, bien de la propia compañía o en instalaciones generales. A mí, a los pocos días me toco cocina. ¡Una enormidad! Cualquier cosa que se diga siempre quedará escasa. Ollas exprés cuya tapa se levantaba con grúa. Descomunales perolas que necesitaban varias personas para manejarlas. Miles de platos para lavar y secar, que aumentaban si el postre era arroz con leche, por ejemplo. Todo el día acarreando legumbres, enormes trozos de carne o cajas de pescado; pelando y cortando patatas, cebollas y todo tipo de verduras, y sobre todo barrer, barrer y fregar continuamente, pues los cocineros ayudados por soldados veteranos allí destinados, todo lo tiraban, ¡cabronazos!, al suelo. Terminabas reventado y después de las diez, cuando ya se había tocado silencio y todos estaban acostados. La única recompensa era ponerte como el "kiko" de comer todo lo que quisieras, incluso las exquisiteces que preparaban los cocineros para ellos.


Pelando patatas en la cocina
Pelando patatas en la cocina

Las ollas
Las ollas

Ese día que estuve en cocina cortaron el pelo a todos los reclutas de mi compañía y repartieron la ropa de soldado, el "kaki", con lo que me tocó estar con la mía propia y con largas greñas un tiempo más. La gente me miraba como a un bicho raro, pues éramos poquísimos los que deambulábamos por el campamento de tal guisa. Los de Ciudad Real me tomaban el pelo y me preguntaban si estaba enchufado de algún alto capitoste o general.


El corte de pelo
El corte de pelo

El 25 de enero nos hicieron el reconocimiento médico, y todo lo que se cuenta sobre ello es verdad. Tras las pruebas de rigor, vino el tanteo de los cojones y las vacunas, y entre ellas, ¡cómo no!, la famosa en la espalda. Puestos en fila, con el torso al descubierto, iban pasando soldados enfermeros sucesivamente: el primero te daba un brochazo de yodo, mojando, cual pintura se tratara, de un bote; otro iba clavando las agujas, que sacaba de una lata cuadrada de envase de carne de membrillo, en la espalda, y por último, después de tener la banderilla clavada un buen tiempo —alguno se mareó—, llegaba el del enorme jeringón, que aplicándolo en las agujas clavadas, suministraba la dosis indicada.


Los terribles jeringones
Los terribles jeringones

La Compañía estaba al mando del capitán Cerezo, que tuvimos la suerte que fuera "poco militar", nada estricto en disciplina. Su máxima aspiración era tratar de hacernos la vida más agradable, dentro de las posibilidades que él podía manejar, y sobre todo, conseguir que aprendieran a leer y a escribir un gran número de compañeros —yo mismo estaba sorprendido y me llamaba la atención que en esos años pudiera suceder tal cosa— que eran analfabetos o casi.


La Compañía 12
La entrada a la Compañía y la taquilla

El teniente —teniente Colmenar, por cierto—, famoso en todo el campamento, era todo lo contrario, militar hasta la médula, paracaidista, boina verde y no sé cuantas cosas más, pero buena gente y noble. Llevaba prácticamente la compañía, y de él se contaban historias que mezclaban actos de valor y cabal cumplimiento de sus deberes militares con otros de rebeldía a sus superiores, por lo que estaba allí medio confinado y sin el ascenso a capitán que por su edad correspondía. La oficialidad la completaban dos alféreces de complemento, naturalmente jovencísimos, que continuamente estaban desbordados. Ayudaban varios cabos chusqueros, reenganchados de quintas anteriores, que eran precisamente los peores, haciendo bueno el dicho ese de "cuando a un tonto se le da un látigo…". Esta figura de los reenganchados o chusqueros se contemplaba entonces, y como máximo se llegaba después de años de servicio profesional a brigada.


La Compañía
La Compañía por dentro

Las literas
Las literas

La gimnasia, a cargo del teniente Colmenar, claro —él lo llevaba todo—, resultaba extenuante. Corría y saltaba como una cabra, y aún seguía con fuerzas cuando toda la compañía estaba por los suelos, derrengada.


La gimnasia
La gimnasia

La instrucción, tan consustancial con el ejército: aprender a formar, a desfilar, hacer los giros, los movimientos con el fusil, conocer las órdenes de mando y toques de cornetín y corneta, a mí me parecía una tontería y una pérdida de tiempo; al fin de cuentas, todo consistía en que desfiláramos bien el día de la Jura de Bandera. Sólo cuando lo hacíamos con música o cantando nosotros, resultaba agradable. Para colmo, muchas veces terminábamos castigados, corriendo con el CETME en alto y con el teniente cabreado —os podéis imaginar—, y todo por culpa de los más de un niñato gilipollas e inconsciente que tenía por compañeros —en esto se notaba mucho la diferencia de edad—, que no sabían distinguir entre un momento de broma y otro de seriedad, y que la mitad de las veces o estaban en babia o eran tontos del culo, sin el más mínimo indicio de coordinación en los movimientos, que cambiaban el paso continuamente, y que cuando ordenaban girar a la derecha, por ejemplo, atropellaban al resto y giraban a la izquierda.


La instrucción
La instrucción

En las clases teóricas se aprendía el funcionamiento y limpieza del fusil CETME y poco más. Bastaban un par de días, pero con el personal de la clase... Cuando eres del grupo de los más espabilados existe el peligro de que los otros se mofen de ti o que te tengan más respeto. Yo creo que pasó esto último, y también por parte de los oficiales.


Fusil de asalto CETME
Fusil de asalto CETME

Cuando el Ejército recibió el fusil de asalto CETME en 1957, su creador, El Centro de Estudios Técnicos de Materiales Especiales (cuyo acrónimo da nombre al fusil), creía haber logrado una de las mejores armas del mundo por su diseño y potencia de fuego. Su empleo en 30 naciones y medio siglo de servicio les ha dado la razón y lo ha convertido en mítico. Sustituía al anticuado rifle Máuser, y hoy él, a su vez, esta siendo sustituido por el G-36, fabricado por la firma alemana Heckler & Koch,


Mosquetón Mauser
Mosquetón Mauser

Nuestra compañía, además de contribuir con reclutas en los servicios de guardia, cocina y limpieza (supongo que en menor proporción que otras), era la encargada del mantenimiento, para ello fuimos seleccionados cuando pidieron gente con oficio. Se formaron brigadas de carpinteros, electricistas, fontaneros, albañiles..., y la suerte fue que nuestro capitán necesitaba colaboradores para poner en marcha ciertas ideas que le bullían en mente; pidió delineantes, personal con experiencia en oficinas y gente que supiera dibujar y pintar. Y allí que me presenté yo con otros siete, no sin el recelo de que me tomaran el pelo con la broma típica tantas veces oída, la de aquel que acude a la convocatoria de los que sabían escribir y le entregan una escoba para barrer.


¡¡A ver quién sabe escribir!!

No fue así, pues nos dedicamos a hacer las orlas de varios reemplazos, estadillos, encuestas, organigramas, acondicionar una sala de lectura, catalogar los libros y decorar la compañía, especialmente con un gran mural en el frente del dormitorio de reclutas: Don Quijote embistiendo al rebaño de ovejas, creyendo ver él a un ejército enemigo. Yo llevé, aprovechando una salida de fin de semana, a los quince días de estar allí, una edición del Quijote con la famosa escena que nos sirvió de muestra, e igualmente los materiales de pintura y pinceles necesarios. Pero el verdadero artista era un compañero, Gregorio Fernández Robles, toledano, de Puente del Arzobispo, de quien me hice muy amigo; yo solamente le ayudaba. De otro amigo de aquel grupo, un tal Montesinos, supe luego que lo había pasado muy mal en el cuartel al que fue destinado, ya que tenía antecedentes penales por estar metido en política y haber sido detenido por la policía en alguna huelga de estudiantes.


Boceto del mural de la Compañía 12
Boceto del mural que pintamos en la Compañía 12 del CIR de San Pedro, en Colmenar Viejo:
Don Quijote envistiendo a los que creía soldados de un ejército enemigo

Amigos en el CIR de Colmenar
Amigos en el CIR de Colmenar Viejo. Yo soy el de la derecha

Lo importante de aquella comisión especial es que nos hicimos muy amigos de todos los mandos y nos librábamos multitud de veces de ir a instrucción, e incluso de ir a hacer prácticas de tiro en el cerro de San Pedro, a unos cuantos kilómetros. Claro, que de esto último, el resto de la compañía sólo fue una vez, ya que a la segunda, y debido a la cantidad de nieve acumulada, a punto estuvieron de sufrir un grave percance. La tercera vez que estaba programado ni se intentó.


Prácticas de tiro en el cerro de San Pedro
Prácticas de tiro en el cerro de San Pedro

Cerro de San Pedro en verano
El cerro de San Pedro en verano

Cerro de San Pedro en invierno
El cerro de San Pedro en invierno

Lo de las nieves fue permanente durante casi todo el tiempo de campamento. Para darse una idea baste con decir que cuando llegamos nos encontramos con una costra de hielo sucio en el suelo y la entrada de la compañía con dos escalones; luego, cuando mejoró el tiempo a finales de febrero y desheló, aparecieron otros más. Y es que el intenso frío fue casi problema de supervivencia. Por las noches bajaba la temperatura hasta 10 o 15 grados bajo cero, y la única forma de combatirlo era cerrar a cal y canto las ventanas —la zorrera que se formaba, todos fumando, era impresionante, y andábamos fatal de la garganta—, acostándote vestido, incluso con más ropa que durante el día, bebiendo coñac —todos guardábamos la botella en la taquilla, aunque estaba prohibido— y remetiendo bien las mantas y tapándote hasta el cocote, sin moverte para no desabrigarte. Menos mal que no hubo ningún gracioso que te quitara las mantas, porque hubiera supuesto congelación segura, como le ocurrió a uno haciendo guardia, que al hacer el relevo se lo encontraron muerto. Otro también murió de meningitis.


Las Compañías y la amiga para las noches
CIR de Colmenar. Se pueden apreciar las escalerillas de entrada a las compañías

Se habla siempre de la mili en términos amables —Qué risa, lo mal que lo pasamos—. Del pasado permanecen los buenos recuerdos y a los malos siempre se les termina por encontrar algún acomodo. Pero verdaderamente, en Colmenar, en el primer reemplazo del año 71, el frío fue un problema bastante serio.

Durante el día, la salida del sol daba un alivio, pero muchas veces teníamos que ponernos, además de la braga, el tres cuartos, no el nuevo de salir a la calle, el de "bonito" como allí se decía, si no otro cochambroso y guarro del que salían lascas de mugre si apalancabas con las uñas, Parecíamos el ejercito de un país bananero, el que pintaba Ivá en la Puta mili. Tengo fotografías con las cejas y los mocos helados que parecemos estar en Siberia. Claro, que la fotografía más particular y que todo el mundo guardamos es aquella con nuestra cara en un duro de los de papel.


Como en Siberia
¡Como en Siberia! Con el tres cuartos viejo y la braga tapando hasta las orejas. De los agachados, yo soy el de la izquierda

Fotografía del duro
Y la famosa fotografía del duro

Debido al mucho ejercicio, al aire y al sol entre nieves, adelgacé y me puse súper bronceado en invierno. En el primer rebaje de fin de semana que pude ir a Ciudad Real, mi novia cuando me vio, y además con tan poco pelo, decía que parecía un marine americano. La vuelta desde Ciudad Real al campamento la hice varias veces en un taxi que me enteré que hacía ese servicio. Era un coche muy grande, de esos que llamaban un haiga, americano, con trasportines acoplados. Nos traía a diez soldados y a las seis de la mañana del lunes nos dejaba en las mismas puertas del campamento. La entrada era sigilosa, y con enseñar el carnet de soldado los que estaban de guardia te daban acceso.


Entrada al CIR de Colmenar
Entrada al CIR de Colmenar

No ocurría igual con las multitudinarias salidas, que te hacían formar para pasar una rigurosa revista de ropa, uñas, pelo, botas y demás historias, y que, desgraciadamente, a muchos echaba para atrás. La impresión que yo tenía de todo esto es que cuando más te puteaban y te trataban como a un perro era cuando estabas fuera del ámbito de tu compañía: estas revistas, las guardias, la cocina..., y más si el que estaba al mando era un chusquero.

Alguna vez hubo también revista o revisión de taquillas, pero creo que hacían la vista gorda y era una mera formalidad.


Carnet de recluta
Mi carnet de recluta

Dos veces a la semana, por la tarde, en ropa de deporte o con sólo los calzoncillos, y con la toalla y el jabón en la mano, íbamos a las duchas, que estaban un poquito apartadas. Nos enjabonábamos rápidamente en unas piletas —el intenso frío obligaba a hacerlo— y corriendo, todos en pelotas, pasábamos por un largo pasillo con chorros de agua a presión y muy caliente —la única en todo el campamento— que salían de las paredes. Terminabas medio escaldado.


Las duchas
Las duchas

El tema del sexo estaba controlado. Con las espuertas de bromuro que debían echar en la comida, el frío, y el sólo ver tíos, apenas si te ponías.

Uno de los momentos más esperados del día era cuando repartían la correspondencia. Había que estar muy atento porque la leían muy rápido y prácticamente la lanzaban al aire. Si tenías, todo era alegría; si no, ... melancolía.


La correspondencia
El reparto de la correspondencia

Dos veces tuve problema con la gorra. La primera, con la de campaña, que me la quitaron en la cantina. Ir sin gorra era una falta gravísima. Y además, ¿cómo saludabas a los mandos sin ella? Pero en pocos minutos me pusieron en contacto con la mafia de veteranos que las vendían, usada naturalmente pero no "capada" (era una broma, más bien putada, que consistía en romperte el plástico interior de la visera) y casi seguro que robada por ellos o por su camarilla. Tenían montado así, ¡cabrones!, su negocio. La segunda, con la de paseo o "bonito", en Madrid, en un fin de semana, que me la deje olvidada en un bar cercano a la estación de Atocha. Me di cuenta cuando estaba ya bajando a la estación del metro, pero volví corriendo y allí estaba. ¡Menos mal!, porque esa vez sí que hubiera sido grave. ¡Cómo me presentaba el lunes en el campamento sin ella! Y después de todo, qué suerte tuve de no cruzarme con alguien del Ejército o con "Pili y Mili", los de la PM (policía militar), que merodeaban frecuentemente por Atocha y me hubieran emplumado.

Aquello me dejo marcado durante años. Salía de mi casa y siempre tenía la sensación de que algo me faltaba, y hasta que hacía un repaso y apreciaba que era la obsesión por la gorra no me tranquilizaba.


uniformes de recluta
Los uniformes de faena o campaña, de paseo invierno (bonito), de paseo invierno con tres cuartos y paseo de verano

Las gorras
Gorra de campaña, gorro cuartelero y gorra de paseo

A pesar de la nieve, un día a finales de febrero salimos de maniobras por la zona, cerca del embalse de Santillana, con comida de campaña en el macuto y el "chopo", o mejor la "novia" (el Cetme) bien agarradito. Nos separamos en tres grupos al mando del teniente y los dos alféreces, y por caminos distintos y orientándonos con una brújula y el mapa correspondiente tuvimos que reunirnos de nuevo en un paraje indicado. Salió todo bien y fue un día agradable y de camaradería.


Aquel día de maniobras
Aquel día de maniobras

En el campamento hice el curso de cabo, aunque el examen se realizaba ya en los destinos. Y precisamente con el destino me siguió acompañando la suerte. Mi amigo Luís Perucho estuvo en el Regimiento Mixto de Ingenieros nº 1, en Madrid, y le fue muy bien; otro amigo, José María García-Casarrubios —ambos de Criptana—, como tenía derecho a elegir por ser maestro, pidió estar con él, y yo, para no ser menos, en una encuesta que nos hicieron sobre diversas cuestiones, en la de preferencia de Arma y cuartel del Ejército ese fue el que indiqué sin mucho convencimiento. Y ese fue el que me concedieron y dieron a conocer unos días antes de prestar juramento de fidelidad a la Bandera.

La Jura, el 28 de marzo, salió perfecta, emocionante, con las familias presentes, que fueron invitadas posteriormente a visitar el acuartelamiento y a un aperitivo en los comedores. Después, un permiso de tres días.


Jura de la bandera
La jura de la bandera

La incorporación a los cuarteles, el 1 de abril, se hizo rápida y bien organizada: cada uno de nosotros sabía en dónde tenía que concentrarse y en qué camión subirse para el traslado. Después de pasar lista y estar completo, el vehículo salía a su destino. La casualidad fue que el conductor era un viejo conocido de Herencia, compañero de estudios, y de familia de camioneros como las mía, Abengoza.


Transporte de reclutas
El transporte de los reclutas hacia los cuarteles de destino

Al llegar al cuartel nos hicieron formar y nos volvieron a tratar como a putos reclutas; el pase a veteranos aún tardaría. Nos quedaba más mili, según el dicho, "que al palo de la bandera", o de comer aún muchísimos chuscos. Así que, otra vez vuelta a empezar, con el bocazas del sargento de turno mentándonos a nuestra madre a más de otras lindezas.

“Cuando yo me incorporaba,
tú recluta te reías
porque he dejado a mi novia
que era lo que más quería.
Hoy las cosas han cambiado,
recluta calamidad,
y la novia de un recluta
con un veterano va.
Quinto peluso no llores más,
mira tu “padre”, mira tu “padre”,
qué alegre está…”

Menos mal que vino a rescatarme mi amigo José María para llevarme a su compañía —ya lo tenía todo arreglado—, la de Plana Mayor y Servicios. Muchas veces este tipo de ayuda valía más que la de un general. Además, él, ya cabo y veterano de la quinta anterior, tenia cierta “mano” por desempeñar un cargo curioso dentro del organigrama del cuartel, el de Visita de Hospital, cargo que heredó del otro amigo, Luís, y que luego a su vez me traspasaría a mí.


Mis amigos José María Y Luis
Primero fueron mis amigos Luis Perucho y José María García-Casarrubios y luego yo. Los tres fuimos pasando por el
Regimiento Mixto de Ingenieros nº 1 y por el cargo de "Visita de Hospital". ¡Era un chollo!

El cuartel, en la carretera de Extremadura, Cantón de Carabanchel-Campamento de Madrid, Acuartelamiento de San Fernando, pertenecía a la División Acorazada Brunete nº 1, y era muy conocido por tener en la puerta como garita para el soldado de guardia un pequeño castillo, símbolo del arma de Ingenieros. Su coronel entonces, don Guillermo Díaz del Río Jáudenes. En 1988 desapareció de la zona y hoy se encuentra en la Base Cid Campeador en Castrillo del Val (Burgos).


Regimiento Mixto de Ingenieros nº 1
Instalaciones abandonadas del Regimiento Mixto de Ingenieros nº 1 - Cuartel de San Fernando

Regimiento Mixto de Ingenieros nº 1
Detalles del pequeño castillo, símbolo del arma de Ingenieros, que servía de garita, y de la puerta de entrada.
A la derecha, emblemas de la División Acorazada Brunete, del arma de Ingenieros y del Regimiento Mixto de Ingenieros nº 1

Aparte de mi compañía, donde estaban todos los enchufados —muchos ni aparecían por allí— había un batallón de Zapadores y otro de Transmisiones, que se encargaban de agilizar el movimiento de la División e impedir la del enemigo. Sus tareas incluían la construcción de caminos y puentes, tendido de campos de minas, detección y limpieza de obstáculos y establecimiento de comunicaciones tácticas entre las unidades. Casi siempre estaban de maniobras y apenas si teníamos relación con ellos. A mi cuartel pertenecían todas las grandes máquinas, pontones y puentes barcaza que salían en los desfiles del 12 de octubre, entonces Día de la Raza. Y otra compañía, medio pirata, era la de los "Vikingos" —así la denominábamos—, que iban por su cuenta, tenían horarios distintos, estaban rebajados de todo servicio y los tenían como mano de obra para construir un polideportivo para los mandos militares. Los veíamos subir por la mañana en camiones, con una pinta de brutos tremenda, y luego regresaban bien entrada la tarde.


Vehículo lanzapuentes

Las primeras semanas fueron bastante jodidas, pues aunque salía a las dos de la tarde y me iba a casa, tenía que volver al toque de retreta y dormir en el cuartel. Todas las mañanas seguíamos haciendo instrucción —los reclutas, claro— y el cabo furriel parecía que la tenía tomada conmigo: me chupé en nada de tiempo tres guardias, un retén y una imaginaria vigilando el dormitorio de la compañía, el tercer turno de cuatro para más coña, que te partía la noche y ya no podías conciliar el sueño.


De nuevo la instrucción
De nuevo la instrucción

Las guardias duraban 24 horas, alternándose dos en puesto (que iba variando a lo largo del día) y dos de descanso ininterrumpidamente. En el Cuerpo de Guardia, a la entrada del cuartel, había literas, mesas, sillas, armero y nunca faltaba por la noche un perol grande de café caliente y otro de coñac, éste por reminiscencias, supongo, de tiempos de guerra, cuando se mandaba a los soldados al frente de batalla embravecidos por una ardiente arenga y por cantidades ingentes de alcohol. Hoy dicen que se recurre a substancias psicotrópicas.


Cuerpo de Guardia
Cuerpo de Guardia

El peor puesto durante el día era la garita de entrada, pues tenías que parar a todo el que pretendiera acceder, y en caso de ser oficial del ejército, avisar con tiempo al cabo de guardia para efectuar el saludo reglamentario. Cuando llegaba el coronel del cuartel, aún peor, pues ya debía estar formada toda la guardia, con oficiales, sargento y tropa. Por la noche cualquier puesto daba "yuyu" cuando te quedabas solo, y más si alguien se acercaba y le tenías que gritar aquello de: "¿Quién va?" Y en caso de no ser reconocible y no contestar a la petición de: "¿Santo y seña?" (se daba la consigna todos los días en el Cuerpo de Guardia), disparar sin contemplaciones. De todas maneras, en mi cuartel, a pesar de que ya ETA existía, la disciplina estaba bastante relajada, y prueba de ello es que salvo dos balas que metías en el cargador del Cetme, el resto hasta diez te las daban en un liote con gran cantidad de vueltas de papel celo alrededor. ¡Vaya, que para unas prisas!


Una de las garitas de vigilancia y zona del depósito de agua
Regimiento Mixto de Ingenieros nº 1.
Una de las garitas de vigilancia y zona del depósito elevado de agua, también con puesto de guardia

Pero cierto es que terminar la guardia era un relajo. El toque de relevo significaba la alegría para unos y, claro, la "jodienda" para otros.

"Guardias venid, venid, venid,
guardias llegad, llegad, llegad,
unos irán al polvorín
otros irán a la Principal.
Si tienes guardia, jódete
que yo también la tuve ayer..."

Sí se ponía todo patas arriba cuando le tocaba el cargo de capitán de semana a Fermín Manso Rodríguez, de Transmisiones, estricto a rajatabla en las ordenanzas militares y el coco del cuartel. No olvidaré que uno de aquellos primeros días, terminamos todos los que teníamos servicio de retén para emergencias arrestados en prevención, por el delito de no llevar el material que manda la reglamentación, que sin lugar a dudas no era de incumbencia de la tropa.


Esperando turno en el Cuerpo de Guardia
Esperando turno en el Cuerpo de Guardia

Al poco, y gracias a mi amigo José María, me dieron destino de escribiente en oficinas. Todas estaban bajo el mando del capitán Amillo Figueroa, de mi compañía, la de Plana Mayor y Servicios. Era un gran tipo, distante pero muy amable y correcto, y prácticamente el "amo" del cuartel, pues además de ser el jefe de todo ese negociado administrativo y burocrático, era público que pertenecía al poderosísimo entonces y temido SI, el Servicio de Inteligencia del Ejército.

Mi oficina era la Sección 1ª (S-1), nada siniestra, todo lo contrario, con fauna (algunos de los nombres no son los verdaderos) de variado pelaje: en primer lugar el jefe, el capitán Vadillo, entrañable donde los haya y ya mayor, que nos trataba como a hijos. Se jubiló aquel año después de haber entrado en el ejército durante la guerra civil. Le seguía por orden de graduación, que no por responsabilidad ni por capacidad de trabajo —no daba ni golpe—, el brigada Malinas, que todos los días abría el armario del material de escritorio —nosotros administrábamos y servíamos a todas las dependencias y cogía un "puñao" de folios, cuadernos, lapiceros, bolígrafos, borradores o incluso sacapuntas, y con todo el morro del mundo decía: "Je, je, para la niña". Debía tener el tío una librería en su barrio y del cuartel se llevaba el material. ¡Negocio redondo! Otro que tal bailaba era el también brigada Olmedo, que dicen que “asaltaba a mano armada” todos los días los almacenes de la cocina, y no sólo por llevarse el pan, al cual creo que tenían derecho oficiales y suboficiales. También el surtidor de gasolina (para las máquinas y los vehículos militares, no para los particulares); pero en esto creo que abusaba hasta el coronel. El sargento Hernández era el único suboficial que se ganaba el sueldo en la oficina, por lo menos tenia varias tareas a su cargo.


La S-1

El resto éramos tropa, variando continuamente según los reemplazos, pero entre los más peculiares: mi amigo el cabo José María, que no pisaba por allí casi nunca, pues andaba escaqueado, de permiso, ejerciendo el cargo de Visita de Hospital o haciendo el curso de Cabo 1º. Arrieta, vasco, que a la segunda semana de estar allí fue separado debido a que alguien denunció su simpatía con Eta; inmediatamente regresó, ya que el delator erró de plano: resulta que era sobrino de la entonces alcaldesa de Bilbao y seguidor de Blas Piñar.

De todos los de oficinas, como manejábamos información sensible que podía ser utilizada para fines perversos, pedían referencias; el Ayuntamiento de Criptana mandó a casa de mis padres un alguacil para rellenar una encuesta.


La S-1

Más compañeros: Vaquero y Cabrerizo, uno cacereño y el otro conquense, ambos maestros e igual de raros el uno que el otro. El cabo Jiménez, sustituto en lo del hospital cuando José María estaba de permiso. Almeida, del que conocíamos todas sus andanzas amorosas, y especialmente la forma de las tetas de su novia Maripuri. Olivares, manchego de Daimiel y enchufado del capitán Amillo ("De Daimiel, somos de Daimiel...", le cantaba, parodiando el himno de su pueblo); me lo encontré al cabo de los años trabajando en una tienda muy conocida y especializada en materiales de encuadernación, propiedad de la familia del capitán. El cabo Gutiérrez, mi sustituto a su vez en el cargo famoso del hospital, y al que luego cedí yo los trastos cuando me licencié, pero de eso aun queda mucho. Pensé antes cederlo —la cosa se hacía así, siempre que Amillo estuviera de acuerdo— a uno de Criptana, a Pepe Mascaraque, que era cabo y luego cabo primero, pero estaba en la compañía de Transmisiones y era muy complicado el traslado.


¡Viva el trabajo!
¡Viva el trabajo!

Éramos los soldados los únicos que dábamos el callo en la S-1; aunque tampoco había demasiadas cosas que hacer y perdíamos el tiempo miserablemente día tras día. Pienso ahora en los que no tenían un destino fijo, nada que hacer mientras no les tocara algún servicio, en lo torturante y aburrido que podía ser el tiempo estando manga por hombro, en las tardes interminables en la cantina para los que no eran de Madrid, aficionándose a la bebida y al juego.

Mi principal cometido en la S-1 era rellenar las Cartillas Militares; tengo pues el honor de haberme yo licenciado a mí mismo, con mi puño y letra. Los de mi quinta fuimos el último año que la teníamos verde; luego cambiaron de formato y eran de color blanco.


Cartillas Militares
Cartillas Militares. La verde fue mi reemplazo, el del 47, el último que la tuvo, pero como hice la mili
con dos años de prorroga, conviví con los que ya la tenían blanca

La cocina en el cuartel era buena. Tenían presupuesto para unos setecientos soldados y no comían más de cien, los que estaban de servicio cada día y pocos más. Yo la probé, pues eso, los días que tuve que quedarme allí obligatoriamente. Sé de un suboficial, por circunstancias que no vienen al cuento, que tras su mes reglamentario de cocina ingresó en su cuenta bancaria trescientas mil pesetas, ¡de aquellos años! ¿Alguna gratificación especial, acaso?

La vida en la mili cambió totalmente para mí cuando a las pocas semanas me concedieron el pase pernocta —¡ya podía dormir en casa!—, conseguido también con mi ya proverbial "potra" o más bien previsión: aunque vivía solo en Madrid desde hace años, estaba censado en Criptana en la casa de mis padres, y nunca me había preocupado en cambiarme de censo; afortunadamente sí lo hice unos meses antes de ingresar en el ejército.


Pase pernocta
Mi "pase pernocta", renovado de un primero concedido en mayo de 1971. Lo de vivir en Madrid con mis padres
me lo inventé; yo vivía solo, y mi nombre constaba en el censo como cabeza de familia

Otra de mis previsiones fue ahorrar lo suficiente para poder pagarme desayuno, comida y cena y seguir corriendo con todos los gastos de mi casa. Recuerdo —eran otros tiempos— que llegué a reunir ochenta y tres mil pesetas.

Me tenía que levantar temprano, y el transporte hasta el cuartel lo hacía primero en el metro, hasta la estación de Ópera, y allí, a las espaldas del Teatro Real, cogía el Bus 39 que me dejaba en la misma puerta del Regimiento.


Situación del Regimiento Mixto de Ingenieros nº 1
Situación del Regimiento Mixto de Ingenieros nº 1 en un mapa de la época

El 14 de mayo me examiné para cabo y, declarado apto, el 7 de junio fui ascendido a ese empleo con antigüedad del día 1. Significó para mí un cambio fundamental, pues inmediatamente fui nombrado Visita de Hospital, ya que mi amigo José María fue ascendido al empleo de cabo 1º, y con la recompensa añadida de disfrutar de 15 días de permiso por cada dos meses en el cuartel, además de quedar rebajado de cualquier otro tipo de servicio. Aquello de llevar galones —los compré en una tienda de efectos militares que había junto al metro de Campamento— significó asimismo que pasaba de recluta a veterano o padre. Con el tiempo llegué a ser el más antiguo de la oficina, el abuelo, el cabo-comandante de la S-1.


Nombramiento de cabo
Nombramiento de cabo

Carnet de cabo y galón
Carnet de cabo renovado del inicialmente concedido con fecha de 1 de junio de 1971.
Banda para los galones de hombrera del empleo de cabo

El cargo de Visita de Hospital era muy peculiar. Consistía en ir todos los días al hospital militar Gómez Ulla, visitar a los enfermos ingresados del cuartel, fueran oficiales, suboficiales o tropa —muchas veces no había nadie—, interesarse por ellos, realizar los encargos que te solicitaran y hacer un informe por escrito al capitán Amillo sobre la evolución de la enfermedad y estado anímico del ingresado. Muchos soldados aprovechaban en la mili para operarse de deformaciones en los pies, juanetes fundamentalmente, pues tenían fama los cirujanos del Gómez Ulla en esta especialidad.


Nombramiento del cargo de Visita de Hospital
Nombramiento (algo deteriorado) del cargo de Visita de Hospital

La visita estaba programada para las tardes, pues a las seis y media un comandante nombrado cada semana como Visita de Hospital de toda la División pasaba revista a los que íbamos de cada cuartel, que teníamos además que poner nuestro nombre y firma en un libro de registro: "Por el regimiento Mixto de Ingenieros nº 1, el cabo José Flores". Sin embargo, yo, que era el único cabo —en otros cuarteles realizaba esta función un teniente o un sargento— la realizaba por la mañana, como habían hecho todos mis antecesores. Me salía del cuartel a las doce, con mis trinchas (correajes) puestas, pues iba de servicio aunque no fuera de armas, con mis credenciales que daban fe del cargo, sin miedo al sargento de guardia que te pudiera hacer revista de pelo, botas y demás historias y negarte salir, y por supuesto sin ningún miedo a la policía militar, que es más, me saludaban con todo respeto.


Hospital Militar Gómez Ulla
Antiguo Hospital Militar Gómez Ulla

Me iba andando hasta el metro de Campamento, y desde allí al de Carabanchel, y justo enfrente estaba el hospital. Realizaba la visita si es que teníamos algún enfermo, firmaba el libro de registro que ponían a la una y media —alguna vez tenía que esperar y siempre era el primero— y rápido me marchaba a casa. Nunca pasó nada, pero siempre tuve, incluso después de acabar la mili, el temor a que me llamaran para pedirme cuentas, aunque, eso sí, el servicio lo cumplía perfectamente.

La visita se complicaba si acaso el enfermo era oficial, por el respeto y trato debido, pero eso ocurrió dos veces y fueron ambos amabilísimos conmigo.

Todos los soldados cobraban por aquella época creo que unas ochenta pesetas al mes, los cabos ciento cincuenta y yo otras mil más por lo del hospital, que luego pedí me subieran a mil quinientas y me lo concedieron. Me pagaba el sargento Barriga, que hacía honor a su apellido y era el secretario de Amillo. También me suministraba tacos de billetes del metro.


Hospital Gómez Ulla
Antiguas salas del hospital militar Gómez Ulla

Pepe Mascaraque Díaz-Ropero, el compañero de mili de Criptana, con el que he tenido contacto muchos años después a través de Facebook, me comentó que él también hizo su trampa en el cuartel (su "venganza"), que consistió en ingeniárselas para provocar que se hicieran dos inspecciones a su propia compañía de Transmisiones. Lo hizo utilizando formularios que para ello había de casos anteriores en la oficina S3, en la que él prestaba servicio. Los pasó a la firma del coronel revueltos entre otros papeles y nunca se dieron cuenta. Naturalmente, el temible capitán Manso estaba algo "mosqueado" con tanta inspección en su compañía.

Otra anécdota que cuenta Mascaraque, fue la ocurrida a un compañero. Llegó un sargento con prisas y preguntó quién necesitaba aprender a leer y escribir. Contestó no, porque…. (iba a decir porque soy Ingeniero). No le dejó seguir hablando, el sargento entendió que no sabía leer y lo mandó a la escuela del Regimiento a aprender a leer y escribir. Al poco tiempo se dieron cuenta de que era Ingeniero Superior y lo mandaron al calabozo por un largo tiempo.

Los cabos 1º eran entre otras cosas los encargados de dirigir la instrucción por las mañanas, y cuando le tocaba de semana a mi amigo José María, trataba de ayudarle y hacer bulto porque la mitad de la gente se escaqueaba y él podía incluso sufrir arresto. Coincidió una vez con la anunciada visita del general de la División, y había que preparar una parada militar en su honor. Nos ejercitábamos con la ayuda de dos cabos gastadores que alguna otra compañía nos prestó y desfilando con marchas militares que ponían por los altavoces. El último día con la propia banda del Regimiento y con los toques reglamentarios de un sargento turuta, ya mayor éste, con no demasiadas luces, que incluso recibió reprimendas delante de todos del —¡cómo no!— capitán Manso.

Aprendimos el himno del Arma de Ingenieros:

"Soldados valerosos
del Arma de Ingenieros
cantemos a la Patria
con recia fe y amor.
¡Arriba nuestro lema!:
"Lealtad y Valor".
El Santo Rey Fernando
nos guía y nos protege,
Castillo con trofeos,
de roble y de laurel,
nos da su fuerza y gloria,
triunfaremos con él.
Con fortaleza, lealtad y valor,
gloria a España, al Ejército y al Arma,
los Ingenieros, daremos con ardor..."

El padre de mi novia murió en Madrid, ingresado en un hospital, en el mes de agosto, y no fui durante tres días al cuartel. Llamé por teléfono al sargento Palacios, de mi compañía, y fue suficiente. Ignoro si en otros cuarteles hubiera bastado con la llamada o me tendría que haber presentado por la mañana para pedir el correspondiente permiso. Desde luego, la ley militar prescribe situación de alerta a la primera falta, indagaciones a la segunda, y declaración de prófugo a la tercera, con lo que se da orden de busca y captura para el ingreso en prisiones militares o en batallones disciplinarios.

Ya trabajaba por aquella época en el Colegio Salesianos Atocha, y cuando llegó el mes de septiembre me pude reincorporar a dar clase, aunque sólo por la tarde. Iba vestido de soldado, pues no tenía tiempo ni para comer. Me levantaba temprano y desayunaba fuerte, al estilo inglés. No faltaban los huevos fritos con jamón o beicon, arenques ahumados, café con leche, galletas y fruta. ¡Muchísimo!, pero ya sólo tomaba una merienda cena cuando llegaba a casa y me acostaba pronto.


Vista aérea del Regimiento Mixto de Ingenieros nº 1
Vista aérea del Regimiento Mixto de Ingenieros nº 1

Había disfrutado de dos turnos de vacaciones y en Navidad también pude ir a Criptana, hasta el 1 de enero, pues el 2 me incorporaba al cuartel. Fue la primera vez que pasaba el día de Reyes en Madrid, solo, y bastante triste, sin que el roscón que me compré para mí solito pudiera evitarme la melancolía.


Mi penúltimo permiso
Mi penúltimo permiso

Pero todo tiene su fin, y a principios de marzo de 1972 me llamó el capitán Amillo y me comunicó que no podía licenciarme sin hacer una guardia como cabo, que era lo tradicional. Y la hice, el día 5 de ese mes entraba a las ocho de la mañana en el Cuerpo de Guardia para no salir hasta el día siguiente a la misma hora, y nada menos que con el capitán Fermín Manso de semana. El evento se proclamó en la correspondiente Orden del Día y también circularon carteles de mano anunciando la "corrida". Triunfo absoluto con salida a hombros.


Mi primera y única guardia de cabo
Orden del 4 de marzo de 1972 anunciando mi guardia de cabo para el día siguiente.
Fue la primera y la última, y casi la despedida de la mili

Cartel de mano de mi guardia de cabo y última Visita de Hospital
Cartel de mano que circuló anunciando la corrida (mi guardia de cabo) con afamados toros astifinos de don Fermín Manso.
Orden de mi última Visita de Hospital

El 8 de marzo cumplí con la última Visita de Hospital, me fui una semana de vacaciones y el 15 volví para entregar toda la ropa, incluidos los calzoncillos y las magníficas botas, despedirme de mandos y compañeros y recoger la cartilla que yo mismo había ido rellenando y ahora me entregaban firmada con la licencia y un mes antes de lo que me correspondía. Bien que en ella se especifica: licenciado el 15 de abril de 1972 con Servicio Eventual en la 1ª Región Militar y paso a la situación de reserva para el 15 de enero de 1973. Adscrito a la Zona de Reclutamiento y Movilización nº 11 de Madrid, en el cuartel Infante Don Juan de paseo de Moret 3.


La licencia
La licencia y las botas

En este cuartel tenía que haberme presentado todos los años —en los pueblos se hacía en el de la Guardia Civil— para pasar revista, ya que la licencia no era definitiva hasta que no pasaran dieciocho años y en cualquier momento te podían movilizar. Nunca lo hice.

Estuve en la mili exactamente catorce meses, muy distinto de los ocho años que se hacían en 1800 o de los dieciocho meses del no tan lejano 1968.