a primera imagen que tengo de mí es sentado en el poyuelo de la puerta de mi casa, en la calle de la Reina, en Criptana, comiéndome un plátano. Debía tener dos o tres años, y al parecer era un dengue de mucho cuidado y únicamente era eso lo que me gustaba, fruta entonces casi exótica que sólo vendía la Pata Galana en la Plaza. En aquella casa (veníamos de otra en la calle Cervantes) estuvimos hasta que construyeron una nueva para nosotros un poquito más arriba, junto a la de mis abuelos.
Calle de la Reina
A los cuatro años ingresé en el Colegio Teresiano, en la calle Convento, junto al Pozo Hondo, y me veo en el recuerdo arrodillado junto a la tarima de la mesa de don José Sainz, codirector junto a don Julio Gil, medio jugando con un rompecabezas de piezas de colores con otros tres compañeros de más o menos mi misma edad: Mi primo Falín ( Rafael García-Casarrubios), Santi (Santiago Sánchez-Manjavacas) y Méndez, que nunca supimos su edad, pues el pobre decía al preguntarle por los años: "Cuando se murió el caballo".
Pozo Hondo. Colegio Teresiano a la derecha y la casa de doña Remedios Baillo, la Casa Hundía, a la izquierda
Mi infancia, como la de todos en Criptana por aquellos años, transcurrió en la calle, verdadera escuela de la vida y solar de nuestros juegos. Hoy sería impensable por ejemplo montar un partido de fútbol en ella, con dos porterías improvisadas entre dos piedras o montoncillos de abrigos o jerséis. Los coches apenas pasaban, y de los carros había tiempo para retirarse.
Jugando al fútbol en la calle
Nada más llegar del colegio y merendar, o con ella en la mano (un buen trozo de pan con una onza de chocolate o una cata en plan sofisticado), nos faltaba tiempo, hiciera frío o calor, para salir corriendo a la calle. Durante el verano, ya de vacaciones, incluso con tiempo añadido, pues volvíamos a salir después de cenar mientras los mayores tomaban el fresco sentados a las puertas de las casas.
Pan con chocolate
Catas de pimentón o de tomate
Nos juntábamos chicos y chicas del vecindario y jugábamos a todo, desde las cosas sencillas siendo pequeñines como la "gallinita ciega", el "corro", el "pillar" o el "escondite", a las de más edad: "aceitera vinagrera", "las matas", "pies quietos", "correcalles", el "rescate", el "látigo", la "pídola", las "prendas", que incluso tenía su vertiente erótica, o simplemente a hablar, a preguntarnos quién nos gustaba para ser el novio o la novia. Las chicas tenían sus propios juegos, como la "comba" o el "truque", y para los chicos: las "chapas", el "trompo", los "güitos", las "bolas", el "hinque", el "salto del moro", las "artesillas"...
También hacíamos travesuras, algunas de muy mal gusto, como poner un bote con agua en la parte de arriba de una ventana —a veces incluso de orina—, del que partía un bramante fino hasta una piedra en el suelo, cruzando la acera. Se preparaba la fechoría por la noche, en la semioscuridad, y como estaba previsto, el desgraciado que pasaba se llevaba por delante la cuerda y el bote se derramaba sobre su cabeza.
Jugando al trompo
Otra travesura, ésta de día, era atar toquillones. Algunas mujeres de entonces no usaban abrigo, sino que se resguardaban del frío con una especie de toquilla grande (toquillón) hecha de lana, que se ponía sobre los hombros y se recogía en el pecho. Por los bajos tenían una especie de flecos colgantes de unos 10 ó 15 cm. de largo. La broma consistía en atar los flecos de un toquillón con los de otro que estuviera al lado. Cuando las dos mujeres se separaban, para irse cada una por su lado, se veían enganchadas una a la otra y con los toquillones... en el suelo.
Nos divertíamos con cualquier cosa, como echar un pulso entre dos, apostar quién meaba o escupía más lejos, dar trompiquetas, subirnos en cancabolillos o a cuestas, imaginándonos en un torneo, a caballo, con espadas rudimentarias de madera o arcos y flechas de caña. Bastaba encontrar un montón de arena de una obra para pasar allí toda la tarde haciendo cuevas, o igual con la que se acumulaba en el callejón de las pasaeras, frente a la calle del Monte. Cuando llovía, era una gozada el agua que desde la Guindalera bajaba y cruzaba por allí la calle de la Reina, como un río.
¡A ver quién mea más lejos!
Conmigo, formábamos la tropa callejera mi primo Falín y su hermana Carmencita, Antonio y su hermana Isabelita, hijos del zapatero Cayo Mínguez; los hermanos Ortiz, que eran de Alcázar y su padre tenía un taller y venta de bicicletas en el segundo tramo de la calle de la Virgen; Isidorín, el de los almacenes Isasi (esquina de Reina con Paloma), y su hermana; el Buqueque y la Buqueca, Malrrasquilla, los Negus, Santiago Carrasco, Moratalla y, esporádicamente, Salucita García-Casarrubios, su prima Carmencita y alguno más de los alrededores que se incorporaba.
Yo, a su vez, era muy amigo de Maribel Ortiz, la de la Luz (su padre era el jefe de zona de Centrales Eléctricas Navarro, con oficinas y vivienda enfrente de mi casa); su familia y la mía tenían mucha amistad y yo me iba a jugar a su casa.
Al ir creciendo, la calle se nos quedaba pequeña y volabas a investigar otros lugares, que muchas veces era seguir a compañeros del colegio para conocer otros grupos de chicos y chicas.
Subirnos hasta el "Pozo las Eras" y, por la que nos parecía entonces enorme cuesta de San Sebastián, llegarnos hasta el Santo y luego volver por la del Cerrillo o por la Cambronera, fue el trayecto de nuestras primeras escapadas.
El Pozo de las Eras
La calle del Monte, su callejón sin salida y su travesía, donde había otra torrentera y se acumulaba agua y arena, eran habituales, Allí conocimos a otra panda, donde Quinito era el jefe. Y a León, que vivía justo en la esquina de la travesía; su abuelo (Diómedes) y su padre tenían una carnicería en la calle de Santa Ana, y su madre era de los Gavillas. Nos hicimos muy amigos de él, y con mi primo Falín y Antonio Mínguez éramos inseparables. Luego se marcharon toda la familia a Madrid —creo que vivían en la calle de Embajadores— y perdimos todo contacto.
La calle del Monte por los años 50
Otra excursión, ya cada vez más lejos, era irnos por la calle del Monte, la carretera a Pedro Muñoz y, desde el cementerio, por lo que ahora es el "carreterín de los muertos" y por el Calvario hasta casa. Por supuesto que no estaba urbanizada toda esta parte como ahora, y para nosotros constituía una verdadera aventura. Recuerdo que había en el trayecto un montículo con varios barrancos alrededor que nos entusiasmaba, y que bautizamos como la "montaña de Covadonga". Muchas veces íbamos a tal paraje.
Calle de Goya ("el carreterín de los muertos") y el descampado
Otra torrentera famosa en Criptana era la que desde la Sierra bajaba por la calle del Caño y el lateral del Pósito (allí había otras pasaeras de piedra) hasta el Pozo Hondo, donde se encauzaba en un caz que se hacía profundo a la altura de las escuelas, entonces ya en descampado, en plenas eras (la famosa de Paco y otras). Siempre había un reguero que manaba en la fuente del Caño, y en los días de lluvia impresionaba la fuerza del agua, como un río, en el recodo de la entonces casa de doña Remedios (la casa hundía). Recuerdo que una vez la riada se llevó por delante el carrete de chucherías del pobre Memé, que perdió toda su mercancía. Por allí correteábamos, reteníamos el agua con presas ideando los más sofisticados sistemas de canalización o hacíamos competiciones de barquitos.
El caz del Pozo Hondo
Las eras del Pozo Hondo y al fondo las escuelas, que eran la última construcción. Por aquí pasaba el caz que bajaba
desde la sierra. La fotografía es de los años 30, pero poco había cambiado en los 50
Cruzar la vía del tren por el puente de Arenales o por el paso a nivel y alejarnos más allá de las bodegas Girona y de la fábrica de harinas de los Casado era toda una osadía, tanta como acercarnos hasta el cementerio y rodearlo.
Puente en la carretera de Arenales sobre la vía del tren
Barreras del paso a nivel en la carretera al Puente de San Benito
Atreverse a ir a la sierra tenía su peligro, pues nada más subir por la calle del Caño entrabas en la zona de la temible banda de Bisturí y podías salir con una pedrada en la cabeza. Luego —las vueltas que da la vida— yo lo di clases particulares de apoyo en el Teresiano porque me lo pidió don José Sainz, y él, pasados los años, cuando se casó, le dio a su padre, Juan Manuel Sánchez-Calcerrada, el Bisturí original, practicante de oficio y alcalde republicano en algún período de la Guerra Civil, un consuegro nada menos que guardia civil.
El tirador, pues, en la Sierra, era a veces conveniente como arma defensiva. Lo hacíamos nosotros mismos o lo comprábamos en Chufitas, en la calle de Santa Ana. Consistía, como es bien sabido, en una horquilla de madera o de alambre fuerte que servía de mango y agarre a dos gomas unidas por una badana. En esta badana se colocaban piedras, preferentemente redondas (guijarros), y, tensadas las gomas, se disparaban, alcanzando distancia y contundencia. Pocos de nuestra generación hay que no conserven una señal en la cabeza por causa de una descalabradura.
Tiradores
No obstante, en la Sierra había espacio para todos, podías adentrarte más o menos hasta donde te apeteciera y subir y bajar por donde quisieras. Cruzando la depresión que desemboca en la calle Norte, por donde estaba el antiguo Asilo y la cueva de La Manguita, se llegaba a un farallón descarnado en la piedra con cavidades horadadas que dejaban ver formaciones de cuarzo. No creo que haya chico de mi época que no esquilmara la veta.
Sierra de los Molinos en los años cincuenta
Formaciones de cuarzo en la Sierra de los Molinos
La mítica "Cueva de la Laguna" era otra posibilidad; se encontraba siguiendo los postes de la luz que pasaban por detrás de los molinos. Tenía dos bocas bajo una gran losa de piedra, una de entrada y otra de salida, y yo pasé un par de veces, gateando, con la ayuda de una linterna. Otros lo hacían —una verdadera temeridad— con un trozo de goma encendido. A mitad de recorrido te podías incorporar un poco y había una bifurcación muy estrecha, con signos de derrumbe, que dicen que llegaba hasta la ermita de la Virgen de Criptana cuando allí se asentaba la fortaleza musulmana de Chitrana. Se contaba que hubo gentes que llegaron bastante lejos en ese otro camino, y que había grandes salas con restos de decoración, pero yo creo que mucho de ello era invención. Hoy la entrada a la cueva está muy deteriorada por hundimiento.
En 1968 se realizó una investigación espeleológica de la cueva que levantó un mapa topográfico. Las dimensiones son muy reducidas. En su parte más larga unos 30 metros y en el más ancho 10 metros. La altura, aunque no viene especificada, no da para ponerse en pie en ninguna zona. El trabajo salió a la luz por la investigación realizada en 2023 en el Curso de Historia Local de la Universidad Popular de Campo de Criptana. Vicente Manzanares (Malmira) realizó igualmente un video de la entrada a la cueva.
Cueva de la Laguna
Plano topográfico de la Cueva de la Laguna. 1968
Una leyenda que nos transporta al año 43 del nacimiento de Cristo afirma que el Apóstol Santiago predicó en el cerro donde hoy se venera la imagen de la Virgen, dejando cuando se fue una imagen de María Santísima, que se conservó hasta la llegada de los musulmanes en el año 715. Se dice que la ocultaron en una gruta que distaba legua y media por el saliente (la hoy llamada Cueva de la Laguna), donde quedó en el olvido y sepultada. Luego, según otra leyenda, el lunes de Pascua de Resurrección del año 1222 la Virgen se apareció a un matrimonio de labradores que faenaban en la ladera del cerro.
Y otra más habla de una mona o una sirena que la noche de San Juan sale de la cueva y se peina con un peine de plata. No conozco a nadie que la haya visto.
Otra imagen de la Cueva de la Laguna
En el camino para ir a la cueva se pasaba por una antigua cantera con una grieta en la roca de unos cuarenta centímetros. Arrastrándote por ella llegabas hasta un espacio más amplio con sedimentos calcáreos de estalactitas y estalagmitas.
En zona urbana, la plazoleta en la trasera de la Iglesia (entonces en construcción), era ideal con su suelo de tierra para jugar a las "bolas". Allí Falín, mi primo, demostraba que era todo un campeón, siempre que no participara El Gato, que era el mejor de todo Criptana.
Jugando a las bolas en la plazoleta de Don Ramón Baillo. Al fondo el Hogar del Productor. Años 50
La fuente de la plazoleta. Años 50
En la contigua calle Murcia (entonces de García Morato) se concentraba un montón de chiquillería, y entre ella la que luego sería mi novia y con la que me casé, Trini Ossorio, pero que entonces ni me fijaba en ella. Acaso sí por estar repetida al tener una hermana gemela casi idéntica. Y sí seguro que competí con ella o fui compañero muchas veces en el juego del "pañuelo", que allí era muy habitual.
Calle Murcia
Trini Ossorio, ahora mi mujer, y su hermana gemela Pili. ¿Quién es quién?
De nuevo las gemelas Ossorio unos pocos años después,
con Nati Cedenilla, Begoña Ortega y otras amigas en una romería en la Virgen
Algunas veces representábamos obrillas de teatro, cobrando la entrada a una perragorda, y las más de las veces en casa de Falín, en el sótano o en unas camarillas que tenían por la parte de atrás. Casi siempre hacíamos un episodio de Matilde, Perico y Periquín, serial de humor muy en boga en la radio de entonces, o inventábamos nosotros el tema basándonos en cosas que sucedían en la calle o en el pueblo. Un año me trajeron los Reyes una máquina de cine, que también se incorporó a estas sesiones "educativas". Proyectábamos las clásicas peliculillas de cuentos infantiles o confeccionábamos nosotros las nuestras, dibujadas en papel de envoltura interior de las tabletas de chocolate, que era el ideal, fuerte y transparente. Hasta poníamos anuncios en el descanso de los comercios de la calle y, ¡cómo no!, de nuestro puesto de chucherías, que lo teníamos.
También, espectáculos cirquenses: de equilibrio, payasos, magia y de malabarismo. Me entrenaba horas y horas con una escoba de las de palo sosteniéndola en equilibrio con el dedo índice, la nariz, la frente, los hombros, los pies… Conseguí una tremenda destreza que aún mantengo. Y lo hacía igualmente con unos platos de plástico que mediante una varilla se hacían girar y rotaban sobre ella. Falín tenía su momento de gloria con una exhibición de baile; él no, un bailarín recortado en chapa con brazos y piernas articuladas que sujetaba con un manubrio y apoyaba en una tabla. Golpeando la tabla rítmicamente con el puño, el bailarín ejecutaba un zapateado. Creo que era un antiguo juguete de su padre o de su abuelo.
Reprentábamos sketchs de Matilde Perico y Periquín, proyectábamos películas y dábamos espectáculos cirquenses
Equilibrio con platos chinos
En mi casa, sin lo amigos, también lo pasaba bien, y por lo general escondido por el corral, banduendo. Me entretenía muchas veces haciendo cosas en madera, como espadas o barcas, casi siempre talladas a fuerza de navajilla. A nuestro vecino Ruperto, el carpintero, lo tenía aburrido de pedirle tablas.
Otra especialidad mía era la de "domesticar avispas". Tenía suficiente materia prima en el corral de mis abuelos, comunicado con el nuestro, atraídas por el néctar de las uvas de una parra. Cuando andaban posadas en el agua de algún cacharro para beber, las empujaba e impedía que salieran hasta que aparentemente se ahogaban; luego descubrí que poniéndolas al sol poco a poco se reanimaban, pero mientras tanto había conseguido sacarles el aguijón y ponerles un hilo largo atado por la cintura. Cuando volvían a la vida por completo ya no picaban, aunque instintivamente lo intentaban, y al levantar el vuelo estaban controladas por el hilo que yo manejaba. Con ellas asustaba a mis primas de Arenales y de Pedro Muñoz, que todos los años, en el verano, pasaban larga temporada en casa de los abuelos.
Era especialista en domar avispas
Y en verano, la gran diversión era bañarnos todos los hermanos y las primas en un enorme baño de zinc que poníamos al sol a calentar. Estaba el pobre muy viejo, y lo cuidábamos como oro en paño, pero todos los años teníamos que llamar a un lañador, el hermano Juan, para que lo repasara con estaño.
Con lo animales debía tener obsesión, pues en alguna época que mi madre tuvo gallinas, jugaba con ellas, intentando cogerlas como si estuviera en un safari. Se resistían las condenadas, pero cuando las acorralaba, se asustaban y se acurrucaban. No me sorprende el dicho de "eres más cobarde que una gallina". Luego mi madre extrañaba que no pusieran huevos en varios días. Era una travesura, pero no tanta como la de aquel en el pueblo que decían que ponía inyecciones de alcohol a las gallinas.
El terror de las gallinas
Cuando hacía una "trastá", mi madre salía corriendo detrás de mí con la zapatilla en la mano. "¡Te las cargao chaquetón!", me gritaba, pero me salvaba por los pelos si llegaba hasta el barranco de mis abuelos y me subía por dentro a una parcilla: era mi refugio.
Para los de nuestra generación, ir al cine los domingos era sagrado, al Teatro Cervantes o al Rampie, a la primera función cuando éramos más chicos o a la segunda, pero siempre, con la paga reciente, cargados de chucherías.
Cerca del Rampie podíamos hacer nuestras compras en "el cuartejo" de Juandela (entonces en la calle Castillo, frente al cine), en el "confesionario" —eso parecía su puesto ambulante— de "María la que pincha" de la esquina de Valera, o en La Punciana, un poquito más alejada, en la carretera de Pedro Muñoz, esquina a la calle de la Paloma, en un cuarto con puerta a la calle que se mantiene como entonces, incluso con la fachada sin revoco.
Cine Rampie, en el cruce de las calles de la Reina y Castillo, en donde se ve la puerta (la pequeñita) de un
primer "cuartejo" de Juandela. Luego lo cambió en local un poco más amplio a la puerta más arriba
Segundo "cuartejo" de Juandela en la calle Castillo
La "María la que pincha" (también ponía inyecciones), en otra de las esquinas (la de Valera) en el cruce entre las calles
de la Reina y Castillo. En invierno tenía una cajonera que parecía un confesionario
Y aquí el cuarto de La Punciana, en la carretera de Pedro Muñoz esquina a la calle de la Paloma
Y si íbamos al Teatro Cervantes, allí mismo a la puerta, en el puesto de la madre de los Alcolado; enfrente, en La Pradilla (la mujer del Pradillo, claro) con su hija la Candy, o en las piperas de la plaza: La hermana Castañera, La Pata Galana, La Santa Negra o La Dacia, que se ponía otras veces en la puerta de su casa, en la calle de Santa Ana. En la misma calle de Santa Ana, Chufitas y, ambulante, Memé.
El antiguo Teatro Cervantes en una fotografía de Semana Santa
Los dos hermanos mayores Alcolado en el puesto de pipas de su madre
Puesto de chucherías de la Dacia en su casa de la calle de Santa Ana
En las chucherías de entonces, menos sofisticadas que las de ahora, no faltaban los caramelos de todo tipo, boletas de anís, las zaras, los chicles de boleta y de pastilla, figuras de masa de azúcar, pan de higo, chocolatinas, cigarrillos y monedas de chocolate, las chufas, castañas asadas en invierno y pilongas en todo tiempo, y las pipas, que vendían a granel, a perragorda la medida.
Otra variante podían ser los titos de la hermana Cordeles, las berenjenas de Foril, o los puestos de “alcahuetas", que convivían los domingos en la Plaza junto a las piperas.
En verano, los "helaetes" caseros, artesanos, ¡qué cosa más rica!, de cucurucho o de medida, ajustados con unas máquinas especiales entre dos galletas, y de Juandela, Piejo en la Plaza o del zapatero Mínguez, mi vecino, en plan ambulante, empujando su carrete y arrastrando su pata chula.
Y gaseosas y polos de hielo, en fresa, menta o limón, de Leovigildo en la calle Castillo o de Agudo en la calle del Caño y dentro del Teatro. Lo de tomar una gaseosa era muy habitual entonces; no había tantos refrescos como ahora y resultaba más barato. Y si además añadías una torta del Gato, merendabas como un rajá. Con la gaseosa hacíamos a veces lo que los ganadores de una prueba de coches, por ejemplo, hacen ahora, agitarla y... En la oscuridad del cine era muy corriente, y te ponían, claro, en expresión muy del pueblo, auple.
Chuches de los años cincuenta: caramelos, piruletas, pirulís, figuritas de azucar, boletas de anis, pipas, zara, monedas
y cigarrillos de chocolate, polvos efervescentes, chicles, polos y helados
Más tarde se fue introduciendo la heladería industrial: los helados Frigo en un local abierto en la calle de la Virgen por Jesús Sanz (antes herrador con el veterinario don Demetrio) y luego en la calle Castillo, donde toda la familia, los Cabañero, pusieron después el bar Castillo (Los Pepes) tras dejar la repostería del Casino Primitivo. Y los helados Camy, en la confitería Niño, igualmente en la calle Castillo, con sus inaccesibles para nuestra precaria economía mostradores y vitrinas llenas de pasteles; sí los caramelos, y entre ellos los de malvavisco, que se guardaban en enormes botellones horizontales de cristal.
Paipay de propaganda de Frigo, chapa anuncio de Camy y uno de aquellos expositores de caramelos
No todo lo que se compraba en los puestos eran chucherías, también los rollos de pistones, para utilizar en las pistolas de percutor, y los fistones, más grandes que los anteriores, que iniciaban su violenta y ruidosa combustión rozándolos con fuerza sobre el suelo o paredes, y que eran más efectivos si con ellos en la mano se aireaban girando el brazo repetidamente como un molinete.
Lo de la pólvora parece ser que era obsesión, pues en Navidad, y sobre todo tras la Misa de Gozos de los estudiantes, el estruendo de los petardos, que nos proporcionaba Chufitas, era enloquecedor. Tremendo petardazo producía también una mezcla que se hacía con azufre y pastillas de clorato potásico; explotaba poniendo una piedra encima y pegando un fuerte pisotón. Y, cómo no, las bombas con un terroncito de carburo dentro de un bote semienterrado boca abajo; si con otro bote echábamos agua encima o, simplemente, meábamos, cuando el carburo se humedecía desprendía gases, y al acercarle la llama de una cerilla, el bote volaba por los aires.
Pistolas, rifles y toda la parafernalia de pistones, corchos detonantes, "fistones" de fricción y petardos
Baratijas de aquellos tiempos, algunas con el uso incipiente del plástico
Volviendo al cine, fue éste el gran espectáculo de nuestra niñez y juventud, la gran fábrica de sueños, prácticamente crecimos con él. Vimos grandes películas. Y siempre recordaré Scaramouche, una película de espadachines en la Francia pre-revolucionaria, con Stewart Granger y Eleanor Parker, que debió ser —creo— la primera que vi en color.
Muchos jueves había cine, con entrada de pago o con pases de invitación que daban con la de los domingos. Solían ser programa doble en sesión continua, con una película más o menos aceptable y otra verdadero bodrio, muchas veces de una serie mejicana del Santo enmascarado, que no nos gustaba ni a los chicos.
El maravilloso mundo del cine
La gran fábrica de sueños
Cuando llegaba el buen tiempo cerraban los cines normales y abrían las sucursales veraniegas al aire libre, con sesión sólo, obviamente, por la noche: en la calle del Caño, el Imperio, más bien un corral, y en la calle Veracruz, el Parque Cine Ideal, muy fresquito y agradable. Y el Capitol, en la carretera de Alcázar, en el antiguo taller de los Manolillos y por ellos administrado. En cualquier caso, era una verdadera gozada disfrutar de la película con un buen cucurucho de pipas, un bocata, un polo o un refresco; y de mayores, con un botellín de cerveza y, si se terciaba, fumándote un cigarro.
Había gente que se subía a la sierra para ver —pero no oír— las pantallas de los cines de verano. Las economías no estaban para muchos dispendios, y con tal de no pagar se hacía de todo, incluso acondicionar terrazas en alto en las casas cercanas a los cines y, por supuesto, intentar colarse.
Antiguo Cine Capitol
Muchos domingos por la tarde, antes de ir al cine, seguíamos el arroyo del Pozo Hondo hasta toparnos con las vías del tren. Allí nos fumábamos los pitos que habíamos comprado por suelto, prendíamos temerariamente fuego a algunos rastrojos y cardos y contábamos los trenes que circulaban. A veces saludábamos a los pasajeros con un movimiento de mano; pero las más de las veces, lo clásico era mandarlos a tomar por culo, haciéndoles el clásico corte de mangas. Siempre colocábamos monedas en los raíles al paso del tren, que quedaban aplastadas, con la figura de Franco desfigurada. Y siempre teníamos que hacer el camino de vuelta corriendo, pues el cine empezaba y no nos queríamos perder ni el Nodo.
De mayorcillos, con novieta, la fila predilecta del cine era la última, la de los "mancos", el único sitio donde se podía tener una cierta intimidad.
Mucho más alla del paso a nivel, por donde las aguas del caz del Pozo Hondo cruzaban las vías por una
alcantarilla, se desarrollaban nuestros andanzas domingueras
Franco aplastado por el tren
El puesto de tebeos era otra de las distracciones cuando se tenía algo de dinero. La librería de Arias, en la esquina de la calle de la Virgen con la del General Pizarro, nos surtía, primero con La Concha tras el mostrador y luego con Santiago El Sordete y su mujer Vicenta. Decenas de títulos colgaban desde una cuerda a lo alto del mostrador, prendidos con pinzas de tender la ropa. Los había de risa como el TBO, que dio nombre a todos los demás, con historietas tan conocidos como las de los inventos del profesor Franz de Copenhague o la familia Ulises, el Tío Vivo, DDT, Mortadelo y Filemón, Pulgarcito, Pumby, Jaimito... Tantos y tantos personajes que se hicieron como de la familia: Bonifacio y Carpanta, Zipy y Zape, Petra criada para todo, Las Hermanas Gilda, El loco Carioco, Rigoberto Picaporte solterón de mucha porte, Anacleto agente secreto, Pepe Gotera y Otilio, Botones Sacarino, Super López, Bartolo el as de los vagos, El reporter Tribulete, La familia Cebolleta, Rompetechos... o los de la desternillante 13-Rue del Percebe.
Aquí estuvo la librería y puesto de periódicos y tebeos de Arias, en la calle del General Pizarro esquina con la de la Virgen
Tebeos de risa
Y de aventuras: El guerrero del Antifaz, El Capitán Trueno, El Cachorro, El Jabato, El Corsario de Hierro, Roberto Alcázar y Pedrín, Hazañas Bélicas, Mendoza Colt, El Aguilucho, Sargento Furia, El Cruzado Negro, Flecha Roja, El Llanero Solitario, El Coyote, Garras de Muerte, El Príncipe de Rodas, Apache, Diego Valor, Rayo Kit, El Espadachín Enmascarado, Las aventuras de Boro-Kay, Sigur el Vikingo, Pantera Negra, Bengala, Superman, Batman, Spíderman, Juan Centella…
Tebeos de aventuras
Y para las chicas: Florita, Mis Chicas, Azucena, Marilú, Sissí, Lily, Mary Noticias, Susana e infinidad de cuentos de hadas y encantamientos
Y para las chicas
Había sobres sorpresa con tres tebeos que resultaban más baratos, pero eran números atrasados que venían con un pico cortado y muy difíciles de cambiar, que eso también se hacía entre nosotros, mirando si estaban más o menos nuevos, doblados, sin pintarrajear o si eran de las colecciones de más éxito.
En la calle de la Reina, mi vecino Juanjo, aunque un par de años mayor que yo, era el que más tebeos tenía de todo tipo, y me los dejaba para leer. Y otro, mi amigo Antonio Mínguez, éste especializado en los del Capitán Trueno, El Jabato y El Cachorro.
Coleccionar cromos era otra de nuestras aficiones, y cualquier sitio resultaba bueno para consultar la lista de los que nos faltaban y cambiarlos por los "repes". Los pegábamos en los álbumes con engrudo, una pasta que se hacía con harina y agua. La mayoría de ellos salían entonces en las tabletas de chocolate y chocolatinas. Recuerdo las colecciones de Coches, Barcos, Aviones, Conquista del Espacio, Artistas de Cine, Sissi, Equipos de Fútbol, Boxeadores, Historia de las Armas, Animales, Plantas, Don Quijote, Blancanieves, La Cenicienta…
Colecciones de cromos
Clásicos también en aquellos tiempos eran los recortables, en sus versiones para chicas y chicos. Los nuestros, casi siempre de soldados, había que pegarlos en posición erguida sobre cartulinas. Otros eran sobre construcciones, que tenían un grado mayor de dificultad.
Recortables de chicas y de chicos
Recortables de construcciones
Ya había hecho la Primera Comunión en 1956, con un traje blanco de pantalones largos que anteriormente había utilizado mi hermano Valeriano, y al que luego cortaron las perneras y yo usé para los domingos. Tras la ceremonia hubo en mi casa invitación a chocolate con tortas del Caballista. Y hasta la hora de comer y por la tarde, como era costumbre, mi madre me llevó a recorrer todas las casas de familiares, vecinos y amigos para que vieran lo guapo que iba. Yo no estaba mucho por la labor, pero tenía la recompensa de las propinas que te daban, que fueron muchas. Lo inmediato fue que me compraron una alcancía (una caja de hojalata con su llave y ranura) para guardar el dinero, que yo recontaba con deleite, como si fuera un "judío".
Mi Primera Comunión
Las propinas de mi Primera Comunión
Para prepararnos en la fe de Cristo íbamos a la Doctrina los domingos después de comer, en la ermita de la Madre de Dios, con Santiago, que tanto colaboró en la iglesia (el primer seglar que en el pueblo fue autorizado a dar la comunión), de catequista. Para que tuviéramos perseverancia y no faltáramos nos daban vales que en Reyes canjeábamos por juguetes o libros.
Chicas en catequesis posando con el párroco, don Gregorio Bermejo, en el patio interior de la ermita de la Veracruz. Años 60
Una vez hecha la Comunión pasábamos a Acción Católica, la asociación internacional de seglares católicos fundada por el Cardenal Joseph Cardijn en 1920 dentro del seno de las propias parroquias. Los consiliarios o directores espirituales por aquella época y uno detrás de otro fueron dos curillas jóvenes, don José María Chicón y don Juan Miguel Villar, que salieron tarifando por problemas de faldas. Con el tiempo, don Juan Miguel abandonó el sacerdocio. Pero los que verdaderamente llevaban todo el movimiento de jóvenes eran Manolo Briega, Manolo Santos y Paco Olmo. La sede de Acción Católica estuvo durante muchos años al principio de la calle de la Virgen, en el piso superior de una casa que derribaron para construir la actual y el pasaje hacia la calle de la Reina. En la parte baja tenían los Calcerrada, de Alcázar de San Juan, la "alcahuetería", que abrían sólo los domingos. En aquel piso pasábamos muchas horas, pues aparte de en él impartirnos la formación cristiana, funcionaba como lugar de reunión, como una especie de club.
Santiago, don José María Chicón y don Juan Miguel Villar
Aquí estuvo, al principio de la calle de la Virgen y frente a la Casa del Conde, la sede de Acción Católica
Durante el verano se organizaban marchas a la Huerta del Bajo, por el santuario del Cristo de Villajos; nos bañábamos y regresábamos por la tarde, después de todo un día de corretear por el campo. Noche también de camaradería, de juegos y canciones era la Vigilia de Santiago, en la ermita de San Isidro, sin que faltaran por ello sus momentos de oración y la misa mañanera.
La huerta del Bajo
San Isidro
Auspiciado por Acción Católica fue el Cine Parroquial, en una estrecha y larga dependencia del Convento con raquítica entrada por el callejón, y con programa de películas del más claro tinte nacional católico. Se abrió, supongo, para retirar a la juventud y a la infancia de la influencia perversa de las películas pecaminosas y libertinas que ponían en el Rampie y en el Teatro Cervantes.
En esta fotografía del lateral del Convento, antes de su restauración,
se aprecia la puertecilla de entrada a lo que fue el Cine Parroquial
Y como club funcionaba el entonces flamante Hogar de la Falange y del Frente de Juventudes (luego ambulatorio de la Seguridad Social y ahora Centro de Asociaciones), al final de la calle Álvarez de Castro, junto a las escuelas del Pozo Hondo. Fue inaugurado el 30 de mayo de 1956 por José Luis Arrese, entonces ministro secretario del Movimiento.
El Frente de Juventudes fue instituido en 1940 como una sección de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, el partido que a imitación de los que sustentaron a Hitler en Alemania y a Mussolini en Italia creó aquí en España José Antonio Primo de Rivera. El objetivo de esta sección juvenil era proporcionar a la juventud masculina educación política, física y deportiva, cultural, moral, social y religiosa acordes con el Régimen fascista de Franco y formar la base de la futura militancia del Movimiento Nacional. Las chicas tenían la Sección Femenina, engendro bajo la dirección de Pilar Primo de Rivera, hermana del fundador.
Aquí estuvo el Hogar de la Falange
El Frente de Juventudes tenía encomendada la docencia en las disciplinas relacionadas con la educación política, física y deportiva en los niveles de enseñanza secundaria y universitaria. En el Bachillerato teníamos una asignatura que era la Formación del Espíritu Nacional (FEN), de cuyo contenido cualquiera imagina por dónde iban los tiros: el Fuero de los Españoles, los Principios del Movimiento, el Sindicato Vertical y los diversos organismos que configuraban el entramado político de la Dictadura.
Como profesor de esta asignatura y también delegado local de la Falange tuvimos durante unos años a un tal don Jesús Negro, que vino impuesto por las autoridades competentes. Alto, atlético, muy guapito él, con bigotito estilo de la época y andares y comportamientos de gallito de corral, causó estragos entre las féminas en edad de merecer, y a más de una chuleó.
Fotografías de Franco y Jose Antonio que presidían todas las escuelas de la época y libro de FEN
Aquello, aunque Franco lo mantuvo con mano de hierro por llamarlo de alguna manera hasta su muerte en 1975, la tímida apertura de España al exterior y su ingreso en la ONU en 1955 obligó a finales de la década de los años cincuenta y principios de los sesenta a hacer algunos cambios, y es así como el Frente de Juventudes se transformó en la Organización Juvenil Española (OJE), un híbrido entre la antigua entidad fascistoide y los Boy Scout, y cuya sede quedó en el mismo sitio. Para la Falange, por el contrario, hubo que construirse aprisa y corriendo otro hogar, la hoy Casa de la Cultura.
En la OJE fue nombrado jefe local el entonces maestro en "El Palomar" don Ángel Molina, para nada político, todo lo contrario, de gran carisma, que nos arrastró a toda la juventud, con alguna reticencia en mi caso por parte de mis padres, a apuntarnos en la nueva organización y a convertir su sede y sus instalaciones en un lugar de convivencia. Pasábamos horas y horas jugando al fútbol (por fin un campo con porterías y no el recurso hasta entonces de las eras) o haciendo cualquier otro tipo de deporte, incluido el atletismo, que hasta entonces era desconocido para nosotros. También practicando el ping-pong, del que me hice verdadero especialista; y como el que ganaba cada partida seguía jugando, ocurría que muchas tardes no abandonaba la mesa de juego. Estuvieron de conserjes Otilio y después Casimiro, que todos los de mi generación conocimos, los dos malparados tras graves accidentes.
Cinturón de la OJE
Patio del Hogar de la OJE. Entrega de premios de un campeonato de fútbol. Yo soy el sexto de los que están de pie
Paletas y pelota de ping-pong
El carné de la OJE me salvó unos años después de un gran aprieto. Regresaba al pueblo desde Madrid en el tren, solo, con catorce o quince años, y pasó la "Secreta" (inspectores de policía) pidiendo la documentación, cosa muy corriente en esa época. Y como no tenía aún DNI ni iba acompañado al ser menor, me sacaron del compartimiento, con mi maleta en la mano, y querían echarme del tren en la primera estación que parara para ponerme allí en manos de las autoridades pertinentes. Menos mal que me acorde del carné de la OJE, que resulto ser mano de santo, incluso faltó poco para que tras las excusas se cuadraran ante mí saludándome.
Mi carnet de la OJE
Volviendo a las innovaciones políticas, éstas trajeron también como consecuencia que la asignatura de Formación del Espíritu Nacional, pasara a ser Formación Política a secas, o incluso Formación para la Convivencia. El cambio se realizó en el año 1959, al iniciar yo el tercero de Bachillerato, y el libro para esta nueva etapa y curso fue Luiso. María, matrícula de Bilbao. Era una novela escrita por José María Sánchez Silva (un falangista), autor también de Marcelino, Pan y Vino, de la que había que sacar enseñanzas para nuestras propias vidas. Trataba de los afanes y esperanzas de una familia de Bilbao, los Urteche: el abuelo, un anciano lobo de mar, pretende que su nieto Luiso siga su carrera y comande, como hicieran sus antepasados, el barco María, de 6.000 toneladas, recientemente modernizado.
Algunos de los libros de Formación Política de finales de los cincuenta y años sesenta
Otros lugares de reunión eran los futbolines, el del Feliso, en la calle de la Virgen, donde su hijo Juli (compañero mío de colegio) tiene en la actualidad, en un local muy renovado, un comercio de "Todo a cien", y el de Moratalla, en la calle Castillo, mas arriba del bar del mismo nombre, con su padre de ayudante y él atendiendo también el despacho de los Transportes Crima, justo enfrente. Los dos tenían futbolines, que daban el nombre, billares y las primeras máquinas recreativas, mecánico-eléctricas (para nada electrónicas), que salieron al mercado, las famosas Flipper. El Feliso añadía a su negocio, además, la venta de tabaco (marcas americanas e inglesas que decían de contrabando) y hasta perdigones de plomo para las escopetas, que subiendo a la galería del patio por unas empinadas escaleras, donde vivían, te suministraba su mujer, La Boni, en unos liotes de papel. Era El Feliso todo un personaje, que hasta tuvo en tiempos un café con actuaciones esporádicas de cantantes, en un local en la calle de la Virgen, frente a la del general Pizarro, que también fue sede de los futbolines y luego de la pescadería de Manolín.
Aquí estuvo el futbolín del Feliso
Y en la calle Castillo, el de Moratalla
Futbolines de Moratalla
El futbolín fue inventado por Alejandro Finisterre, un periodista y poeta gallego que estando en el hospital por haber sido herido en uno de los bombardeos de Madrid en la Guerra Civil, y viendo a muchos niños también ingresados que no podían jugar al fútbol, pensó en tan brillante idea.
Es un juego que requería y requiere reflejos rápidos, tacto delicado, control de la pelota, regate al contrario y disparo fuerte y seco o colocado. Se puede jugar individualmente (uno contra uno) o por parejas. Había verdaderos especialistas que se mantenían horas y horas jugando (lo normal era hacerlo al "pierde-paga", dejando los perdedores paso a nuevos rivales); otros en cambio, resultaban unos "mantas", que se dejaban golear y encima, por ser unos "manisos", acababan tiznados con el unte de las barras.
Si en el lance del juego se rompía alguno de los monigotes (futbolistas) de madera, presto llegaban a repararlo entre imprecaciones a las que ya estábamos acostumbrados ("tonto, jodío", "indio de la India puta", de los más celebrados del Feliso), y aprovechaban para engrasar las barras con el unte negro que tenían en un bote y aplicaban con una pluma de paloma. Los equipos tenían diferentes versiones, pero casi siempre un Real Madrid- Atlétic o un Madrid-Barca.
Futbolín
Máquina recreativa Flipper
El juego del billar normal o de carambola se realiza con dos bolas blancas y una roja, impulsando con el taco una de las blancas para que golpee a las otras dos. La consecución de carambola válida da derecho a seguir tirando; en caso de fallo, pasa el turno al otro jugador, que tira con la blanca contraria a la que usó el anterior.
La modalidad a tres bandas, similar al anterior, obliga a que la bola jugadora haya tocado al menos tres bandas antes de completar la carambola.
En cualquier caso, las partidas, entre dos o más jugadores o incluso por parejas, podían acordarse a un determinado número de carambolas o a un tiempo establecido de antemano. El perdedor o perdedores eran, naturalmente, los que efectuaban el pago.
Mesa de billar
En el billar americano, que apenas si se jugaba en Criptana, se requiere una mesa especial con seis agujeros, y en ellos deben introducirse quince bolas siguiendo reglas específicas a varias modalidades.
Y una especialidad autóctona de Campo de Criptana era las "105", variante del billar normal de carambolas, pero poniendo por medio diez piececitas de madera, como peones de ajedrez, que puntuaban individualmente por 10 cuando eran derribadas en una tirada con carambola. Era fácil llegar a puntuación tan alta, pero igualmente fácil, como en el juego de las siete y media, pasarse y quedar eliminado. Y a la incertidumbre propia del juego, se añadía el suspense por una bolita que cada jugador extraía de una especie de botella de cuero, y cuyo valor grabado en ella, conservado hasta el final en secreto, se sumaba a lo conseguido en el tapete. Así nadie sabía si algún jugador estaba a punto de llegar a la cifra ganadora.
Era muy propio de un tal Marcelo, campeón supremo en esto de las 105, rematar con la última carambola y, mientras dejaba el taco sobre el tapete lenta y ceremoniosamente, decir engreído a los abatidos perdedores y a todos los mirones: "Ésas son si no caen más".
Esas son si no caen más
Si ocasionar una avería en los futbolines provocaba que El Feliso te "soltara los perros", utilizar el taco del billar incorrectamente de tal manera que pudiera causar la rotura del tapete o que alguna de las bolas se saliera de la mesa y cayera al suelo, le producía los siete males: ¡se cagaba en todos los santos! Y si acaso se llegaba a ese extremo de hacer un "siete" en la franela —nunca vi el caso— supongo que hubiera salido corriendo a por su famosa escopeta, aunque el perseguido quizá estaría a salvo por eso de "fallas más que la escopeta del Feliso".
Recuerdo en parte unos malísimos ripios que en su día hice, no sé si por cachondeo o para presentarlos en algún trabajo escolar, dedicados a los futbolines del Feliso, una verdadera tontuna:
Se pasa por largos portales
como si fueran andurriales.
Adentrándonos en el patión,
ya se divisa el antrón.
Allí van tipos viciosetes…
como Marcelete.
Y de mala calaña…
como Metralla.
Según echas las pesetas,
caen las boletas.
El billar tiene cuatro aristas,
según dicen los billaristas…
También íbamos a jugar al billar o a ver jugar a los casinos, al de la Concordia y al Primitivo; había gente espectacular, e incluso algunos, como Ramón Cacharra, el padre, tenía su propio taco en un expositor con tapa de cristal.
Muchos domingos, cuando jugaba aquí la Unión Criptanense, íbamos al fútbol, al viejo campo Agustín de la Fuente, aún sin gradas y con terreno de juego de tierra. El más forofo de todos era el padre de mi amigo León, que no se cortaba un pelo en mentar a la madre de los jugadores contrarios y por supuesto a la del árbitro. Las rivalidades eran tremendas entre los pueblos, sobre todo con el Tomelloso, y rara era la vez que el refere no tenía que salir escondido en la cesta del utillaje del equipo visitante por esperarle a las puertas de los vestuarios una masa enardecida y con ganas de pegarle una paliza. El refere (referee) era el árbitro, y es que entonces se seguían utilizando muchas palabras inglesas, algunas con pronunciación muy a lo castizo, para referirse a lances o personajes alrededor de fútbol (Foot ball). Como corner por saque de esquina, ful (foul) por falta, Friki (free kick) por tiro libre, ligue (league) por liga, manager o mister por entrenador, orsa (or side) por fuera de juego o ten (team) por equipo.
La Unión Criptanense al final de los años 50
Campeonatos juveniles con Lorenzo Ramos Bellotas de delegado-entrenador
Al final del verano, algunos domingos bajábamos también al Agustín de la Fuente para ver los buenos critériums ciclistas que se celebraban en la pista de ceniza que se montó alrededor del campo de fútbol, una afición por este deporte que se originó primero por el buen hacer y la clase de corredores como Eugenio Jiménez o Moisés Rubio Perreta, que obtuvieron muchos triunfos a nivel regional, y seguidamente por el entusiasmo que despertó la consagración nacional e internacional de Fernando Manzaneque (su primer mentor, patrocinador, apoderado, consejero y siempre amigo fue precisamente Eugenio Jimenez) y luego de su hermano Jesús. También descollaron, entre otros, Carreño, Santiago Ortiz, Cecilio (el de los Manolis) y Manolo Quintanar Boletas.
En el centro, Fernando Manzaneque, Eugenio Jiménez (de paisano y con gafas) y Moisés Rubio Perreta
Con León, Falín y no me acuerdo si alguno más intentamos montar un grupo vocal, pues de tocar un instrumento no sabíamos ninguno ni papa, y que quedó sólo en eso, en el intento. Aún no había llegado la fiebre del rock, y nuestra línea iba más a lo Machín, Jorge Sepúlveda o, en el colmo de la modernidad, a los Panchos. Contemplado así a la distancia, debíamos resultar patéticos. Nos comprábamos revistas donde venían letras de canciones y ensayábamos en casa de la abuela de León, en la calle del Huerto Pedrero, llevando el ritmo con unas maracas y unos timbales que nos prestaba un tío suyo, el pequeño de los Gavilla, que actuaba en un conjunto. Había un bolero, Piel canela, que bordábamos:
Que se quede el infinito sin estrellas
o que pierda el ancho mar su inmensidad,
pero el negro de tus ojos que no muera
y el canela de tu piel se quede igual.
Si perdiera el arco iris su belleza
y las flores su perfume y su color,
no sería tan inmensa mi tristeza,
como aquella de quedarme sin tu amor.
Me importas tú, y tú y tú
y nadie más que tú...
Pasados unos años, fui testigo de los primeros balbuceos del conjunto de Los Maestrónic, con un equipo musical en el que destacaba la original batería hecha por ellos mismos con botes y latas. Los primeros componentes fueron Antonio Olivares con la guitarra solista, Honorio Leal a la guitarra rítmica, Paco Leal en la batería y Tony Alcañiz (entonces un crío, con 13 años) tocando el clarinete. El debut fue en 1965 en la Octava del Cristo, y las dos primeras canciones: Noche de relámpagos y Ya se murió el burro de la Tía Vinagre, imitando, claro, a Los Relámpagos y a Los Pekenikes, los conjuntos de más éxito de entonces. Para la ocasión tuvieron que pedir prestada la batería a mi tío Juan José Herencia de la Orquesta Ritmo (luego se la compraron). La de ellos podía dar el golpe cómico pero musicalmente no era de recibo.
Primeros instrumentos de Los Maestrónic: guitarras españolas y la original batería
Una de las primeras composiciones de Los Maestronic en 1965: Honorio Leal, Antonio Olivares, Paco Leal
y José Manuel Alcañíz. Falta en la fotografía Tony Alcañiz
Tony es el único que permanece en la formación actual, y se hizo cargo al poco de la batería al marcharse Paco Leal. Pronto entraron José Manuel Alcañiz, José Luis Olivares, Santy Lucas (el Rano) y durante algún tiempo José Antonio Perucho. Posteriormente han sido muchos los cambios. Queda en el recuerdo el tiempo en el que José Manuel Angulo (Córdulo) deleitó al personal con su peculiar estilo como solista, y que de vez en cuando nos vuelve a recordar subiendo a los escenarios, para enloquecer de entusiasmo a sus muchos fans.
Otra de las composiciones de Los Maestronic en 1965 con Tony Alcañiz en la batería
Otra más de 1965 con Santy Lucas (el Rano) incorporado
Los Maestronic en 1966 con José Antonio Perucho como guitarra bajo
Los Maestronic en 1966 con una nueva incorporación, la de Ramon Demetrio Morales,que estuvo muy poco tiempo
En esta otra, de 1968, aparece el primero, a la izquierda, José Luis Olivares
José Manuel Angulo Córdulo actuando el 11 de agosto de 2017 en el homenaje a su compañero
en Los Maestronic Santy Lucas, fallecido a finales de 2016
Los amigos que en mayor o menor grado he tenido ha sido muchos; unos, pasajeros; otros han perdurado.
Por algún tiempo fui amigo de dos de los hermanos Simó, Leopoldo y José, que hicieron el curso 1957-58 en el Teresiano (desde pequeños habían tenido los colegios en Madrid). Jugaban muy bien al fútbol, y junto a su casa, en la bodega cerca de la estación del ferrocarril (ahora de los Huertas) había terreno para practicarlo. También nos bañábamos en una gran pileta con el agua que, tras pasar por varias cinas en cascada de sarmientos, venía de la alcoholera. Luego siguieron sus estudios de nuevo en Madrid, vendieron la bodega en 1967 y no supimos más de ellos al irse de Criptana. Hace unos años Leopoldo se puso en contacto conmigo al ver esta página web, incluso me cedió fotografías de la bodega y alcoholera como la que acompaño.
Bodega de Leopoldo Simó Requena en 1961, con su pequeño campo de fútbol
en la esquina de la calle Mompó con el Paseo de la Estación.
Igual con Casado, el de la fábrica de harinas en el camino del Puente de San Benito. No hacía mucha vida en Criptana. Sólo algún verano. Jugábamos en las montoneras de trigo, y no recuerdo haber visto ratas más gordas que las que allí había.
Juan Ignacio, un par de veranos, pues iba al colegio en Madrid; mientras su padre, notario, aquí estuvo destinado.
Ángel Luis Moreno (Pichi), Julián Escribano (Juli el del Feliso) y Juan Manuel Alcañiz eran compañeros del colegio y amigos; salíamos muchas veces juntos, y con ellos y Falín, mi primo, pasé varias veces a la casa tantos años desabitada y hoy desaparecida de doña Remedios Baillo, en el testero de la plaza del Pozo Hondo, la famosa casa hundía. Pichi era también el que posiblemente tuviera más gusanos de seda del pueblo, afición que nos transmitió a muchos entonces.
Gusanos de seda
Casi seguro que los mejores callos de toda España se hicieron en el Casino Primitivo, cuando la repostería la llevaban los hermanos Cabañero, Pepe y Luis, especialidad que luego se llevaron al bar Castillo. Pues bien, si hay que dar puestos, los segundos serían los de mi tía Rosario, madre de Falín. A la manera tradicional, totalmente caseros, con horas y horas hirviendo, cambiando el agua y espumando continuamente, y luego dándoles el toque perfecto de la salsa, el picante y el añadido de todos los demás ingredientes. Siempre que los cocinaba —preparaba cantidad— nos invitaba a los amigos a merendar una tarde con suculento plato. ¡Una gozada!
Los callos que preparaba mi tía Rosario
A la casa de Pepe Sánchez Olivares Bolita, en la calle de la Virgen, íbamos a menudo a jugar en los corrales, en el pajar o en las cámaras. Alguna vez nos acercábamos con él a la de su tío Primitivo, en la calle de la Reina, vecino mío y todo un figura; ya achacoso, le hacíamos rabiar cambiándole de sitio las cosas y quitándole las ristras de chorizos, y hasta cuentan —yo en esta ocasión no estaba— que un jamón.
Nochebuena de 1960. Falín, Pepe Bolita, Santi, Daniel Olivares y yo medio dormido y con pinta de borracho.
Los del cartel y guitarra son otra cuadrilla con quienes hicimos esa noche camaradería
En el verano de 1961 me regaló mi padre una escopeta de plomos por aprobar el cuarto de Bachillerato y la Reválida —lo había preferido a un reloj—, y muchos días salía con Pepe Bolita a cazar pájaros por el campo, por la mañana temprano, andando o montados en un tílburi que tenían tirado por un caballo. Bien, pues antes de acabarse las vacaciones nos llegó la noticia de que iba a meterse a cura, y así lo hizo, sin contar nada a nadie. Mas igual que se marchó, al año siguiente regresó; no le debió ir bien, pero nada dijo ni nosotros le preguntamos. Pasados unos años escribió una carta a todos los amigos, una carta no demasiado clara pero sí contundente: renunciaba a nuestra amistad. Se marchó del pueblo y fue la última noticia que tuvimos de él.
Mi escopeta de plomos
La casa de Santiago Sánchez- Manjavacas (Santi) era igualmente muy habitual, tan grande, con tantos corrales y camarillas y tan cerca del Parque. Allí, después de una Semana Santa, cuando los chicos influidos por el ambiente jugábamos a sacar santos, hacía yo de “cristo”, atado a una cruz, que para sostenerla habían metido en un pequeño bidón, y todo iba bien hasta que de pronto el armatoste se venció y fui a parar al suelo. Me pude romper la crisma.
A la derecha, la calle de Antonio Espín, camino a la casa, frente al Parque, de mi tan próntamente desaparecido amigo Santi.
Entonces tan diferente a la actual, flanqueada por moreras y árboles de "pan y quesillo"
Luis Pedro Perucho vivía frente a la iglesia del Convento, y en su casa, que fue primera sede del desaparecido Casino de La Concordia (en 1920 pasó a la calle de Santa Ana, frente a la plazoleta de Don Ramón Baillo) y disponía de muchas habitaciones y cuartos para estar un poquito independientes, pasábamos horas y horas escuchando música, pues tenía muy buena colección de discos. Por otra parte, su padre y su madre eran amabilísimos, muy buena gente, y más su abuela, la María del Sastre, a la que teníamos que tener enterada de todo. De Luis decíamos: "Me gusta Peru (por Perucho), la madre de Peru, el padre de Peru y la abuela de Peru; pero lo que más me gusta de Peru es la prima de Peru". Y es que además de su prima Luisina, de la que todos los chicos de nuestra edad estábamos enamorados, tenía otra, rubia, de la familia de su padre, de Las Peruchacas que decíamos, que venía en el verano a la casa de sus abuelos, en la calle de la Reina, y estaba buenísima.
Travesía del Convento en tiempos pasados. Al fondo la casa que fue de mi amigo Luis Perucho
Otra chica de la que estábamos embelesados todos era una Penalba, Mari Carmen, rubia también, muy lánguida, e ideal además para dar "el braguetazo" por su fortuna y familia de la alta sociedad, pero totalmente inaccesible: iba sólo en el verano y siempre acompañada de alguna persona mayor a modo de "carabina" o guardaespaldas, y no se relacionaba con nadie ni tenias amigas o amigos. Ahora vive en Criptana, en la finca Valdivieso, y está casada con uno de la nobleza.
Nochevieja de 1963 en la puerta de la Casa del Conde. En alto: Falín, yo, Pepe Bolita, Daniel Olivares y Paco Valera.
Abajo: José María García Casarrubios, Luis Perucho, Manolo Bachito y Santi
Ir a buscar a José Mari (José María García-Casarrubios) en la calle Castillo, significaba que invariablemente saliera su padre a abrirnos la puerta, dejara todo lo que estuviera haciendo y se pusiera de charla con nosotros, ofreciéndonos ya de mayores un cigarrillo Fetén, que era el tabaco que fumaba. Siempre estaba en casa con el traje puesto, en verano sin chaqueta pero sí con el chaleco, del que pendía la cadena del reloj de bolsillo. Maestro durante toda la vida en las escuelas del Pozo Hondo y del Palomar, fue digno continuador de toda una saga familiar dedicada a la enseñanza que iniciara don José María López Manzanares, el "Maestro Manzanares", con calle en el pueblo.
Muchas timbas, de póquer generalmente, se organizaron allí por las noches, en el patio en verano y en el salón-comedor en invierno, al calor de una estufa de zoquetes. Y siempre con un mirón excepcional, un canario en su jaula que era el capricho de sus padres. Una vez hicimos tanto rabiar al pajarito que le dio como un síncope, se quedó tieso colgando de una pata del columpio. ¡Menuda papeleta! Menos mal que fue sólo un instante y enseguida empezó a revolotear.
Timba en casa de José Mari
Con José Mari ocurrió un percance tremendo en el cercao de Ernesto Mellado, donde tenían el taller de calderería. Se habían juntado varios de los amigos —yo también faltaba— de comilona, de caldereta, y como el fuego se resistía en ponerse a tono, cogió un bote con gasolina y lo lanzó sobre las brasas. La llamarada fue espantosa, parte de la gasolina saltó sobre él y empezó a arder como una antorcha. Lo apagaron —tuvieron la serenidad suficiente para ello— como pudieron y rápidamente, abrasado, lo llevaron a don Antonio Ortiz, el médico, que le hizo la primera cura. Todo el verano lo pasó con vendajes y sin poder salir de casa, y aún le quedan las señales en los brazos, que fue la parte más dañada.
A continuación de la casa de don Miguel Henríquez de Luna estaba la de José Mari, ya desaparecida y ocupada por una nueva
construcción. Era una casa manchega, de tapial, que mantuvieron siempre perfectamente encalada y con el zócalo en añil
La casa de Paco Valera, en la calle de la Paloma (siempre se decía la calle Corrales) era magnífica, dispuesta en torno a un patio principal con azulejos en las paredes, cubierto éste con montera de cristal y rodeado por columnas que sufrían el peso de la galería cerrada superior. Por el mismo patio, lleno de plantas, se accedía al piso superior a través de una preciosa escalera. Tenía infinidad de habitaciones, no en vano vivían allí dos familias, las dos hermanas Martínez-Santos casadas también con dos hermanos, los Valera. Toda la casa rezumaba empaque: las puertas altísimas, de buenas maderas; las lámparas y apliques, todos de estilo modernista; los excelentes muebles y hasta una capilla con friso tallado en madera. Fue una pena que se derribara.
En el solar que ocupa actualmente el edificio de tres alturas de la derecha, estuvo la casa de Paco Valera
Casa de Paco Valera
Por el corral, cámaras y cocinillas de esta casa campeábamos nosotros a nuestras anchas. Y si acaso no teníamos espacio suficiente nos acercábamos hasta la que tenían en el campo, donde fue célebre —y muy recordada siempre— la vez que, friendo unos huevos, al ir a servirlos a un plato se cayeron al suelo. Bien, pues como si no hubiera pasado nada: se recogieron con las manos, en plan "almorzá", tierra incluida, y todos a mojitear. ¡Tan ricos que nos estuvieron!
¡Tan ricos que nos estuvieron!
A Paco Leal un año el verano le vino desastroso: se bañó en una alberca nada más llegar, sudando de darle a la bicicleta, y para colmo el día no estaba muy caluroso y él andaba resfriado, tal vez con algo de fiebre. Debió ser la reacción tan mala que agarró una pulmonía, complicada con inflamación de pleura. Tuvo que estar en reposo absoluto durante varios meses.
Nochebuena 1964. Arriba: Ángel Olivares, Garrón y Evaristo Alberca, agregados a la foto. Y luego, por orden de cabezas:
Paco Leal, Rafael García Casarrubios (Falín), Gabriel Mellado, Luis Perucho, Chevi Escudero (también agregado),
José María Beltrán, yo (cuando se me caía la cerrita es que el alcohol hacía sus efectos) y Andrés Esteso
A Andrés Esteso y a mí nos dio una Feria por "visitar" —eran una tentación— todos los chiringuitos. La cantidad de botellines que nos metimos al cuerpo antes de entrar en la verbena seguro que hubieran dado positivo en cualquier prueba de alcoholemia. Pero nosotros lo pasamos tan bien, en ese estado especial de euforia sin llegar a la borrachera. Y la verdad es que en la verbena estuvimos geniales. Triunfamos.
Al siguiente año nos preparamos con antelación para ello, ahorrando y procurándonos un aporte extra recogiendo almendrucos. Íbamos a las lindes de las fincas y allí estaban los almendros, sin nadie que nos echara el alto. Cogimos dos saquetes y los llevamos a su casa, extendiéndolos en una cámara para que se secase la envoltura exterior verde y después, partidos, llevar la almendra a una mujer que por la zona de la Sierra la compraba. Pero la madre de Andrés no estaba muy de acuerdo con la operación, llamó por teléfono a la mía y todo se vino al traste.
Bar Eugenio instalado en el Parque para la Feria
¡Nos pusimos ciegos de botellines!
Aquel año, después de la Feria, en una tarde sin saber qué hacer en el parque, no sé a quién se le ocurrió dar un patadón a la valla que cerraba la verbena. El estruendo fue impresionante, al caer el panderón de rasillas, entre machón y machón, al suelo. La broma siguió, y entre risas y risas, todos los que estábamos allí nos pusimos ciegos derribando cinco o seis de aquellos tramos de la tapia. Al día siguiente, Paco El Guardia, el mítico jefe de la policía local, llamó a casa de Andrés y a la mía —alguien nos había delatado, y sólo a los dos— para comunicar que nos iban a poner una fuerte multa, como así fue, y para que nos presentáramos ante él inmediatamente. La reprimenda tanto en casa como en el ayuntamiento fue tremenda, y a pesar de que intentaron que diéramos más nombres, con algún casi conato de bofetón por medio, los dos nos mantuvimos callados.
No fue esa la primera experiencia con la policía, pues años antes, jugando en la plazoleta de la iglesia a tirarnos proyectiles de papel doblado con una gomita, sin querer lo hice sobre un hombre que por allí pasaba, que me agarró del cuello y me llevó al ayuntamiento. Menos mal que fue Modesto el policía quien estaba de guardia y todo quedó en una regañina.
Plantilla de la Policía Municipal por los años 50 y 60
Julito Millán vivía en Madrid y sólo pasaba en el pueblo los veranos. Su padre, Antonio, de Criptana como la madre, era sastre, como lo fue también el abuelo. Eso se notaba, pues Julito llevaba siempre trajes impecables. Se metió a sacerdote, redentorista, pero se salió pronto.
El padre de Daniel Olivares, El Angelete, era uno de los históricos en Criptana junto con el mío en el negocio de camiones. Él siguió el mismo camino, pero cuando se casó con Paquita Lucas y marcharon a vivir a Mataró se hizo profesor de autoescuela. De chicos era polvorilla pura, el primero en todo y el más decidido. Con el primer taxi recién comprado por su padre, un Seat 1500, para estrenarlo nos llevó una noche hasta la ermita del Cristo a velocidades supersónicas, y en muchos tramos con los faros apagados. ¡Nos los puso de corbata! Y al día siguiente —no le bastó la locura—, a Arenales, pero esta vez hasta él mismo se asustó, pues cogió a tal pastilla la curva del antiguo puente del Záncara —entonces con agua— que a punto estuvimos de salir volando hacia el río.
Taxi del Angelete
Manolo Marcos-Alberca Bachito, de otra familia tradicional de transportistas, también siguió con los camiones, que luego abandonó por otros negocios. Siempre, como Daniel, el primero en organizar… ¡la intemerata! Se casó con María Dolores Martínez-Santos.
Con el traje de los domingos y dispuestos a triunfar.
Ignacio (primo de Santiago Lucas El Rano), Manolo Bachito,
Gabriel Mellado, Luis Perucho, Daniel Olivares y el menda lerenda
Según las épocas, me he considerado amigo, aparte de los ya nombrados, de Alfonso Inesta y José María Manjavacas el de Las Guapas, José Mari Beltrán, Paco Bustamante y su prima Criptana, Gabriel Mellado y Carmen Sánchez-Manjavacas (hermana de Santi), Pili y Trini (mi mujer) Ossorio, Visi Moreno, Loli Sepúlveda, María Dolores Aznar, Santiago Lucas El Rano, Miguel Ángel Olivares Veneno y su ex Pili Alberca, Vicente de Torres, Nati y Feli Cedenilla, José Vicente Aranda, Gabriel Pérez-Juana, Encarnita Quirós, Begoña y Mabel Ortega, Conchita Manzaneque (de Menudo: La Menuda, claro), Piedaita Calonge, Ana Rosa Barrilero (de Arenales), Daniel Olivares (primo de Daniel el del Angelete), Carmencita Barrilero, Carmencita Vela, Pili Vela, Salucita García Casarrubios, Carmencita Esteso, Luisina Casarrubios, Loli Olivares, Milagros y Eduardo Agüero, los Porras (primos de Pepe Bolita), Jesús Jiménez (venía sólo en el verano con unas tías), Chon García Atance, la Marchante, Nazario Lara, Manolo Campos, Honorio Leal, Honorio Cruz, Pepe Leal...
Verano del 64. Andrés Esteso, José María Manjavacas, José Vicente Aranda, Nazario Lara, yo,
Rafael García Casarrubios y un primo madrileño de éste
Nochevieja del 65. Por orden de cabezas: Eduardo Agüero, Gabriel Mellado, Andrés Esteso, Paco Leal, yo,
Rafael García Casarrubios y Luis Perucho
Romería de la Virgen 1967. Arriba. Ignacio (primo de Santiago Lucas El Rano, que ahora vive en Ibiza, desconocida, Begoña Ortega, Carmen Vela, Milagros Agüero, Carmen Barrilero (un poquito agachada), Carmen Sánchez Manjavacas y Ana Rosa Barrilero (de Arenales). En la fila del medio: Rafael García Casarrubios (subido al tractor), yo mismo, Eduardo Agüero, Alfonso Inesta, Manolo Marcos Alberca (Bachito), José Manuel Alcañiz, Paco Leal, Trini Ossorio y Daniel Olivares; detras hay dos que no se aprecian y Eugenio Casero Lara (de Arenales). Mas abajo y agachado está Angelito Casarrubios, hermano de Luisina. En otra fila: Santiago Lucas, Luis Pedro Perucho, Gabriel Mellado, José María Beltrán, Andres Esteso y Daniel Olivares, primo del otro Daniel (el del Angelete). Y, en primera línea: Toni Alcañiz y el hermano de Loli Olivares. Éramos más, pero ese día debieron tener otras obligaciones
Con otro grupo de chicas y chicos
Otro grupo más
Y uno más...
En el estudio de fotografía de Alfredo. De pie: Honorio Cruz, Andrés Esteso, Alfonso Inesta, José Manuel Alcañiz, yo y Paco Leal.
Sentados: José Vicente Aranda, José María Manjavacas y Gabriel Pérez-Juana
Chicas guapas de Criptana
Y de todos ellos, hemos seguido siendo amigos: Santiago Sánchez-Manjavacas Santi, Rafael García Casarrubios Falín, Luis Perucho, José Mari García-Casarrubios, Paco Valera, Manolo Marcos-Alberca Bachito y Julio Millán. Nos marchamos todos a Madrid, menos Manolo, y seguimos juntándonos todos los primeros martes de mes en el Café Comercial, y con nuestras respectivas mujeres siempre que podemos, para cualquier celebración o acontecimiento familiar, cuando estamos en el pueblo y, en plan establecido, cada cierto tiempo para comer, comidas que vamos organizando cada uno por turno. En la mesa, presidiendo, colocamos un cuadro, con varios dibujos alusivos a nuestra peña de hermanamiento "Madrid-Criptana". Desgraciadamente, algunos ya no están entre nosotros.
Amigos para siempre: Santiago Sánchez-Manjavacas Santi y su mujer Alicia, yo, Julio Millán, Paco Valera, Mari (esposa de
José María), Trini (mi mujer), José María García Casarrubios, Fini (esposa de Rafael), Juani con Luis Perucho,
Rafael García Casarrubios Falín, Prado (mujer de Paco) y Manolo Bachito
Y no seguimos haciendo lo que, de más jóvenes, era el colofón ritual a cualquier salida nocturna en Madrid, con unas copas de más: terminar de madrugada en la fachada del antiguo Banco Español de Crédito, en la calle Alcalá, donde había unos marcos expositores con los nombres en letras doradas de las distintas sucursales por toda España, cantando solemnemente debajo de donde aparecía Campo de Criptana aquello de:
"Nuestro pueblo también tiene Reina,
nuestro pueblo también tiene Reina:
Virgen de Criptana, Virgen de Criptana,
Virgen de Criptana, Madre celestial…".
Antigua sede de Banesto por la calle de Alcalá
Nuestro pueblo también tiene reina...
Marco expositor, ya muy deteriorado, en la antigua sede de Banesto en Madrid, entre las calles de Alcala y Sevilla, en el que
aparecía el nombre de Campo de Criptana, en la fila central el segundo por arriba
Retornando a las cosas del pueblo, el parque era el sitio ideal cuando éramos pequeños para corretear o para jugar a las "tres en raya" o a las "chapas", haciendo carreras ciclistas por recorridos de lo más sinuosos. Y de mayores, lugar para jugar, cortejar y retozar con las chicas o tener un momento de intimidad con la novia.
Otros lugares para el tonteo eran la calle Castillo, la de la Virgen y la Plaza, en un recorrido tras otro de arriba abajo, desde el quiosco de la música hasta el Cine Rampie, y sólo para ver tres o cuatro veces a aquella por quien suspirabas, por repetir otras tantas veces el hola o el adiós, por volver la vista atrás cuando te cruzabas y ver si ella hacia lo mismo. O por pararte y hablar durante largo rato…de nada.
La Plaza por los años 50-60
Calle Castillo
Esa edad de los iniciales devaneos con las chicas, de las primeras novietas, nos hacía esperar con ganas la llegada de los Carnavales o de la Feria con sus verbenas, pues la ocasión de bailar se reducía entonces a los clásicos guateques, a las bodas o acudir al casi recién inaugurado Salón Hidalgo (el Salón del "Zurdo"), en el Pozo Hondo, que nunca llegamos a considerar como discoteca. Además, en esos días —las cosas han cambiado mucho, sobre todo para las chicas— teníamos carta blanca para llegar a cualquier hora.
Verbena del Parque
No fuimos panda de hacer muchos guateques, los recuerdo en casa de Santi o de Paco Leal. Todos en torno al tocadiscos, al pick up que se decía entonces con sonido de lata, para escuchar y bailar lo que en los años 60 eran los ritmos y canciones de moda. Sonaban por aquellos años: The Animals, The Beach Boys, The Beatles, The Bee Gees, Bob Dylan, Elvis Presley, The Mamas & The Papas, Simon & Garfunkel, Stevie Wonder, Cliff Richard, Sandie Shaw, The Rolling Stones, The Shadows, Paul Anka, Pétula Clark, Adamo, Los Plater, Johnny Hallyday, Adriano Celentano, Gianni Morandi, Gigliola Cinquetti, Jimmy Fontana, Mina, Patty Pravo, Peppino Di Capri, Pino Donaggio, Rita Pavone… Y muchos españoles y algún sudamericano: Cecilia, Conexión, Duo Dinamico, Formula V, Jeannette, Nino Bravo, Serrat, Raphael, Lone Star, Los Angeles Azules, Los Bravos, Los Brincos, Micky y los Tonys, Los Cinco Latinos, Los Llopis, Los Mustang, Los Pekenikes, Palito Ortega, Los Sirex, Luis Aguilé, Miguel Ríos…
Siempre había alguien que tenía la mejor colección de discos de 45 revoluciones por minuto; los llevaba en un álbum en fundas de plástico que no dejaba tocar a nadie, y él mismo se encargaba de ponerlos.
Como experto, empezaba con ritmos moviditos para bailar por suelto y animar el ambiente: samba, twist, rock and roll, madison, yenca. No quedaba más remedio que lucirse. ¡Había que deslumbrar! Daba así tiempo a que se formaran las parejas convenientemente según los amores platónicos que se tuvieran, declarados o no, para luego, con la música lenta, agarraditos, apenas sin moverse, de Adamo, por ejemplo, ¡tocar el cielo!
En la bebida, procurábamos esmerarnos para las chicas: Coca-Cola, Fanta, Mirinda, Tri-Naranjus, Ginebra Larios, Vermú Martini o Girona… Eran para muchas de ellas los primeros "cubatas".
Durante los veranos, rara era la tarde que no había boda, y toda la panda solíamos colarnos en los bailes al menor descuido de los familiares o porteros, que tampoco ponían mucho interés en impedirlo. Se celebraban en el Salón Hidalgo o en el Cine Ideal (desmontadas las butacas), amenizados por las orquestas Mambo o Ritmo, formadas por músicos de la localidad, o por los Maestronic, el primer grupo pop del pueblo y salido de entre los amigos.
El Salón Hidalgo o Salón del "Zurdo" fue la primera discoteca que se abrió en Criptana, en la segunda planta de un local erigido en el Pozo Hondo, en parte de la antigua casa hundía, con entrada por la rinconera de la calle Fernández Calzuelas. Sólo había baile los domingos por la tarde, que entonces no se estilaba eso de "fiebre del sábado noche". Para nosotros fue una grata novedad, pero lejos, por lo cutre, de algunas de otros pueblos, de Madrid, o de las que veíamos en las películas. Eran los tiempos en los que el twist hacía su furor, y la Margarita (de la confitería de la plaza) y El Gato (el de las tortas) daban siempre el espectáculo y lo demás les hacíamos corro.
Salón Discoteca Hidalgo
Aquí estuvo el Salón Discoteca Hidalgo
El twist hacía furor
Recuerdo que una vez a Paco Leal —no sé cómo…o sí— se le cayeron sus gafas de culo de botella dentro de water de los aseos del Hidalgo, De pronto lo vimos todo compungido, con signos de estar piripi y haber vomitado, pidiendo ayuda desesperadamente, pues no veía ni torta. Imaginaos el estado de la taza… ¡Como para meter la mano! Tuvo que ser él, el pobre, remangándose todo lo que pudo, quien logró sacarlas, y después lavarlas, al tiempo que hacia lo propio con su brazo.
Discoteca Hidalgo. 1967. Eufóricos tras el final del baile y con los instrumentos de los Maestronic: yo, Luis Perucho,
Juan José Manzaneque, Rafael García Casarrubios, Paco Leal (tapado y con el brazo en alto),
Angelito (primo de Luis Perucho), Pepe Leal, Andres El Tintorero y Andrés Esteso
Para las Navidades nos reuníamos siempre la familia de Falín (Rafael García Casarrubios) y la mía; mi madre y la suya eran primas hermanas y los matrimonios siempre habían sido amigos. La Nochebuena en su casa, la de los Manolos que decíamos cariñosamente por el padre, y la Nochevieja en la mía. Era una cosa tradicional, desde pequeños hasta que ya fuimos muy mayores y la familia por ambas partes fue aumentando con novios, novias, matrimonios y nietos. Lo pasábamos muy bien, y son recuerdos que guardaremos para siempre. También acudían mis tías, hermanas de mi madre, Laura y Palmira, las dos solteras, y no faltaba nunca en casa de ellos un tango bien bailao entre Manolo y Laura, que lo hacían divinamente, y además con discos auténticos de las primeras grabaciones de Gardel, de baquelita, en una gramola a cuerda preciosa, dorada, con forma de templo con cúpula. Por supuesto que todos acabábamos pintados los bigotes, cejas y patillas con el corcho quemado de las botellas de champán. Pues bien, ninguno de los chicos salíamos esas noches de casa hasta que la fiesta familiar no se diera por bien concluida. En mi casa, que eran muy liberales en cuanto a salidas nocturnas, y en la de Falín también, no hubo nunca otro impedimento.
Recuerdo de las antiguas Navidades
Cuando llegábamos con los amigos —las chicas sí que tenían prohibida toda salida— es posible que ya fuéramos un poquito borrachines, pues nunca nos negaron el vino, aunque con sifón, el champán e incluso el culillo de coñac. Nos juntábamos en alguna casa, en la de Paco Leal varias veces y hasta en una de ellas hicimos tortas de sartén de madrugada, también en la de la abuela de Paco Valera, por la calle del Cardenal Monescillo, que estaba deshabitada, y muchas en la calle, cantando y gamberreando todo lo que podíamos, pero en cualquier caso bien provistos de bebidas que esa misma tarde habíamos comprado en la bodega de Chapa (El Bengalí), que destilaba licores de todo tipo y vendía a granel. Las chispas que cogíamos eran de campeonato con esos brebajes, pero la noche era larga y daba tiempo para que se pasasen. Menos mal que cuando llegaba a casa esos días estaban todos durmiendo, porque otras veces, algún sábado, o me encontraba a mi madre barriendo la puerta o ya preparada para irse a misa.
Nochevieja de 1964. José Mari Beltrán, Gabriel Mellado, desconocido, José Vicente Aranda, Ignacio (primo del Rano), yo,
Eduardo Agüero, Andrés Esteso, Paco Leal, Manolo Campos, Luis Perucho, Daniel Olivares y Rafael García Casarrubios
En el Casino Primitivo se hacían bailes de Fin de Año, algunas veces incluso con cena incluida, pero eran para gente mayor, de otro estilo, y caros. Ya de novio, sí fui varias veces.
Trini Ossorio
En el año 1961 me fui a estudiar a Madrid, y en 1966 definitivamente, aunque siempre volvía al pueblo muchos fines de semana y en vacaciones. En el año 1967 empecé a salir en serio con Trini Ossorio, que ya para entonces vivía en Ciudad Real y pasaba en el pueblo temporadas con su abuela, al poco nos hicimos novios, y en 1973 —así eran los noviazgos entonces— nos casamos.