l tabaco es una planta originaria del continente americano. Según observó Cristóbal Colón, los indígenas del Caribe la fumaban valiéndose de una caña en forma de pipa llamada tobago, de donde deriva el nombre de la planta. Al parecer le atribuían propiedades medicinales y lo usaban en sus ceremonias.
Sacerdote maya fumando tabaco
Hacia 1560 se encontraba como embajador de Francia en Portugal el caballero Jean Nicot, quien se interesó por la exótica planta. Cuando regresó a su país, llevó consigo hojas de tabaco para obsequiárselas a la reina Catalina de Médicis. Más tarde, la planta fue llamada nicotiana, y el alcaloide del tabaco, nicotina, en honor de Jean Nicot.
Ahora, está mal visto el tabaco; pero no siempre ha sido así. En Europa adquirió gran auge debido fundamentalmente a que fue considerado un hábito relajante y placentero. Fumar se convirtió muy pronto en una moda y fueron conociéndose diversas formas de uso. Mientras en España y en sus colonias se prefería el tabaco enrollado en forma de cigarro, y después el cigarrillo, en el resto de Europa prevalió la pipa. En el siglo XVII se comenzó a aspirar rapé (tabaco en polvo) por la nariz entre la aristocracia y las clases refinadas. Había rapé perfumado con agua de rosas y otras esencias, y de distintos colores. La tabaquera del rapé se transformó, como la pipa, en un objeto que permitía todo tipo de fantasías y lujos.
Pipas
¿Quieres echar un polvo?
Todos los hombres que se preciaban de elegantes llevaban en su bolsillo un bonito recipiente con el polvo de tabaco, el rapé, que se compartía como signo de cortesía en tertulias y reuniones: ¿quieres echar un polvo?
Y como era de mala educación inhalar ante señoras, los hombres cuando sentían el síndrome de abstinencia, salían del salón, con la excusa de echar un polvo.
Pero muchas veces la ausencia no era exactamente para inhalar rapé, sino para tener un encuentro amoroso con alguna damisela en las habitaciones altas que tenían todas las casas de "buena familia". Es así como nació la frase "echar un polvo", que como bien sabemos todos ahora no se emplea precisamente para el inhalar rapé.
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El tabaco para masticar, mezclando con regaliz y otros productos, fue siempre patrimonio de la gente del mar, por la obvia dificultad de fumar durante la maniobra de las velas.
Lata actual de tabaco para mascar
El tabaco ha tenido un gran aliado en el cine y en la televisión La imagen del ídolo cinematográfico con un cigarrillo en los labios ha sido siempre objeto de emulación entre los jóvenes y los niños, lógicamente, los más susceptibles a estos mensajes. En la película Men in Black (1998), por citar una, unos diminutos extraterrestres exiliados en la Tierra se apresuran a huir en su nave espacial ante una inminente invasión, llevándose consigo lo indispensable para el camino: ¡cartones de Marlboro! ¿Casual?
Humphrey Bogart, posiblemente el hombre que mejor haya fumado en el cine
Sara Montiel ("Fumando espero...")
Anuncio de Malboro
Y lo anunciaban hasta los deportistas
Ser fumador, cuando el tabaco se vendía suelto, requería un cierto aprendizaje artesanal para saber liar los pitillos, y se debía ir provisto de una petaca de cuero, un librillo de papel de fumar del Pum, el Mono o Bambú, y una caja de cerillas o mechero.
Siempre se dijo en Campo de Criptana que era de buena educación ofrecer tabaco, y más cuando se estaba en grupo amplio ("Vamos a echar un pito"). La petaca se la pasaban de unos a otros, vaciando sobre el cuenco de la mano la cantidad precisa para el cigarrillo, que variaba según se prefiriera más apretado o más flojillo. En la otra mano, extendiendo el papel en forma acanalada sobre los dedos índice y corazón, sobre él se vaciaba y repartía el tabaco, que inmediatamente se liaba y apretaba con mucho cuidado. Después se pasaba la lengua por el borde engomado y se pegaba, retorciendo ligeramente las puntas. Era costumbre ofrecerse a liar el tabaco a los que no eran muy duchos en tal menester, pero sin llegar a la última operación de pegado, que por higiene, se dejaba al interesado.
Vamos a echar un pito
Petaca antigua
Existían también una especie de alfombrillas para hacer más sencilla la operación del liado, pero los buenos fumadores las consideraban una "mariconada". Sí eran verdaderamente buenas las maquinas de liar, unos artilugios mecánicos con compartimentos para el tabaco y para el papel, y que girando un manubrio o manivela, dispensaban perfectos cigarrillos. El padre de mi compañero de colegio y amigo Julián Sepúlveda, disponía de una, y a veces nos llevaba algunos.
Esterilla y varios artilugios para liar cigarrillos
Para encender se empleaban las cerillas o los mecheros. Nuestros abuelos usaban un chisquero de pedernal, sobre el que se colocaba la mecha amarilla de algodón y se golpeaba con un eslabón de hierro para que saltara la chispa. Se encendían muy bien al aire libre y no los apagaba el viento. Estos chisqueros luego se modernizaron y la mecha incluía en su extremo un ingenio metálico con el compartimento para la piedra de mechero, la rueda chisquera y una bolita para el apagado. Después vinieron los mecheros de bencina, de gas y los de encendido electrónico.
Chisqueros y mecheros de gasolina. A la derecha, un surtidor de gasolina para mecheros mediante moneda
Esa operación de encender fuego no ha sido siempre tan sencilla. El primer método de encendido se supone que fue el de rotación de una punta de palo sobre una madera. Otro similar consistía en frotar una liana en una ranura efectuada en la madera. También se logró encender mediante chispas producidas con piedras que contengan piritas de hierro. Una de las primeras cerillas inventada fue la de azufre; se hacían sumergiendo franjas delgadas de madera en azufre fundido, y ardían al aplicarles una chispa producida por una piedra y acero. En 1812 fue inventada la cerilla química, que se fabricaba con una mezcla de clorato de potasio y azúcar y con una cubierta de azufre; ardía al entrar en contacto con ácido sulfúrico.
Y en 1827, el químico británico Jonh Walker introdujo en Inglaterra los primeros fósforos de fricción. Se llamaban cerillas porque se agarraban por un vástago que era un rollito de papel encerado. Hoy se hacen de madera.
Las traseras de las cajas de cerillas siempre venían con estampas coleccionables, que servían como cromos para intercambiar y jugar. Las más apreciadas para nosotros, las de futbolistas, que recortábamos y luego pegábamos en algún cuaderno.
Cajas antiguas de cerillas
El encendedor Flaminaire marcó una época, ya que fue el primero a gas. Se fabricaron más de cincuenta modelos diferentes y se adaptaban a todos los estilos de los fumadores de finales de los años 60.
Encendedores de gas: Flaminaire, Ronson, Dupont, Zippo y modernos desechables de piedra y eléctrico
En los años de la Guerra Civil escaseaba el tabaco, pero también en la posguerra. Había fumadores empedernidos que llegaban a intercambiar vales de racionamiento de comida por unos perreros (un tipo especial de cigarro), y muchos trataron de sustituir el tabaco por distintas plantas que se pudieran fumar: hojas de salvia, de higuera, de patata, pámpana de la vid... Otros recogían las colillas del suelo, las desmenuzaban y volvían a liar. Era un verdadero gozo disponer de un cuarterón (paquete de tabaco picado) o de la cajetilla (la mitad de un cuarterón) y, si los había, de unos Ideales, cigarrillos que venían burdamente empaquetados individualmente y había que reliar. Se les llamaba "caldo de gallina" por el color "caldoso" del papel.
Picadura de tabaco en cuarterones y paquetes, e Ideales
"Ando sin tabaco", se decía, y todo el mundo entendía que la vida no iba precisamente bien, que no se tenía ni un duro en el bolsillo.
Los que sí disponían de dinero fumaban cigarrillos El contrabandista, nombre con el que se asignaba a las cajetillas de cigarrillos de tabaco rubio de matute, generalmente americano, que nunca faltaban en los futbolines del Feliso, bien guardados en un mueble con llave. Tenía de todas las marcas habidas y por haber, incluido tabaco turco e inglés.
Tabaco "El contrabandista"
Sin olvidar los cigarros puros, más relacionados con gente mayor, potentados, o con el fútbol, los toros
y en otras épocas con una buena comida o las invitaciones de boda
La aparición del tabaco manufacturado en cajetillas de cigarrillos (luego con el añadido del filtro), ha sido en parte el causante de su uso por algunos compulsivo. Con ellos el fumar se hizo tan fácil y asequible que alcanzó a todas las capas de la sociedad. El tabaco de liar, necesitaba su tiempo y su ceremonial, condiciones que evitaban su uso desmedido, al tiempo que eran ocasión para la charla y el buen rollito, como hoy se dice, entre amigos.
Muchos recordamos nuestras primeras bocanadas de humo de uno de esos cigarrillos de tabaco negro de la Tabacalera o canario que comprábamos sueltos en alguna pipera o se lo quitábamos hábilmente a nuestros padres. Las marcas eran muy variadas: Celtas, Rex, Rumbo, Fetén, Un-X-2, Coronas, Habanos, Bonanza, Mencey, Peninsular, Reno, Vencedor, Ducados, Sombra... Cuando la economía iba viento en popa, hacíamos una excepción y comprábamos rubio americano: Winston, Palt Mall, Camel, Kent, Marlboro, Philips Morris... En plan más modesto, los nuestros: Bisonte, Lola, Condal. Otros se decidían por los famosos mentolados: Colt, Piper y Rocío. El máximo lujo era cuando comprábamos una cajetilla metálica de Graven A.
Tabaco nacional
Había muchas más marcas que ahora, pero las emblemáticas y de más consumo eran el Bisonte, "rubio de bote" nacional, y los Celtas, siempre con sus consabidas estacas en cualquiera de sus variedades: cortos, extras y con filtro. Por más que dieras caladas fuertes, no chascaban y se apagaban
Los más consumidos entonces
La más de las veces, el escaso dinero sólo daba para compartir un cigarro entre varios, pasándonoslo calá tras calá en un buen acto de compañerismo.
—¿Tú, te tragas el humo? —te preguntaban.
Y uno que no quería parecer un pardillo hacía alarde de ser un buen fumador, dando una buena calada al cigarro y provocando en muchas ocasiones unos grandes lagrimones acompañados de toses y atragantamientos.
Las primeras bocanadas con cigarrillos comprados a alguna pipera y la última cajetilla. Dejé de fumar en diciembre de 1986
Un problema grande era llegar a casa con olor a tabaco, que se evitaba a duras penas masticando chicles, y mucho más las manchas que dejaban en los dedos los cigarrillos rubios. Con agua y lejía y restregando bien con un estropajo algo se conseguía.
Para las chicas era aún peor. Las mujeres, hasta entonces, apenas fumaban. Y es que, a diferencia de lo que ocurría con los hombres, no estaba bien visto que lo hicieran.