75     CUÉNTAME UN CUENTO
a narración oral, ya sea de historias reales o ficticias, es una tradición que se remonta a la prehistoria, cuando los miembros de las tribus se reunían alrededor del fuego para escuchar las aventuras de los cazadores.
La figura del Cuentacuentos —o también cuentista, o cuentero—, pertenece, pues, a un personaje ancestral que verdaderamente se pierde en la noche de los tiempos, una noche muy oscura que sólo iluminaban la luna, bien las estrellas cuando el cielo no estaba cubierto por las nubes, bien la hoguera, fuese a la intemperie o bajo techado. Quien no faltaba nunca a la reunión, era el público, compuesto siempre por mayores y también pequeños. Maravillados, boquiabiertos y estupefactos, asistían sin interrumpir y al final pedían más, una continuación que el orador prometía para una próxima velada.
La narración oral se remonta a la prehistoria
Esta tradición ha dado lugar a numerosas formas literarias específicas, como los romances, las coplas o los cuentos de hadas, surgidas en tiempos en que el analfabetismo era generalizado y la gente escuchaba las historias que contaban narradores profesionales como los juglares o los trovadores y, posteriormente, los ciegos que recorrían pueblos y ciudades cantando sus aleluyas a cambio de limosna.
Los juglares se diferenciaban de los trovadores por sus orígenes más humildes, por tener como fin entretener y no ser autores de sus versos. Su repertorio solía estar formado por escenas selectas de cantares de gesta de autores anónimos, protagonizados por héroes y caballeros que realizaban hazañas legendarias y personificaban los valores más apreciados por la sociedad medieval, como fue el caso del Cantar de Mío Cid. Actuaban, además, como cómicos ambulantes y bufones, realizaban ejercicios circenses y juegos malabares y bailaban y tañían instrumentos sencillos.
Al grito de "¡Prestad atención a lo que quiero deciros!", las gentes acudían en masa a las plazas de los pueblos para escuchar, y gracias a ellos, sus relatos corrían de boca en boca hasta llegar a los lugares más recónditos
Recreación de los antiguos juglares en un actual mercadillo medieval
Los pliegos de cordel eran artículos impresos, en pliego suelto, que cantaban y vendían los ciegos desde los primeros tiempos de la imprenta en el siglo XV y hasta casi terminado el XIX. Atados a un cordel o caña, formando un cuadernillo de pocas hojas, estaban destinados a propagar textos presuntamente literarios para el gran público, de temática histórica, lírica, religiosa o de otra cualquier índole, pero siempre con amplias ilustraciones grabadas y abundante truculencia y sensacionalismo, y muchas veces en forma de coplas o aleluyas.
Pliego-aleluya de cordel
Estos romances de ciegos solían comenzar con una llamada de atención al personal, similar a ésta:
"Hombres, mujeres y niños,
mendigos y caballeros,
paisanos y militares,
carcamales y mancebos.
El que ya no peina canas
porque se quedó sin pelo,
y el que el tupé se compone
con bandolina y ungüento..."
Si la narración era larga, para evitar que se le marchara la clientela, hacían intermedios que a veces aprovechaban para vender medicinas o diversos tipos de potingues, y anunciaban la continuación de la siguiente manera:
"Fin de la segunda parte,
éstas dos no pintan nada,
la tercera es la que vale..."
El final irremisiblemente solía ser una invitación a la compra del pliego, si les había gustado el recitado:
"Y aquí se acaba el romance
que en el pliego escrito está,
sólo dos céntimos cuesta
a quien lo quiera llevar".
Romances de ciego
En los pueblos españoles, y no hace falta remontarnos a demasiado tiempo, era frecuente que alguien asumiera la función del cuentacuentos, a cambio, en ocasiones, de vino a discreción y de una atención respetuosa. El respeto no significaba silencio, puesto que la narración se podía interrumpir con aplausos o abucheos según la impresión que causaban los lances favorables o adversos de los personajes.
Cuentacuentos
Caso especial eran las murgas de carnaval, en plan satírico, que inventaban e inventan cuchufletas o letrillas de crítica hacia hechos locales o nacionales. Como la que en Criptana, en 1928, El Bonillo, un esquilador de mulas y famoso personaje todos los años en los carnavales, subido en un carro a manera de carroza y vestido de militar, parando de tramo en tramo y en todas las esquinas para echar el discurso, criticaba la intervención del Gobierno en el precio de la uva. Decía así: "Yo soy Primo de Rivera, / defensor de los obreros, / y he de quitar el abuso / de todos los bodegueros".
Tenía El Bonillo una especial facilidad para componer ripios, versos o coplillas; la misma que Manuel Villacañas, el Portillo que muchos hemos conocido años después, que soltaba sus chascarrillos a todo aquel que se prestaba a escucharlo, y que acabó sus días metido a Sancho Panza bufón por mil y un teatrillos de La Mancha.
Murga en los Carnavales de Criptana en 1932
Manuel Villacañas, Portillo
El contar un cuento o historia, sin que el argumento merme o se distorsione, es todo un arte, y al parecer no un arte en exceso difícil puesto que los resultados de esta tradición no impuesta y si placenteramente aceptada, han llegado hasta nuestros días de la mano escritora de personajes tan ilustres como Charles Perrault, Hans Christian Andersen, los hermanos Grimm y, en España Saturnino Calleja (los Cuentos de Calleja), auténticos notarios de un mundo de leyendas y consejas, que si pervivieron fue porque antes, durante incontables generaciones, hubo quienes se preocuparon de ello simplemente porque les gustaba relatarlas. Y estas gentes fueron muchas y de varia condición, principalmente viajeros que recorrían leguas y caminos y después, por una comida y una humilde yacija, deleitaban a sus oyentes con la narración de aventuras increíbles.
El efecto y el resultado eran siempre los mismos. Calaban tan hondo que fueron sedimento en la memoria y herencia transmitida de padres a hijos hasta el punto que en pasadas generaciones y hoy en día, abuelos y abuelas sobre todo, tíos y tías, padres, madres, hermanos mayores, y muchas más personas, pueden contar cuentos propios del entorno, pero otros que todos conocemos aquí y allá, en un pueblo u en otro, en un país o en el de al lado, en todas las naciones. Universales.
Cuentos universales transmitidos de generación en generación
Mi nieto Adrián pidiéndome con los ojos que le cuente un cuento...de pan y pimiento
Sentado en las rodillas de mi abuela, empezaba siempre así: "Érase una vez...", y en ese "Érase", tanto podían salir Caperucita, como Aladino, Blancanieves, el Gato con Botas o Garbancito, personajes entregados a mi avidez infantil que nunca se cansaba de exigir "más, otro cuento más".
Yo con mi abuela Pepa
Y caso también especial son las batallitas del abuelo. En los de nuestra generación representadas gráficamente por las famosas historietas de la Familia Cebolleta, de Manuel Vázquez, que apareció por primera vez en las páginas de la revista EL DDT, de Editorial Bruguera, en 1951. Entre los miembros de la familia destacaba sobre todo el abuelo Cebolleta, que con su enorme barba blanca, su interminable verborrea y obsesionado con contar batallitas, ha pasado al imaginario colectivo y a la lengua común a través de la frase hecha: "Cuentas más batallitas que el abuelo Cebolleta".
El abuelo Cebolleta
Charles Perrault nació en 1628 en París. En 1697 escribió Historias o Cuentos del pasado, más conocido como Los cuentos de la mamá Gansa (por la imagen que ilustraba su tapa), en donde se encuentran la mayoría de sus cuentos más famosos, que han llegado hasta nosotros con la misma frescura y espontaneidad con que fueron escritos, después de recopilados de la tradición oral o de leyendas de exótico origen. Se trata de cuentos morales, indudablemente, pero llenos de un encanto que perdura y que los ha convertido en las lecturas favoritas de los niños.
Los personajes que emplea son hadas, ogros, animales que hablan, brujas y príncipes encantados, entre otros. Al final de cada relato, el autor incluye una moraleja referente al contenido de cada historia. Sus cuentos más famosos:
- Barba Azul
- Caperucita Roja
- El gato con botas
- La bella durmiente del bosque
- La Cenicienta
- Piel de asno
- Pulgarcito
Charles Perrault
Hans Christian Andersen nació en 1805 en Odense (Dinamarca). Sus más de 150 cuentos infantiles lo han llevado a ser reconocido como uno de los grandes autores de la literatura mundial. Entre sus más famosos cuentos se encuentran:
- El patito feo
- El traje nuevo del emperador
- La reina de las nieves
- Las zapatillas rojas
- El soldadito de plomo
- La sirenita
- La pequeña cerillera
Christian Andersen
Los hermanos Grimm es el término utilizado para referirse a Jacob Grimm y a Wilhelm Grimm, nacidos respectivamente en 1875 y 1876 en Hanau (Alemania). Son célebres por recopilar y elaborar famosos cuentos de la tradición oral:
- Hansel y Gretel
- Blancanieves
- El lobo y las siete cabritillas
- La Cenicienta
(otra versión)
- La Bella Durmiente
- El sastrecillo valiente
- Caperucita
(otra versión)
Los hermanos Grimm
Saturnino Calleja (Burgos 1853 – Madrid 1915) fue pedagogo, escritor y fundador de la Editorial Calleja. Se hizo famoso por su colección de cuentos económicos al alcance de todos los bolsillos infantiles que tuvieran 5 y 10 céntimos. De esto deriva la expresión "¡Tienes más cuento que Calleja!". Unos cuantos fueron compuestos por el propio Saturnino, pero la mayoría elaborados por escritores anónimos asalariados, algunos de ellos importantes. Eran cuentos con letra pequeña, con algunas ilustraciones en blanco y negro, con un contenido divertido y de lectura amena y rápida.
De invención suya era el final de innumerables cuentos: "...y fueron felices y comieron perdices".
Entre los más conocidos figuran:Las tres preguntas, Testigos con alas, El tesoro del Rey de Egipto, El anillo de Ginés, Chin-Pirri-Pi-Chin y versiones de cuentos universales.
Los cuentos de Calleja
Entre las licencias que Calleja se tomaba en los cuentos que publicaba se encuentran las de cambiar los argumentos, los nombres y los finales: Hansel y Gretel fueron Juanito y Margarita, y Pinocho, modelado por un niño y no por Gepetto, se convirtió en héroe de una serie de aventuras.
Caperucita Roja de Charles Perrault
Había una vez una niñita en un pueblo, la más bonita que jamás se hubiera visto; su madre estaba enloquecida con ella y su abuela mucho más todavía. Esta buena mujer le había mandado hacer una caperucita roja y le sentaba tanto que todos la llamaban Caperucita Roja.
Un día su madre, habiendo cocinado unas tortas, le dijo.
—Anda a ver cómo está tu abuela, pues me dicen que ha estado enferma; llévale una torta y este tarrito de mantequilla.
Anda a ver cómo está tu abuela
Caperucita Roja partió en seguida a ver a su abuela que vivía en otro pueblo. Al pasar por un bosque, se encontró con el compadre lobo, que tuvo muchas ganas de comérsela, pero no se atrevió porque unos leñadores andaban por ahí cerca. Él le preguntó a dónde iba. La pobre niña, que no sabía que era peligroso detenerse a hablar con un lobo, le dijo:
—Voy a ver a mi abuela, y le llevo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.
—¿Vive muy lejos? —le dijo el lobo.
—¡Oh, sí! —dijo Caperucita Roja—, más allá del molino que se ve allá lejos, en la primera casita del pueblo.
—Pues bien —dijo el lobo—, yo también quiero ir a verla; yo iré por este camino, y tú por aquél, y veremos quién llega primero.
Voy a ver a mi abuela, y le llevo una torta y un tarrito de mantequilla.
Ilustración de Doré
El lobo partió corriendo a toda velocidad por el camino que era más corto y la niña se fue por el más largo entreteniéndose en coger avellanas, en correr tras las mariposas y en hacer ramos con las florecillas que encontraba. Poco tardó el lobo en llegar a casa de la abuela; golpea: Toc, toc.
—¿Quién es?
—Soy su nieta, Caperucita Roja —dijo el lobo, disfrazando la voz—, le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.
La cándida abuela, que estaba en cama porque no se sentía bien, le gritó:
—Tira la aldaba y el cerrojo caerá.
El lobo se avalanzó sobre la buena mujer y se la comió.
Ilustración de Doré
El lobo tiró la aldaba, y la puerta se abrió. Se abalanzó sobre la buena mujer y la devoró en un santiamén, pues hacía más de tres días que no comía. En seguida cerró la puerta y fue a acostarse en el lecho de la abuela, esperando a Caperucita Roja quien, un rato después, llegó a golpear la puerta: Toc, toc.
—¿Quién es?
Caperucita Roja, al oír la ronca voz del lobo, primero se asustó, pero creyendo que su abuela estaba resfriada, contestó:
—Soy su nieta, Caperucita Roja, le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.
El lobo le gritó, suavizando un poco la voz:
—Tira la aldaba y el cerrojo caerá.
Caperucita Roja tiró la aldaba y la puerta se abrió. Viéndola entrar, el lobo le dijo, mientras se escondía en la cama bajo la frazada:
—Deja la torta y el tarrito de mantequilla en la repisa y ven a acostarte conmigo.
Ven a acostarte conmigo. Ilustración de Doré
Caperucita Roja se desviste y se mete a la cama y quedó muy asombrada al ver la forma de su abuela en camisa de dormir. Ella le dijo:
—Abuela, ¡qué brazos tan grandes tienes!
—Es para abrazarte mejor, hija mía.
—Abuela, ¡qué piernas tan grandes tiene
—Es para correr mejor, hija mía.
—Abuela, ¡qué orejas tan grandes tiene!
—Es para oírte mejor, hija mía.
—Abuela, ¡qué ojos tan grandes tiene!
—Es para verte mejor, hija mía.
—Abuela, ¡qué dientes tan grandes tiene!
—¡Para comerte mejor!
Y diciendo estas palabras, este lobo malo se abalanzó sobre Caperucita Roja y se la comió.
Moraleja
Aquí vemos que la adolescencia,
en especial las señoritas,
bien hechas, amables y bonitas
no deben a cualquiera oír con complacencia,
y no resulta causa de extrañeza
ver que muchas del lobo son la presa.
Y digo el lobo, pues bajo su envoltura
no todos son de igual calaña:
Los hay con no poca maña,
silenciosos, sin odio ni amargura,
que en secreto, pacientes, con dulzura
van a la siga de las damiselas
hasta las casas y en las callejuelas;
más, bien sabemos que los zalameros
entre todos los lobos ¡ay! son los más fieros.
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Caperucita Roja de Jakob y Wilhelm Grimm
Érase una vez una pequeña y dulce coquetuela, a la que todo el mundo quería, con sólo verla una vez; pero quien más la quería era su abuela, que ya no sabía ni qué regalarle. En cierta ocasión le regaló una caperuza de terciopelo rojo, y como le sentaba tan bien y la niña no quería ponerse otra cosa, todos la llamaron de ahí en adelante Caperucita Roja.
Un buen día la madre le dijo:
—Mira Caperucita Roja, aquí tienes un trozo de torta y una botella de vino para llevar a la abuela, pues está enferma y débil, y esto la reanimará. Arréglate antes de que empiece el calor, y cuando te marches, anda con cuidado y no te apartes del camino, no vaya a ser que te caigas, se rompa la botella y la abuela se quede sin nada. Y cuando llegues a su casa, no te olvides de darle los buenos días, y no te pongas a hurguetear por cada rincón.
—Lo haré todo muy bien, seguro —asintió Caperucita Roja, besando a su madre.
Caperucita Roja, aquí tienes un trozo de torta y una botella de vino para llevar a la abuela
La abuela vivía lejos, en el bosque, a media hora de la aldea. Cuando Caperucita Roja llegó al bosque, salió a su encuentro el lobo, pero la niña no sabía qué clase de fiera maligna era y no se asustó.
—¡Buenos días, Caperucita Roja! —la saludó el lobo.
—¡Buenos días, lobo
—¿A dónde vas tan temprano, Caperucita Roja? —dijo el lobo.
—A ver a la abuela.
—¿Qué llevas en tu canastillo?
—Torta y vino; ayer estuvimos haciendo pasteles en el horno; la abuela está enferma y débil y necesita algo bueno para fortalecerse.
—Dime, Caperucita Roja, ¿dónde vive tu abuela?
—Hay que caminar todavía un buen cuarto de hora por el bosque; su casa se encuentra bajo las tres grandes encinas; están también los avellanos; pero eso, ya lo sabrás —dijo Caperucita Roja.
Cuando Caperucita Roja llegó al bosque, salió a su encuentro el lobo
El lobo pensó: "Esta joven y delicada cosita será un suculento bocado, y mucho más apetitoso que la vieja. Has de comportarte con astucia si quieres atrapar y tragar a las dos". Entonces acompañó un rato a la niña y luego le dijo:
—Caperucita Roja, mira esas hermosas flores que te rodean; sí, pues, ¿por qué no miras a tu alrededor?; me parece que no estás escuchando el melodioso canto de los pajarillos, ¿no es verdad? Andas ensimismada como si fueras a la escuela, ¡y es tan divertido corretear por el bosque!
Caperucita Roja abrió mucho los ojos, y al ver cómo los rayos del sol danzaban, por aquí y por allá, a través de los árboles, y cuántas preciosas flores había, pensó: "Si llevo a la abuela un ramo de flores frescas se alegrará; y como es tan temprano llegaré a tiempo". Y apartándose del camino se adentró en el bosque en busca de flores. Y en cuanto había cortado una, pensaba que más allá habría otra más bonita y, buscándola, se internaba cada vez más en el bosque.
Si llevo a la abuela un ramo de flores frescas se alegrará
Pero el lobo se marchó directamente a casa de la abuela y golpeó a la puerta.
—¿Quién es?
—Soy Caperucita Roja, que te trae torta y vino; ábreme.
—No tienes más que girar el picaporte —gritó la abuela— yo estoy muy débil y no puedo levantarme.
El lobo giró el picaporte, la puerta se abrió de par en par, y sin pronunciar una sola palabra, fue derecho a la cama donde yacía la abuela y se la tragó. Entonces, se puso las ropas de la abuela, se colocó la gorra de dormir de la abuela, cerró las cortinas, y se metió en la cama de la abuela.
Caperucita Roja se había dedicado entretanto a buscar flores, y cogió tantas que ya no podía llevar ni una más; entonces se acordó de nuevo de la abuela y se encaminó a su casa. Se asombró al encontrar la puerta abierta y, al entrar en el cuarto, dijo:
—Buenos días, abuela.
Pero no obtuvo respuesta. Entonces se acercó a la cama, y volvió a abrir las cortinas; allí yacía la abuela, con la gorra de dormir bien calada en la cabeza, y un aspecto extraño.
Caperucita encontró la puerta abierta
—Oh, abuela, ¡qué orejas tan grandes tienes!
—Para así, poder oírte mejor.
—Oh, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!
—Para así, poder verte mejor.
—Oh, abuela, ¡qué manos tan grandes tienes!
—Para así, poder cogerte mejor.
—Oh, abuela, ¡qué boca tan grande y tan horrible tienes!
—Para comerte mejor.
No había terminado de decir esto el lobo, cuando saltó fuera de la cama y devoró a la pobre Caperucita Roja.
Y el lobo devoró a Caperucita
Cuando el lobo hubo saciado su voraz apetito, se metió de nuevo en la cama y comenzó a dar sonoros ronquidos. Acertó a pasar el cazador por delante de la casa, y pensó: "¡Cómo ronca la anciana!; debo entrar a mirar, no vaya a ser que le pase algo". Entonces, entró a la alcoba, y al acercarse a la cama, vio tumbado en ella al lobo.
—¡Mira dónde vengo a encontrarte, viejo pecador! —dijo— hace tiempo que te busco.
Entonces le apuntó con su escopeta, pero de pronto se le ocurrió que el lobo podía haberse comido a la anciana y que tal vez podría salvarla todavía. Así es que no disparó, sino que cogió unas tijeras y comenzó a abrir la barriga del lobo. Al dar un par de cortes, vio relucir la roja caperuza; dio otros cortes más y saltó la niña diciendo:
—¡Ay, qué susto he pasado, qué oscuro estaba en el vientre del lobo!
Y después salió la vieja abuela, también viva, aunque casi sin respiración. Caperucita Roja trajo inmediatamente grandes piedras y llenó la barriga del lobo con ellas. Y cuando el lobo despertó, quiso dar un salto y salir corriendo, pero el peso de las piedras le hizo caer, se estrelló contra el suelo y se mató.
Un cazador que por allí pasaba abrió la barriga del lobo y salieron vivas Caperucita y su abuelita
Los tres estaban contentos. El cazador le arrancó la piel al lobo y se la llevó a casa. La abuela se comió la torta y se bebió el vino que Caperucita Roja había traído y Caperucita Roja pensó: "Nunca más me apartaré del camino y adentraré en el bosque cuando mi madre me lo haya pedido".
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Caperucita Roja (versión políticamente correcta de James Finn Garner)
Érase una vez una persona de corta edad llamada Caperucita Roja que vivía con su madre en la linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que llevase una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención, sino porque ello representaba un acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de comunidad. Además, su abuela no estaba enferma; antes bien, gozaba de completa salud física y mental y era perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que era
Así, Caperucita Roja cogió su cesta y emprendió el camino a través del bosque. Muchas personas creían que el bosque era un lugar siniestro y peligroso, por lo que jamás se aventuraban en él. Caperucita Roja, por el contrario, poseía la suficiente confianza en su incipiente sexualidad como para evitar verse intimidada por una imaginería tan obviamente freudiana.
Decían del bosque que era un lugar peligroso
De camino a casa de su abuela, Caperucita Roja se vio abordada por un lobo que le preguntó qué llevaba en la cesta.
—Un saludable tentempié para mi abuela quien, sin duda alguna, es perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que es —respondió.
—No sé si sabes, querida —dijo el lobo—, que es peligroso para una niña pequeña recorrer sola estos bosques
Respondió Caperucita:
—Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella debido a tu tradicional condición de proscrito social y a la perspectiva existencial —en tu caso propia y globalmente válida— que la angustia que tal condición te produce te ha llevado a desarrollar. Y ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino.
Encuentro de Caperucita con el lobo
Caperucita Roja enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo, liberado por su condición de segregado social de esa esclava dependencia del pensamiento lineal tan propia de Occidente, conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela. Tras irrumpir bruscamente en ella, devoró a la anciana, adoptando con ello una línea de conducta completamente válida para cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas nociones tradicionales de lo masculino y lo femenino, se puso el camisón de la abuela y se acurrucó en el lecho.
Caperucita Roja entró en la cabaña y dijo:
—Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio en reconocimiento a tu papel de sabia y generosa matriarca.
—Acércate más, criatura, para que pueda verte —dijo suavemente el lobo desde el lecho.
Tras devorar a la abuela, el lobo pensaba hacer lo mismo con Caperucita
—¡Oh! —repuso Caperucita—. Había olvidado que visualmente eres tan limitada como un topo. Pero, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!
—Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.
—Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!... relativamente hablando, claro está, y a su modo indudablemente atractiva.
—Ha olido mucho y ha perdonado mucho, querida.
—Y... ¡abuela, qué dientes tan grandes tienes!
Respondió el lobo:
—Soy feliz de ser quién soy y lo qué soy —y, saltando de la cama, aferró a Caperucita Roja con sus garras, dispuesto a devorarla.
El lobo se avalanza sobre Caperucita
Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia el travestismo, sino por la deliberada invasión que había realizado de su espacio personal.
Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o técnico en combustibles vegetales, como él mismo prefería considerarse) que pasaba por allí. Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir. Pero apenas había alzado su hacha cuando tanto el lobo como Caperucita Roja se detuvieron simultáneamente.
—¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? —inquirió Caperucita.
El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no acudían a sus labios.
En esto que por allí merodeaba un leñador
—¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandertalense cualquiera y delegar su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo! —prosiguió Caperucita—. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de un hombre?
Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del lobo, arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza. Concluida la odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus objetivos, decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la cooperación y el respeto mutuos y, juntos, vivieron felices en los bosques para siempre.
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Caperucita Roja de Road Dahl, traducida y adaptada por Miguel Azaola
Estando una mañana haciendo el bobo,
le entró un hambre espantosa al Lobo,
así que, para echarse algo a la muela,
se fue corriendo a casa de la Abuela.
"¿Puedo pasar, Señora?", preguntó.
La pobre anciana, al verlo, se asustó
pensando: "¡Me come de un bocado!"
Y, claro, no se había equivocado:
se convirtió la Abuela en alimento
en menos tiempo del que te cuento.
Lo malo es que era flaca y huesuda
y al Lobo no le fue de gran ayuda:
"Sigo teniendo un hambre aterradora…
¡Tendré que merendarme otra señora!"
Al no encontrar ninguna en la nevera,
gruñó con impaciencia aquella fiera:
"¡Esperaré sentado hasta que vuelva
Caperucita Roja de la gran Selva!"
Así llamaba al Bosque la alimaña,
creyéndose en Brasil y no en España.
Y porque no se viera su fiereza,
se disfrazó de abuela con presteza,
se dio laca en las uñas y pelo,
se puso la falda gris de vuelo,
zapatos, sombrerito, una chaqueta
y se sentó en espera de la nieta.
Llegó por fin Caperucita a mediodía
y dijo: "¿Cómo estás, abuela mía?"
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"¡Me impresionan mucho tus orejas!"
"Para mejor oírte, que las viejas
somos un poco sordas". "¡Abuelita,
qué ojos grandes tienes!". "Hijita,
son lentillas que me ha puesto
para poder verte Don Ernesto
el oculista", dijo el fiero animal,
mirándola con gesto angelical
mientras se le ocurría que la chica
iba a saberle mil veces más rica
que el rancho precedente. De repente
Caperucita dijo: "¡Qué imponente
abrigo de piel llevas este invierno!"
Y el Lobo, estupefacto: "¡Un cuerno!
O no sabes el cuento o me mientes:
¡Ahora toca hablar de mis dientes!
¿Tomandome el pelo…? Mocosa,
te comeré ya mismo y a otra cosa".
Pero ella se sentó en un canapé
y se sacó un revólver del corsé,
con calma apuntó a la cabeza
y —¡pam!— allí cayó la pieza.
Al poco tiempo vi a Caperucita
cruzando el Bosque… ¡Pobrecita!
¿Sabéis que llevaba la infeliz?
Nada menos que una sobrepelliz
que me pareció la piel del lobo
que esa mañana hacia el bobo.
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Caperucita Encarnada
El afán franquista por borrar toda huella de la República tras el término de la Guerra Civil, llevo a la aberración de que dictaran consignas para que, entre otras muchas tontunas, no sólo la ensaladilla rusa trocara en ensaladilla imperial o nacional, sino que también el cuento de Caperucita Roja pasara a ser el de Caperucita Encarnada. Incluso hubo alguna publicación con el título de Caperucita Azul, de editor sin duda de los de servil "adhesión inquebrantable" al Caudillo.
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CAPERUCITA PARA ADULTOS
Cortometraje Red Hot Riding Hood (Caperucita Roja Caliente), de Tex Avery
Cuando los hermanos Grimm convirtieron Caperucita Roja en un cuento para niños destinado a la audiencia victoriana del siglo XIX, nuestra protagonista pasó a ser una encarnación de la inocencia y perdió todo rastro de la sexualidad que poseía en la tradición francesa.
No fue hasta bien entrado el siglo XX cuando Caperucita volvió a la vida terrenal de la mano del legendario animador Tex Avery, que la sacó de los bosques europeos y la llevó al Hollywood de los clubes nocturnos. En su cortometraje de dibujos animados para adultos Red Hot Riding Hood, estrenado en 1943, la dulce Caperucita se convirtió en su opuesto simbólico: una bailarina y cantante de un local de strip-tease.
Empieza la película de forma tradicional, con el nombre de Caperucita Roja y la dulce heroína portando una cesta llena de comida. Pero de la oscuridad del bosque sale un lobo feroz que exclama: "Estoy aburrido de estas bobadas. Es la misma vieja historia una y otra vez. Si no pueden hacerlo de manera más innovadora yo presento mi dimisión".
A esta reivindicación se suma el resto del reparto, y la película se rebobina y comienza de nuevo con… Red Hot Riding Hood (Caperucita Roja Caliente).
El lobo es ahora un mujeriego, Caperucita una voluptuosa cantante de un club nocturno, y la abuela una madurita acosadora de hombres y celosa de su nieta.
La escena más conocida es cuando el lobo, de punta en blanco, llega en su automóvil dispuesto a pasar una noche de juerga en el club de strip-tease. A pocos pasos se encuentra la casa de la abuela, un burdel coronado por un anuncio de neón en el que puede leerse: "Antro de la Abuela, ven a verme".
La abuela en su burdel
Y sobre el escenario hace su aparición Caperucita, adornada por una capa roja que se apresura a tirar a un lado junto con su cesta. Esta Caperucita ya no es una niña, sino una explosiva pelirroja enfundada en un cortísimo vestido rojo. Empieza a cantar y bailar y pone frenético al lobo, quien, sentado en medio del público, ulula y aúlla, aplaude y silba. Caperucita continúa cantando mientras menea sus caderas de uno a otro lado y sacude el trasero. Los ojos del lobo saltan y vuelan por el recinto, su lengua se desenrolla para hacer las veces de alfombra roja, y todo él se eleva en el aire hasta quedar petrificado en una erección de cuerpo entero. La reacción era tan enérgica que algunas partes fueron censuradas En cuanto Caperucita termina su número, el lobo estira su brazo hasta el escenario y la arrastra a su mesa. "Vámonos volando a la Riviera", dice con un meloso acento francés.
Caperucita en el escenario
El lobo queda petrificado en una erección de cuerpo entero.
Vámonos corriendo a la Riviera
Caperucita es franca y directa en su respuesta, le basta un ¡NO! ensordecedor seguido de una lámpara de mesa que destroza sobre la cabeza del lobo para apagar su ardor. Pero nuestro playboy no se conforma con la negativa y tras la huida de Caperucita decide seguirla hasta su casa. Y para su sorpresa encuentra allí a la abuela que "le echa el ojo", convirtiéndose ahora el playboy en el acosado. La abuelita es en esta ocasión una ardiente anciana que luce un ajustado vestido rojo y que, al ver al lobo, queda estupefacta. Ahora es ella la que silba, levita y ulula, a medida que lo persigue de una puerta a otra con sus labios listos para besarlo. "Este sí que es un lobo! ¡Auuuuu!".
El lobo enloquece debido a las atenciones que le dispensa la abuela de Caperucita y promete matarse si vuelve a prestar atención a otra mujer. Cuando Caperucita aparece nuevamente en su vida sobre el escenario, el lobo se suicida, cumpliendo su promesa, y es su fantasma el que celebra con silbidos y aullidos la actuación de la protagonista.
Nada más estrenarse esta pieza, gozó de una gran popularidad, y sus personajes (o variantes de los mismos) fueron reutilizados en cinco historias más a lo largo de los años cuarenta.
Una ensoñación sobre Caperucita, en la barra de strip-tease
Para Avery, los protagonistas de Red Hot Riding Hood trascendían el cuento de hadas del que habían surgido. La bailarina y su lascivo perseguidor no eran simplemente una niña y un lobo, sino personajes y símbolos del drama de la sexualidad humana.
Caperucita Roja, la ingenua erótica adolescente. Inicio resumido del relato de Salvador Barrau
Existió hace muchos años un país de grandes bosques espesos con gran vegetación, y poblado de animales salvajes. Y cerca del bosque vivía una adolescente de bonito físico, bien alimentada y lozana, que llevaba trenzas, tenía unos ojos azules preciosos y expresivos, y su alegría llenaba la casa de su mamá y de sus amigos, y de todos aquellos que la conocían. Su atractivo no pasaba desapercibido. A los ojos de los muchachos y jóvenes era su sex simbol, con quién soñaban despiertos y dormidos, cerrando los ojos, para vivir su momento de fantasía erótica, propia de la juventud.
Su abuelita le tejió una capa de lana, que tiñó de rojo, por eso su sobrenombre de Caperucita Roja, capa que apenas disimulaba sus fantásticos senos.
Su abuelita vivía en el bosque, donde se encontraba muy feliz haciendo fórmulas mágicas para mantener la virilidad de los campesinos, labradores y leñadores. Aunque la mejor fórmula para los campesinos era ver a Caperucita...
Y algunos otros más...
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COLOFÓN
El cuento español del Ratoncito Pérez
Cuando a un niño o niña se le cae un diente de leche, comienza la aventura del "Ratoncito Pérez", que se lleva los dientes de los niños buenos, dejados por la noche bajo la almohada, y deja a cambio una moneda o un regalo mientras duerme.
La historia, transmitida de padres a hijos durante generaciones con más o menos variantes, la recogió el jesuita jerezano Luis Coloma, más conocido como el Padre Coloma, en 1894, en el cuento Ratón Pérez que escribió para el rey Alfonso XIII, quien sólo tenía 8 años por aquel entonces y ya había perdido su tercer diente.
Narra un maravilloso viaje que el pequeño rey Buby (era el apelativo que la reina María Cristina utilizaba con su hijo), transformado en pequeño ratoncito, realiza de la mano del Ratón Pérez para conocer cómo vivían sus pequeños súbditos, algunos de ellos muy pobres.
El Padre Coloma sitúa la vivienda del Ratón Pérez en el número 8 de la calle Arenal, en Madrid, dentro de una caja de galletas de la Pastelería Prast, que allí se ubicaba. Una placa en la fachada así lo atestigua y también en ese lugar se abre un museo dedicado al ilustre roedor.
Ratón Pérez
Todas las noches, el Ratón Pérez salía a buscar comida para su familia, y una vez descubrió un lugar con máquinas extrañas: era un consultorio en el que los humanos iban para que les curasen los dientes. Su curiosidad le hizo acudir día tras día y pronto, sólo con ver, aprendió el oficio, de tal manera que atendía los dientes de sus familiares y los de otros ratoncitos de lugares lejanos. Un buen día, en la clínica del dentista vio como a un niño le extraían un diente de leche que impedía el normal crecimiento del definitivo, ya a la vista. En ese momento pensó que por su pequeño tamaño podría implantárselo a un viejo ratón desdentado, para que pudiera volver a comer de nuevo.
Fue así como, luego que el niño saliera del dentista con su diente de leche extraído, lo siguió por toda la ciudad y finalmente llegó hasta su casa. Aguardó agazapado hasta que el niño se acostó mirado su diente, que guardo debajo de la almohada, de donde el ratoncito Pérez sacó cuidadosamente dejando en su lugar una moneda…
A este ratoncito Pérez escribió el rey Buby una carta cuando perdió su diente de leche…
El texto completo del cuento en:
Ratón Pérez>
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