EL RETIRO
El monasterio de San Jerónimo fue fundado por Enrique IV en 1460 junto al camino de El Pardo, y luego trasladado por los Reyes Católicos en 1503 al alto del llamado entonces Prado Viejo. Felipe II mandó levantar, adosado a la parte oriental de la iglesia (lo único que queda del conjunto), un cuarto o aposento de retiro para periodos de cuaresma, penitencia o luto. Más tarde, esta estancia habría de ser origen y dar nombre al palacio del Buen Retiro. El monasterio sufrió tremendos estragos a causa de la guerra contra los franceses, y aunque se arregló de forma precaria, los monjes jerónimos tuvieron que dejarlo cuando llegó la época de la desamortización. Tras años de abandono, la iglesia fue objeto de dos obras de restauración durante la segunda mitad del siglo XIX, una primera realizada por el arquitecto Narciso Pascual y Colomer entre 1848 y 1859, y otra en 1879 por Enrique María Repullés y Vargas. En el antiguo claustro, el arquitecto Rafael Moneo levantó en el año 2007 un edificio para ampliar las salas del Museo del Prado. El conde-duque de Olivares (Don Gaspar de Guzmán y Pimentel), valido de Felipe IV, que poseía una extensa finca al lado del monasterio, en lo que entonces era el límite oriental de la ciudad, con intención de agradar y regalar al monarca, ordenó en 1630 el comienzo de la construcción, bajo la dirección de Alonso Carbonell y Giovanni Battista Crescenzi y planos al parecer de Juan Gómez de Mora, de una serie de gabinetes y pabellones como extensión de aquel cuarto real que construyera Felipe II, que acabaron conformando el Palacio del Buen Retiro. La edificación no fue algo proyectado desde un inicio, sino que se extendió a lo largo de siete años, hasta 1640, en los que se fueron añadiendo anexos de manera sucesiva. Fue un gran escenario para su rey, un lugar de fiestas y regocijos para que el monarca se olvidara de los grandes asuntos de Estado. Una vez estuvo terminado, el conjunto palacial se extendía por la amplísima zona comprendida entre el paseo del Prado, Alcalá y las actuales Menéndez Pelayo, Reina Cristina e Infanta Isabel, dejando solamente paso al monasterio de los Jerónimos. Constaba de más de 20 edificaciones, entre ellas una destinada a teatro, que acogió representaciones de los grandes del Siglo de Oro y en el que se oficiaron los más grandes espectáculos de toda Europa, con unos medios técnicos completamente diferentes y superiores a los hasta entonces empleados en los corrales de comedias. Y cuatro grandes plazas (una de ellas, la más cercana a los Jerónimos, con la famosa estatua del propio Felipe IV hoy en la plaza de Oriente), que se convirtieron en marco de celebración de numerosos festejos, corridas de toros, juegos ecuestres, recibimiento de huéspedes ilustres, Carnaval y demás diversiones, que se sucedieron sin apenas tregua durante el reinado de Felipe IV. Sus salas tenían nombres pintorescos: de la Conversación, del Besamanos, de Refresco, de la Mesa de los Trucos, de las Consultas, de la Muerte, del Perro... El rey solía pasar en él sólo algunos días al año, generalmente en verano, pero aún así se hizo una importante campaña para dotarlo de un nivel artístico ornamental a la altura del propio Alcázar, la residencia habitual. Y, por su carácter de segunda residencia y lugar de descanso y entretenimiento (en palabras de Felipe IV: "Para que yo y mis sucesores pudiésemos, sin salir de esta corte, tener alivio y recreación"), especial importancia tenían los extensos jardines, trazados a la italiana entre otros por Cosme Lotti, escenógrafo del Gran Duque de Toscana, pero con un componente intensamente español, como eran las ermitas que se levantaron en su interior y alguna antigua que se conservó, la mayoría rodeadas de estanques y con acceso por puentecillos de madera: San Pablo, San Juan, San Bruno, San Isidro, Santa Magdalena, San Blas y San Antonio Abad, donde empezó a celebrarse la originaria fiesta de san Antón. Disponía de un espacio para el juego de la pelota, plazas abiertas entre la arboleda con estatuas, una leonera para la exhibición de animales salvajes, una pajarera para aves exóticas, el estanque grande como escenario de naumaquias y espectáculos acuáticos, otro ochavado o de las Campanillas, una ría grande con cauce por el actual paseo de Coches y otra pequeña que llegaba hasta la llamada Huerta del Rey (donde se levanta el antiguo palacio de Comunicaciones, hoy sede del Ayuntamiento). Después y a lo largo de los años, se fueron realizando más añadidos, como el Parterre, diseñado durante el reinado de Felipe V, o la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro, más conocida como Fábrica de la China, en tiempos de Carlos III. Fue precisamente Carlos III el primero en permitir el acceso de los ciudadanos al recinto, siempre que cumpliesen con la condición de ir bien aseados y vestidos: los hombres debían entrar descubiertos, bien peinados, vistiendo casaca y nunca con capa o gabán; las mujeres sin mantilla o pañuelo. La edificación del Palacio del Buen Retiro movilizó a buena parte de los trabajadores de Madrid y su entorno: alrededor de 2.000 personas trabajando durante 11 horas diarias, con unos jornales que oscilaban entre los 8 y los 20 reales. Pero no le salió gratis a la ciudad, pues con forzada y ruinosa lisonja tuvo que aportar 20.000 ducados para las obras. Su condición de segunda residencia real cambió a palacio principal de la Corte cuando en la Nochebuena de 1734, reinando Felipe V, el primer monarca de la Casa de Borbón, el Alcázar sufrió un pavoroso incendio que lo redujo a cenizas. Esta situación se mantuvo hasta que Carlos III pasó a residir al nuevo Palacio Real en 1764, aun sin estar totalmente terminado. Fue en tiempos del reinado de Carlos III cuando empezaron a disminuir los terrenos del Real Sitio del Buen Retiro, al ceder a la villa los más cercanos al antiguo Prado Viejo para convertirlo en el paseo del Prado. Allí se puso en práctica el programa ilustrado del monarca y se ubicaron el Gabinete de Historia Natural (Museo del Prado desde 1819) y el Jardín Botánico, ambos proyectados por Juan de Villanueva. Y en el Cerrillo de San Blas, en la confluencia de las actuales calles de Alfonso XII y Cuesta de Moyano, donde estuvo la ermita dedicada a este santo al que se le atribuía el don de la curación milagrosa de los males de garganta, con famosa romería el 3 de febrero, el Observatorio Astronómico, también de Juan de Villanueva. Los materiales empleados en la construcción del palacio del Buen Retiro habían sido de baja calidad (escasa piedra y mucho ladrillo y madera), y esta fue la causa de su final. Durante la Guerra de la Independencia, las tropas francesas acantonadas en Madrid tomaron el palacio y sus anexos como cuartel. El polvorín se colocó en los jardines y para ello se construyó un fortín, lo que destruyó irreparablemente la zona. Además, los edificios se deterioraron gravemente. Fernando VII inició una tímida repoblación del jardín y se reservó una zona en la parte trasera, junto a la calle de Menéndez Pelayo, donde construyó una serie de áreas de recreo siguiendo la moda paisajística de la época, varios gabinetes caprichosos de reposo: el del Pobre, el del Contrabandista, el del Pescador (el único que se conserva) y la Casa rústica. El resto lo abrió al pueblo como ya hiciera Carlos III. Pasados unos años, cuando Isabel II intentó acometer una restauración total del palacio, se vio que no se podía hacer otra cosa que demolerlo casi en su totalidad. Lo único que de él queda en pie es el llamado Salón del Reino, en la calle de Méndez Núñez, que tuvo sus paredes decoradas con pinturas de Velázquez (entre ellas, el famoso cuadro de Las Lanzas), Zurbarán, Carducho, Maíno, Pereda y frescos de Lucas Jordán; el Salón de Baile (Casón del Buen Retiro), en la calle de Alfonso XII, y los jardines (Parque del Retiro), que nada tienen que ver con el trazado y elementos originales, además de haber visto reducida su extensión a casi la mitad. Sí se abrió durante su reinado la calle de Granada, que más tarde se llamaría de Alfonso XII, vendiéndose al estado los terrenos comprendidos entre ésta y el Paseo del Prado que fueron urbanizados por particulares, y que supuso la disminución más drástica del antiguo espacio ocupado por el Buen Retiro. En esta zona, junto a Neptuno, ya se había abierto la plaza de la Lealtad, lugar donde se produjeron gran parte de los fusilamientos en la noche del 2 al 3 de mayo de 1808, víctimas de los franceses. En el centro de la plaza hay un monumento inaugurado en 1840, obra de Isidro González Velásquez, y dedicado a los caídos en estas jornadas, pero que se ha hecho extensivo a todos aquellos que dieron su vida por España, cuya memoria nos recuerda una llama que está encendida los 365 días del año. Tras la revolución de 1868 (la Gloriosa), los jardines pasaron a ser propiedad municipal y sus puertas se abrieron a todos los ciudadanos, comenzando una época de grandes reformas. Su nombre oficial era Parque de Madrid, aunque por todos conocido como Parque del Retiro. y en su lugar se ven los Jardines del Buen Retiro en la antigua Huerta de la Reina Sí se mantuvo durante algunos años en la esquina entre el paseo del Prado y la calle de Alcalá, y con el nombre de Jardines del Buen Retiro (el hecho ha dado lugar a confusiones), la antigua Huerta del Rey, arrendada en ese mismo año de la revolución a una empresa privada y convertida en lugar de recreo veraniego. Disponía de quioscos de helados, un templete para bandas de música y un teatro al aire libre. Al lado, en pleno paseo del Prado, hubo otro teatro, el Felipe, amplio barracón de madera inaugurado en 1885 por un empresario muy popular, simpático y desvergonzado de entonces, Felipe Ducazcal, y en el que se estreno en 1886 la zarzuela Gran Vía, de Chueca. En todo este terreno se alzan ahora el Cuartel General de la Armada, la prolongación de la calle de Montalbán y el antiguo palacio de Comunicaciones (Central de Correos y Telégrafos), hoy sede del Ayuntamiento, construido entre 1905 y 1918 por Antonio Palacios y Joaquín Otamendi. Hoy El Retiro, en pleno centro de la ciudad, entre las calles de Alcalá, Alfonso XII y Menéndez Pelayo, con una extensión de 120 hectáreas y unos 15.000 árboles, entre ellos castaños de Indias, cerezos, acacias, plátanos, abedules, robles, fresnos y olivos, es uno de los pulmones verdes con que cuentan los madrileños. Una verja de hierro que descansa sobre un muro de ladrillo, construida en la segunda mitad del siglo XIX, rodea el perímetro, pero sus puertas de acceso por las calles de Alfonso XII (las del Ángel Caído, Murillo, Felipe IV y España), en la plaza de la Independencia (la de la Glorieta), Alcalá (Hernani), O´Donnell (Madrid) y Menéndez Pelayo (América Española, Reina Mercedes, Granada y Pacífico) nos invitan a entrar. Entre sus parajes, construcciones o monumentos más destacables se encuentran: La puerta de España, realizada en 1893 por José Urioste y Velada. Es una de las entradas a El Retiro desde la calle Alfonso XII. Tras cruzarla, el paseo de la Argentina, más conocido como el de las Estatuas por estar flanqueado por una serie de ellas dedicadas a los monarcas de España y en un principio destinadas a adornar la cornisa del Palacio Real, nos lleva hasta el Estanque. La puerta de la Glorieta o de la Independencia, frente a la Puerta de Alcalá, una de las entradas principales. Se construyó en 1885 utilizando varios elementos de la que Juan de Villanueva diseñó para el desaparecido Casino de la Reina, en la Ronda de Toledo. Da paso a la avenida de Méjico, que nos lleva a la plaza de Nicaragua, donde se encuentra la Fuente de los Galápagos o de Isabel II, instalada primeramente en la Red de San Luis. Al lado, empieza el Estanque. La puerta de Madrid, diseñada igualmente por Urioste, sirve de entrada por la calle de O´Donnell al paseo de Fernán Núñez (el paseo de Coches), abierto en 1874 sobre el cauce de la antigua ría grande que partía del estanque. Fue refugio de la aristocracia, que paseaba en sus carruajes de caballos. Hoy acoge anualmente la Feria del Libro. El Estanque, eje del parque y en donde se puede practicar el remo o alquilar una barca. Mide 250 metros de largo y 125 de ancho y está limitado por una sencilla barandilla de granito y hierro forjado. Fue construido en tiempos de Felipe II. El monumento a Alfonso XII, conjunto escultórico en mármol y bronce iniciado por José Grasés y finalizado en 1922 por Teodoro Anasagasti, en el que intervinieron más de veinte escultores y en el que destaca la estatua ecuestre del rey, realizada por Mariano Benlliure. Se levanta en el frente posterior del Estanque, en el lugar del antiguo embarcadero. El Palacio de Cristal, sin lugar a dudas el edificio más sobresaliente de los jardines, fue levantado en 1887 con motivo de la Exposición de las Islas Filipinas, donde se dieron a conocer flores diversas de ese lugar. En el lago, a los pies, se pueden encontrar varios ejemplares del ciprés de los pantanos, con la particularidad que tienen sus raíces y parte del tronco sumergido. El Palacio de Velázquez, cercano al anterior, igualmente levantado en 1887 y obra de Ricardo Velázquez Bosco. Hoy está especializado en exposiciones de arte moderno y contemporáneo. El Centro Cultural de la antigua Casa de Vacas. Se construyó en 1874 como una atracción más del parque, con despacho de leche de las vacas que se ordeñaban a la vista del público. Ya en el siglo XX, transformada y adaptada en sala de fiestas con el nombre de Pavillón, vino a engrosar la nómina de los lugares de alterne de la capital. Tras un incendio que la devastó casi por completo, el Ayuntamiento la restauró para celebrar en ella acontecimientos, espectáculos y exposiciones culturales. La plaza del Maestro Villa, con el templete de la música, que convoca los domingos veraniegos a numerosísimo público para escuchar a la Banda Municipal de Madrid. La Rosaleda, realizada en 1915 por Cecilio Rodríguez, director entonces del departamento de Parques y Jardines del Ayuntamiento de Madrid, en el lugar donde antes se encontraba un lago artificial que se helaba en invierno y se empleaba para patinar. Los Jardines de Cecilio Rodríguez, independientes, separados por su propia verja y abiertos en 1972. Su decoración, cuidada al detalle, está compuesta de pérgolas cubiertas de arbustos y flores, arcos por doquier y estanques. Los Jardines del Arquitecto Herrero Palacios, junto a los anteriores. Aquí hubo una Casa de Fieras, creada por Fernando VII y mejorada por Isabel II, y que en 1972 se trasladó a la Casa de Campo. Ahora, restaurada, se abre allí la Biblioteca Pública Municipal Eugenio Trías-Casa de Fieras de El Retiro. Las instalaciones deportivas de La Chopera, junto al Bosque de los Ausentes plantado en recuerdo de los asesinados en la matanza del 11 de marzo del 2004. El Parterre Francés, un jardín de estilo versallesco con setos de boj y alibustre y con el conocido Ciprés Calvo. En 1792 tuvo lugar en él unos de los acontecimientos más populares: la primera ascensión aerostática en la capital, realizada por Vicente Lunardi, que repitió luego más veces y se convirtió en un gran espectáculo para los madrileños. La Fuente del Ángel Caído, en la plaza del mismo nombre y lugar antes ocupado por la Real Fábrica de Porcelana. Fue erigida en 1885 y realizada por Ricardo Bellver. Es el único monumento en el mundo dedicado al demonio. El monumento al general Martínez Campos, obra de Mariano Benlliure, en la plaza de Guatemala, al final del paseo de Coches y en medio de un estanque. La Montaña Artificial, creada por orden de Fernando VII en el año 1815. También llamada Montaña de los Gatos, Montaña de los Osos o Montaña Rusa, por los animales que allí se encontraban y que era una expansión de la Casa de Fiera. En la actualidad alberga una sala de exposiciones en su interior. para albergar una colección de autómatas, y entre los más vistosos uno de un bandolero. Después ha sido pabellón de caza, balneario, capilla... Ahora se ha transformado en la Sala Florida Retiro que engloba restaurante, espectáculo, bar, terraza... El distrito de Retiro, entre los paseos del Prado y de Santa Isabel, las vías del tren que parten de la Estación de Atocha, la avenida de la Paz (M-30) y las calles de O´Donnell y Alcalá, es fruto en parte del Plan Castro de Ensanche de Madrid, puesto en práctica a partir de 1869 coincidiendo con el derribo de la antigua cerca de Felipe IV que rodeaba la villa histórica, y que por esta zona bordeaba el Retiro, llegaba hasta la puerta de Atocha y continuaba hasta los portillos de Valencia y de Embajadores. Administrativamente se divide en los barrios de Pacífico, Adelfas, Estrella, Ibiza, Jerónimos y Niño Jesús. Aparte de lo ya citado, es digno de interés: El Hotel Ritz, el más lujoso de la ciudad, construido entre 1908 y 1910 en la plaza de Cánovas del Castillo (Neptuno) para alojar a las personalidades asistentes a la boda de Alfonso XIII con Victoria Eugenia de Battenberg. La Bolsa de Comercio, fundada en 1831 y trasladada a la plaza de la Lealtad en 1893 después de largo peregrinaje, realza con el estilo clásico que le imprimió Enrique Repullés la monumentalidad del entorno. La Real Academia de la Lengua, con entrada principal en la calle de Ruiz de Alarcón y cercana a los Jerónimos. La institución fue creada en 1713 y la sede actual, obra del arquitecto Miguel Aguado de la Sierra, fue inaugurada en 1894. La Cuesta de Moyano, nombre popular con el que se conoce a la calle de Claudio de Moyano, famosa por las casetas de venta de libros (muchos de ellos de lance) que están instaladas junto a la verja del Jardín Botánico. El Ministerio de Agricultura, en el paseo de la Infanta Isabel, esquina a la plaza de Carlos V (Atocha), en terrenos sustraídos, al igual que la Cuesta de Moyano, al Jardín Botánico. El edificio fue construido entre 1893 y 1897 por Ricardo Velázquez Bosco para sede del Ministerio de Fomento. Las colosales esculturas del ático que realizó Agustín Querol en piedra fueron luego sustituidas por otras idénticas en bronce. El Museo Antropológico, en el paseo de la Infanta Isabel 11, construido por el marqués de Cubas en 1875 por encargo del médico segoviano Pedro González de Velasco, primeramente como Museo Anatómico y Escuela libre de Medicina. Tras haber acogido después otras secciones museísticas relacionadas con la etnología, desde 1993 tiene el destino actual. La Escuela de Obras Públicas, en el Cerrillo de San Blas, cerca del Observatorio Astronómico, con entrada por Alfonso XII. Es el antiguo edificio de la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, construido por Mariano Carderera en 1885. El Monumento a las víctimas del atentado terrorista perpetrado en los trenes de cercanías el 11 de marzo de 2004, frente a la estación de Atocha. Consiste en un enorme cilindro transparente, con una sala bajo rasante que permite mirar la cúpula desde abajo y leer los mensajes de condolencia que los madrileños depositaron espontáneamente tras la masacre. Dejando a un lado la estación de Atocha, más allá, en la avenida de la Ciudad de Barcelona 3, la basílica de Ntra. Sra. de Atocha. Está edificada en el solar de la primitiva ermita–santuario que daba culto a la Virgen, luego bajo la protección de un convento de dominicos anexo. Durante la ocupación francesa quedó todo muy derruido, pero no es hasta 1891 cuando se inició la construcción de un nuevo convento bajo la dirección de Fernando Arbós, que proyectó una basílica estilo neobizantino con un campanil y un Panteón de Hombres Ilustres adosado a ella. Pero por problemas económicos sólo se llevó a cabo el campanil y el panteón. El resto se completó en 1924 sin seguir el proyecto inicial. Durante la Guerra Civil la iglesia fue incendiada. La actual es de 1951. El Panteón contiene sepulcros tallados por grandes escultores como Mariano Benlliure, Agustín Querol o Arturo Mélida, Pedro Estany y Federico Aparici. La Real Fábrica de Tapices, en la calle de Fuenterrabía 3, trasladada aquí en 1889 desde su primitiva ubicación en terrenos sobre los que ahora se abre la plaza de Alonso Martínez. Allí fue abierta en 1720, para la que se trajo desde Flandes a un prestigioso fabricante, Juan de Vardengoten, que fue el primer director del establecimiento. Los antiguos cuarteles de Daoiz y Velarde, de finales del siglo XIX, entre la avenida de la Ciudad de Barcelona y las calles de Téllez y de Alberche. En sus instalaciones se llegaron a instalar más 3.000 hombres, 500 caballos y los carruajes de todo un regimiento montado de artillería. En el año 2003 pasaron a ser un centro deportivo y de ocio. El Hospital del Niño Jesús, en la avenida de Menéndez Pelayo 65. Fue fundado en 1877 en una casa del barrio de Peñuelas por la Asociación Nacional para el Cuidado y Sostenimiento de Niños, de carácter benéfico. En 1885 se trasladó al sitio actual, antigua Ronda de Vallecas, al edificio neomudéjar construido por Francisco Jareño, con capacidad para hospitalizar entonces a 200 enfermos. Hoy, con la incorporación de nuevos pabellones más modernos, es un lugar de referencia para la sanidad infantil. Junto al Hospital se encontraba la estación del Niño Jesús, también conocida como estación de Arganda. Se inauguró en 1901 para traer yeso de Vaciamadrid. Posteriormente la línea se empalmó con Vicalvaro y Arganda para traer pedernal, cal y grava. Se trataba de una línea de vía estrecha con trenes de mercancías que ocasionalmente prestó servicio de viajeros, especialmente los domingos para ir a Arganda, dando pie al dicho popular de "el tren de Arganda, pita más que anda". En 1964 fue derribada, construyéndose en su solar la Torre del Retiro y la Colonia del Retiro. Y en la enorme manzana entre Doctor Esquerdo, Doctor Castelo, Maiquez e Ibiza, el Hospital Gregorio Marañón, en el solar del desaparecido Hospital de San Juan de Dios, donde venían a ocultar sus terribles padecimientos los enfermos venéreos.
El distrito de Arganzuela, organizado administrativamente en los barrios de Imperial, Las Acacias, La Chopera, Legazpi, Las Delicias, Palos de Moguer y Atocha, se encuentra delimitado por el puente de Segovia, la M-30, borde de las vías del ferrocarril, avenida Ciudad de Barcelona, plaza del Emperador Carlos V, rondas de Atocha y de Valencia, glorieta de Embajadores, rondas de Toledo y de Segovia y calle de Segovia. En la Edad Media existía la dehesa de la Arganzuela, un lugar de pasto para el ganado que se extendía desde el puente de Toledo, entre la M-30 y el paseo de Yeserías. De ella sólo se conserva en la actualidad una pequeña parte convertida en el parque de la Arganzuela, hoy dentro del conjunto del parque Madrid Río. En tiempos de Felipe II, con la instalación de la capital en Madrid en 1561, comienza a desarrollarse la zona, ya que está en el camino de Toledo y Aranjuez, lo que conlleva la instalación de posadas y mesones en las cercanías de la antigua puerta de Toledo. La actual es de 1827. Junto a ella existían a finales de siglo XIX tres paradores, llamados La Estrella, El Sol y La Luna. De ellos partía un servicio regular de diligencias hacia Andalucía y Levante. Otro parador famoso fue el de Gil Imón, en la ronda de Segovia, que desapareció unos años antes que los anteriores. El puente de Segovia, atribuido a Juan de Herrera, se construyó entre 1572 y 1574 sobre el río Manzanares en el camino que llevaba a Segovia. Consta de nueve arcos de medio punto almohadillados de sillería de granito. El de Toledo, de nueve ojos, se erigió en 1732 por Juan del Olmo, con decoración de Pedro de Ribera y dos templetes con las imágenes de San Isidro y de Santa María de la Cabeza de Juan Alonso Villabrille. Poco después, a mediados del XVIII, Carlos III mandó abrir una amplia avenida entre el puente de Toledo y la puerta de igual nombre, que se denominó paseo de los Ocho Hilos (es el último tramo de la actual calle de Toledo) por tener ocho hileras de árboles. Y otra serie de paseos también arbolados por los alrededores: el de los Pontones y el de los Olmos, que partían de la misma puerta de Toledo formando una especie de tridente con el anterior, el de las Acacias, Imperial, Melancólicos, Santa María de la Cabeza (en sus inmediaciones existía desde 1721 una ermita dedicada a la santa esposa de San Isidro), Delicias (durante algunos años Delicias del Río para diferenciarlo del de las Delicias de la Princesa, el primer nombre que se dio al paseo de la Castellana), Méndez Álvaro (primero paseo del Sur) y prolongación de Embajadores desde su glorieta. En 1770, Carlos III aprobó la construcción del Real Canal del Manzanares, un proyecto contemplado desde hacía dos siglos para hacer el Manzanares navegable hasta el Tajo y desde allí hasta Sevilla. El canal, que sólo se construyó hasta la localidad madrileña de Rivas-Vaciamadrid, discurría paralelo al río por su margen izquierda. Junto al puente de Praga estaba situado su punto más importante, "el embarcadero", con dársenas, almacenes y talleres. En 1818 se hicieron obras de ampliación, fundamentalmente estéticas, y se colocó en la cabecera (junto al puente de Toledo) un león de mármol sobre un pedestal flanqueado por sendas columnas de Hércules, mientras que dos escaleras de granito descendían hasta los paseos que corrían junto al canal. También se construyó una puerta que daba al paseo de Santa María de la Cabeza con una verja de hierro con alegorías del comercio y la navegación. Se mantuvo en funcionamiento hasta 1830, y finalmente, abandonado y descuidado, se cegó en 1859 por ser un foco continuo de epidemias. Sobre él se abrieron los paseos de Yeserías, de la Chopera y del Molino. Entre Méndez Álvaro y las actuales calles de Áncora, Bustamante y Vara del Rey se ubicó el cementerio de San Salvador y San Nicolás, construido en 1819 por José Alejandro y diseñado por Manuel de la Peña, discípulo de Villanueva, Tuvo varias ampliaciones posteriores y fue derribado en 1912 Y junto al anterior, el de San Sebastián, diseñado por José Llorente, con un patio rectangular y galerías de nichos en tres de sus lados imitando la arquitectura de las corralas. Tuvo ampliaciones posteriores en 1884, 1852 y 1872 hasta completar cinco patios. Fue clausurado en 1884 pero demolido en 1925. y Calatrava entre otros. Ahora se encuentra en el Panteón de Hombres Ilustres, junto a la basílica de Atocha En el solar de ambos cementerios se levantó la fabrica de cervezas El Águila y Standard Eléctrica. La fábrica de cervezas El Águila, entre las calles de General Lacy y Ramírez de Prado, fue inaugurada en 1900, cerró en 1985 y ahora se ha convertido en la Biblioteca y Archivo Regional Joaquín Leguina, más conocida como el "Leguidú", En 1851 se construyó la estación de Atocha para la compañía ferroviaria MZA (Madrid a Zaragoza y Alicante), con el nombre de Estación del Mediodía (del Sur). Era la primera estación de ferrocarril de Madrid y al principio sólo hasta Aranjuez (el Tren de la Fresa). Pero un incendio destruyó gran parte de su estructura y fue necesario levantar una nueva en 1892 bajo la dirección de Alberto de Palacio, un colaborador de Eiffel. La cubierta de hierro se construyó en Bélgica y el conjunto quedó cerrado por el extremo que da a la glorieta del Emperador Carlos V con la característica fachada, considerada una obra de arte de la arquitectura ferroviaria decimonónica. Entre los años 1985 y 1992 se hizo en ella una importante ampliación y remodelación, obra del arquitecto Rafael Moneo, para que acogiera una nueva terminal situada detrás de la antigua estación, con capacidad para trenes de cercanías, de largo recorrido y de alta velocidad. El viejo edificio, ya sin andenes, fue convertido en un espacio comercial con tiendas, bares y un jardín tropical cubierto por la vieja bóveda. Luego, han seguido las ampliaciones. El ferrocarril tuvo una influencia decisiva en la configuración urbana de la Arganzuela, pues en 1866 se tendió la vía férrea de circunvalación (una zanja al descubierto en gran parte de su recorrido) que unía la estación de Atocha con la del Norte o del Príncipe Pío (abierta en 1861), y al que pronto se unieron las nuevas estaciones de Delicias, Imperial y Peñuelas. La de Delicias se inauguró en 1880 para la línea Madrid-Badajoz-Lisboa. Diseñada por Emil Cachalieve, su estructura se fabricó en Francia y se monto en Madrid. Se clausuró en 1971 y en 1984 se montó en ella el Museo del Ferrocarril y el de Ciencia y Tecnología, por lo que afortunadamente pudo salvarse de la piqueta. La estación Imperial, entre el paseo de mismo nombre y el de las Acacias, se construyó un año después, en 1881, destinada únicamente a mercancías y para liberar de esta misión a la del Norte, que había quedado pequeña. A su influjo se crearon por la zona numerosos almacenes de hierro, carbón o maderas. La estación era conocida como la "de las pulgas" porque se descargaban muchos animales para el cercano Mercado de Ganado situado en la ronda de Segovia, esquina al paseo de los Pontones, donde antes se hallaba el campo de las ejecuciones y donde ajusticiaron, entre otros, a Luis Candelas en 1837. La de Peñuelas se abrió en 1914, también destinada a mercancías. En torno a ella se abrieron igualmente numerosos talleres y almacenes. Los alrededores eran un espacio muy degradado, con numerosas chabolas que empezaron a ir desapareciendo en los años anteriores a la Guerra Civil, y que se mantuvieron en algunos casos hasta bastantes años después. En el lugar de la estación se abrió el parque de las Peñuelas. Mucho chabolismo había también por la hoy calle de Jaime el Conquistador y especialmente degradado era el llamado barrio de las Injurias, entre el paseo de las Acacias y el de Yeserías, en una hondonada muy profunda en las cercanías de la hoy estación de Metro Pirámides, casi lindando con el río Manzanares y con el puente de Toledo. Los que allí malvivían, obreros y pobres de solemnidad, pagaban al casero un alquiler por sus miserables casuchas que se abonaba a diario. Parece que en 1906 el Ayuntamiento decidió demolerlo, pero no fue necesario porque en septiembre de ese mismo año una lluvia torrencial lo inundó todo, destruyendo las pobres viviendas. Y aunque es muy probable que los atribulados vecinos volvieran a levantarlas, el ensanche de la ciudad hizo que nuevas y modernas construcciones se apoderasen de la zona. Pio Baroja tuvo a bien describirlo en su libro Mala Hierba: "El barrio de las Injurias se despoblaba, iban saliendo sus habitantes hacia Madrid…Era gente astrosa: algunos, traperos; otros, mendigos; otros, muertos de hambre; casi todos de facha repulsiva. Era una basura humana, envuelta en guiñapos, entumecida por el frío y la humedad, la que vomitaba aquel barrio infecto. Era la herpe, la lacra, el color amarillo de la terciana, el párpado retraído, todos los estigmas de la enfermedad y la miseria". La influencia del ferrocarril favoreció el crecimiento de la población, y también el establecimiento de numerosas industrias en torno a las estaciones. Y así ha permanecido hasta los años noventa del siglo XX, en que desaparecieron las de Imperial y Peñuelas y la vía de circunvalación quedó soterrada bajo el denominado Pasillo Verde Ferroviario. Desde entonces, las fábricas y talleres han sido paulatinamente sustituidas por viviendas. Pero el distrito actual de la Arganzuela es fruto en parte del Plan Castro de Ensanche de Madrid, puesto en práctica muy lentamente a partir de 1869 coincidiendo con el derribo de la antigua cerca de Felipe IV que rodeaba la villa histórica, y que por esta zona, constituyendo el límite con el distrito Centro, partía de la puerta de Atocha, continuaba hasta los portillos de Valencia y de Embajadores, llegaba a la puerta de Toledo y seguía por la ronda de Segovia (hay un vestigio que se conserva como recuerdo) hasta alcanzar la puerta de Segovia. Arganzuela, que ya había acogido durante todo el siglo XIX una población que se instalaba en chabolas y casitas ilegales, el Plan del Ensanche la incorporó a la ciudad, pero con una suerte distinta a la que tuvieron zonas como Salamanca o Chamberí. Aquí predominó la clase proletaria y de marcado carácter inmigrante. Pretendió el urbanista Luis María de Castro levantar una cuadrícula de calles con diseño ortogonal perfecto, pero se topó con los paseos ya existentes, con los cementerios y con las vías del tren, las estaciones y sus zonas de influencia. Así que, esta cuadrícula sólo se deja notar en torno a los paseos de Santa María de la Cabeza, Delicias y la calle de Embajadores, pero adaptada a sus antiguos trazados. La bajada del terreno hacia el río Manzanares hace que las calles perpendiculares al río tengan una gran pendiente, y las paralelas sean llanas. La ronda de Segovia es una excepción, pues el gran talud existente hace que los edificios de la acera de los impares se hallen a unos veinte metros por encima de los pares. En 1909 se inauguró el puente de la Princesa o de Andalucía que unía Legazpi con la hoy glorieta de Cádiz, en la salida a Andalucía, realizado por el ingeniero Machimbarrena en hierro, pero pronto quedo pequeño por el aumento de la circulación y fue sustituido en 1929 por otro de hormigón, que a su vez fue de nuevo reemplazado décadas después. En 1914 empezaron las obras de canalización del río Manzanares a su paso por la ciudad, con las que se pretendía mejorar las condiciones sanitarias de la zona y el deplorable aspecto que hasta entonces presentaba. La primera fase finalizó en 1925, encauzando el tramo comprendido entre el puente de los Franceses y el arroyo Abroñigal. El resto tuvo un tímido intento de reanudación en 1948 y definitivamente en 1974. Entre las obras de la primera fase se incluyó la construcción del puente de Praga en Santa María de la Cabeza. Pero destruido en la Guerra Civil, fue sustituido por el actual. La carretera de circunvalación M-30, que actúa de limite del distrito de la Arganzuela en gran parte de su recorrido, ya fue proyectada por Secundino Zuazo en 1929, si bien no existió un proyecto oficial hasta el llamado Plan Bigador de 1941, basado en los estudios anteriores a la Guerra Civil. No obstante, no se inició su construcción hasta 1970, en dos tramos diferenciados: el este, o avenida de la Paz, que seguía el lecho del arroyo Abroñigal, y el oeste, o autopista del Manzanares, en su mayor parte construido en ambos márgenes del río. El soterramiento posterior mediante túneles de esta gran vía de circunvalación a su paso por la ribera del Manzanares, inaugurado en 2007, ha supuesto la recuperación de grandes zonas ajardinadas en el llamado Parque Madrid Río. En 1987 se inauguró el parque Enrique Tierno Galván en el paraje conocido desde antiguo como el Cerro de la Plata, por contraposición a los restos de carbonilla provenientes de los trenes de vapor que salían de las estaciones cercanas, situado al final de Méndez Álvaro. En su recinto se encuentra el cine IMAX, de tres dimensiones, y el Planetario, cuyas cúpulas de color blanco son fácilmente visibles desde lo lejos y forman la principal seña de identidad del parque. Los teatros Lagrada y Sala Cuarta Pared, ambos en la calle Ercilla, son locales alternativos en los que se pueden contemplar tanto espectáculos de producción propia como de otras compañías. También cuentan con sus propias escuelas de formación de teatro para actores y actrices. Fueron los pioneros en este tipo de salas; luego surgieron otros por el barrio de Arganzuela y por todo Madrid. El Museo de Farmacia Militar, en la calle de Embajadores, 75, ocupa el edificio neomudéjar de la antigua Academia Militar de Farmacia, construido entre 1910 y 1920. El Colegio de los Salesianos, congregación fundada por San Juan Bosco en Turín en 1859, es una de las instituciones educativas más señeras de Arganzuela. En 1901 compraron los religiosos al duque de Tetuán la casa número 17 de entonces en la ronda de Atocha, que era al parecer, usada como "escuela de rateros" de los muchachos de los barrios bajos. La primera iglesia de María Auxiliadora, advocación de la Virgen bajo cuyo manto protector se desarrollan todas las actividades de los salesianos, se inauguró en 1916 (la actual, sede parroquial, es de 1972); la primera escuela, de tipografía, en 1918, y el internado y la Escuela de Artes y Oficios en 1919. Tras la Guerra Civil, en la que el Colegio fue usado como cárcel y fábrica de municiones, se construyeron nuevos pabellones que nunca han dejado de crecer o de renovarse. Hoy recibe alumnos de Primaria, ESO, Bachillerato, Formación Profesional, Formación Continua y Ocupacional, Cursos de Empresas, etc. También importante es la Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica, fundada en 1790 con el nombre de Real Conservatorio de Artes y desde 1956 en la ronda de Valencia. Otros centros de enseñanza son el colegio Legado Crespo, creado en 1915 al principio del paseo de las Acacias; el San Eugenio y San Isidro, en la calle Peñuelas, construido en 1915 a expensas de don Eugenio Alonso Cuesta, que lo donó al Ayuntamiento; el San Saturio, que viene funcionando desde 1978 como cooperativa de enseñanza en la calle Sebastián Herrera, o el Menéndez Pelayo en Méndez Álvaro. Las antiguas instalaciones industriales, tan abundantes en otros tiempos, fueron abandonando paulatinamente el distrito de la Arganzuela. La lista es interminable. Citamos aquí: La Central Térmica y Fundiciones y Talleres Mecánicos de Manzanares, ambos en el paseo de los Melancólicos. La Unión Exportadora de Carnes y Maderas Hermosa en el paseo de los Pontones. Maderas Raimundo Díaz en el paseo Imperial. La fábrica de Cervezas Mahou, en el paseo Imperial, con vuelta al de los Melancólicos y al de los Pontones, trasladada a este emplazamiento en 1962 desde su sede primitiva en la calle Amaniel, y ahora instalada en Guadalajara. En la Ronda de Toledo esquina a Gasómetro y al paseo de las Acacias estuvo la Fábrica de Gas. Y junto a ella el famoso Campo del Gas, un campo de fútbol regional escenario todos los viernes de grandes veladas de boxeo. Viejos aficionados, hombres de edad indefinible y aspecto patibulario, chelis y mujeres vistosas se reunían para ver el espectáculo de unos jóvenes que se golpeaban sobre el ring por una corta paga, mientras acariciaban sueños ambiciosos. Pero también combates estelares, como el que protagonizaron Carrasco y Velázquez, de una dureza increíble. Y también lucha libre, con Hércules Cortés, campeón de pesos pesados, como su máximo protagonista. En los terrenos se levantaron varios edificios de viviendas y un parque en el que se conserva la gran chimenea de la fábrica.       Entre la misma ronda de Toledo y el paseo de las Acacias se hallaba el Bazar de las Américas, construido a principios del siglo XX y compuesto por unas setenta naves destinadas a almaceneros, chatarreros y cartoneros principalmente, como una continuación del Rastro. En su solar se ha abierto la prolongación de la Ribera de Curtidores. La fábrica de la Coca-Cola, instalada en 1952 al final de la ronda de Segovia, ahora en Fuenlabrada. En el paseo de la Chopera y entre éste, el río y el puente de la Princesa se construyó en 1928 el inmenso Matadero de Legazpi en estilo neomudéjar. Tras el traslado del matadero a Mercamadrid en 1996, sus numerosas naves rehabilitadas, con la Casa del Reloj como edificio señero, constituyen hoy un complejo espacio cultural integrado en el Parque Madrid Río. Y enfrente del matadero, al otro lado del puente, estaba el antiguo Mercado Central de Frutas y Verduras, también trasladado como el anterior a Mercamadrid. Ahora se ubican allí varios organismos oficiales del Ayuntamiento y espacios para ocio y disfrute vecinal. Desapareció entre las calles de Canarias y Palos de la Frontera la antigua Estación Sur de Autobuses, trasladada a Méndez Álvaro. El terreno está ocupado hoy por diversos espacios culturales y deportivos. La antigua fábrica de lámparas Osram en la esquina de Santa María de la Cabeza con Palos de la Frontera y Fray Luis de León, en un magnífico edificio construido en 1916 por Alberto de Palacio y Francisco Borrás, hoy con instalaciones municipales. La Sociedad Comercial de Hierros, Construcciones Metálicas Jareño, Flex (antes Somieres Numancia), Galvanizados Torres, Laboratorios Farmacéuticos Schering, Isodel Sprecher, AGISA (Almacenes Generales Inrernacionales S. A.), Zardoya Otis o Farmacéutica Bayer, entre otros, por la zona de Méndez Álvaro. Maderas Adrián Piera, en Santa María de la Cabeza. En la ronda de Atocha, Laboratorios Bonet y Galletas Pacisa, en cuyos terrenos se ha construido el nuevo Teatro Circo Price conservando la antigua fachada. Y muchas otras factorías, almacenes y grandes y pequeños talleres. También desapareció en el paseo Imperial, esquina al de los Pontones, el Asilo de Lavanderas, sucesor de otro anterior que hubo en la glorieta de San Vicente, institución creada para acogerlas cuando estuvieran enfermas y para que pudieran dejar a sus hijos menores de cinco años mientras ellas lavaban la ropa en el cercano río Manzanares. Desparecieron los cines de otras épocas: el América y el San Rafael (antes Pizarro y después Teatro Cómico), en el paseo de las Delicias; el Delicias, en la calle Tortosa; el Elcano, en Sebastián Elcano; el Infante, en Santa María de la Cabeza, y el Montecarlo en Embajadores. Por contra, se ha abierto un multicine, el Cité Méndez Álvaro, en la calle Acanto, junto a un gran centro comercial y a la nueva Estación Sur de Autobuses. Y en el paseo Virgen del Puerto, junto al río Manzanares, desapareció en 2019 el Estadio Vicente Calderón, que fue feudo del Atlético de Madrid entre 1966 y 2017. Antes lo fue el mítico Stadium Metropolitano, por la avenida de Reina Victoria. Ahora lo es (haciendo un guiño al antiguo) el Estadio Metropolitano, situado en el barrio de Rosas (distrito de San Blas-Canillejas). En 1716, el Marqués de Vadillo, siendo corregidor de Madrid, encargó a Pedro de Ribera la construcción junto al río Manzanares de una ermita en honor a la Virgen del Puerto, patrona de Plasencia, en donde antes había sido igualmente corregidor. Se encuentra en el paseo de la Virgen del Puerto, cerca del cruce con la calle de Segovia. El lugar era fresco y verde, lo que invitaba a la romería el día de su fiesta, el 12 de septiembre, con lo que poco a poco fue popularizándose y celebrándose con bailes y meriendas. La Guerra Civil dañó enormemente la ermita, por lo que se procedió a la reconstrucción, si bien la imagen de la Virgen se perdió y hubo que hacer una copia. En 1951 se abrió de nuevo al público, pero la romería y la verbena no volvieron hasta 1983, cuando retornó la tradición de las fiestas de la Arganzuela en honor a la Virgen del Puerto, conocida por La Melonera por ser estas fechas de la celebración cuando Madrid se llenaba de puestos de melones y sandías. Cruzando el río Manzanares, y casi pegadita al distrito de la Arganzuela, se encuentra la ermita de San Isidro, al final del paseo Quince de Mayo. Y junto a ella lo que queda de la antigua pradera de San Isidro que tan magistralmente pintara Goya. Y muy cerca también, en la actual calle Saavedra Fajardo, en el arranque del camino a la Ermita de San Isidro, estuvo la casa con huerta que eligió Goya como vivienda, la llamada "Quinta del Sordo", donde pasó sus últimos años madrileños antes de partir para Francia. En esta casa, Goya decoró las paredes de yeso con sus famosas pinturas negras, murales que fueron trasladados a lienzo a partir de 1874, y actualmente se conservan en el Museo del Prado. EL VISO Al este de la Castellana y entre las calles de María de Molina, Príncipe de Vergara y Concha Espina, se encuentra el barrio de El Viso, del distrito de Chamartín, en un terreno elevado, prominente, en el que destaca la conocida de antiguo como Colina del Viento (o de los Chopos), o por otros denominada Altos del Hipódromo por hallarse frente al que se levantaba enfrente, al otro lado, en el solar hoy ocupado por el edificio de los Nuevos Ministerios. Lo que en tiempos era una loma bastante pelada, y eso sí, de inmejorables condiciones de salubridad y despejada vista a la sierra del Guadarrama, hoy en un conjunto urbanístico privilegiado, pero bastante heterogéneo, fruto de varios planes de ordenación realizados en diferentes épocas: las instituciones educativas y científicas de la Colina de los Chopos y aledaños y las colonias de la Cruz del Rayo, Parque Residencia y El Viso (que da nombre administrativo a todo el barrio).
El edificio más antiguo construido y en la zona más elevada es el Palacio de la Industria y de las Artes, iniciado en 1881 por Fernando de la Torriente y concluido en 1887 por Emilio Boix, y rápidamente destinado a Museo de Ciencias Naturales y, desde 1907, también a Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales. Justo detrás del edificio del Museo, se construyó en 1915, y bajo el patrocinio de la Junta de Ampliación de Estudios, dependiente de la Institución Libre de Enseñanza que creara Francisco Giner de los Ríos en 1876, la Residencia de Estudiantes, en torno a la que se fue creando un núcleo cultural y científico que respondía a las exigencias de vanguardismo pedagógico de aquella entidad. La Residencia y las instituciones que la fueron complementando —Instituto Escuela, Auditórium, Parvulario— constituyó uno de los más ilusionados proyectos de la España contemporánea. La Residencia se proponía complementar la enseñanza universitaria mediante la creación de un ambiente intelectual y de convivencia adecuado para los estudiantes, propiciando un diálogo permanente entre ciencias y artes y actuando como centro de recepción de las vanguardias internacionales. Ello hizo que fuera un foco de difusión de la modernidad en España, y de entre los residentes surgieron muchas de las figuras más destacadas de la cultura española del siglo XX, como el poeta Federico García Lorca, el pintor Salvador Dalí, el cineasta Luis Buñuel y el científico Severo Ochoa. A ella acudían como visitantes asiduos o como residentes durante sus estancias en Madrid Miguel de Unamuno, Alfonso Reyes, Manuel de Falla, Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset, Pedro Salinas, Blas Cabrera, Eugenio d'Ors, Rafael Alberti o Antonio Machado entre muchos otros. La Residencia fue además foro de debate y difusión de la vida intelectual de la Europa de entreguerras, presentada directamente por sus protagonistas. Entre las personalidades que acudieron como conferenciantes a sus salones figuran Albert Einstein, Paul Valéry, Marie Curie, Igor Stravinsky, John M. Keynes, Alexander Calder, Walter Gropius, Henri Bergson y Le Corbusier... actúa de anfitrión y lo lleva a los toros y a conocer Segovia, Toledo y El Escorial, donde está hecha la fotografía Al frente de la dirección de la Residencia estuvo siempre Alberto Jiménez Fraud, que hizo de ella un vivero de convivencia, creación e intercambio artístico y científico. Y fundado también por la Junta de Ampliación de Estudio en 1910 fue el Laboratorio de Investigaciones Físicas, alojado en parte del edificio del Museo de Ciencias Naturales, pero que en 1926 consiguió una donación de hasta 420.000 dólares de la Fundación Rockefeller para construir y dotar de infraestructuras y equipos científicos la sede de un nuevo centro. Se inauguró en 1932 con el nombre de Instituto Nacional de Física y Química, junto a las demás instalaciones de la Residencia de Estudiantes, y fue obra de los arquitectos Manuel Sánchez Arcas y Luis Lacasa. Sus formas neopalladianas, propias de los campus universitarios estadounidenses, con un detalle de monumentalidad proporcionado por el orden clásico de su fachada, imitación del llamado estilo colonial norteamericano, fueron un reconocimiento a su patrocinador, pues Rockefeller prohibía que figurase su nombre en sus donaciones. Tras la Guerra Civil, el proyecto de la Junta de Ampliación de Estudios se vino abajo, recogiendo sus inquietudes culturales el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, aprovechando parte de los edificios existentes. El edificio neomudéjar de la Residencia, obra de Antonio Florez Urdapilleta y situado al final de la calle del Pinar, aún se conserva y es ahora una fundación privada. Conferencias, mesas redondas, conciertos, lecturas de poemas, encuentros o exposiciones la convierten en un espacio abierto al debate, la reflexión crítica y la creación en torno a las tendencias de nuestra época. El Instituto-Escuela pasó a ser Instituto Nacional Ramiro de Maeztu, y el Auditórium se convirtió en la iglesia del Espíritu Santo, con lo que, simbólica y materialmente, se puso término al espíritu laico y liberal que animó a la Junta durante toda su existencia. La mayoría de los investigadores del Instituto Nacional de Física y Química, ahora integrado en el CSIC, dentro de cuya estructura continua en parte su línea anterior a la guerra, se exiliaron o sufrieron represalias en España. Posteriormente, otros edificios e instituciones se han ido añadiendo a la zona: El edificio central del Consejo, el Archivo Histórico Nacional, los Laboratorios de Edafología, Ecología y Fisiología, el Instituto de Óptica, el polideportivo Magariños, el edificio Torres Quevedo, el Patronato Juan de la Cierva, el Instituto de Química, el Instituto Cajal y de Microbiología... Tras haber transcurrido muchos años de aquel traumático proceso de disolución de la Junta de Ampliación de Estudios e incorporación de sus bienes al CSIC, que no fue ni amable ni integrador como su primer presidente, José Ibáñez Martín, lo expresaba en el discurso inaugural ("Queremos una ciencia católica. Liquidamos, por tanto, en esta hora, todas las herejías científicas que secaron y agostaron los cauces de nuestra genialidad nacional y nos sumieron en la atonía y la decadencia..."), hoy el CSIC se identifica mejor con el espíritu de la antigua Junta, que con el de su período fundacional.
En un pequeño triángulo comprendido entre las calles de Doctor Arce, Príncipe de Vergara y Joaquín Costa, se construyó en los años de la dictadura del General Primo de Rivera, la colonia de la Cruz del Rayo, proyectada por Eduardo Ferrés y Puig, de casas modestas, unifamiliares en línea, para funcionarios del Estado, que podían alquilarse o adquirirse amortizadas a largo plazo. No se cubrió el cupo de licitaciones, debido a que entonces se estimó que estaban demasiado lejos del centro de la ciudad, y hubo que admitir familias ajenas al funcionariado. La traza uniforme de las primitivas casas que no han sufrido modificaciones es muy anodina, con un tejado a dos aguas y un balcón con enorme balaustrada de cemento.
Entre la Castellana, Vitruvio y Joaquín Costa, se encuentra la colonia Parque Residencia, realizada entre 1931 y 1932 por Luis Blanco-Soler y Rafael Bergamín (hermano del escritor José Bergamín), que como a otros arquitectos de su generación, la Exposición Internacional de Artes Decorativas de París de 1925 supuso un revulsivo importante, ya que impregnó sus ánimos de ideas y concepciones nuevas que pronto se vieron plasmadas en originales realizaciones. El mundo de los volúmenes limpios, desprovistos de elementos inútiles y la búsqueda de espacios lógicos, definieron algunas de las arquitecturas de nuevo cuño racionalista. A pesar de las diferencias en el diseño, todas las ochenta viviendas construidas, aisladas, adosadas o agrupadas en hileras, y con su propia parcela ajardinada, tenían unas características comunes. De tres plantas por lo general, en el semisótano se localizaban los diferentes servicios y la cocina; en planta baja vestíbulo, aseo, despacho, comedor y sala de estar, y en la segunda planta, dormitorios (cuatro o cinco) y baños. Las características innovadoras de la propuesta así como la situación privilegiada de la barriada, contribuyeron a que esta colonia fuera elegida por profesionales liberales e intelectuales relevantes del momento. Además de los propios autores del proyecto, allí vivieron, entre otros, Fernando García Mercadal, Miguel Durán, Julián Besteiro, Luis Zulueta, Eduardo Torroja, Fernando Salvador, Esteban de la Mora, Javier Gómez de la Serna (hermano de Ramón) y Fernando Cánovas del Castillo. Después de la Guerra Civil, al aumentar el valor de los solares en las zonas limítrofes, se edificaron edificios de lujo sobre grandes parcelas, rompiendo el carácter y los criterios arquitectónicos y sociológicos primitivos.
Como continuación a la experiencia en el Parque Residencia, Rafael Bergamín, ahora en solitario, volvió a la idea racionalista de las viviendas, pero en una mayor dimensión que la anterior, aunque también con la dificultad de un terreno en más pendiente, en la colonia de El Viso, entre las calles de Joaquín Costa, Doctor Arce, Rodríguez Marín, Concha Espina y la Castellana, aunque más homogéneamente en las manzanas que abarcan las calles de Serrano, Sil, Genil y sus transversales. Construida entre 1933 y 1936, cuatro fueron las variantes de sus 240 viviendas unifamiliares, cuya arquitectura siguió los mismos cánones de su trabajo precedente: simple y cúbica. Sólo los distintos exteriores y los colores diferenciados daban variedad y rompían la ausencia de formas decorativas, en contraste con la espesa vegetación que prácticamente las escondía. Desde el primer momento, el perfil de sus habitantes estuvo asociado a una ideología progresista y republicana. Aquí vivieron Salvador de Madariaga, Sánchez Mazas, Ortega y Gasset, Ángel Ferrant, Luis Martínez Feduchi, entre otros. En las primeras décadas de posguerra, El Viso fue una isla de arquitectura moderna dentro de una ciudad que se construía con la ley del máximo beneficio en la mano, y con el gusto extraviado mirando la arquitectura imperial de los Austrias. Muchas casas de la colonia de El Viso se mantuvieron en manos de familias cultas que valoraban el privilegio de su espacio residencial. Más tarde se autorizó la construcción de edificios de viviendas de lujo de cuatro alturas que sustituyeron a muchas de las viviendas unifamiliares, pero el proceso se detuvo a tiempo con medidas de protección que han permitido que lleguen a nuestros días muchas de las casas originales. Hoy día, sigue siendo la colonia uno de los rincones más agradables de Madrid, un lugar en el que se hicieron realidad los ideales progresistas de una ciudad higiénica y de baja densidad, en la que la relación con la naturaleza formaba parte de la vida cotidiana. Integrada en la colonia de El Viso está la de la Prensa y Bellas Artes para escritores y artistas, que proyectó Casto Fernández-Shaw en 1924 en el estilo regionalista imperante en el momento. Está delimitada por las calles Balbina Valverde, Muriel, Guadiana, Serrano y Joaquín Costa. Varios son los colegios establecidos en la zona, y entre ellos el de Maravillas, de los hermanos de la Salle, creado en 1892 en la calle de Bravo Murillo y, tras su incendio provocado en 1931 y cambio forzoso a otra sede, trasladado a la calle de Guadalquivir en 1949. Entre sus extraordinarias instalaciones destaca el gimnasio, obra maestra de Alejandro de la Sota. Y una iglesia a destacar, la de Santa Gema Galgani, en la calle del Doctor Arce, cuyos devotos y devotas, los días catorce de cada mes y especialmente el 14 de mayo, organizan enormes colas de fieles para besar una reliquia de la Santa. TETUÁN-CUATRO CAMINOS Hasta mediados del siglo XX, el límite municipal de Madrid por el norte estaba a la altura de la calle Alonso Castrillo, a escasa distancia de las actuales Marqués de Viana y Sor Ángela de la Cruz, perpendiculares a Bravo Murillo. Hasta allí llegaba el antiguo barrio de Cuatro Caminos, por encima de Chamberí, y más allá empezaba Tetuán de las Victorias, caserío que dependía del pueblo de Chamartín de la Rosa, anexionado a Madrid en 1948. Hoy, el distrito de Tetuán abarca todo el conjunto, limitado por la Castellana, Raimundo Fernández Villaverde, Reina Victoria, Pablo Iglesias, Ofelia Nieto, Villamil y Sinesio Delgado, y organizado administrativamente en seis barrios: Bellas Vistas, Cuatro Caminos, Berruguete, Castillejos, Valdeacederas y Almenara. La historia de estos barrios arranca en 1869, cuando se derriba la tapia que rodeaba y encorsetaba Madrid, mandada levantar por Felipe IV en 1625, y que por el norte discurría por las actuales calles de Génova, Sagasta, Carranza y Santa Cruz de Marcenado. Extramuros se habían ido estableciendo un sinfín de asentamientos, la mayoría irregulares y clandestinos, miserable arrabal que fue el embrión del futuro Chamberí y refugio de todos aquellos que no podían pagarse una habitación en la superpoblada ciudad. Fruto de llamado Ensanche, diseñado por el ingeniero y urbanista Luis María de Castro y puesto en práctica tras el derribo de la cerca, fue la creación de nuevos barrios que triplicaron la superficie edificada. Y en Chamberí, que en un principio fue asentamiento de clases populares, más adelante la burguesía se fue haciendo con el barrio y desplazó a los más débiles económicamente hacia el extrarradio, más al norte. El nuevo barrio arrabalero, fuera de toda norma urbanística, surgió en torno a una encrucijada de caminos (los Cuatro Caminos, hoy glorieta), puesto que allí confluían los dos tramos de la Mala de Francia o carretera de Irún, hoy Bravo Murillo, por la que transitaban las diligencias y carruajes de postas con las valijas de correo —en francés "Malle"— un antiguo camino al pueblo de Hortaleza (calle de Santa Engracia), el antiguo camino de Aceiteros, hoy avenida de Reina Victoria, y la calle Artistas. Entonces estaba lejísimos del centro urbano y así se mantuvo durante bastantes años, pues Chamberí estaba planificado pero no construido. Anteriormente sólo existían por los alrededores algunas casas de recreo, numerosas huertas y algunos paradores y ventas que de trecho en trecho jalonaban la carretera de Francia para el descanso de los viajeros. Los inmigrantes, especialmente de ambas Castillas, Extremadura y Andalucía, que llegaban a la capital en busca de trabajo en una incipiente industria o en las obras del Ensanche, nutrieron el embrión del barrio, que se fue extendiendo a lo largo de la carretera en infraviviendas desprovistas generalmente de los servicios más elementales. Mientras esto sucedía, mas al norte, en la Dehesa de Amaniel, en terrenos del pueblo de Chamartín de la Rosa, habían acampado en 1860 las tropas vencedoras de la guerra de África al mando del general O´Donnell, en espera de su entrada triunfal en la capital, que nunca sucedió. Alrededor del campamento, que de provisional se iba convirtiendo en permanente, se formó un mercadillo para abastecer las necesidades de los soldados así como para la de los miles de curiosos que se acercaban por allí desde Madrid. Con el tiempo se fueron creando merenderos y ventas donde los madrileños acudían los domingos a pasar un día de campo y para hacer compras más baratas, ya que los comerciantes no pagaban los arbitrios que grababan a las mercancías que entraban en Madrid por el fielato instalado en la glorieta de Cuatro Caminos. Allí se vendía de todo, frutas, verduras, cacharros, ropas, etc. Se utilizaban los ómnibus-tartanas de Álvaro "El Maquines" y las del "Comizo", que partían desde la actual glorieta de Bilbao, hacían el recorrido de ida y vuelta y no salían hasta que no se llenaban de viajeros.   Este asentamiento, que empezó a ser conocido como Tetuán de las Victorias (por la ciudad marroquí de Tetuán, en donde se firmó la rendición de las tropas marroquíes, y bajo la advocación de Ntra. Sra. de las Victorias), convirtió la zona en un auténtico zoco moruno, cuyo único vestigio actual es el "Rastrillo de Tetuán", desaparecido de su lugar de siempre en la calle de Marqués de Viana y hoy en la avenida de Asturias. Y fue enseguida suburbio que se fue poblando de inmigrantes campesinos, que construían sus casas de una sola planta, con corral y a veces un pequeño huerto-jardín, convirtiéndose con los años en un barrio obrero. Pío Baroja, en su novela La Busca, habla de los traperos que vivían en Tetuán. Cada mañana bajaban con sus carretas a Madrid, recogiendo todo tipo de basuras y desperdicios a las que sacaban todo tipo de utilidad para venderlos en pequeños puestos. resto a las montoneras de estercoleros, aún había grupos de pobres que hacían una segunda rebusca entre la inmundicia. Esta fotografía, realizada por Alfonso en 1930, corresponde a un basurero junto a la tapia del cementerio de la Almudena. Al fondo y a la izquierda se vislumbraría la recien construida Plaza de Toros de las Ventas del Espiritu Santo si no tuviera recortados los margenes del original Es así, que el actual distrito creció a partir de dos asentamientos simultáneos e independientes: el de los alrededores a la glorieta de Cuatro Caminos y, a partir del límite municipal, el de Tetuán, quedando entre ambos un gran espacio de terreno sin edificar que no se lleno hasta avanzado el siglo XX. Y ambos con una misma vía que los vertebraba, "la carretera", que así la llamaban todos, con el nombre de Bravo Murillo en la parte de Madrid y O´Donnell en la de Chamartín-Tetuán (luego lo perdería), de la que surgieron infinidad de calles perpendiculares conformando un trazado en forma de espina de pescado. Al final del siglo XIX estaban consolidados ambos barrios, con sus propias fiestas y tradiciones, y lentamente, conforme la actividad constructiva aumentaba, las infraestructuras fueron apareciendo. Se instalaba donde hoy están Reina Victoria y Raimundo Fernández Villaverde. Además de casetas de tiro, aguaduchos, norias, toboganes y otros juegos mecánicos, había desfile de gigantes y cabezudos, procesión de la Virgen y “kermesse” por la noche Ya antes, en 1878, la Compañía de Tranvías del Norte inició su actividad en Sol-Quevedo-Cuatro Caminos, con vehículos arrastrados por mulas. En 1894 se inauguró la línea de tranvía de vapor que llegaba hasta Chamartín. Y al principio del siglo XX ya tuvo Cuatro Caminos el nuevo tranvía eléctrico. Las gentes los recibieron con algazara. Incluso debieron de intervenir los guardias para impedir que la chiquillería se subiera a la parte trasera de los coches. Además, los trajeron de segunda mano y motivaron la rechifla general.   Pero el salto más cualitativo en el transporte para el barrio se produjo el 17 de octubre de 1919, fecha en la que el rey Alfonso XIII realizó la apertura del primer tramo del Ferrocarril Central Metropolitano de Madrid, el popular Metro, entre las estaciones de Sol y Cuatro Caminos, con seis estaciones intermedias, según proyecto del ingeniero Miguel Otamendi, que diez años más tarde se prolongó hasta Tetuán. La inauguración fue un acontecimiento en Madrid. El recorrido que en tranvía significaba media hora, se conseguía ya hacer en diez minutos, y a un precio muy económico: quince céntimos de peseta en segunda clase —las había entonces— y veinte en primera. Por la mañana, hasta las diez, se expendían unos billetes económicos de diez céntimos. El madrileño, con su proverbial buen sentido del humor enseguida sacó el chiste. Se preguntaba: "¿Cuál es la distancia más corta en el término de Madrid?". La contestación era obvia para cualquier nacido en el foro o asimilado, que tanto monta: "Sol-Cuatro Caminos, porque hay un metro". En 1892 se había inaugurado el colegio de nuestra Señora de las Maravillas, de los hermanos de la Salle. Empezó impartiendo Enseñanza Elemental y de Comercio e incorporó posteriormente el Bachillerato, una escuela preparatoria de Ingenieros y, a partir de 1908, la Escuela Gratuita, que benefició extraordinariamente a todos los niños de la barriada. Desgraciada e incomprensiblemente fue incendiado el 11 de mayo de 1931 durante los disturbios ocasionados por las huelgas obreras y revolucionarias. Hoy tiene nuevas instalaciones en la colonia del Viso. Y, en el antiguo solar del colegio se construyó, en 1942, el enorme mercado de Maravillas, obra del arquitecto Pedro Muguruza Otaño, de admirable diafanidad y magnífica iluminación conseguida a base de claraboyas cenitales. Una de las mejores obras de la arquitectura racionalista en Madrid. En 1908 se construyó el Hospital de San José y Santa Adela, que pasó diez años más tarde a la Cruz Roja. En 1916 se levantó en Raimundo Fernández Villaverde el Hospital de Maudes, del arquitecto Antonio Palacios, que aunque estaba en la zona de Chamberí fue destinado para atender a jornaleros y trabajadores de Cuatro Caminos. En 1920, se pasó del lodazal en que se convertían la glorieta de Cuatro Caminos y la carretera los días de lluvia a su empedrado y adecentamiento, pero sólo hasta el límite con Tetuán. En 1921 se erigieron los edificios Titánic en la avenida de Reina Victoria, los más altos entonces, de los arquitectos Julián Otamendi y Casto Fernández Shaw, y con los mejores adelantos del momento. La existencia en las cercanías de Reina Victoria de numerosos merenderos y locales para celebrar banquetes de bodas y del Estadium Metropolitano, que fue feudo del Atlético de Madrid entre 1923 y 1966, año de construcción del Vicente Calderón junto al río Manzanares, contribuyó a crear un ambiente de gran animación los días festivos. A la avenida la llamaban la "senda de los elefantes" porque salían del campo los aficionados colchoneros cabizbajos, caminando lentamente y murmurando: "Este Atleti, este Atleti...". Tanto los Titánic, como el estadium, que se ubicaba entre las calles Juan XXIII, Beatriz de Bobadilla, Santiago Rusiñol y la avenida de la Moncloa, cerca de la estación "Metropolitano", junto a la Ciudad Universitaria, fueron parte de un gran complejo urbanístico promovido en 1919 por la Compañía Urbanizadora Metropolitana —explotadora de la primera red de metro de Madrid—, que adquirió terrenos situados entre la glorieta de Cuatro Caminos y la Moncloa. En 1923 se inauguró el colegio Jaime Vera (antes Zumalacárregui) en Bravo Murillo, esquina a las calles de Ávila y Teruel, otra de las grandes instituciones educativas del barrio. Antes de 1930 ya se había instalado en toda la zona el alcantarillado, las bocas de riego, el suministro de agua, gas a baja presión, electricidad y una línea telefónica en 1932. Mientras, Tetuán había adquirido tal importancia, que en 1870 ya tenia plaza de toros, en 1883 su propia iglesia, e incluso el Ayuntamiento fue allí trasladado en 1888, en detrimento del primitivo caserío de Chamartín. En 1920, en el solar de una antigua finca conocida como la de los Castillejos (da nombre a unos de los barrios administrativos actuales) se construyó el Cuartel de la Remonta, con la misión de proporcionar caballos sementales para las remontas provinciales, lugar hoy ocupado por una gran plaza porticada rodeada de edificios. En 1948 Tetuán fue anexionado administrativamente a la capital, cuando ya física y socialmente no había distinción entre los dos barrios surgidos a lo largo de la antigua carretera de Francia. La desaparecida plaza de toros de Tetuán estaba situada en Bravo Murillo, en la manzana entre las calles de Marqués de Viana y Conde de Vallellano. Pero pronto dejo de utilizarse para festejos taurinos y pasó a funcionar como parador, para volver a desempeñar su función original a finales del siglo XIX. En 1924 se reformó totalmente en estilo neomudéjar, muy en la línea de las construcciones de la época y en consonancia con la mayoría de las plazas de toros españolas. Los días de corrida, el barrio presentaba gran animación y la gente se amontonaba en torno a la plaza para ver la entrada y salida de los diestros. Además de corridas, también se celebraban novilladas y becerradas dedicadas al público infantil, e incluso espectáculos flamencos, funciones de teatro y alguna que otra velada de boxeo. A causa de la guerra civil, la plaza quedó maltrecha y medio en ruinas. Y a pesar de haber estado incluida en los planes de reconstrucción, esta no se llegó a realizarse y finalmente fue demolida. Muchos de los sucesos históricos ocurridos en estos barrios tienen que ver con el carácter de su población, inmigrantes en su mayoría y jornaleros de la construcción, integrantes de la gran masa del proletariado madrileño a finales del siglo XIX y principios del XX. Parece ser que un día festivo, el 10 de agosto de 1901, un maleante llamado Ciriaco Bartoli se dedicaba a introducir géneros de matute sorteando la vigilancia del fielato instalado en la glorieta de Cuatro Caminos. Como un empleado del resguardo tratase de impedirlo, Bartoli se enzarzó con él en una disputa que degeneró en reyerta de navajas y palos. El público, abundante y próximo, cansado del alza de precios que ocasionaba el pago de los arbitrios municipales, tomó partido por el matutero hasta el extremo de organizar un motín e incendiar el fielato Había muchos establecimientos de beber y de comer por los alrededores de la glorieta, y uno de ellos, el merendero de Canuto, se hizo famoso por que allí se pavoneó el anarquista Mateo Morral la tarde del 31 de mayo de 1906, tras haber arrojado la bomba en la calle Mayor a la carroza de Alfonso XIII y Victoria Eugenia, que volvían de casarse. Desde aquel establecimiento comenzó su peregrinación para la huida. Los reyes salieron ilesos, pero casi treinta personas murieron. Por los años 1914, en la imprenta Bailly-Baillière, que estuvo en la calle de Bravo Murillo, número 298, trabajaba como cajista Pablo Iglesias, fundador del PSOE. Algunos de los acontecimientos de la huelga revolucionaria de agosto de 1917, provocada por la carestía de los productos básicos y los bajos salarios, se libraron en la misma glorieta de Cuatro Caminos, donde se juntaron panaderos, albañiles, tipógrafos y otros obreros, que levantaron barricadas, sabotearon cuanto pudieron y apedrearon a los tranvías que pasaban y a los comercios que no se unían a las protestas. Se mandó al ejército a disolver a los manifestantes, el cual se repartió en lugares estratégicos armado con ametralladoras. También actuaron escuadrones de caballería para despejar la zona y cesar los alborotos. Se ordenó cerrar las tabernas, que servían a los manifestantes de refugio y para reponer fuerzas. En los enfrentamientos, a la cabeza de los cuales había mujeres y niños, hubo numerosos muertos y heridos. La revuelta se extendió también por Tetuán, donde se produjeron disturbios, hubo tiroteos y se realizaron numerosas detenciones. El alcalde y los concejales de Tetuán solían pertenecer a la coalición republicano-socialista, y junto con el peso de los votos obreros de Cuatro Caminos, influyeron decisivamente en 1931 en la victoria de la izquierda y en la proclamación de la República. El colegio de los salesianos de Estrecho, al comienzo de la calle de Francos Rodríguez, cuya iglesia tiene la cúpula mayor de Madrid después de la de San Francisco el Grande, sirvió de cuartel durante la Guerra Civil al famoso Quinto Regimiento, que mandaba Líster. Decía la coplilla popular: En el patio de un convento, Y especialmente masacrados por la aviación franquista en el largo asedio a la capital fueron los barrios de Cuatro Caminos y Tetuán, resultando de ello numerosos muertos. Los años posteriores a la Guerra Civil supusieron transformaciones importantes de la ciudad. El crecimiento de Madrid hacia el norte, a través del paseo de la Castellana, y la fortísima inmigración que se produjo durante los años del "desarrollismo", que motivó la aparición de otros nuevos barrios más en la periferia, afectaron directamente a la zona de Tetuán–Cuatro Caminos, que quedó más centralizada, más integrada en la gran urbe. Se revalorizaron los espacios aún vacíos y se incrementó notablemente la renovación del viejo caserío. En los años setenta se elaboró un plan de remodelación del distrito de Tetuán, cuyo objetivo era crear un barrio nuevo partiendo de cero, es decir, derribándolo todo. En este caso, el Plan se olvidaba de la mejora de las condiciones de vida de los habitantes del barrio en favor de las maniobras especulativas y de la vieja idea de que el eje representativo de la Castellana extendiese su influencia en los laterales. Es evidente que la terciarización de la zona de la Castellana y sus aledaños, y la presión de la cada vez mayor población acomodada que se iba asentando en las nuevas áreas residenciales, estaban en el origen de este Plan. Afortunadamente no llegó a ejecutarse, pero sí se ha dejado sentir su influencia. Hoy, tanto arquitectónicamente como socialmente, el distrito es muy heterogéneo. Se puede decir que la calle de Bravo Murillo funciona como frontera entre la zona oeste, más envejecida y en algunos casos más degradada, herencia del barrio en sus orígenes, y la del este, que ha experimentado una transformación urbanística más intensiva como el sector de Azca o alrededor de calles modernísimas como Orense, Capitán Haya, General Perón o Sor Ángela de la Cruz. Al norte del distrito se localiza el barrio de Almenara, con la antigua Colonia de la Ventilla, que ha tenido un importante proceso de transformación, donde la creación de la avenida de Asturias y el derribo de las infraviviendas de los viejos asentamientos y su sustitución por viviendas nuevas, ha supuesto una de las operaciones urbanísticas más notables de modernización del distrito. De aquellos antiguos tenderetes instalados provisionalmente para abastecer a los soldados de la Guerra de África, se pasó a multitud de establecimientos: tiendas de ropas, de zapatos, de menaje, de mobiliario, mercerías, ferreterías, tabernas, despachos de vinos, ultramarinos... Un carácter comercial que ha continuado, sobre todo en el área de Bravo Murillo, donde se concentra la mayor parte de la oferta, incrementada con restaurantes, salas de fiesta y cines (que han ido desapareciendo en su mayoría), con el Europa como ejemplo de magnífica construcción racionalista, construido en 1928 por Luis Gutiérrez Soto, y lugar de grandes mítines multitudinarios. En la actualidad se deja notar la influencia de los inmigrantes, principalmente ecuatorianos, dominicanos, marroquíes, colombianos, filipinos y peruanos. Ellos también han aumentado la oferta comercial con la instalación de locutorios y establecimientos de venta de productos de sus tierras. Entre las construcciones de interés que no han sido ya reseñados, podríamos citar: La Casa de Baños, en Bravo Murillo con vuelta a Juan Pantoja, de Javier Pardal Gómez, construida por el gobierno republicano en 1932. Totalmente renovada en 2011, se le ha añadido un bloque acristalado en altura con varios servicios municipales. En nuestros días, cuando todas las viviendas disponen de agua corriente y baño, la existencia de estos establecimientos públicos puede resultar pintoresca, pero en aquellos años, y aún hoy, cumplen una importante labor. La basílica de la Merced, erigida en 1965 en la calle del General Moscardó, una gran mole en la que sobresalen las dos torres, obra de los arquitectos Saíz de Oíza y Laorga. El polideportivo Triángulo de Oro, al final de Bravo Murillo, inaugurado en1987 y obra del arquitecto Pep Bonet Bertrán. El Acueducto de Amaniel, en la avenida de Pablo Iglesias, levantado en 1857 gracias a los ingenieros Juan Rafo y Juan de Ribera como parte de la conducción de aguas a Madrid desde el río Lozoya a los depósitos del Canal de Isabel II. Desgraciadamente, hoy se encuentra semienterrado a nivel de calle y un muro arruina las hermosas y despejadas perspectivas que tenía antes. Desapareció después de la Guerra Civil la fuente que adornaba la plaza de Cuatro Caminos, allí trasladada en 1913 desde su anterior ubicación en la Puerta del Sol, y que fue primeramente instalada en la calle de San Bernardo en 1858, frente a Montserrat, con motivo de la inauguración de la traída de aguas a Madrid por el Canal de Isabel II. Y también desapareció afortunadamente en el año 2005 el horroroso paso elevado que sobre la sufrida glorieta se montara en 1969. En fin, estos antiguos barrios, donde Pío Baroja encontró temas y personajes para sus novelas sociales, pese a que se resiste a perder su carácter de barrio obrero y revolucionario, sus habitantes, más de clase media y más pacíficos que entonces, no van retando a sus posibles rivales con aquel estribillo famoso en el Madrid de principios del siglo XX: "Eso no me lo dice usted en los Cuatro Caminos".
Vallecas fue municipio independiente, perteneciente al partido judicial de Alcalá de Henares, hasta 1950. En ese año fue anexado a la capital. La denominación popular de Vallecas, delimitada por la autovía A3 en el norte, la autopista M-50 al este, el río Manzanares en el sur y la M-30 en el oeste, se refiere en la actualidad a dos distritos municipales: Villa de Vallecas, en terrenos donde se asentaba el antiguo pueblo (dividida administrativamente en los barrios de Casco Histórico de Vallecas y Santa Eugenia), y Puente de Vallecas (Entrevías, Pozo del Tío Raimundo, San Diego, Palomeras Bajas, Palomeras Sureste, Portazgo y Numancia), que actuó de suburbio de Madrid y fue creciendo a partir del puente del arroyo Abroñigal (hoy la M-30 sobre su antiguo cauce), a lo largo de la antigua carretera de Valencia (avenida de la Albufera), hasta fusionarse ambas colectividades. La historia del origen de su nombre está popularmente extendida, aunque no históricamente demostrada. En la Edad Media el lugar era propiedad de un árabe llamado Kas. Al ser expulsado tras la reconquista cristiana, el sitio fue repoblado por vecinos de un lugar cercano llamado Torrepedrosa, que le dieron el nombre de Valle del Kas, y que con el tiempo pasó a ser Vallekas y luego Vallecas. La Villa de Vallecas, aunque sólo en su casco antiguo, presenta el típico trazado de las poblaciones medievales campesinas, con una estructura radial en torno a la iglesia de San Pedro Ad Víncula, y al contrario que ocurre con otras zonas de Vallecas, que nacieron siendo núcleos urbanos, la Villa fue desde sus orígenes un núcleo rural sometido a un constante proceso de transformación. En la Edad Media era uno de los pueblos con la agricultura más próspera de Castilla: cereales, vid, olivo, garbanzos, guisantes, habas y algarrobas. Y tenía ganado lanar, vacuno y mular. Una de sus bases económicas era el pedernal, que se utilizó en las construcciones de mampostería del Madrid de los Austrias, y de un modo masivo en el empedrado de la capital a partir del siglo XVIII, empedrado que se mantuvo hasta su sustitución por adoquines de granito a partir de finales del siglo XIX y en especial entre 1915 y 1945. También fue uno de los mayores proveedores de pan de la capital en los siglos XVII y XVIII. Llegaron a haber hasta 70 tahonas. Otra fuente de riqueza para Vallecas era el yeso, de una calidad inmejorable. Su transporte se hizo con viejos carretones de bueyes que los canteros y trabajadores de la piedra llamaban "garruchas". Posteriormente se pensó en agilizar y abaratar el coste del traslado de todo tipo de productos hacia Madrid. Así nació "la maquinilla", un tranvía de vapor cuya construcción se inició en 1888 y llegaba por las actuales calles de Monte Igüeldo y Martínez de la Riva, entonces "camino de los yeseros", hasta alcanzar las mismas puertas de la fábrica de yesos La Invencible, situada en el kilómetro 13 y 14. Funcionó hasta 1931 y en sus últimos tiempos transportó también viajeros. La riqueza agrícola duró, al menos, hasta mediados del siglo XIX. El desarrollo de las actividades industriales y fabriles empezó a ser más rentable económicamente que las agrícolas. Así, los agricultores se transformaron en comerciantes e industriales y los jornaleros en obreros o pasaron a formar parte de las largas filas de pobres y menesterosos. Vallecas también fue apreciada por la abundancia de ventas y mesones al estar a los pies de la carretera de Valencia, que después se convirtieron en algunos de los merenderos de más renombre entre los madrileños, que incluso llegaban a ofrecer bailes en los fines de semana, tal era su éxito. Prestigio que se vio beneficiado con la llegada del Metro en 1923. Fueron también abundantes y renombrados los espectáculos taurinos, llegando a tener Vallecas cuatro pequeñas plazas de toros.             Pero Vallecas no sólo era el pueblo. En los últimos años del siglo XIX, el cinturón del extrarradio que rodeaba Madrid acogió a una cada vez más numerosa población procedente de las zonas más pobres de España, que no encontraba alojamiento en el centro de la ciudad y carecía de medios para acceder a las viviendas que se construían en el llamado Ensanche. Y lo que hoy es el Puente de Vallecas fue uno de estos arrabales, ocupado por pequeños artesanos y obreros de la construcción o de la incipiente industria. En 1875, ya el suburbio del Puente de Vallecas presentaba una disposición lineal a lo largo de la carretera Madrid-Valencia, y en el norte aparecía claramente configurado y diferenciado el barrio de Doña Carlota, un caserío de viviendas de una planta, con pequeñas huertas, que tomó el nombre de la propietaria de las tierras sobre las que se construyó. El espacio que ahora ocupa Portazgo aún estaba destinado a campos de cultivo, y era atravesado por una serie de caminos que, pasando por lo que hoy es el barrio de Palomeras, llegaban hasta el pueblo de Vallecas evitando el paso por el cerro de Pío Felipe, mayormente conocido como el del Tío Pío. Esta situación se mantuvo en gran parte hasta que nuevas oleadas de emigrantes llegaron a la capital tras la Guerra Civil. Por otra parte, en la proximidad de Madrid aún quedaban amplias superficies por llenar entre el Retiro y el arroyo Abroñigal, si bien a lo largo de la citada carretera de Valencia crecía el asentamiento urbano, potenciado además por la proximidad de la estación de Atocha, inaugurada en 1851 con una línea ferroviaria que sólo llegaba a Aranjuez, pero pronto con recorrido a Zaragoza y Alicante. Todo ello favoreció la creación de una zona industrial y consolidó el término municipal del Vallecas como área residencial obrera. En realidad tenía siete ojos, pero solo 3 eran utilizados primero para el cauce del arroyo y luego para la circulación de coches. En 1984 fue sustituido por el actual por necesidades del propio ferrocarril y de la M-30. Entre 1877 y 1910, la población aumentó de forma considerable, concentrándose en la zona del Puente y Doña Carlota, barrios que terminaron por unirse formando un único núcleo urbano. Por entonces, el Puente de Vallecas ya contaba con una buena red de servicios que incluía juzgado municipal, escuela, la ermita de Nuestra Señora del Carmen, cuartel de la Guardia Civil, frontón, teatro y mercado de abastos. E incluso la alcaldía y otros servicios municipales estaban ya en el Puente, convirtiéndose en el núcleo fundamental de todo Vallecas en detrimento del caserío primitivo de la Villa. El plano topográfico de Madrid de 1932 mostraba ya los primeros núcleos aislados de autoconstrucción que constituyeron en un futuro inmediato el armazón del barrio. Se había desbordado el Ensanche y el extrarradio enlazaba sin solución de continuidad con los suburbios de la periferia y con los municipios colindantes. El desarrollo, ante la inhibición de los poderes públicos, no se adaptó a ningún plan que no fuese sino el de la perentoria necesidad de encontrar alojamiento para aquella primera gran oleada inmigratoria madrileña. Los propietarios rurales de Vallecas fueron parcelando ilegalmente un suelo rústico que vendieron a los inmigrantes, los cuales, dado su ínfimo poder adquisitivo, no podían comprar ni alquilar vivienda alguna. La guerra de 1936 supuso un paréntesis en el proceso de evolución espontánea de Vallecas, convertida en frente en la Batalla del Jarama e intensamente bombardeada, especialmente la zona de Entrevías y la Villa. Toda la zona del Puente experimentó un nuevo aumento espectacular de población en los años 40-50 cuando, debido al hambre de la posguerra y al desempleo, gentes procedentes de las zonas más pobres de España llegaron a la capital y aquí se asentaron, construyendo sus míseras casas de forma clandestina y desordenada las más de las veces, y con calles inundadas de barro. Las viviendas se construían en una sola noche por toda la familia y la colaboración de los vecinos. Al amanecer, una vez construida, el Ayuntamiento no podía proceder a su demolición. Y mientras esto ocurría, la Villa se estancó en poco más de los 4.000 habitantes, igual que a principios del siglo y con los mismos rasgos rurales que antaño. No fue hasta los 60-70 cuando se llegó a alcanzar los 29.000 habitantes, en su mayoría, fruto de la inmigración. A partir de los años setenta, las modestas casas fueron dando lugar a bloques pequeños de pisos en las zonas más urbanizadas. Y en los noventa se derribaron totalmente amplias zonas de chabolas de Palomeras y El Pozo del Tío Raimundo para urbanizarlas con edificios modernos, parques y anchas calles. Hoy Vallecas es un barrio populoso, con buenas dotaciones de todo tipo, y que pese a que acoge en la actualidad a buen número de habitantes de la clase media, no ha perdido su antiguo carácter obrero y reivindicativo, ni tampoco el orgullo y la idiosincrasia propia de su no tan lejana condición de pueblo independiente. Vallecas es el único barrio de la Comunidad de Madrid que ha conseguido llevar a su equipo de fútbol, el Rayo Vallecano, hasta la Primera División, llegando a jugar la UEFA en la temporada 2000–2001. Un gran evento deportivo de gran tradición e importancia es la San Silvestre Vallecana, una prueba de referencia del atletismo en Madrid, que se celebra cada año el 31 de diciembre.
El hoy remozado barrio del Pozo del Tío Raimundo fue un suburbio de chabolas sin ningún tipo de servicios, un barrio, como muchos otros, que crecía de noche, como flores de Luna, sólo que eran casas. Sin embargo, los habitantes, emigrantes de Jaén, Ciudad Real y Córdoba principalmente, que eran en su mayoría albañiles, lucharon como nadie por la mejora de las condiciones sanitarias de sus infraviviendas y comenzaron a crear conexiones sin autorización a las arquetas de las cloacas públicas. En 1955 se produjo un punto de inflexión en el barrio con la llegada de unos jesuitas, cuyo máximo exponente fue José María de Llanos, el padre Llanos o el "cura rojo", antiguo falangista y director de ejercicios espirituales para el dictador Francisco Franco, pero que ante las miserias e injusticias que se vivían cotidianamente en este suburbio chabolista, fue virando a posiciones de izquierda, hasta militar en Comisiones Obreras y en el Partido Comunista de España. Él fue el artífice de su desarrollo, aglutinando a los vecinos para la creación de dispensario, cooperativa, fundaciones y escuelas. Partidario ya de una Iglesia popular y cercana al pueblo, dirigió o tomó parte destacada en numerosas iniciativas y reivindicaciones tanto políticas como vecinales que favorecieron al Pozo y apoyaron la llegada de la democracia a España. Palomeras, uno de los barrios más modernos y con mejores dotaciones de Madrid en la actualidad, lleva sin embargo en sus recién nacidas venas, la sangre y los apellidos del núcleo chabolista más grande de la historia de Madrid: un suburbio que contaba en el censo de 1973, con más de dieciséis mil chabolas. La posguerra y la crítica situación del campo español, dominado por el caciquismo de los grandes terratenientes y por el paro, provocó que miles de andaluces, extremeños y manchegos emigrasen hasta esta zona, cercana a la capital, en busca de trabajo y de una mejor vida. Cuando llegaron a Palomeras, se asentaron en un suelo que el Plan General de Madrid de 1942 había calificado como no urbanizable, es decir, suelo rústico, donde no se podían construir viviendas. Sólo quedó una solución: las viviendas de autoconstrucción, pequeñas casas levantadas en una noche, sin licencia de obra y con materiales de derribo, que corrían el riesgo de ser derribadas por el agente municipal, si éste no recibía una cuantiosa propina. Hoy, aquel Palomeras se ha convertido en una ciudad de cine, en un sueño hecho realidad, que cuenta con grandes espacios ajardinados, comercios y grandes avenidas. Como monumento destacable en Vallecas cabría citar a la iglesia parroquial dedicada a San Pedro ad Víncula, en el centro del casco histórico de Vallecas. Fue diseñada por Juan de Herrera en el año 1600, siendo la actual torre un añadido de Ventura Rodríguez en el año 1775. En su interior, muy afectado durante la Guerra Civil, asombra la capilla del Sagrario, con pinturas al fresco en la cúpula que manifiestan una indudable influencia de Lucas Jordán. Otros edificios de interés arquitectónico son la ermita de la Virgen de la Torre, barroca, del siglo XVIII, situada a 4 kilómetros en dirección a Mejorada del Campo, y el antiguo Hospital de San Ignacio, fundado en 1681 para atender a los pobres de la localidad En Vallecas se haya desde 1998 la sede de la Cámara regional de la Asamblea de Madrid, dos edificios que constituyen un complejo homogéneo de moderna arquitectura en cuyo exterior destaca la torre acristalada del reloj; en el interior, un cubo de cristal, alberga el amplio hemiciclo de sesiones.
El distrito de Carabanchel hasta 1948 estaba formado por dos municipios independientes: Carabanchel Bajo y Alto. En ese año fueron unidos a Madrid de forma no voluntaria. El tiempo transcurrido no ha borrado el sentir popular de sus gentes, que se declaran carabancheleros y no sin reticencias acatan la perdida de autonomía. Y para mayor agravio, pero en aras a una mejor administración, también perdió posteriormente parte de su antiguo territorio, que pasó a engrosar los de Usera y Latina. Hoy esta delimitado al norte por el río Manzanares, al este por Sta. María de la Cabeza y la A-42 (carretera de Toledo), al sur por la M-40 (límite con Leganés) y al oeste por la Vía Carpetana, camino de los Ingenieros, parque y camino de Las Cruces y la carretera de La Fortuna. Y dividido en siete barrios: Comillas, Opañel, San Isidro, Vista Alegre, Puerta Bonita, Buenavista y Abrantes. Pero los Carabancheles, antes de ser dos pueblos, fueron un solo asentamiento, y sus primeras huellas históricas son romanas y árabes, como demuestran un mosaico romano, "Las Cuatro Estaciones", conservado entre el Museo Arqueológico y el de San Isidro, y otros muchos restos encontrados. Y al menos Carabanchel se ha venido denominando así desde el año 1181 en el que aparece por primera vez el termino en un documento escrito. San Isidro laboró en las tierras de Carabanchel, y muy cerca del río Manzanares obró el milagro de hacer brotar un manantial de agua fresca para calmar la sed de su amo, Iván de Vargas, en una visita de éste a sus fincas. El manantial sigue brotando junto a la castiza ermita del Santo que allí se edificó, al final de la calle 15 de Mayo, y según la tradición tiene poderes curativos. La actual ermita de Santa María la Antigua fue edificada en el siglo XIII como iglesia parroquial del antiguo pueblo de Carabanchel, que quedó despoblado a principios del siglo XV. En esa misma centuria se fundaron las nuevas villas de Carabanchel de Arriba y de Abajo, luego Alto y Bajo, y la ermita perdió su rango parroquial. Hoy es la capilla del Cementerio de Carabanchel, a cuya tapia se encuentra adosada. Se trata de una de las escasas muestras de arquitectura románico-mudéjar existentes en la Comunidad de Madrid. Las dos pequeñas aldeas agrícolas eran famosas por producir unos riquísimos garbanzos para el típico cocido de los madrileños. Durante los siglos XVII, XVIII y hasta bien entrado el XIX, los Carabancheles fueron elegidos como lugar para sus villas de recreo por nobles, políticos y burgueses de Madrid, entre ellos el conde de Miranda, el marqués de Mortara, la marquesa de Villena, el marqués de Remisa, el conde de Yúmuri, la condesa de Montijo, el conde de Campo-Alange, la marquesa de Montesclaros, la propia casa real o el marqués de Salamanca. Gran parte de la extensión de Carabanchel era propiedad de Eugenia de Montijo, la que luego sería emperatriz de Francia, cuya familia poseía allí un palacio que se mantuvo hasta 1969. Por allí pasaron la flor y nata de la sociedad. Políticos, aristócratas, escritores, artistas. Todo lo más florido de una sociedad que rivalizaba en esplendores. Los últimos propietarios, los condes de Tamames, descendientes de los Montijo, donaron estas posesiones a ordenes eclesiásticas para centros asistenciales y de educación, pero la especulación convirtió los terrenos en edificables. Se perdió igualmente la Quinta del Sordo, que perteneció a Goya y a sus descendientes desde 1819 hasta 1859, y en donde el genial pintor dejo plasmadas en sus paredes las llamadas "pinturas negras". Donde estaba la casa del pintor, en la actual calle Saavedra Fajardo, en el arranque del camino a la Ermita de San Isidro, hoy se alza una impersonal torre vecinal. Menos mal que al menos las pinturas se pasaron a lienzo antes del derribo de la finca, en 1909. Y tampoco queda nada de lo que fue la finca de los Cabarrús, donde nació la famosa Teresa, conspiradora principal en la caída de Robespierre y conocida como "Ntra. Sra. De Thermidor" durante la Revolución Francesa. Fue la mujer más conocida de Francia tras su boda con el ciudadano Tallien. Seguro que en sus últimos días recordaría Teresa su querido "Château Saint Pierre", como denominaba a la casa donde nació, en Carabanchel Alto. La llamada Finca de Vista Alegre, en la calle del General Ricardos, fue en origen una quinta de recreo abierta a los veraneantes madrileños y comprada en 1832 por la reina María Cristina de Borbón, cuarta esposa de Fernando VII. En 1859 pasó a poder del marqués de Salamanca y luego al Estado, que instaló en ella distintas instituciones de beneficencia. Pero los sucesivos rectores de estos centros filantrópicos se han desentendido del cuidado del entorno. Esta actitud prosiguió en la posguerra civil con erráticas actuaciones de la Dirección General de Regiones Devastadas, que empotró en el corazón mismo de la finca desde un psiquiátrico a un reformatorio. Tiene la finca 44 hectáreas, con 28 edificios, dos palacios, teatro, capilla, ría, grutas, norias, estanques, fuentes, jardines y medio millar de árboles, todo ello cercado por un tapial mampostero. Pero mucho se ha perdido con los años: la Casa de Oficios, la Casa de Administración, cuadras, capilla y gran parte de las fuentes, estatuas, jardines y de la ría, que llego a tener 587 metros de longitud y disponía de un embarcadero para dos barcazas. Otra gran finca conservada es la del conde de Campo-Alange, conocida como Palacio de Larrinaga. Se trata de un hermoso edificio espléndidamente conservado en su parte exterior construido por el arquitecto Ramón Duran, discípulo de Ventura Rodríguez, en el siglo XVII. Junto con la Marquesa de Montesclaros, dueña de la finca conocida como Las Delicias Cubanas, fueron las últimas grandes familias en abandonar Carabanchel, pasando sus posesiones, como ya lo habían hecho otras, a manos de ordenes religiosas. En el caso de la de Larrinaga, son los marianistas con un colegio quienes la ocupan. El siglo XX fue testigo de una gran transformación para los Carabancheles (7.921 habitantes sumaban ambos municipios en los albores de la centuria), ya que la población empezó a aumentar a ritmo creciente hasta la Guerra Civil, con más fuerza en Carabanchel Bajo (31.000 almas en 1930), primero como franja rural-urbana y después como suburbio de Madrid. Tras la guerra el crecimiento inmigratorio se intensificó con castellano-manchegos, extremeños y andaluces, y el espacio se fue colmando con viviendas modestas (incluso chabolas) y algún núcleo industrial. A partir de los años sesenta comenzaron ya las construcciones de algo mejor calidad, iniciando así la tendencia hacia un estatus superior, propio de la periferia urbana. La Colonia de la Prensa surgió a principios del siglo XX por la necesidad de urbanizar los terrenos existentes entre Carabanchel Alto y Bajo. Su nombre se debe a que fue promovida por un grupo de profesionales del periodismo y las letras. Aún se conservan algunos de aquellos hotelitos de estilo modernistas con jardín; el resto desapareció en la Guerra Civil, al coincidir con el frente de batalla, y luego para construir bloques de pisos. Apenas terminada la contienda iniciada en 1936, y con la cárcel de Madrid, la Modelo, prácticamente destruida por estar en la línea del frente, en plena plaza de la Moncloa, se decidió construir una nueva en 1940 en terrenos del municipio de Carabanchel Alto. Se inauguró en 1944, fue cerrada en 1998 y demolida en 2008. El régimen franquista la utilizó para encarcelar a los presos políticos y durante muchos años fue el edificio más emblemático de Carabanchel. En la plaza de Carabanchel Bajo, se encuentra el casco antiguo que representa el municipio independiente que un día fue este barrio. En ella se sitúa el antiguo Ayuntamiento, actual Junta Municipal del Distrito de Carabanchel, y la iglesia, elementos tan característicos de todo pueblo. El Metro llegó a Carabanchel en 1968. Gracias a esa primera línea en el barrio, la 5, los carabancheleros podían llegar al centro de Madrid en pocos minutos. Pero ya antes, en 1825, había una diligencia que salía a horas fijas, y desde 1876 un tranvía de Madrid a Leganés que cruzaba el río por el puente de Toledo y atravesaba los Carabancheles. Los coches, de 46 asientos, eran arrastrados por seis caballerías. En 1952, con el tranvía ya eléctrico, una de las unidades se quedó sin frenos en la calle de Toledo y a toda velocidad se precipitó al río. Hubo numerosos muertos y heridos. En 1885 se construyó un ferrocarril de vía estrecha que llegaba, atravesando el barrio, hasta el pueblo de San Martín de Valdeiglesias. Fue rentable mientras interesó al estamento militar, pues hacía parada en el Hospital Militar y en el aeródromo de Cuatro Vientos. Desapareció en 1927. En el año 2000 fue inaugurado el Palacio Vista Alegre, la plaza de toros de Carabanchel, con una corrida en la que participaron famosos toreros del momento. Carabanchel volvía a tener coso taurino. En esos mismos terrenos se levantaba la plaza de toros de la "Chata", abierta en 1908, la más antigua de Madrid. El Palacio Vista Alegre, además de centro comercial, es un recinto multiusos para multitud de eventos: corridas de toros, conciertos, mítines políticos, espectáculos de todo tipo, fiestas, partidos de baloncesto, etc. Por los años 60, fueron famosas en la Chata las llamadas "corridas de la oportunidad" promovidas por el diestro Luis Miguel Dominguín, TVE y el diario Pueblo, en donde cientos de maletillas de toda España buscaban consagrarse como figuras del toreo. Palomo Linares, Curro Vázquez o Ángel Teruel fueron algunos de ellos. El Platanito sin llegar a alcanzar la gloria, sí provocó un auténtico impacto social. El Hospital Militar, antes denominado Gómez Ulla, es otro de los edificios más característicos de Carabanchel. Se encuentra en el barrio de Vista Alegre, en la glorieta del Ejército Carabanchel es el distrito de Madrid que cuenta con más cementerios: el de Carabanchel o del Sur, que es el de mayor tamaño, el Sacramental de San Justo, el Sacramental de San Isidro, el Sacramental de San Lorenzo y San José, el parroquial de Carabanchel Bajo y el de los Ingleses, que fue fundado en 1854 y es dependiente de la embajada británica.
Con el nombre de Arturo Soria conocemos hoy una calle que en otro tiempo fue arteria única de una experiencia urbanística que vertebraba una ciudad completa, distinta y distante de Madrid: la Ciudad Lineal. Su autor, Arturo Soria y Mata, figura entre los hombres que más han contribuido en la historia del urbanismo a replantear lo que hoy todavía sigue siendo una angustiosa exigencia del ciudadano que busca en la urbe no sólo el trabajo y la vivienda, sino que aspira a encontrar en ella el perdido equilibrio natural, donde el ocio, la cultura y el contacto con la naturaleza sean condicionantes de existencia plena, frente al mero subsistir que se produce en la gran metrópoli. Ya desde mediados del siglo XIX, algunos políticos y urbanistas reclamaban para Madrid un crecimiento mucho más allá de los márgenes de la antigua cerca de Felipe IV que encorsetaba la ciudad. Pero a pesar del derribo de esta cerca en 1868, el llamado Ensanche, proyectado por el urbanista Luis María de Castro, no pudo evitar la anarquía en la expansión de la ciudad, que crecía sin apenas control municipal. Las ideas higienistas y racionalistas originales que contemplaban un desarrollo ordenado, regulando las alturas de las construcciones y planificando áreas de esparcimiento, pronto, o no fueron tenidas en cuenta o fueron muy mutiladas. Además, se convirtió en un espacio predominante de la clase media. Por su parte el extrarradio también crecía sin orden ni concierto, y la vivienda autoconstruida era la tónica dominante. Urgía pues la necesidad de construir casas económicas en estos arrabales aprovechando el menor precio del suelo, y así dar cobijo a la clase trabajadora que llegaba del entorno rural y cuyas condiciones económicas le impedían vivir en el centro urbano y tampoco eran las mas propicias para acceder a las casas del Ensanche. Arturo Soria pensó que era posible crear una nueva ciudad en la que los principios higienistas, la racionalidad arquitectónica y la economía fueran la clave. Su propuesta intentaba corregir el gran problema de hacinamiento e insalubridad que castigaba al naciente proletariado madrileño. Contrario a la planificación ortogonal, Soria propuso una ciudad lineal, en donde una calle principal —susceptible de extenderse sin límite, en función de las necesidades— sirviese de eje de comunicación y entorno a la cual unas pocas calles paralelas y otras perpendiculares enlazasen las viviendas con ésta. Para que el proyecto saliera adelante, era necesario encontrar suelo barato fuera del contorno urbano. El único lugar posible estaba hacia la periferia Norte, donde además se encontraba la mayor parte de los suburbios obreros. No resultó sencillo, ya que muchos terrenos estaban en manos de especuladores, que retenían el suelo aguardando la lógica del crecimiento urbano hacia esa parte y la consiguiente revalorización del suelo. Esta dificultad obligó a Soria a saltar por encima de la codicia acaparadora y edificar más allá, por lo que se hacía imprescindible disponer de un sistema de transporte capaz de hacer efectiva la movilidad de personas y mercancías desde la nueva ciudad del extrarradio al centro urbano. El automóvil aún no se había inventado, y el ferrocarril, concretamente un tranvía que circulara por la vía principal de la ciudad lineal y uniera los núcleos urbanos que ya existían en la periferia, esto es, formando una corona urbanizada en torno a Madrid, era la solución. En 1892 se aprobó la línea de circunvalación, de 48 Km de longitud, que vendría a enlazar las poblaciones de Pozuelo, Carabanchel, Villaverde, Vallecas, Vicálvaro, Canillas, Hortaleza y Fuencarral. La calle central de la urbanización, hoy Arturo Soria, se proyectó con un ancho de entre 30 y 40 metros y, en su calidad de eje y plataforma ferroviaria, articulaba funcionalmente el tejido residencial con los comercios, iglesia, lugares para el ocio, escuelas y, entre otras dotaciones, con las instalaciones sanitarias. Contaba igualmente con kioscos para los servicios de teléfono, vigilancia y salas de espera para los viajeros. A uno y otro lado de este eje central se abrirían calles transversales de una anchura de 20 metros, y equidistantes entre sí unos 80 ó 100 metros; también se disponían de forma paralela otras calles de parecidas características, y acotando el exterior una franja de bosques aisladores de cien metros y a continuación campos de cultivo. La edificación no ocuparía más de una quinta parte del terreno a fin de que el resto fuera ocupado por árboles, huertas y jardines. Asimismo las viviendas serían unifamiliares, con una altura no superior a tres plantas, con su porción de jardín, y aunque se proyectaron de tres tipos (de lujo, burgueses y obreros) y a tres precios distintos para diferentes estamentos sociales, no hubo ningún plan selectivo de ubicación. La única diferencia era su mayor o menor volumen. Estas preocupaciones sociales, inusuales para aquellos años, fueron posiblemente las que le hicieron perder las ayudas oficiales y que, desde un principio, fuera considerado un proyecto irrealizable. Soria no se desanimó y logró el dinero, creando una sociedad por acciones con una clientela de tipo medio, pero como contrapartida de los 50 km proyectados se ejecutaron sólo cinco. Para la promoción y realización de este proyecto Arturo Soria constituyó en 1894 la Compañía Madrileña de Urbanización (CMU), coincidiendo con la construcción de las primeras edificaciones. Poco después se realizaron los trabajos de explanación de la calle central y se realizó la plantación del arbolado, pues el componente ajardinado era un elemento muy significativo de la nueva propuesta de ciudad. Al finalizar el siglo sólo se había concretado una parte del proyecto original, consistente en un tramo de aproximadamente 5 Km. de longitud que unía la antigua carretera de Aragón, (hoy calle de Alcalá) y el Pinar de Chamartín. De igual modo, el ferrocarril previsto quedó reducido a un tranvía, inicialmente de tracción animal y luego de vapor, entre Chamartín y Cuatro Caminos. En 1899 otra línea de tranvía conectó la Ciudad Lineal con Ventas y, por último, en 1904 se completaba el tendido del tranvía de la C.M.U. entre un extremo y otro, consiguiendo reducir a una hora el tiempo que se tardaba en salvar la distancia que había entre Ventas y Chamartín. En 1909 se electrificó el conjunto de la línea. En 1911 contaba la Ciudad lineal con una población de 4.000 habitantes distribuidos en cerca de 700 viviendas, y funcionaban con normalidad un teatro, campos de deportes, un velódromo, plaza de toros, un parque de diversiones y un frontón. Sin embargo, después de la muerte de Arturo Soria y Mata en 1920, la C.M.U. entró en un periodo de progresiva decadencia económica que dio lugar a la alteración y banalización de la idea original, en un momento en el que, paradójicamente, otras naciones hacían viable la originalidad de Soria, como la planificación lineal de la nueva Unión Soviética en Stalingrado (1930), en Ámsterdam (1965) o los distintos proyectos de Cité linéaire industrielle de Le Corbusier. De los años cuarenta a esta parte, la Ciudad Lineal ha visto absolutamente alterada su fisonomía tanto física como vivencial. Por los años sesenta ya estaba más que avanzada la implacable y sistemática destrucción de tan pionera creación urbanística. Lo que la piqueta aún no había derribado, yacía en un abandono descorazonador. Sólo el tranvía, que en 1951 fue absorbido por la Empresa Municipal de Transportes (EMT) y siguió funcionando hasta 1972, recordaba la función impulsora y vertebradora que el transporte desempeñó en el proyecto de Arturo Soria. Algún melancólico hotelito, la iglesia y pertinaces restos de las otrora riquísimas plantaciones arbóreas daban menguado testimonio de lo que fue la Ciudad Lineal. La arquitectura que ha ido surgiendo desde entonces hasta nuestros días no merece, en general, un juicio favorable precisamente.   Hoy la Ciudad Lineal es el nombre de un distrito organizado administrativamente en los barrios de Ventas, Pueblo Nuevo, Quintana, Concepción, San Pascual, San Juan Bautista, Colina, Atalaya y Costillares.
El Manzanares, afluente por la derecha del Jarama, que a su vez es tributario del Tajo, nace en la Sierra de Guadarrama, en el Ventisquero de la Condesa, una zona de 2.010 m de altitud ubicada en la vertiente sur de la Cuerda Larga, cerca de la Bola del Mundo y el Cerro de Valdemartín. Desemboca en el término municipal de Rivas-Vaciamadrid después de un recorrido de 92 Km. Su fuente, formada por diferentes manantiales y neveros —acumulaciones de nieve que se mantienen hasta bien entrada la primavera—, se encuentra en el término de Manzanares el Real, municipio del que el río toma su nombre y al que se dirige después de descender por La Pedriza, un paraje de formaciones graníticas declarado Reserva de la Biosfera Antiguamente el Manzanares era conocido como Guadarrama, nombre reservado hoy en día para el río que va desde el Valle de la Fuenfría hasta el Tajo. En el siglo XVII, el Ducado del Infantado determinó cambiarle el nombre, por ser esta villa y su palacio el centro de su principal señorío. En su primer tramo, el río discurre bravo, con aguas limpias y torrenciales, sobre un cauce estrecho y superficial, flanqueado por berrocales. Al llegar al paraje conocido como la Garganta Camorza se encajona entre formaciones rocosas de grandes proporciones, labrando sobre la piedra numerosas pozas y hoyas, que salva mediante cascadas y charcas usadas para bañarse por miles de madrileños a lo largo del verano. Tras cruzar el casco urbano de Manzanares el Real bordeando el castillo de los Mendoza, es retenido por el embalse de Santillana, que se construyó en 1907 para la producción de energía eléctrica y luego fue reconvertido para el suministro de agua potable. Después toma rumbo al término municipal de Colmenar Viejo, donde todavía se sigue comportando como un río de montaña. Cruza a continuación el Monte de El Pardo, donde amplía su valle, en zona de encinar denso y adehesado. Aquí surte de aguas al embalse de El Pardo, que se construyó para regular las presas de canalización del río a su paso por Madrid. Atraviesa enseguida el pueblo de El Pardo, donde deja a la derecha el Palacio. Posteriormente forma un estanque, denominado Playa de Madrid, utilizado antiguamente como zona de baño; discurre junto a las áreas recreativas y deportivas de Somontes, Real Club de Puerta de Hierro, el Parque Deportivo Puerta de Hierro (antiguo Parque Sindical o "Charco del Obrero"), el Club de Campo Villa de Madrid y bordea el Hipódromo de La Zarzuela. para 80.000 metros cúbicos, arrebatados al Manzanares a su paso por el Monte de El Pardo. Se construyó en 1932 cerca del actual Hipódromo de la Zarzuela, a la altura de la desembocadura del Arroyo del Fresno, y fue destruida durante la Guerra Civil. Reconstruida posteriormente, termino siendo abandona por la contaminación del río y por la apertura en el año 1955 del Parque Sindical de Madrid (el actual Parque Deportivo Puerta de Hierro) Tras encaminarse hacia la Puerta de Hierro, cruza la carretera de La Coruña (A-6) y, a partir del Puente de los Franceses, entra en el casco urbano de Madrid y surca la ciudad canalizado, sorteando diferentes presas que regulan sus aguas para garantizar un flujo constante. Fue en 1914 cuando empezaron las obras de canalización del río a su paso por la ciudad, con las que se pretendía mejorar las condiciones sanitarias de la zona y el deplorable aspecto que hasta entonces presentaba. La primera fase finalizó en 1925, encauzando el tramo comprendido entre el Puente de los Franceses y el arroyo Abroñigal. El resto tuvo un tímido intento de reanudación en 1948 y definitivamente en 1974. La regulación, conservación y mantenimiento en el tramo comprendido dentro del término municipal de Madrid es labor asumida por el propio Ayuntamiento. Un total de cinco depuradoras se encargan de que el agua vertida por la capital al río esté en las condiciones adecuadas: Viveros de la Villa, La China, Butarque, Sur y Sur Oriental. A su paso por Madrid, el río cruza algunos puentes monumentales: el de San Fernando, el de los Franceses, el de la Reina Victoria, el del Rey, el de Segovia y el de Toledo. Y también otros puentes más funcionales como el de Praga y el de Andalucía o de la Princesa. El Puente de San Fernando se encuentra en una zona próxima al Monte de El Pardo y al Hipódromo de la Zarzuela, junto a la A-6 y el llamado nudo de Puerta de Hierro, mediante el cual se conecta esta autopista con la M-30. La proximidad de estas carreteras dificulta tanto su visibilidad como su acceso. Fue construido en el siglo XVIII, durante el reinado de Fernando VI, para salvar el río y permitir el acceso hacia la Casa de Campo. Realizado enteramente en piedra de granito sobre seis ojos de medio punto, presenta diferentes elementos ornamentales, entre los que destacan las estatuas de San Fernando, que le presta su nombre, y de Santa Bárbara, ambas instaladas en el pretil y que fueron erigidas en honor de Fernando VI y de su esposa, Bárbara de Braganza. Hasta el último tercio del siglo XX, el puente servía de enlace entre la M-30 y la A-6, soportando un intenso tráfico. Tras la construcción de un viaducto en sus inmediaciones, que cumple este cometido, la circulación de automóviles está prohibida. En la actualidad, el Puente de San Fernando forma parte del anillo verde ciclista de Madrid. El Puente de los Franceses se realizó entre los años 1860 y 1862, dentro de las obras de construcción de la línea férrea del norte. El proyecto corrió a cargo de los ingenieros franceses Biarez, Grasset y Ouliac, de quienes toma su nombre. Construido en ladrillo rojo, si bien el dovelado aparece recubierto con sillería de piedra de granito, se sostiene sobre cinco ojos, con forma de arco de medio punto, tres de los cuales se levantan directamente sobre el cauce del río. Dado su carácter ferroviario, presenta un aire funcional, caracterizado por la práctica ausencia de elementos ornamentales. Se encuentra al final de la avenida de Valladolid y en las proximidades de la antigua Estación del Norte, hoy denominada de Príncipe Pío y reconvertida en un gran intercambiador de transporte subterráneo y en centro comercial en superficie. Por extensión, también se conoce como Puente de los Franceses al nudo de calles y carreteras existente en sus inmediaciones y, en concreto, a los pasos elevados inaugurados en 1998. Durante la Guerra Civil, el Puente de Los Franceses fue escenario de algunos momentos fundamentales en la defensa de Madrid, significando el bautismo de fuego de las Brigadas Internacionales, hechos que dieron lugar a una famosa canción utilizada por el bando republicano: Puente de los franceses, El Puente de la Reina Victoria sustituyó al antiguo Puente Verde (de madera) y fue construido en 1909 por José Eugenio Ribera Dutaste y Julio Martínez-Zapata Rodríguez. Está situado junto a la ermita de San Antonio de la Florida y conecta las calles de Aniceto Marinas y de la Ribera del Manzanares, paralelas al río. Se sostiene sobre dos bóvedas elípticas paralelas, realizadas en hormigón armado, que se unen al tablero mediante ejes verticales, que dejan al descubierto diferentes vanos, otorgando una gran ligereza al conjunto. Las corrientes modernistas de la época están presentes en sus elementos ornamentales, que se concentran preferentemente en el tablero. Sobre éste se sitúan cuatro jarrones y ocho farolas de hierro (dos y cuatro en cada extremo), en cuya base aparecen forjados diferentes osos rampantes, en clara referencia al escudo heráldico de Madrid. El pretil lo conforman varios balaustres de piedra, que se unen entre sí mediante una verja artística, igualmente realizada en hierro. Con la llegada de la Segunda República, recibió la denominación de Puente de Galicia. Una vez finalizada la Guerra Civil, recuperó su nombre original, que fue dado en honor a la reina Victoria Eugenia, esposa de Alfonso XIII. El Puente del Rey comunica la glorieta de San Vicente con la Casa de Campo y la avenida de Portugal. Fue edificado en el año 1816 por orden del rey Fernando VII, de quien toma su nombre. Su función era enlazar el casco urbano madrileño con los parques y jardines de la Casa de Campo, ubicados en la margen derecha del Manzanares. Construido enteramente en granito, está formado por cuatro arcos elípticos, custodiados en sus pilares por ocho tajamares, cuatro a cada lado. Éstos están rematados por puntas cónicas en la cara meridional del puente (aguas abajo) y piramidalmente en el lado septentrional (aguas arriba). Los elementos ornamentales son escasos, excepción hecha de una serie de medallones situados por debajo de la línea de imposta, en la vertical de los tajamares. En 2007, tras la reforma y soterramiento de la M-30, se prohibió la circulación de vehículos por el puente y el acceso es sólo peatonal. El puente de Segovia, el más antiguo de la capital, atribuido a Juan de Herrera, se construyó entre 1572 y 1574, en tiempos de Felipe II, sobre el camino que llevaba a Segovia y para sustituir a otro anterior —la Puente Segoviana— del siglo XIV. Obra renacentista, consta de nueve arcos de medio punto almohadillados, de sillería de granito, con los pilares custodiados por tajamares rematados cónicamente y coronado por un sencillo antepecho con adornos esféricos de granito. En 1648, el arquitecto José de Villarreal procedió a la reparación del tablero superior y fue colocada en su frente una puerta ornamental, obra de Teodoro Ardemans, para darle mayor monumentalidad, que luego desapareció. En noviembre de 1936 fue volado por el bando republicano para evitar la entrada en Madrid de las tropas franquistas; tras la contienda, se procedió a la reconstrucción, se aumento la anchura y fueron construidos cuatro patines (dos a cada lado) y un embarcadero ubicado a sus pies, todo ello en el contexto de las obras de canalización del río. En los años sesenta, fue nuevamente reformado para facilitar la construcción de la autopista M-30, que hasta 2007, año en el que fue soterrada, pasaba por debajo de dos pasos elevados instalados en sus extremos, realizados en la línea del trazado del puente. Ya en tiempos de Felipe IV hubo un puente sobre el Manzanares en el camino de Toledo, que realizó José Villareal con planos Juan Gómez de Mora entre 1649 y 1660, y que era conocido con el nombre de Puente Toledana. Sin embargo, una crecida del río lo destruyó poco después, obligando a proyectar uno nuevo en 1671. Pero las desgracias continuaban y éste, a su vez, fue destruido por otra riada en 1680, por lo que fue necesario reconstruirlo, obras que llevo a cabo José de Arroyo y luego Teodoro Ardemans sobre diseño de José del Olmo. El actual, construido con sillares de granito en estilo barroco churrigurresco, y que enlaza las glorietas de Pirámides y del Marqués de Vadillo, se erigió en 1732 por Juan del Olmo, con decoración de Pedro de Ribera. Tiene nueve ojos con sólidos contrafuertes y tambores que se rematan en balconcillos. En la zona central se encuentran dos hornacinas o templetes que contienen las estatuas en piedra caliza de San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza del escultor Juan Alonso Villabrille. En 1972, dentro del proyecto de construcción de la autovía de circunvalación M-30, y dada la situación de deterioro del Puente de Toledo, se iniciaron las obras de dos pasarelas paralelas laterales de desdoblamiento, proyectadas por Fernández Casado, que permitieron liberarlo de la carga de tráfico que soportaba y peatonizarlo. No obstante, la autopista discurría paralela a ambos lados del río y dejó marcado el entorno, situación que ha sido mejorada con su soterramiento en el año 2007 El Puente de Praga se incluyo en las obras de la primera fase de canalización del río Manzanares que se iniciaron en 1914. Se encuentra en la calle de Santa María de la Cabeza en el camino hacia la autovía de Toledo (A-42). Fue destruido en la Guerra Civil y luego reconstruido. Desde entonces recibió el nombre —no popularmente— de Puente de los Héroes del Alcázar de Toledo hasta el 2009, año en el que ha vuelto a recuperar oficialmente su designación primitiva. En 1909 se inauguró el puente de la Princesa o de Andalucía que unía Legazpi con la hoy glorieta de Cádiz, en la salida a Andalucía, realizado por el ingeniero Machimbarrena en hierro, pero pronto quedo pequeño por el aumento de la circulación y fue sustituido en 1929 por otro de hormigón, que a su vez fue sustituido por la anodina plataforma actual dentro de la operación Madrid Río. A las presas (que también sirven para comunicar las dos orillas) y antiguas pasarelas, otros nuevos pasos se han añadido con motivo de esta operación Madrid Río, entre los que destaca la Pasarela Arganzuela, diseñada por el estudio de Dominique Perrault. Algunos puentes han desaparecido, como el Pontón de San Isidro o de los Pontones, frente a la ermita de San Isidro. Era de barcas y se cobraba por utilizarlo. Unos versos hacen alusión a ello: Con el cobre que el Pontón Por La Florida, en la hoy calle de Aniceto Marinas, hubo otros dos puentes para cruzar el río. Uno de ellos pontón, el de Garrido, por un vado allí existente, y el otro, muy cerca de San Antonio de la Florida, el del Abanico, que servía para que las lavanderas cruzaran el río. Desde el establecimiento de la capitalidad en Madrid en el siglo XVI hasta bien entrado el XX, las márgenes del río eran utilizadas como lavaderos de ropa a su paso por la ciudad. A fines del siglo XIX llegaron a trabajar en los lavaderos nada menos que 4000 lavanderas. En la glorieta de San Vicente fundó la reina María Victoria, esposa de Amadeo I, el llamado Asilo de Lavanderas, para acogerlas cuando estuvieran enfermas y para que pudieran dejar a sus hijos menores de cinco años mientras ellas lavaban la ropa. Luego fue trasladado al paseo Imperial, esquina al de los Pontones. En 1926 las obras de canalización del río acabaron con los lavaderos. Las obras de soterramiento de la M-30 que culminaron en 2007, dejaron al descubierto restos de las antiguas instalaciones de la llamada Casa-Lavadero de Policarpo Herrera (que entró en funcionamiento en 1831), junto al Puente de Toledo, y de otras dos casas de lavandería entre los puentes del Rey y de Segovia, así como algunos canales artificiales, excavados en paralelo al cauce del río para facilitar las labores de las lavanderas. La ropa de lavar era recogida y devuelta a domicilio por los esportilleros, que se encargaban de todo tipo de portes y cuya procedencia era tradicionalmente asturiana. Al caer la tarde cuando las lavanderas —muchas de ellas gallegas— concluían su jornada y aparecían los esportilleros a recoger la ropa lavada, se entablaban las lógicas relaciones entre los trabajadores de ambos sexos y con frecuencia se organizaban bailes y festejos propios de sus lugares de origen, hasta el punto de que las riberas del Manzanares se convirtieron en su lugar de cita habitual, incluso para los domingos y días festivos en los que no se lavaba, y muchos eran los puestos de bebidas y tenderetes instalados para las celebraciones. La popular sidrería asturiana Casa Mingo, junto a la ermita de San Antonio de la Florida, es el último eco de aquellas reuniones de carácter regional. Hasta el año 2007, como ya hemos comentado, el río atravesaba la ciudad pegado en sus dos márgenes, a la autopista Calle 30 —antes M-30—. El soterramiento de esta vía ha supuesto la recuperación de sus riberas y la creación de una gigantesca zona verde de un millón de metros cuadrados, con grandes zonas ajardinadas. Es el llamado Parque Madrid Río. En tiempos antiguos los madrileños se bañaban en el Manzanares, aunque era un hilillo tan delgado que daba lugar a la chanza: Manzanares, Manzanares, En 1651, Jerónimo de Barrionuevo, en sus cartas o avisos al deán de Zaragoza para mantenerlo informado de todo cuanto ocurría en la Corte, escribe: "...hombres y mujeres en pelota, medio vestidos y desnudos, que con la diversidad entretenían, haciendo renacuajos entre arena y merendando en islotes y bajíos que se levantaban". A la jarana del sotillo, a ver los chapuzones en el Manzanares, más o menos consentidos por los alguaciles, acudían muchos mirones, y hasta el rey y su séquito. No vayas Gil al sotillo En 1835 incluso se abrió un balneario, "Portici", en el Soto de Migas Calientes, donde ahora están los viveros municipales, al que luego se añadieron los del Arco Iris, La Estrella, El Sol, Oriente, Los Jerónimos... A mediados del siglo XIX, Madrid contaba con 19 casas de baños públicos, y en 1867 con 181 establecimientos con separación de sexos. Los soldados se bañaban en La Florida en sitio propio. El río Manzanares, tras un recorrido de 30 Km por Madrid, esto es, la tercera parte de su longitud total, sigue su camino, cruza Perales del Río, donde forma diferentes vegas, y se encamina hacia Rivas-Vaciamadrid, junto a los cantiles y cortados de La Marañosa, prácticamente en paralelo con el río Jarama, al que finalmente tributa cerca de la Presa del Rey. El curso alto del río, desde su nacimiento hasta el Monte de El Pardo, se encuentra protegido dentro del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares. E igualmente el bajo en el Parque Regional del Sureste. En términos generales, puede afirmarse que el único tramo del río que no se encuentra protegido es el que discurre por el casco urbano de Madrid. Varios son los afluentes —casi todos arroyos y riachuelos— del Manzanares. En la parte alta, el primero que vierte sus aguas en el río es el arroyo de Valdeartín, en el término de Manzanares el Real. Sin abandonar este municipio, posteriormente se le une el arroyo de Simón de los Chorros, a 1.300 metros de altura, que, a su vez, recibe al arroyo de La Mata. Cien metros de altitud más abajo, le tributa el arroyo de Los Hoyos de la Sierra, llamado antiguamente el arroyo del Cuervo, que recoge, a su vez, las aguas de los arroyos de La Covacha y El Chivato. Más adelante, confluyen los arroyos de La Garganta y de La Majadilla. A la altura del embalse de Santillana, se encuentra con el río Samburiel, uno de sus principales afluentes, regulado en el embalse de Navacerrada. También es tributario el arroyo Mediano, que proviene del término de Soto del Real. En su curso medio, procedentes de la Sierra del Hoyo de Manzanares, llegan los arroyos de Manina y Trofa, que desembocan en el río a la altura del Monte de El Pardo. Dentro de este paraje también los arroyos de La Nava, de Tejada y de La Zarzuela. En lo que respecta al casco urbano de Madrid, el Manzanares recibe los arroyos —actualmente canalizados o soterrados— de Meaques, de Abroñigal y de Butarque, que nacen en montes bajos. El afluente más importante en su curso bajo es el arroyo Culebro, corriente de unos 28 Km de longitud, que discurre por Leganés, Fuenlabrada, Pinto y Getafe y que desemboca en este último municipio. El río Manzanares, a pesar de su escasa relevancia geográfica, ha tenido una gran importancia histórica, fruto de su estrecha relación con Madrid. De hecho, la ciudad surgió como una fortaleza musulmana en el siglo IX para defender el camino existente junto al río, amenazado por el avance de los reinos cristianos durante la Reconquista. Mucho antes, en la Prehistoria, el río había acogido una intensa actividad humana, no sólo en el actual término de Madrid, sino también en otros puntos de su curso. Existen yacimientos arqueológicos que evidencian la presencia de pobladores en sus terrazas desde la época paleolítica. El río también ha sido un tema recurrente para poetas, novelistas y periodistas. Y muchas veces objeto de burla. Francisco de Quevedo decía así en uno de sus poemas: Manzanares, Manzanares, Y Tirso de Molina:
Título de venerable De Alejandro Dumas, viajando por Madrid, se cuenta que después de haber bebido medio vaso de agua, ofrecido por un típico aguador, arrojó al Manzanares el resto diciendo: "Tiene más sed que yo". Un embajador extranjero lo castigaba afirmando pomposamente que era el único río del orbe "navegable en coche y caballo". Goya lo inmortalizó con mucha más benevolencia. Es el caso de los famosos cuadros de La pradera de San Isidro, Baile a orillas del Manzanares o La merienda, en los que se muestra a los habitantes de Madrid con indumentaria tradicional en actividades tales como juegos, romerías o verbenas en las márgenes del río. El pintor aragonés vivió sus últimos años madrileños antes de partir para Francia en la Quinta del Sordo, finca que estuvo situada a orillas del Manzanares, en la actual calle Saavedra Fajardo, en el arranque del camino a la Ermita de San Isidro. Allí el genial pintor dejo plasmadas en sus paredes las llamadas "pinturas negras". San Isidro laboró en las tierras de Colmenar, y muy cerca del río Manzanares obró el milagro de hacer brotar un manantial de agua fresca para calmar la sed de su amo, Iván de Vargas, en una visita de éste a sus fincas. El manantial sigue brotando junto a la castiza ermita del Santo que allí se edificó, al final de la calle 15 de Mayo, y según la tradición tiene poderes curativos. Ya desde tiempos de Juan II, a fines del siglo XV, tuvo el Manzanares soñadores que creían que de aportarle aguas de otras procedencias y hacerlo navegable, tendría más porvenir la villa madrileña. Estos anhelos cobraron fuerza en el año 1.580, cuando Felipe II es coronado rey de Portugal y encarga a Juan Bautista Antonelli un proyecto para tratar de realizar un canal de navegación que uniera Madrid y Lisboa, pasando por Vaciamadrid. De ahí a Aranjuez y luego a Toledo por el Tajo, hasta finalmente llegar al Atlántico en Lisboa. Pero diferentes problemas de propiedad, así como el enorme coste de la obra, hicieron que todos los proyectos fueran suspendidos.   No será hasta el año 1770 cuando Carlos III volvió a retomar el tema de la navegabilidad del río y aprobó la construcción del Real Canal del Manzanares, un ambicioso proyecto que pretendía hacer el río Manzanares navegable hasta el Guadarrama, y desde allí a Aranjuez, donde el canal se dividiría para ir a Lisboa por el Tajo y por otro canal a Sevilla, según proyecto de Isidro González Velázquez. Tres mil quinientos operarios llegaron a trabajar en la obra, pero debido a dificultades técnicas y de presupuesto de diversa índole, sólo se construyó hasta la localidad madrileña de Rivas-Vaciamadrid. Aun así, llegó a tener un caudal importante y a lo largo de su recorrido se levantaron diez esclusas que tenían un tamaño medio de 24 metros de largo por 4,5 metros de ancho, además de siete puentes, y junto a cada esclusa se construyeron casetas donde vivían los empleados del Canal y molinos para aprovechar la fuerza motriz del agua. Discurría paralelo al río por su margen izquierda, y junto al puente de Praga estaba situado su punto más importante, "el embarcadero", con dársenas, almacenes y talleres. En 1818 se hicieron obras de ampliación, fundamentalmente estéticas, y se colocó en la cabecera (junto al puente de Toledo) un león de mármol sobre un pedestal flanqueado por sendas columnas de Hércules, mientras que dos escaleras de granito descendían hasta los paseos que corrían junto al canal. También se construyó una puerta que daba al paseo de Santa María de la Cabeza con una verja de hierro con alegorías del comercio y la navegación. Se mantuvo en funcionamiento hasta 1830, y finalmente, abandonado y descuidado, se cegó en 1859 por ser un foco continuo de epidemias. Sobre él se abrieron los paseos de Yeserías, de la Chopera y del Molino. Sus restos aún se pueden contemplar. En la ribera del Manzanares se puede observar la longuera del antiguo Canal y algunas estructuras para el trasiego de agua entre sus compuertas. La Cuarta Esclusa con la casa del peón conservador es el resto más llamativo. También son apreciables los restos de las esclusas quinta hasta la décima y última, así como diferentes puentes y acueductos. Para regular las aguas del canal se empezó a construir en 1787 la presa de El Gasco, que toma su nombre del Monte de El Gasco, situado en el término municipal de Torrelodones, en la margen izquierda del río Guadarrama. Obra también inacabada y diseñada por el ingeniero de origen francés Carlos Lemaur, su ejecución estuvo marcada por los avatares y las continuas dificultades, como el suicidio del propio Lemaur, al que sucedieron sus hijos en la dirección del proyecto; la precariedad económica, que condicionó los plazos de cumplimiento; una epidemia de paludismo, que acabó con la vida de numerosos trabajadores, todos ellos presidiarios que cumplían de ese modo su condena, y serias dudas sobre su seguridad, que apuntaban a que quizá se hubiese venido abajo antes o después, incluso en pleno periodo de construcción. Esta se abandonó definitivamente en 1799, después de que una fuerte tormenta derrumbara parte del muro frontal, cuando se llevaban 53 m construidos. La Presa de El Gasco fue diseñada, en su momento, como la más alta del mundo, con 93 m. Sólo se conserva un lienzo de 53 m de altura y 251 de longitud. La anchura oscila entre los 72 m de la base y los cuatro de la parte superior. La cara septentrional, situada aguas arriba, presenta un buen estado de conservación. Tiene una inclinación de 60º. El lado meridional se encuentra arruinado, tras el derrumbe sufrido en 1799, que dejó al descubierto sus juntas laterales y muros transversales. En esta parte, la presa roza la vertical. Todo el conjunto está construido en mampostería de piedra de granito, al igual que otras edificaciones situadas cerca de su enclave, como los pabellones que sirvieron de residencia a los ingenieros. Volviendo al río y a tiempos actuales, las presas que embalsaban el agua desde 1955 la estancaban. Quisieron que pareciera grande, como el Támesis o el Sena. El problema es que el caudal que hay es el que hay. A consecuencia de ello en verano había malos olores y estaba lleno de mosquitos. Y no era un río, era una sucesión de piscinas malolientes. En 2016, se echó la vista atrás y se pensó en hacer todo lo contrario de lo que se estaba haciendo. Se decidió abrir las compuertas para proceder a lo que se denominó su “renaturalización”. Bajo así el nivel del agua, que corre a su aire en un cauce anchísimo, con lo que se favoreció la formación espontánea de isletas, meandros, orillas y el crecimiento de vegetación baja y árboles en el cauce. Este proceso mejoró la calidad del agua y recuperó la diversidad biológica, que había desaparecido con el sistema de esclusas. El proceso además permite que el río actúe como corredor ecológico, conectando las poblaciones de especies al norte y al sur de la región. El Manzanares a su paso por Madrid se ha convertido en un espacio natural que está recobrando especies de plantas y árboles y también muchas aves, reptiles y anfibios que lo están llenando de vida. Además, el agua está transparente, se oye el rumor de su fluir, no huele y se ve el fondo arenoso. ¡Es la explosión de la naturaleza! LA CASA DE CAMPO La Casa de Campo, el mayor parque público de Madrid, con una extensión de 1.722,6 hectáreas, está situado al oeste de la ciudad, en el distrito de Moncloa-Aravaca. Fue propiedad histórica de la Corona Española y coto de caza de la realeza. Tras la proclamación de la Segunda República, fue cedida por el Estado al pueblo de Madrid el 1 de mayo de 1931, estando desde entonces abierta al público. Los terrenos que ocupa la Casa de Campo, como toda la orilla derecha del río Manzanares, fueron habitados por el ser humano desde la época paleolítica. De la época romana es de destacar el municipio de Miacum, que algunos sitúan dentro de los límites del parque y de cuyo nombre derivaría el del actual arroyo Meaques. A partir del siglo IV toda la zona central de la península entra en decadencia y, al llegar los árabes en el siglo VII, el área prácticamente se despuebla, situación que comenzaría a cambiar con la fundación por Muhammad I, a mediados del siglo IX, de Magerit, la fortaleza que daría origen a Madrid. A finales del siglo XIV, Enrique III designa el monte de El Pardo como Residencia Real, lo que a la larga influyó en la posterior designación de Madrid como capital siglo y medio después. Es entonces cuando una serie de familias nobles residentes en la ciudad afianzan su poder mediante la compra de tierras en su entorno. Y es en 1519 cuando Francisco de Vargas, perteneciente a uno de los linajes nobiliarios más antiguos del Madrid medieval y miembro del Consejo de Castilla en tiempos de los Reyes Católicos, construye una casa de campo en los terrenos que posee su familia en la margen derecha del río Manzanares, y que daría nombre al parque actual. Antes de producirse el traslado de la corte a Madrid en 1561, Felipe II, gran aficionado a la caza y conocedor de la riqueza cinegética del monte de El Pardo, se propuso la adquisición de terrenos que le permitieran unirlo mediante un gran bosque —Real Casa de Campo— al antiguo Alcázar, donde hoy se levanta el Palacio de Oriente. Y para conseguirlo, ordenó en 1559 la compra a Fadrique de Vargas de su casa de campo familiar y los terrenos colindantes, con la intención de transformarlos en zona de recreo y reserva de caza para uso exclusivo de la familia real. En años posteriores se añadirían las fincas de San Fernando, San Juan, Santa Bárbara y San José, que cambiaron sus nombres por los de Torrecilla, Casa del Portillo, Cobatillas y Rodajos, y que se repoblaron con todo tipo de árboles: álamos, chopos, sauces, encinas, etc. Y años más tarde las de Los Pinos y del Ángel Entre 1562 y 1567 se desarrollaron los trabajos que transformaron la antigua residencia de los Vargas, junto al puente del Rey, en una villa-palacete de recreo, proyecto que dirigió el arquitecto Juan Bautista de Toledo y en el que colaboraron el jardinero italiano Jerónimo de Algora y el holandés Pierre Jase, que se encargó de construir varios estanques y las canalizaciones necesarias para abastecerlos desde el arroyo de Meaques. Todos ellos se llenaron de aves acuáticas, de peces de colores y de carpas, y algunos eran navegables con góndolas y falúas traídas desde Italia. El llamado Estanque Grande dio lugar en el siglo XIX al actual lago de la Casa de Campo; los otros fueron desecados, incluso uno de poca profundidad que solía helarse en invierno y que era utilizado como pista de patinaje. En el palacete se respetó el antiguo escudo de los Vargas, que aún figura en el actual edificio, y que no es el original, ya que éste fue destruido durante la Guerra Civil. Frente a su fachada norte tenía un jardín geométrico de parterres y se levanto una especie de galería o lonja con estancias abovedadas y abiertas al exterior a través de unos arcos. Y una gruta artificial que aún se conserva, pero sin el aditamento de una estatua de Neptuno, escoltada por las de Diana y Venus, que tuvo originalmente. Otros jardines junto al palacete eran los situados en un lugar denominado El Reservado, y dentro de él la llamada Leonera, con multitud de fieras salvajes: leones, tigres, osos, elefantes, etc. Una parte de estos jardines son aún visitables, con un horario restringido; el resto se transformó en 1840 en vivero de árboles, y a finales del XIX al cultivo de flores. También, a un lado del palacete, se hallaban diferentes edificaciones para el servicio, y detrás, la fuente del Águila, actualmente en el patio de la Universidad de María Cristina, en El Escorial. La llamada Huerta de La Partida, en el ángulo sureste, ya existía en tiempos de los Vargas. Con el paso del tiempo perdió su función, y en 1928 se estableció sobre sus terrenos una parcela de experimentación de plantas medicinales. En 2007 se inauguró una recreación de la zona, en la que se han plantado 837 ejemplares de árboles frutales ordenados en hileras, cuyos troncos están pintados de cal como era tradicional antiguamente. Durante el reinado de Felipe III, la Casa de Campo, además de lugar de recreo y caza, es dedicada al cultivo agrícola y a la cría de ganado, aves y peces, con el fin de que el recinto tuviera independencia económica. Y se encarga la reforma del palacete y los jardines al arquitecto Juan Gómez de Mora. También se instala junto a la fachada norte del palacete la estatua ecuestre del rey que desde 1848 se encuentra en la Plaza Mayor, comenzada por el escultor Juan de Bolonia y concluida a su muerte por su discípulo Pietro Tacca. Durante el reinado de Felipe IV, el interés por la Casa de Campo decrece en favor del Palacio del Buen Retiro, inaugurado en diciembre de 1633, que llegó a convertirse en su segunda residencia y en lugar de celebración de toda clase de actos y vida galante de la Corte. A finales del siglo XVII y principios del XVIII la posesión real de la Casa de Campo entró en decadencia, a la que contribuyó su mala administración. Con la llegada de la dinastía de los Borbones, Felipe V, acostumbrado a la corte francesa, introduce las modas de aquel país en la Casa de Campo y en 1720 ordena la remodelación de los jardines. Su hijo Fernando, siendo aún infante, proporciona la que posiblemente sea su mayor ampliación, adquiriendo más de mil hectáreas hacia el norte y hacia el oeste, lo que quintuplica la extensión del recinto. Ya como rey, Fernando VI la declara Real Sitio y ordena construir el Puente de San Fernando, en una zona próxima al Monte de El Pardo y al Hipódromo de la Zarzuela, para salvar el río Manzanares y tener acceso por esa zona, y también la tapia perimetral de ladrillo y mampostería, con albardillas de granito en la parte superior, que perdura en la actualidad. Durante el reinado de Carlos III se produjo el apogeo en la productividad de la Casa de Campo, con nuevos cultivos y sistemas de riego para hacerla autosuficiente, y la construcción del Puente de la Culebra, obra de Sabatini, quizá el elemento arquitectónico más importante del Parque en la actualidad. Se encuentra en la zona conocida como El Zarzón, en el vértice suroeste del recinto, donde una pequeña presa remansa las aguas del arroyo Meaques dando lugar al conocido como Estanque Chico, rodeado de zarzas y espesa vegetación. De Sabatini era también la iglesia de La Torrecilla, que tras sufrir graves daños durante la Guerra de la Independencia y quedar completamente destruida durante la Guerra Civil, sólo pueden adivinarse en la actualidad los cimientos. Poco se hizo después. Carlos IV abrió avenidas y plazas que unían los distintos edificios del recinto. Con la invasión francesa se produjeron numerosos desperfectos en el arbolado y en la casa-palacio, aunque José I encargó al arquitecto Juan de Villanueva la construcción de un pasadizo abovedado que comunicaba directamente el Palacio Real con una de las entradas, por donde poco después, con Fernando VII, se trazó sobre el Manzanares el Puente del Rey. En 1834, durante la regencia de María Cristina de Borbón, la integridad de la Casa de Campo corrió serio peligro al presentarse un proyecto de edificación de un nuevo pueblo, La Real Cristina, que había de construirse sobre toda su extensión, y que afortunadamente no se hizo. Isabel II impulsó un proyecto para renovar el arbolado, y de su época es la principal fuente ornamental del parque, llamada de Isabel II, erigida originalmente en la calle San Bernardo para inaugurar el Canal de Isabel II y que, tras ser trasladada a la Puerta del Sol y posteriormente a la glorieta de Cuatro Caminos, terminó allí recalando. En 1876, durante el reinado de Alfonso XII, se construyó un nuevo lago de patinaje, y dos años después, en 1878, el recinto sufrió un pavoroso incendio en medio de una de las peores sequías que se recuerdan en España. Murió un jornalero, 900 fanegas de superficie fueron arrasadas y 1.013 árboles destruidos. Todo el personal de la Casa de Campo se movilizó, consiguiendo que el incendio no fuera a mayores, por lo que, en prueba de agradecimiento por su arrojo, el rey les concedió diez pesetas por cabeza. Con Alfonso XIII siguió siendo un parque cerrado para uso y disfrute exclusivo de la realeza, hasta que con la instauración en 1931 de la Segunda República, un Decreto del Ministerio de Hacienda dispuso ceder la hasta entonces posesión real al Ayuntamiento de Madrid. El 1 de mayo, Indalecio Prieto, entonces ministro de Hacienda, hizo entrega al pueblo de Madrid, representado por su alcalde, Pedro Rico, de la Casa de Campo. Unos 300.000 madrileños acudieron a celebrarlo, entrando el pueblo llano en el recinto por primera vez. A la derecha aparece Indalecio Prieto, Ministro de Hacienda, y, a la izquierda, se sitúa Pedro Rico, Alcalde de Madrid Durante la Guerra Civil fue frente de guerra durante casi toda la contienda, siendo aun visibles en su interior numerosos restos de trincheras y fortines. En el conocido cerro de Garabitas, estuvieron emplazadas las posiciones artilleras de los rebeldes que bombardearon diariamente la ciudad durante 30 meses. Hasta 1946 no se reabriría de nuevo al público. En la fotografía se aprecia el aspecto de la puerta (con el cambio obligado de Puerta del Rey por el de la República) según las transformaciones que se hicieron en esa época. Hoy se mantienen las pilastras pero no la verja En 2007 se prohibió definitivamente el tráfico rodado por la Casa de Campo a través de la carretera de Rodajos, única hasta entonces por la que en horario restringido podían circular los automóviles. En 1932 se hicieron numerosas fotografías de la Casa de Campo, que se consideraban perdidas y que en 2015 felizmente se recuperaron. Por ellas sabemos de muchos elementos arquitectónicos desaparecidos a lo largo de los años de los que sólo había referencias literarias, o de otros que ahora vemos muy deteriorados. Había cenadores, casas de labor, fuentes, puentes, una iglesia y hasta un cementerio. La Casa de Campo no había evolucionado casi nada hasta entonces desde los tiempos de Fernando VI o de Carlos III. La Casa de Campo, con la excepción de algunos cerros (el más alto el de Garabitas) presenta por lo general un relieve ondulado de suaves colinas, con varios valles de oeste a este por los que transcurren arroyos hasta su desembocadura en el Manzanares. La mayoría son estacionales y sólo dos de ellos tienen permanentemente agua: el de Meaques, al sur, con varias represas artificiales en su recorrido hasta la glorieta de Patines, a partir de la cual está entubado hasta su desembocadura en el Manzanares, y el de Antequina, al norte. Para resistir el empuje de las aguas están flanqueadas por potentes estribos, que adoptan la forma de tajamares en el lado que se enfrenta a la corriente, al igual que ocurre con los puentes La vegetación natural de la Casa de Campo es el encinar, y bajo sus ramas: espino, endrino, escaramujo, romero, tomillo, esparraguera, siempreviva, cantueso, torvisco y sobre todo retama. Pero a lo largo de su historia se ha repoblado con distintas especies arbóreas ajenas al lugar, especialmente pinos, y también álamos, castaños, chopos, plátanos de sombra, fresnos, robles, moreras, ailantos, acacias, cedros, tejos, sauces… Cerca del lago pervive un ejemplar de taray, clásico árbol de ribera, de 250 años de antigüedad. Y junto a los arroyos también hay que destacar la presencia de zarzas, que han dado nombre al arroyo de la Zarza y a la zona del Zarzón. que en tiempo de lluvias se reunían en uno sólo. Fue en el siglo XIX cuando se agruparon formando el Estanque Grande, el hoy Lago de la Casa de Campo En la Casa de Campo se han censado 133 especies distintas de vertebrados (87 de aves, 20 de mamíferos, 14 de reptiles, seis de anfibios y otras tantas de peces). Muchos de estos animales, como en otros parques, están acostumbrados a la presencia del ser humano, del que en muchos casos admiten la comida que les ofrece. Como curiosidad, también se encuentran cotorras argentinas, introducidas por el hombre como animales de compañía y que forman grandes nidos en la copa de los árboles. Y en algunas ocasiones jabalís que, procedentes del monte de El Pardo, se atreven a penetrar en la ciudad. Entre los cientos de insectos, mención especial para los saltamontes, los escarabajos y las mariposas. El acceso a la Casa de Campo se puede realizar en autobús, en Metro (estaciones de Casa de Campo, Lago o Batán), en automóvil (sólo por la avenida de Portugal, para llegar a los aparcamientos situados junto al Parque de Atracciones) y andando o en bicicleta por once puertas: las del Río o del Rey y la de Moreras al este; las del Batán, de la Venta, del Dante, Grande y del Ángel al sur; y las de Aravaca, de Somosaguas, de Rodajos y del Zarzón al oeste, desde donde también hay entrada por media docena de portillos. En la casa de campo se encuentran situadas diversas instalaciones: El Parque de Atracciones, abierto en 1969 en la zona de Batán. El Zoológico, cuyo germen data del año 1770, en la Casa de Fieras del Retiro, fundada por Carlos III. Tiene acceso por la avenida de Portugal y fue inaugurado en 1972. El Teleférico, que conecta la zona central de la Casa de Campo con el terminal situado en el Paseo del Pintor Rosales, junto al Parque del Oeste, al otro lado del río Manzanares. Dispone de ochenta cabinas que recorren 2,5 Km. Algunos recintos de IFEMA (Institución Ferial de Madrid) situados junto a la avenida de Portugal. El antecedente de estos pabellones fue la Feria del Campo, que se inició en 1950 con la construcción de una serie de edificaciones representativas de las distintas partes de España, algunas ahora reconvertidas en restaurantes, denominándose a la zona Paseo de la Gastronomía. Pero el origen se remonta a 1919, cuando se cedió a la Asociación de Ganaderos del Reino una parcela, en el mismo emplazamiento, para exposición y concurso de ganado. La Venta del Batán, lugar tradicional de encierro de los toros en los días previos a su lidia en la Plaza de Toros de Las Ventas. Aquí podían ser visitados por el público, pero desde hace unos años no se permite su exposición pública debido a la enfermedad de la lengua azul. El pabellón multiusos Madrid Arena, construido como parte de las instalaciones previstas para la candidatura olímpica Madrid 2012. Se levanta en el solar antes ocupado por un estadio al aire libre que era conocido popularmente como el rockódromo, por celebrarse en su recinto especialmente conciertos de rock. El Lago, único de los antiguos estanques que no fue desecado. Dispone de un embarcadero donde es posible alquilar barcas de recreo o subirse en un pequeño barco a motor. También hay una escuela de piragüismo. Diferentes instalaciones deportivas populares, situadas en su mayoría alrededor del Lago, como las canchas de tenis. También hay un circuito de footing, una piscina municipal y un circuito de bicicletas de 11,5 kilómetros.
El 9 de febrero de 1851, tres años después de la entrada en servicio del ferrocarril Barcelona-Mataró (el primero que circuló en España), fue inaugurada la estación de Atocha con el nombre de Estación del Mediodía (del Sur) o Embarcadero de Atocha. Era la primera en Madrid. Su finalidad era unir la capital con el palacio de la reina Isabel II, en el Real Sitio de Aranjuez. Ese día, una enorme multitud se concentró en los alrededores de la estación y en el vecino cerrillo de San Blas para asistir a la salida del tren que, con Isabel II como principal pasajero, había de inaugurar la línea. Los madrileños comenzaron a llamarla "tren de la fresa" por hacerse en ella el transporte de la mencionada fruta. En 1856, la compañía ferroviaria MZA (Madrid a Zaragoza y Alicante) se hizo cargo de ese primitivo embarcadero para convertirlo en la cabecera de una línea que uniría Madrid con Levante, para lo cual se antepuso un nuevo edificio en 1861 que proyectó el arquitecto francés Victor Lenoir. En el año 1864 un incendio destruyó gran parte de la estructura del embarcadero y dañó el nuevo edificio de cabecera. Fue el desencadenante, junto a la espectacular expansión que tuvo el ferrocarril durante esos años, para que la MZA se planteara la construcción de otra nueva estación, inaugurada en 1894 y realizada bajo la dirección de Alberto de Palacio, un colaborador de Eiffel. La cubierta de hierro se construyó en Bélgica y el conjunto quedó cerrado por el extremo que da a la glorieta del Emperador Carlos V con la característica fachada, considerada una obra de arte de la arquitectura ferroviaria decimonónica. Se trata de uno de los mejores ejemplos de arquitectura de hierro existente en España. La estación consta de dos cuerpos de ladrillo entre los que se abre el amplio espacio de los andenes, cubiertos por bóveda de gran vuelo, y cortado perpendicularmente por la vidriera, verdadero encaje de hierro y cristal. Este amplio frente está coronado por un globo terráqueo entre figuras de animales fantásticos, también en hierro. En los remates de los cuerpos laterales puede verse la inscripción: "Madrid-Zaragoza-Alicante", compañía a la que siguió perteneciendo hasta que en 1941 fue nacionalizada e integrada en el monopolio estatal de la RENFE. Entre los años 1985 y 1992 se hizo en ella una importante remodelación, obra del arquitecto Rafael Moneo, para que acogiera una nueva terminal situada detrás de la antigua estación, con capacidad para trenes de cercanías, de largo recorrido y de alta velocidad (Puerta de Atocha). El viejo edificio, ya sin andenes, fue convertido en un espacio comercial con tiendas, bares y un jardín tropical cubierto por la vieja bóveda de 4.000 metros cuadrados, y que está poblado por más de 500 especies. Luego han seguido las ampliaciones. La fachada original de la marquesina histórica del siglo XIX da a la Plaza del Emperador Carlos V (popularmente de Atocha), y todo el complejo ferroviario se extiende en la porción de terreno delimitado al norte por la avenida de la Ciudad de Barcelona y al sur por la Calle de Méndez Álvaro. Los dos elementos más característicos de la ampliación son la torre del reloj que integra las nuevas instalaciones con la antigua estación, y el edificio de planta circular que sirve de acceso a la zona de Cercanías. En 2004, fue uno de los escenarios, junto a las estaciones de El Pozo y Santa Eugenia, de los atentados islamistas del 11-M que quitaron la vida a 191 personas, y de su intensa respuesta popular, acontecimientos clave en la historia española. En 2007 se inauguró un monumento de homenaje a las víctimas frente a la estación. Consiste en un enorme cilindro transparente, con una sala bajo rasante que permite mirar la cúpula desde abajo y leer los mensajes de condolencia que los madrileños depositaron espontáneamente tras la masacre. Un túnel ferroviario horadado en el subsuelo enlaza las estaciones de Chamartín y Atocha, túnel ideado e iniciado por el gran arquitecto y urbanista Secundino Zuazo en tiempos de la Segunda República y que no fue terminado hasta 1967. El apelativo de "túnel o tubo de la risa" —ahora se ha construido otro que se desvía por la nueva estación de Sol y un tercero por Alfonso XII y Serrano— viene de una atracción de feria que por aquellos años hacía furor. Consistía en un cilindro acolchado, de aproximadamente dos metros de diámetro y cuatro de longitud, que giraba, con el público dentro, como si fuera el tambor de una lavadora. Con la reforma de la estación entre 1985 y 1992, se aprovechó además para reordenar todo el diseño de la red ferroviaria en torno a Madrid. Actuaciones más o menos coetáneas en el tiempo fueron el soterramiento de la línea de circunvalación (Pasillo Verde Ferroviario), que permite unir Príncipe Pío con Atocha, o el túnel ferroviario desde Aluche hasta Atocha por Embajadores, para integrar el servicio de Cercanías a Alcorcón y Móstoles con el resto.
La Estación del Norte o del Príncipe Pío, situada en el cruce entre el paseo de la Florida y la cuesta de San Vicente, está unida a la historia de la compañía de Caminos de Hierro del Norte de España, de tanta importancia para el desarrollo económico de nuestro país. La expansión de la industrialización vasca llevó a la Diputación de Vizcaya y al Ayuntamiento de Bilbao a solicitar en 1841 licencia para la construcción de una vía férrea Madrid-Irún que habría de servir, además de para el traslado de viajeros para hacer llegar a la capital por un medio rápido el carbón y los productos alimenticios del Norte. Diversas dificultades encontradas en el trabajo retrasaron el proyecto; las obras no se iniciaron hasta 1856. En el diseño del trazado fue muy polémica la entrada a Madrid. La necesidad de descender hasta el valle del río Manzanares ya obligó a trazar una gran curva en las inmediaciones de Aravaca y Pozuelo de Alarcón, y la imposibilidad de poder remontar el fuerte desnivel con el que la ciudad se asoma al río obligó a recurrir a una estrecha franja de terreno para la construcción de la estación a los pies de la Montaña del Príncipe Pío, actual Parque de la Montaña, en cuya cumbre se encuentra el Templo de Debod. Lo angosto de la localización provocó críticas ante la imposibilidad de ampliar la estación en caso de necesidad. Así, el primitivo embarcadero abrió sus puertas en junio de 1861, aunque con una línea que sólo llegaba hasta El Escorial. El complicado panorama político de la España del siglo XIX retrasó la apertura de la totalidad de la línea entre Madrid e Irún hasta 1876, lo cual repercutió directamente en la estación, que mantendría mucho tiempo esas instalaciones provisionales. En años sucesivos el tráfico aumentó enormemente poniéndose de manifiesto la escasez de espacio del lugar. En 1866 se había construido la vía de circunvalación (una zanja al descubierto en gran parte de su recorrido) que rodeaba la ciudad por el sur y permitía la unión entre las redes del norte y del sur, así como la conexión entre las distintas terminales de la época (Mediodía o Atocha, de Ciudad Real o Delicias —abierta en 1880— y ésta del Norte horadando un túnel bajo el Campo del Moro), y sería en su trazado donde se construiría una nueva estación de mercancías —la Imperial (1881)— para descargar a la del Norte que carecía de espacio e instalaciones para cumplir tal función. Esta primitiva línea férrea de circunvalación es actualmente, soterrada, el famoso Pasillo Verde Fue también la ocasión para construir un nuevo edificio para la Estación del Norte, inaugurado en 1882, y cuyo proyecto corrió a cargo de los ingenieros franceses Biarez, Grasset y Ouliac, de quienes toma su nombre el puente que salva el río Manzanares al final de la avenida de Valladolid. Los 155 metros de longitud por 21 de fondo de la estación, sus 14,50 metros de altura en la nave central, sus más de 40 metros de cubierta de los andenes centrales y su arquitectura de hierro fue todo un ejemplo de modernidad y de la capacidad técnica del momento. En 1928 se construyó un segundo edificio cerrando los andenes por la fachada de la Cuesta de San Vicente, que se destinó a salida de viajeros, mientras que el anterior quedaba reservado para llegadas. Es el que se observa en la Cuesta de San Vicente flanqueado por dos torreones. La estación del Norte fue la segunda en importancia tras la de Atocha, pero la construcción de la estación de Chamartín, ya proyectada desde tiempos de la Segunda República, supuso su fin. Fue cerrando poco a poco servicios y se clausuro totalmente en 1993, para transformarla en un gran intercambiador de transporte subterráneo en el que confluyen varias líneas de metro, trenes de cercanías y autobuses, y que coexiste, respetando la estructura, con un centro comercial en superficie y con un gran teatro en el espacio de la cabecera de la antigua estación, que incluye una carpa de estilo antiguo y decoración barroca, zonas de ocio y espacios para eventos especiales.
La Estación de Delicias, en la calle del mismo nombre, se inauguró en 1880 para la Compañía del Ferrocarril de Madrid a Ciudad Real y Badajoz. Sin embargo, poco después la citada compañía fue absorbida por la de Madrid a Zaragoza y Alicante (MZA). Y como esta última ya tenía la estación de Atocha, decidió proceder a la venta de la de Delicias. El edificio fue entonces adquirido por la Compañía de Madrid a Cáceres y Portugal, que la convirtió en una estación con carácter internacional que comunicaba dos capitales europeas. La línea, debido a la escasez de población de las localidades por las que pasaba, fue principalmente usada para el transporte de mercancías, como ganado, corcho y cereales. La estación, típico ejemplo de la arquitectura de hierro, fue diseñada por Emil Cachalieve, con la participación de los arquitectos españoles Calleja, Espinal y Uliarte. Destaca sobre todo la estructura de la nave, que se fabricó en Bélgica por la firma Fives-Lille y se monto en la obra. Cuando se decidió su construcción, Madrid contaba ya con otras dos estaciones, Atocha y Príncipe Pío, que en ese momento eran simples embarcaderos, por lo que la de Delicias se convirtió entonces en la primera estación con carácter monumental de la ciudad. No obstante, la existencia de aquellas dos estaciones sería de gran importancia de cara a la ubicación del nuevo edificio ferroviario en el Sur, en un área rodeada por la línea de circunvalación que por entonces ya existía y que comunicaría también la de Delicias con las otras dos. Se clausuró en 1971 y en 1984 se montó en ella el Museo del Ferrocarril y el de Ciencia y Tecnología, por lo que afortunadamente pudo salvarse de la piqueta. Aneja a la antigua estación de Delicias se encuentra el apeadero de Delicias de las líneas de Cercanías
La Estación Imperial, entre el paseo de mismo nombre y los de Melancólicos y de Pontones, se construyó un año después, en 1881, destinada únicamente a mercancías y para liberar de esta misión (sobre todo el carbón que utilizaba la Fábrica del Gas) a la del Norte, que había quedado pequeña. Poco relevante en cuanto a su arquitectura, en torno a ella se fue estructurando una zona industrial y a su influjo se crearon por la zona numerosos almacenes de hierro, carbón o maderas. La estación era conocida como la "de las pulgas" porque se descargaban muchos animales para el cercano Mercado de Ganado situado en la ronda de Segovia, esquina al paseo de los Pontones, donde antes se hallaba el campo de las ejecuciones y donde ajusticiaron, entre otros, a Luis Candelas en 1837.   La Estación del Paseo Imperial se fue desmantelando a partir de los años 80 del pasado siglo y su solar fue destinado a la construcción de edificios de viviendas dentro de la operación Pasillo Verde.
La Estación del Niño Jesús o del Tren de Arganda estaba en la avenida de Menéndez Pelayo, junto al hospital infantil allí existente, del que tomó el nombre. Se inauguró en 1880 para traer yeso de Vaciamadrid. Posteriormente la línea se empalmó con Vicálvaro y Arganda para traer pedernal, cal y grava. Se trataba de una línea de vía estrecha con trenes de mercancías que ocasionalmente prestó servicio de viajeros, especialmente los domingos para ir a Arganda, dando pie al dicho popular de "el tren de Arganda, pita más que anda". En 1964 fue derribada, construyéndose en su solar la Torre del Retiro y la Colonia del Retiro. La línea fue eliminada, pero quedó un pequeño tramo que funcionó hasta 1998 y que comunicaba Morata de Tajuña, Arganda y Vicálvaro Ahora de nuevo el Tren de Arganda vuelve a rodar por la vega del río Jarama. Lo hace los domingos entre la estación de La Poveda —junto al Museo del Tren de Arganda— y las inmediaciones de la laguna del Campillo. Uno de los máximos alicientes es el paso por el río Jarama a través de un largo puente metálico. En ese punto se cambia de término municipal, y de Arganda del Rey se pasa a Rivas Vaciamadrid. La locomotora de vapor titular siempre es la "Arganda". El Tren de Almorox La estación de Goya o del Tren de Almorox, de vía estrecha, estaba situada en la calle de Pablo Casals, en la ribera del río Manzanares, en terrenos que en su día fueron la Quinta del Sordo, una finca con casa y huerta que eligió Goya como residencia en sus últimos años madrileños, antes de partir para Francia. De ahí el nombre de la estación. En su lugar se levantan hoy edificios de viviendas. Comenzó a construirse en 1883 según proyecto del ingeniero Fernando María de Castro, y costaba de doble edificio para viajeros, de una sola planta, realizados en ladrillo y cubierta de teja, con una superficie de 492 metros cuadrados. Disponía también de dos muelles, talleres, cocheras y fosos para limpieza de las locomotoras. Fue cabecera de la línea Madrid-Almorox, en la provincia de Toledo, tendida para facilitar el acceso a Madrid de los abastecimientos agrícolas de la zona de los valles de los ríos Guadarrama y Alberche, que hasta entonces se efectuaba en pesados carros arrastrados por mulas. Esta línea era propiedad de una sociedad, de capital belga, fundada con el nombre de Ferrocarril de Madrid a Villa del Prado, y su trazado se realizó en tres fases: en 1884, el tramo Madrid-Navalcarnero; en 1889, la continuación hasta Villa del Prado, y en 1901 la prolongación a Almorox. Después intentaron otros proyectos más ambiciosos, como ramales a Sotillo de la Adrada, a Talavera de la Reina o Arenas de San Pedro, que no llegaron a materializarse. Con un recorrido de unos 74 kilómetros, realizaba paradas intermedias en Empalme, Campamento, Cuatro Vientos, San José de Valderas, Alcorcón, Colonia Ramírez, Móstoles, Villaviciosa, Río Guadarrama, Navalcarnero, Villamanta, Valquejigoso, Méntrida, Río Alberche, Rincón, Villa del Prado y Alamín. De la estación de Empalme (donde hoy se encuentra la del Metro de ese nombre) partía la línea militar (paralela en un gran tramo a la anterior) hasta Leganés, con parada también en el Hospital Militar, en Campamento y en el aeródromo de Cuatro Vientos. Fue inaugurada en 1885 y desapareció en 1929. Volviendo a la línea de Almorox, además de viajeros, las principales mercancías que se transportaban eran productos hortofrutícolas de las vegas de los ríos Alberche y Guadarrama, vinos de Navalcarnero y Méntrida, ramajes y madera troceada para combustible de la Sierra de Gredos, manufacturas varias y harinas de Navalcarnero o materiales de construcción como cal, cemento, yeso, piedra de Cadalso de los Vidrio, arena y madera. Alcanzó el ferrocarril su cenit durante los cuarenta, aunque un dicho popular de los usuarios de este tren recuerda que durante el trayecto, daba tiempo a bajarse del tren, coger algún fruto, realizar alguna necesidad u otro menester dada la escasa velocidad del tren, en torno a los 20Km/h, con recorridos completos hasta Almorox de aprox. 3 horas 45 minutos. En los años sesenta se cambiaron las locomotoras de vapor por los automotores Diesel y la velocidad se aumentó considerablemente. Por aquella época, el ferrocarril despachaba más de un millón de billetes por ejercicio, con tan sólo dos circulaciones por día y sentido. Pero a partir de 1955 sufrió un serio revés por el auge del tráfico por la carretera de Extremadura y la subida de las tarifas, aunque cuando se clausuró no llegaba el trayecto completo a los tres duros. Esto lo postergo a un casi único transporte de materiales de construcción, y a excursionistas madrileños los fines de semana para darse un baño en el Alberche. En 1930 ya había sido nacionalizado, pasando su competencia a la Jefatura de Ferrocarriles del Estado, que se transformaría en FEVE en 1965 y que fue la ocasión para en ese mismo año suspender el servicio a Almorox, dejando el final de la línea en Navalcarnero hasta el 1 de julio de1970, fecha en la que definitivamente se cerró y el reloj de la vieja estación de ferrocarril de Goya se paró para siempre.
El Tren yesero de Vallecas inició su andadura a partir de 1888, y fue un hito en este distrito madrileño, entonces pueblo independiente, que tenía en el yeso —de una calidad inmejorable— una de sus principales riquezas. Su transporte se había hecho siempre con viejos carretones de bueyes que los canteros y trabajadores de la piedra llamaban "garruchas". Posteriormente, y ante la gran demanda que a finales del siglo XIX se produjo en Madrid por la construcción de los nuevos barrios del llamado Ensanche, se pensó en agilizar y abaratar el coste del traslado. Así nació "la maquinilla", un trenecillo de vapor o tranvía, puesto en marcha por la Compañía de Tranvía de Arganda a Madrid, que desde el arranque de la antigua carretera Madrid-Valencia, en la entonces calle de Pacífico y ahora avenida de Ciudad de Barcelona, donde estaba la pequeña estación con los muelles y almacenes de descarga, llegaba en un principio hasta el kilómetro 6, en Vallecas, y luego se prolongó por las actuales calles de Monte Igüeldo y Martínez de la Riva, entonces "camino de los yeseros", hasta las canteras de yeso de Monte Viejo, a las mismas puertas de las fábricas de yesos La Invencible y La Vascongada S A, en el kilómetro 13-14, pero que nunca llegó a Arganda. Era el tren de Vallecas, y transportaba tanto mercancías como pasajeros, de tal manera que se convirtió en uno de los pueblos del extrarradio mejor comunicados con el centro de Madrid. En 1908, esta línea a Vallecas acabó en manos de la Compañía Madrileña de Urbanización (CMU), constructora creada por Arturo Soria y Mata para levantar la Ciudad Lineal, y que también explotaba el tranvía a esa barriada. El servicio de viajeros funcionó hasta 1920 y el de mercancías hasta 1931, cuando en una manifestación obrera, los vecinos de Vallecas levantaron parte del tendido de las vías. Reclamadas indemnizaciones por la compañía al Gobierno para la restitución de daños, al no ser atendidas se decidió abandonar la línea aprovechando la coyuntura y cuando empezaba ya a no ser rentable.
En 1894, la Compañía Madrileña de Urbanización, sociedad promovida por Arturo Soria para construir la Ciudad Lineal, puso en marcha la línea Ventas-Cuatro Caminos para transporte de viajeros, en principio con tranvías de mulas y, finalmente, en 1905, con trenecillos de tracción a vapor. Su recorrido se iniciaba en Ventas, continuaba por la carretera de Aragón, atravesaba la Ciudad Lineal y, salvando el arroyo del Abroñigal, penetraba en Chamartín. El último tramo lo constituían la carretera de Francia, Tetuán de las Victorias y de aquí a la glorieta de Cuatro Caminos. En 1909 se electrificó toda la línea y se puso un servicio de tranvías convencionales El ferrocarril de Cuatro Caminos a Colmenar Viejo Esta línea, fruto de una primitiva concesión a la S.A. del Tranvía a Vapor de Madrid a Colmenar Viejo en 1895, fue transferida en 1898 a la sociedad del Tranvía de Madrid a Colmenar y puesta en servicio finalmente en 1907 para el transporte de viajeros y principalmente para la explotación de las canteras de granito de Colmenar. En 1909 pasó a poder de la Compañía Madrileña de Urbanizacion (CMU), que a partir de 1915 empezó a remolcar los trenes mediante un tractor eléctrico. En 1935 fue abandonada por la concesionaria; tras la Guerra Civil, asumida por el Estado, y, en 1952, incorporada a la empresa municipalizada de transportes de Madrid hasta su suspensión definitiva en 1955. Ferrocarril militar a Cuatrovientos El Ejército disponía de algunos tramos de vía montados en el interior de recintos militares para poder hacer prácticas ferroviarias, pero eran precarias y con poca credibilidad para experimentar. Y visto lo difícil de realizarlas con empresarios particulares, asumió la tarea de construir ferrocarriles propios. Es el caso de la línea Empalme-Leganés como de esta otra de Madrid-Cuatro Vientos-Brunete, montada a partir de 1895 con arranque a orillas del Manzanares, a la sombra del actual Puente de Praga. Desde allí, sus diminutas vías subían por lo que luego sería el Barrio de Usera y Aluche. Al llegar a Cuatro Vientos se cruzaba con las vías del ferrocarril Madrid Almorox. Desde allí, a la altura de Alcorcón, se dirígía hasta Villaviciosa de Odón, sin completar el recorrido hasta Brunete. La Guerra Civil y nuevos planteamientos militares hicieron que este ferrocarril languideciera y fuera desmantelado sin ceremonia alguna. La Estación de Peñuelas La Estación de Peñuelas se abrió en 1908 entre los Paseos de la Esperanza y Yeserías, en la línea de circunvalación entre Atocha y Príncipe Pió, que soterrada actualmente, forma el llamado Pasillo Verde Ferroviario. Como la cercana de Imperial, también estuvo destinada a mercancías. Y en torno a ella se abrieron igualmente numerosos talleres y almacenes. Los alrededores eran un espacio muy degradado, con numerosas chabolas que empezaron a ir desapareciendo en los años anteriores a la Guerra Civil, y que se mantuvieron en algunos casos hasta bastantes años después. A partir de los años 50, Peñuelas se convirtió en la primera terminal de contenedores internacional, para lo que se construyó una aduana y se montó una grúa de pórtico. Fue cerrada en 1987 y a la de Abroñigal se desviaron los más de 6.132 vagones que a ella entraban al año. En su lugar se abrió el parque de las Peñuelas.
La Estación de Chamartín, situada en la calle Agustín de Foxá, junto a La Castellana, se mantiene a caballo entre las estaciones clásicas y las de diseño más futurista, las llamadas en el argot ferroviario como ferropuertos, donde ya no sólo sirven para intercambio de viajeros, si no que se convierten en centros comerciales, de ocio y de esparcimiento. Chamartín, que sustituyó a un antiguo apeadero, fue todo un símbolo de modernidad y cambio total de filosofía de estación en el momento de su construcción. El proyecto de construcción de Chamartín y del enlace ferroviario con Atocha se elaboró en tiempos de la Segunda República. El entonces ministro de Obras Públicas, Indalecio Prieto, desarrolló el plan, fijándose en lo que era un pueblecito aislado pero cercano a la capital llamado Chamartín de la Rosa, donde en 1933 empezó ya a hacerse la explanada de lo que sería la futura estación. Y también se inició el túnel de comunicación con Atocha, el llamado "tubo de la risa o metro de don Inda (por don Indalecio)", apelativo que tomaba de una atracción de feria que por aquellos años hacía furor. Cuando comenzó a construirse, la prensa cercana a la derecha satirizó el proyecto por creerlo imposible. Hasta José Antonio Primo de Rivera dijo de él la siguiente lindeza: "Nos han minado Madrid con un tubo que se llama el tubo de la risa, pero que quizá sea una vez más el tubo de la afrenta, porque va a servir para que pasen por debajo de nuestra Península, hacia trincheras que no nos importan, las tropas coloniales de cualquier país vecino". Este ambicioso propósito quedó parado por la Guerra Civil, y después cayo en un letargo hasta que por fin en 1967 fue completado el túnel. Incluía las estaciones subterráneas intermedias de Recoletos y de Nuevos Ministerios y la terminal de Chamartín en superficie, con un edificio muy modesto de viajeros por la escasa circulación de trenes entonces. Pero rápidamente, el tráfico empezó a crecer al traspasarse muchos servicios de cercanías que tenía Príncipe Pío y al inaugurarse el directo a Burgos y otras conexiones con el Noroeste de España, como los trenes que iban a Cataluña o el Talgo a París, por lo que se hizo necesaria la ampliación de Chamartín. El nuevo edificio fue inaugurado en 1975, y es algo más que una simple estación, puesto que los centros de ocio, comerciales y de esparcimiento, la convierten en un lugar de asistencia no sólo por motivos ferroviarios. Se construyeron cines, discotecas, restaurantes, pistas de patinaje, numerosas tiendas, gimnasios, aparcamientos y un hotel. Y también se modificaron todas las calles de acceso y alrededores. La estación, según planos de José Antonio Corrales y Ramón Vázquez Molezún, es un edificio, eminentemente funcional, caracterizado exteriormente por un conjunto de bóvedas de cañón de estructura tubular que evocan las estaciones del pasado. Y se convirtió en vanguardia de tecnología, con todos los adelantos que se disponían entonces de confort, numerosas escaleras mecánicas, puertas automáticas, control de la estación por ordenador, etc. En 2008, se inauguró un nuevo túnel de Chamartín a Atocha, con estaciones intermedias en Sol y Nuevos Ministerios. Y hay ya un tercero bajo Alfonso XII y Serrano, que permitirá conectar las dos grandes estaciones con las líneas de alta velocidad. Por otra parte, en Chamartín ha habido continuas ampliaciones de líneas, vías, andenes, vestíbulos e interconexiones con metro y autobuses. Pero en la estación de Chamartín ya está la piqueta en marcha para llevar a cabo un proyecto urbanístico que trae cola desde hace mucho tiempo y que va a cambiar totalmente la zona. En un principio era denominado "Operación Chamartín" y ahora "Madrid Nuevo Norte". El corazón de la reforma será una nueva estación, que pasará a ser la principal de la ciudad, con un gran intercambiador subterráneo que conectaría metro, trenes de cercanías, alta velocidad y aeropuerto. El soterramiento de todas las vías liberará terreno para la construcción de 10.500 viviendas (2.100 de ellas protegidas), amplias zonas verdes, tres rascacielos y un gran centro de negocios en torno a la estación, al estilo de la "city" financiera de Londres. La Estación de Abroñigal La Estación de Abroñigal, de mercancías, toma su nombre del arroyo Abroñigal, que nacía en Chamartín y bordeaba Madrid por el este hasta su soterramiento para construir la autopista de circunvalación M-30. La estación se halla cerca de la desembocadura de dicho arroyo en el río Manzanares y ocupa 230.000 metros cuadrados de superficie. Surgió en 1987 para desmantelar las estaciones de Peñuelas e Imperial y dejar esa antigua línea de circunvalación o de contorno entre Atocha y Príncipe Pío tan solo para el tráfico de Cercanías (operación que no pudo finalizarse hasta 1996). Fue la primera estación inaugurada ya con instalaciones para el tráfico de contenedores, que a la larga ha desplazado a casi todos los demás tipos de transporte de mercancías por tren. LAS PLAZAS DE TOROS El toreo Desde tiempos inmemoriales, recorrían los pueblos de España los llamados matatoros o toreadores, divirtiendo al público mediante la práctica del toreo a pie de forma más o menos rudimentaria: sorteando o recortando a los toros, dándoles lanzadas o saltos, etc. Los caballeros lo hacían a caballo, lanceando o rejoneando, pero sólo en fiestas señaladas para ostentar su valor o como un acto de galantería para lograr el aplauso y preferencia entre las damas; necesitaban para ello del servicio de sus pajes, que ayudaban realizando los quites cuando era necesario. Con la prohibición de torear a caballo que en 1723 Felipe V impuso a sus cortesanos, a los modestos matatoros se unieron muchos pajes habituados al toreo, y juntos recorrían las ciudades más importantes desatando el entusiasmo del público. Existieron dos corrientes regionales de cuya combinación surgió este toreo, ya profesional, de mediados del siglo XVIII: la vasconavarra y la andaluza. La tauromaquia vasconavarra se basaba en los saltos, en los recortes y en las banderillas, sin mayor sofisticación —Goya dejó constancia gráfica de ella—, mientras que la andaluza se desarrollaba con lienzos y capas para engañar a los toros. Durante algunas décadas ambos estilos se disputaron la primacía del público, saliendo victorioso el modelo andaluz. La actual suerte de banderillas es el único legado que ha perdurado de aquel toreo navarro en las corridas de toros, si bien siguen muy vivos los espectáculos de saltos y recortadores en festejos populares. A lo largo del siglo XVIII se fueron estableciendo todos los elementos de una corrida moderna, y se considera al rondeño Francisco Romero el padre del toreo moderno. Fundador de una célebre dinastía, inventó la muleta, dividió la lidia en tres tercios (varas, banderillas y muerte) y subordinó la cuadrilla a las exigencias del diestro Fiestas de toros en Madrid Se dice que en la Edad Media, ya eran muy aficionados a los toros los madrileños de entonces, tanto en la época árabe como en la cristiana. Una tradición afirma que el mismísimo Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, lanceó un toro en la plaza del Alamillo, en las fiestas que se organizaron con motivo de la conquista de la ciudad el 9 de noviembre de 1085. Otra versión distinta es la que recoge el gran poeta madrileño Nicolás Fernández de Moratín en sus conocidas quintillas de la Fiesta de toros en Madrid, que así empiezan:
Aquí todo sucede antes de la conquista, cuando el alcaide Aliatar, para tratar de agradar a la princesa Zaida y conquistar su corazón, organiza una fiesta de toros. En ella, no habiendo podido ningún caballero árabe con la fiereza de uno de los astados, se presentó un jinete castellano que solicitó torearlo. Este bravo caballero, que era el Cid, lanceó y mató al toro, y, naturalmente, dejó enamorada a la bella Zaida. Pasados los años, hay constancia de fiestas de toros los lunes de Pascua y los días de San Juan, Santiago y Santa Ana. Y también para celebrar la llegada de buenas noticias de las campañas militares o la estancia en Madrid de algún personaje notable, de los propios soberanos o de los príncipes. Los toros, entre tres o doce —dos de ellos siempre pagados por el gremio de carniceros, obligados a ello como condición de poder ejercer el oficio—, se corrían en la plaza del Arrabal (actual plaza Mayor), abierta en tiempos del rey Juan II sobre el terreno de la hasta entonces laguna de Luján; en un descampado junto al Alcázar —el Campo del Rey—, actual plaza de la Armería, y también en la plaza de San Andrés o en el Prado de San Jerónimo. Y aumentaron los festejos con toros cuando en 1561 Madrid se convierte en sede de la Corte de Felipe II, celebrándose en su mayoría en la plaza de Arrabal hasta 1617, año en el Felipe III encarga a Juan Gómez de Mora la construcción de la Plaza Mayor (la actual se debe a una reforma de Juan de Villanueva tras el incendio de 1790). Mientras, se acondicionaron otros lugares: los ya citados, las plazas de la Cebada y de las Descalzas o la Puerta del Sol. En 1619 se inauguró la Plaza Mayor, y la primera corrida fue el 3 de julio, en las fiestas que siguieron al día de San Juan, con quince astados procedentes de Zamora para toreros a caballo y a pie. Empezaban aquellos festejos por la mañana, tras el encierro, y continuaban por la tarde hasta el anochecer. Las reses, tras su viaje a pie desde la dehesa, solían pastar y descansar en la Casa de Campo, entonces propiedad de la Corona, y desde allí se hacían los encierros por el Puente de Segovia, la Cuesta de la Vega y la calle Mayor (con talanqueras para evitar que cornearan al numeroso público que se congregaba) hasta la Plaza, que podía albergar hasta 50.000 personas, muchas de ellas ubicadas en los balcones, que se alquilaban a buen precio, reservándose los de la Casa de La Panadería para los reyes y su séquito. Se siguieron celebrando las corridas tradicionales por las fiestas religiosas (la primera por San Isidro en 1630 tras haber sido canonizado en 1620), y muchas extraordinarias por nacimiento de príncipes o infantes, coronaciones de reyes, bodas reales, o como la realizada fastuosamente en 1623 con motivo de la fallida visita a España de Carlos Estuardo, Príncipe de Gales, para solicitar el casamiento con la infanta María Ana. La última corrida en la Plaza Mayor se celebró el 18 de octubre de 1846, para celebrar la boda de Isabel II.
Parece ser que la más antigua plaza de toros con que contó Madrid estuvo en terrenos del palacio del duque de Lerma que luego pasó a los Medinaceli (una enorme manzana comprendida entre la Carrera de San Jerónimo, el paseo del Prado y las calles de Huertas, Jesús, Cervantes, San Agustín y la plaza de las Cortes). Fue construida en 1613 en donde hoy se levanta el Hotel Palace, y el motivo fue el poder disponer de una plaza ex profeso y evitar los trabajos y excesivos gastos de acondicionamiento de la Plaza Mayor para las fiestas de toros. Era de madera y medía 250 pies de largo y 180 de ancho. A los frailes del cercano convento de trinitarios (ahora de capuchinos, con la iglesia de Jesús de Medinaceli) les entorpecía tener una plaza de toros muy cerca, pues el ruido y los gritos eran muy altos y les distraía de sus rezos, así que el duque de Uceda, hijo del de Lerma accedió a sus ruegos y desmontó la plaza, con la condición de que celebrasen los sábados una salve cantada y una misa votiva para él y sus sucesores. Otra hubo en el desaparecido Palacio del Buen Retiro, mandado edificar éste por el conde-duque de Olivares (Don Gaspar de Guzmán y Pimentel) para Felipe IV, y arruinado durante la Guerra de la Independencia. Se debió montar en uno de los patios interiores en 1633, pues en ese año ya hubo festejos taurinos, que se repitieron hasta 1701. Era de madera, con cubierta de tablas imitando tejados de rojo, y rodeada en toda su circunferencia por 408 balcones para la familia real y sus invitados de la aristocracia. En la margen izquierda del río Manzanares, en la antigua finca de Casa-Puerta, junto al hoy parque de la Arganzuela y comienzo del Puente de Praga, se levantó en 1737, según diseño nada menos que del gran arquitecto del barroco madrileño Pedro de Ribera, una plaza circular con estructura de madera para la Archicofradía de San Isidro, San Pedro y San Andrés y para poder subvencionar la reconstrucción del pontón de San Isidro sobre el río, que facilitaba el paso a la ermita del Santo. Tenía un ruedo de cincuenta metros de diámetro, capacidad para 10.000 personas y fue la primera en realizarse en las afueras de la ciudad, con construcción totalmente aislada. La plaza estuvo armada algo más de dos meses y en ella celebraron, además de tres festejos para la Archicofradía, otros dos para los Reales Hospitales General y de la Pasión en alivio de los pobres enfermos. A las afueras de la Puerta de Alcalá (no la actual, de tiempos de Carlos III, si no otra anterior de 1559, algo más al oeste, a la altura de la actual calle de Alfonso XI) hubo varias plazas de toros. La primera, de madera y desmontable, fue plantada en 1739 por encargo del convento de Atocha, para obtener dinero para aplanar el cerrillo de San Blas. Tenía unos cincuenta metros de diámetro, una capacidad aproximada de 10.000 espectadores y estaba situada más o menos al comienzo de la hoy calle de Velázquez. Se celebraron en ella tres festejos para los dominicos de Atocha, uno para los Reales Hospitales, dos de la Sala de Alcaldes para los pobres de la Cárcel de Corte y uno más del Ayuntamiento para sufragar gastos de limpieza y empedrado de calles. Se desmontó en 1741. Una segunda por la misma zona se erigió en 1743, también de madera y de aforo similar a la anterior, a la altura de Serrano, en terrenos que habían sido utilizados como Quemadero de la Inquisición. La Sala de Alcaldes fue su patrocinadora, para organizar cuatro festejos todos los años. También celebraron en ella corridas los arquitectos de obras públicas de Madrid y los Reales Hospitales. La última, antes de iniciarse su reforma para convertirse en la genuina plaza de toros de la Puerta de Alcalá, el 12 de diciembre de 1748.
Y es que esta plaza se rodeó en 1749 de una pared de cal y canto, enfoscada y sin ninguna decoración, en la que se abrían varias puertas y ventanas, aunque los tendidos siguieron siendo los antiguos de madera. Se convirtió así en la primera plaza de toros permanente de Madrid y la más importante del mundo, con un aforo de 12.000 personas, y todo ello con el apoyo económico del rey Fernando VI, que la donó al Hospital General (hoy Gregorio Marañón). Los planos de la obra fueron del arquitecto Mayor del Rey y Maestro Mayor de la Villa de Madrid, Juan Bautista Sachetti, interviniendo en su construcción también Ventura Rodríguez y Fernando Moradillo. Fue inaugurada el 3 de julio de 1749 con los diestros José Leguregui "el Pamplonés", Juan Esteller "el Valenciano" y Antón Martínez. En época posterior se agregaron las caballerizas y carnicería, y en 1833 los tendidos de piedra que sustituyeron a los antiguos de madera, que supuso una reducción del número de posibles espectadores a 10.000 escasos. Tras esta reforma, la plaza contaba con 110 palcos, además del real; grada cubierta, con tres órdenes de asientos y delantera, y 15 tendidos. Y disponía, además, de enfermería, habitaciones para conserjes y carpinteros, corrales y taller. Fue la plaza de los grandes triunfos, entre otros muchos, de Antonio Sánchez "el Tato", Rafael Molina "Lagartijo", Salvador Sánchez "Frascuelo", Joaquín Rodríguez "Costillares", José Delgado "Pepe-Hillo", Pedro Romero o Francisco Arjona "Cuchares". En los 125 años que funcionó hubo 18 lidiadores muertos. Pocos si se tiene en cuenta que fueron 2.548 las corridas celebradas. La última, el 19 de julio de 1874, con Lagartijo y Frascuelo en un mano a mano. Luego varias novilladas con el cierre definitivo el 16 de agosto. Al día siguiente comenzó el derribo. Las necesidades urbanísticas de la ciudad, que comenzaba a extenderse hacia aquella zona con la construcción del barrio de Salamanca, hacían inviable que siguiera en pie, pues entorpecía el normal desarrollo de las obras. Hoy en día se levantan allí las dos manzanas de casas entre las calles de Alcalá, Serrano, Conde de Aranda y Claudio Coello. El propio marqués de Salamanca, promotor del nuevo barrio, intervino en la permuta de los terrenos que ocupaba la vieja plaza por un solar a la derecha de la entonces carretera de Aragón, lugar que hoy ocupa el Palacio de los Deportes, para construir una nueva.
El emplazamiento de la nueva plaza de toros por la zona de la Fuente del Berro, al lado derecho de la entonces carretera de Aragón, provocó una protesta generalizada, entre otras cosas, porque la "gran" distancia de 800 metros que la separaba de la antigua plaza de la Puerta de Alcalá, lo consideraban "muy" lejos. Las obras comenzaron en enero de 1873, antes de se procediera al derribo de la anterior, de tal manera que Madrid no quedara sin plaza de toros. Se encargaron de la construcción los arquitectos Emilio Rodríguez Ayuso y Lorenzo Álvarez Capra, quienes realizaron una magnífica plaza en estilo mudéjar con un ruedo de 60 metros de diámetro y un aforo para 13.120 espectadores, incluidas las localidades de favor: Palco Regio, Presidencia, Diputación y Música. Era amplia, cómoda y bellísima, la mejor y más bonita de España. Concluida la plaza, se procedió a la alineación de la avenida que desde la carretera de Aragón o calle de Alcalá se dirigía a ella, que se llamó de la Plaza de Toros y hoy de Felipe II. La inauguración fue el 4 de septiembre de 1874, con una corrida a beneficio del Hospital General en la que torearon Manuel Fuentes "Bocanegra", Rafael Molina "Lagartijo", Francisco Arjona "Currito", Salvador Sánchez "Frascuelo", Vicente García Villaverde, José Lara "Chicorro", José Machío y Ángel Fernández Valdemoro. Siguieron triunfando en esta plaza Lagartijo y Frascuelo, y nuevos nombres se incorporaron a las figuras del toreo, como los ya nombrados Bocanegra, Chicorro y Currito. Y posteriormente, José Sánchez del Campo "Cara Ancha", Ángel Pastor, Manuel Mejías "Bienvenida", Luis Mazantini, Manuel García "Espartero" (murió corneado en esta plaza por el toro de miura Perdigón el 27 de mayo de 1894), Rafael Guerra Bejarano "Guerrita", Vicente Pastor, Emilio Torres Reina "Bombita", Rafael Gonzáles "Machaquito", Rafael "el Gallo", Rodolfo Gaona, José Gómez Ortega "Joselito" (su ultima corrida en esta plaza fue el 15 de mayo de 1920; al día siguiente murió en Talavera), Juan Belmonte, Marcial Lalanda, Manuel Granero (corneado y muerto por el toro Pocapena, de Veragua, el 7 de mayo de 1922), Cayetano Ordóñez y Aguilera "Niño de la Palma", Nicanor Villalta, Joaquín Rodríguez "Cagancho", Francisco Vega de los Reyes "Gitanillo de Triana" (el 31 de mayo de 1931, sufrió la cogida del toro Fandanguero, de Pérez-Tabernero, y a consecuencia de ella falleció el 14 de agosto de ese mismo año), Manuel Jiménez Moreno "Chicuelo", Manolo y Pepe "Bienvenida" o Domingo Ortega El primer torero muerto en esta plaza fue el peón Mariano Canet "Llusio", corneado por el toro Chocero, de Miura, el 23 de mayo de 1875. En la tercera corrida de abono de 1889, en la que actuaban Currito, Frascuelo y Ángel Pastor, los seis toros de Agustín Solís tomaron un total de 48 varas y mataron 20 caballos, y de entre ellos destacó Jaquetón, que tomó nueve varas y mató seis caballos. La verdad es que muchos de los puyazos de entonces no pasaban de ser picotazos o simples amagos, pues picar al toro sobre un caballo a pecho descubierto, sin peto y con una pica en la que la púa de acero apenas asomaba del tope, era sumamente difícil. Muy popular en la vieja plaza de la Fuente del Berro y en toda España fue Don Tancredo, (Tancredo López "El Rey del valor"), un novillero valenciano de finales del siglo XIX y principios del XX, que para saciar el hambre desarrolló con relativo éxito una suerte consistente en vestirse de blanco con ropas de época o cómicas, empolvarse la cara y subirse a un pedestal en los medios, desde el que recibía al toro en absoluta inmovilidad. El astado, tras iniciar carrera hacia el bulto, iba deteniendo su marcha al observar la inmovilidad del mismo, y terminaba llegando al paso, olisqueando la presunta estatua y poniendo su atención en otro sitio para regocijo de los asistentes. Debutó en Madrid el 30 de diciembre de 1898 y repitió actuaciones en las temporadas siguientes. El público acogió con entusiasmo la actuación, y poco a poco fueron muchos los que le imitaron, generalmente personas desesperadas a la búsqueda de ganar dinero fácil, pues eran muchas las cogidas que se producían. Así las cosas, el Tancredo fue prohibido por las autoridades. Pero fue tan famoso, que se ha incorporado a la filosofía de vida española y al lenguaje común, sobre todo en política, para designar al que entiende que la mejor receta para enfrentarse a los problemas es la quietud absoluta. En las pantallas, fue celebradísimo el Don Tancredo interpretado por Fernando Fernán Gómez en la película El Inquilino.   Y no menos famoso fue el perro Paco allá por el último cuarto del siglo XIX. Callejero, vagabundo y de raza indefinida, dicen que entró un día en el café Fornos y le cayó en gracia al marqués de Bogaraya, quien le puso el nombre y lo sentaba siempre en su mesa, como si de una persona se tratase, para que comiera un plato de carne. Incluso asistía con él a funciones de teatro y cuentan que si los chistes no tenían gracia, lanzaba un lastimero aullido entre las carcajadas del público, que premiaba al simpático chucho con una gran ovación. Pero la mayor fama le vino por su afición a los toros compartida con el marqués. Ocupaba su localidad como uno más de los aficionados asistentes, y sólo cuando finalizaba la faena y el toro era sacado del ruedo, salía a la arena a realizar unas carreritas y hacer algunas cabriolas para gratificar al público, que agradecido aplaudía a tan peculiar can. El 21 de junio de 1882, un novillero no muy diestro en su oficio intentaba entrar a matar al toro. Después de varios intentos fallidos, el perro Paco se lanzó al ruedo y ladró furioso al torero, que tratando de apartarle con la espada, lo hirió gravemente. A pesar de que fue atendido por dos veterinarios, murió a consecuencia de la herida. Su muerte fue tan sentida, que se dice que hasta el mismísimo Alfonso XIII envió un sincero pésame al marqués. El último festejo en la plaza de la Fuente del Berro tuvo lugar el 14 de octubre de 1934. Al día siguiente empezó el derribo. El solar esta hoy ocupado por el Palacio de los Deportes de Madrid. Parte de la barrera de esta plaza fue comprada por Frascuelo y regalada al pueblo de Chinchón, y se incorpora al ruedo de la que con estructura desmontable se instala todos los años en su Plaza Mayor.
Coetánea con la plaza de toros de la Puerta de Alcalá y prácticamente al lado fue la pequeña placita para becerradas de los Campos Elíseos, el primer gran parque de atracciones que abrió en Madrid, inaugurado en 1864 entre la calle de Alcalá y las actuales de Claudio Coello, Hermosilla y Príncipe de Vergara, y que disponía además de lujoso teatro, ría navegable para barcas y un vapor, quiosco de música, cafés, jardines y paseos, casa de baños, fonda, montaña rusa, columpios, carrusel, pistas de tiro, salón de baile, explanada para fuegos artificiales y otros muchos ingenios. Frecuentado por la alta sociedad, desapareció en 1881 al construirse el barrio de Salamanca. En el pueblo de Vallecas, antes de ser anexionado a la capital, eran abundantes las ventas y mesones a los pies de la antigua carretera de Valencia, que después se convirtieron en algunos de los merenderos de más renombre entre los madrileños, que incluso llegaban a ofrecer bailes en los fines de semana, tal era su éxito. Prestigio que se vio beneficiado con la llegada del Metro en 1923. Y también abundantes y renombrados eran sus espectáculos taurinos, llegando a tener Vallecas hasta cuatro pequeñas plazas de toros a lo largo de los años. Las que llegaron a tiempos más actuales fueron una situada en la desembocadura de la calle Carlos Martín Álvarez con la de Arroyo del Olivar, y otra entre las calles de Monte de San Marcial, Pingarrón y Puerto de Baños, inaugurada en 1884 y desaparecida en 1926. La pequeña plaza de El Jardinillo, abierta en 1850 y desaparecida en 1853, pertenecía a una sociedad taurómaca de igual nombre y estuvo entre las calles de Claudio Coello, Don Ramón de la Cruz, Ayala y Lagasca. Y otra sociedad, la Lid Taurómaca, también abrió un pequeño coso para becerros entre 1851 y 1853 en la calle de Alcalá, donde hoy se levanta la iglesia de San José y San Benito.
La plaza de toros de Tetuán, construida en 1870, estaba situada en la actual calle de Bravo Murillo, en la manzana entre las de Marqués de Viana y Conde de Vallellano, entonces barrio del pueblo de Chamartín de la Rosa. Pero pronto dejo de utilizarse para festejos taurinos y pasó a funcionar como parador, para volver a desempeñar su función original a finales del siglo XIX. En 1907 se sustituyeron los tendidos de madera por unos nuevos de ladrillo y cemento, y en 1924 se reformó totalmente en estilo neomudéjar, muy en la línea de las construcciones de la época y en consonancia con la mayoría de las plazas de toros españolas. Los días de corrida, el barrio presentaba gran animación y la gente se amontonaba en torno a la plaza para ver la entrada y salida de los diestros. Además de corridas, también se celebraban novilladas y becerradas dedicadas al público infantil, e incluso espectáculos flamencos, funciones de teatro y alguna que otra velada de boxeo. En 1929 se hizo cargo de la plaza Domingo González "Dominguin", retirado ya de los ruedos, y fue la mejor etapa de este coso hasta que lo dejó en 1935. Él presentó aquí a Domingo Ortega el 7 de abril de 1929, el 22 de septiembre de ese mismo año al malogrado Antonio Sánchez, que sufrió una terrible cogida y hubo de retirarse a su famosa taberna de Mesón de Paredes, a Victoriano de la Serna en 1931 y a Manuel Rodríguez "Manolete" en 1934. En la Guerra Civil se destinó a almacén de pólvora y quedó medio en ruinas a causa de una explosión. Y a pesar de haber estado incluida en los planes de reconstrucción, esta no se llegó a realizarse y finalmente fue demolida.
Ya existió en Carabanchel Bajo, cuando era pueblo independiente de Madrid, una plaza cuadrada de talanqueras frente a la antigua fábrica de la Fosforera Española, en la calle de la Magdalena, actual de Monseñor Óscar Romero. Para sustituirla se empezó a construir en 1906 la de Vista Alegre, en terrenos colindantes a la posesión de ese nombre, una finca de recreo que en 1832 fue comprada por la reina María Cristina de Borbón, cuarta esposa de Fernando VII, y que en 1859 pasó a poder del marqués de Salamanca y luego al Estado. Tenía la plaza, entre las actuales calles de Castrogeriz, Ramón Sáiz, Muñoz Grandes y la avenida de Matilde Hernández, una capacidad para 8.000 personas, y se remataba con una grada cubierta que formaba balconcillos. Fue inaugurada el 15 de julio de 1908 con una corrida a beneficio de la Asociación de la Prensa de Madrid, en la que lidiaron Ricardo Torres "Bombita", Rafael González "Machaquito" y Rodolfo Gaona, cinco toros de la ganadería del marqués de los Castellones y uno de la de Olea. En 1926 se hicieron importantes reformas, aumentando el número de filas del tendido y pasando los espectadores a 9.000. Destruida durante la Guerra Civil fue recompuesta en 1947 por la Dirección General de Regiones Devastadas, si bien la reconstrucción no fue completa, ya que no se recuperó la grada cubierta y quedó su fábrica con muy poca altura. Eso hizo que fuera conocida popularmente como "La Chata". En 1948 pasó a propiedad del diestro Luis Miguel Dominguín, que por los años sesenta y en colaboración con TVE y el diario Pueblo, organizaron las llamadas "corridas de la oportunidad", en donde cientos de maletillas de toda España buscaban consagrarse como figuras del toreo. Palomo Linares, Curro Vázquez o Ángel Teruel fueron algunos de ellos. El Platanito, sin llegar a alcanzar la gloria, sí provocó un auténtico impacto social. El 5 de octubre de 1974 se retiró en la plaza de Vista Alegre Antonio Bienvenida, con toros de Fermín Bohórquez y acompañado de Curro Romero y Rafael de Paula. De 1981 hasta 1995, año en que fue demolida, estuvo cerrada. Y en el 2000 fue inaugurado en el mismo solar el Palacio Vista Alegre, que además de centro comercial, es un recinto polivalente cubierto y climatizado para multitud de eventos: corridas de toros, conciertos, mítines políticos, espectáculos de todo tipo, fiestas, partidos de baloncesto, etc. La plaza de toros de Las Ventas o Monumental La Monumental de las Ventas fue una idea del torero José Gómez "Joselito", que consideró que la antigua plaza de la carretera de Aragón quedaba chica, dada la masiva afluencia de público en aquella época en la que junto a Belmonte eran las máximas figuras del toreo. Desgraciadamente no pudo ver su sueño cumplido al morir el 15 de mayo de 1920 en Talavera, corneado por el toro Bailaor cuando estaba en la cima de su poderío. Se erigió la nueva plaza en las afueras, en terrenos conocidos como las Ventas del Espíritu Santo por una ermita dedicada al Paráclito y por una venta famosa de ese mismo nombre, que pasó a ser el de toda la zona. A su vera había instalados otros merenderos, garitos, bailes y tabernas que en las primeras décadas del siglo XX atraían a gentes ávidas de fiesta y jolgorio, al mismo tiempo que por allí empezaron a construirse, sin ninguna planificación previa, modestas viviendas de una creciente población obrera. Las obras comenzaron en 1919 a cargo de José Espeliús, quien la realizó en estilo neomudéjar de ladrillo visto sobre una estructura metálica, con una capacidad de 23.000 espectadores. En 1929 las obras concluyeron bajo la dirección de Manuel Muñoz Monasterio, quien sustituyó a Espeliús a su muerte en 1928 y a quien pertenece la decoración de azulejo cerámico en el que figuran los escudos de todas las provincias españolas y otros motivos ornamentales. El solar fue donado por la familia Jardón a cambio de la explotación del coso durante 50 años, transcurridos los cuales revertiría la propiedad a la Diputación Provincial de Madrid, precedente de la actual Comunidad, aunque los propietarios se reservaron el derecho de tanteo al término de ese tiempo, con lo que quedaron como empresarios hasta 1978. El edificio consta de cuatro pisos, con galerías circulares que conducen a las distintas localidades. El aforo se distribuye en diez tendidos coronados por gradas, palcos y andanadas. Los diez tendidos se dividen en bajos y altos. Los bajos tienen barrera, contrabarrera, delantera y catorce filas. Los altos, delantera y doce filas. Las gradas, igual que las andanadas, constan de delantera y seis filas. De los 28 palcos, uno está dedicado a la presidencia de la corrida. En él se acomodan el Presidente, el asesor, el veterinario de turno y demás autoridades civiles si las hubiera. El Palco Real, de arquitectura arabesca, consta de palco y antepalco, cuarto de aseo y servicio de ascensores desde la entrada lateral de la plaza, por la Puerta de Autoridades. Frente a él, en el tejadillo de la andanada del 5, se encuentra instalado el reloj. El ruedo cuenta con cinco puertas, más tres de toriles. Mide 60 metros de diámetro y el ancho del callejón es de 2.2 metros. La puerta de cuadrillas, entre los tendidos 3 y 4, da acceso al patio de caballos. Por esta puerta se inicia el paseíllo y salen al ruedo los picadores para la suerte de varas. La puerta de arrastre, que conduce al desolladero, se encuentra entre los tendidos 1 y 2, y es el paso obligado de mulilleros y mulillas a la muerte de cada toro. La famosa Puerta Grande o Puerta de Madrid se encuentra entre los tendidos 7 y 8. Por ella aparecen los alguacilillos para hacer el despeje de la plaza y por ella se saca también a los toreros que realicen faenas gloriosas. Es la puerta del triunfo, la puerta que todos los toreros quieren cruzar, preferentemente en San Isidro. El conjunto se completa con dos patios. En el de caballos se encuentran las caballerizas y los servicios de Policía para reconocimiento de caballos, petos y pullas. Y también una sala de estar para los toreros, la capilla y, en el piso alto, dos viviendas para conserjes y un local destinado al Museo Taurino. En el patio de arrastre se dispone del desolladero de reses, un espacio descubierto para depósitos de caballos y, en la parte superior, las dependencias de la empresa y la vivienda del mayoral. Entre los dos patios están los corrales de los toros, que comunican con un pasillo central, bajo los tendidos 2 y 3, que permite la evacuación de la res desechada directamente desde el ruedo. Y entre este pasillo y la puerta de salida al ruedo existe otro espacio rectangular, el toril, donde se le coloca la divisa al toro antes de su lidia. La enfermería está dotada del más avanzado equipamiento para el reconocimiento e intervenciones quirúrgicas y consta de dos salas de operaciones, despacho del médico y dependencias para atención del público.       La Plaza de Toros de Las Ventas es la mayor de España y la tercera con más aforo del mundo tras las de México y Valencia (Venezuela), aunque la mayor en cuanto al diámetro de su ruedo. Y, por supuesto, esta considerada por profesionales, aficionados y críticos como la de más categoría —la cátedra del toreo— junto con la Real Maestranza de Sevilla. Existe un dicho taurino que reza: "Madrid da el dinero y Sevilla da la gloria". A Madrid vienen los toreros a confirmar su alternativa en esa especie de reválida impuesta por la afición; aquí se prestigian o caen las ganaderías; aquí quien vale vale, y quien no, que vuelva para otro año. Lo importante es que la fiesta siga y no decaiga. El 17 de junio de 1931, dos meses y tres días después de la proclamación de la II República, se celebró la primera corrida, presidida por el alcalde de Madrid, Pedro Rico, con el fin de recaudar fondos con destino a los obreros parados de la ciudad. Torearon Diego Mazquiarán "Fortuna", Marcial Lalanda, Nicanor Villalta, Luis Fuentes Bejarano, Vicente Barrera, Fermín Espinosa "Armillita Chico" y Manolo "Bienvenida". La Banda Municipal tocó el pasodoble España Cañí, antes de empezar el festejo, el primero que se oyó en la nueva Plaza.   Sin embargo, con este festejo se constató que los alrededores de la plaza no estaban aún preparados para albergar espectáculos de esta magnitud. Se ubicaba en uno de los peores barrios del Madrid de aquella época. Por allí pasaban los cortejos fúnebres que se encaminaban al cementerio próximo, allí abrevaban las mulas y los caballos y allí se encontraba también un foco de chabolismo y población marginal. Además, los terrenos, por su especial situación junto al arroyo Abroñigal, eran difíciles de desmontar. Por todo ello, se continuaron los trabajos de acondicionamiento, y aunque se celebraron otras dos corridas en 1933, la inauguración oficial no fue hasta el 21 de octubre de 1934 —un domingo antes se había celebrado la última tarde de toros en la vieja plaza de la Carretera de Aragón—, con una corrida de Carmen de Federico que fue estoqueada por Juan Belmonte, Marcial Lalanda y Joaquín Rodríguez "Cagancho". Y Belmonte, "el Pasmo de Triana", que ya había dado la vuelta al ruedo en el primero, Cerrojito, soñaría el toreo con el cuarto, Desertor, al que cortó las dos orejas y el rabo —el primero de esta plaza— . Poco después se retiraría definitivamente de los ruedos, y el 8 de abril de 1962, famoso y acaudalado, pareciendo feliz, se pegó un tiro. La Guerra Civil provocó un parón en la actividad de la plaza y el ruedo estuvo sembrado de verduras y hortalizas. Reabrió el 24 de mayo de 1939, para celebrar la primera Corrida de la Victoria, a la que acudió el nuevo jefe del Estado, el general Franco. La plaza de toros de Las Ventas ha visto pasar después por su ruedo a lo más granado de la torería. A los más antiguos, como Domingo Ortega, Pepe Luis Vázquez, Manuel Rodríguez "Manolete", Carlos Arruza, Luis Miguel Dominguín, Antonio Ordóñez, Antonio Bienvenida, Pedro Martínez "Pedrés", César Girón, Miguel Báez "Litri", Julio Aparicio o Antoñete... A la nueva hornada de los Diego Puerta, Jaime Ostos, Paco Camino, Santiago Martín "El Viti" (el torero con más orejas cortadas en Madrid), Manuel Benítez "El Cordobés", Curro Romero, Sebastián Palomo Martínez "Palomo Linares" (que cortó un polémico rabo en 1972), Miguel Mateo "Miguelín", Ángel Teruel, Francisco Rivera "Paquirri", Rafael de Paula..., que cedieron a su vez los trastos a los José María Manzanares, Julio Robles, Pedro Gutiérrez Moya "Niño de la Capea", Dámaso González, Antonio Ruiz "Espartaco", Paco Ojeda, Luis Francisco Esplá, José Cubero Sánchez "Yiyo", Cesar Rincón, Ortega Cano, Roberto Domínguez, Enrique Ponce, Manuel Díaz "El Cordobés", Julián Díaz "El Juli", Juan Serrano Pineda "Finito de Córdoba", David Fandila "El Fandi", José Pedro Prados "El Fundi", José Tomás, Manuel Jesús Cid Salas "El Cid", Cayetano y Francisco Rivera Ordóñez, José Antonio Morante Camacho "Morante de la Puebla", Alejandro Talavante, Jose María Manzanares (hijo), Miguel Ángel Perera, Sebastián Castella, Juan José Padilla, Miguel Abellán y tantos otros y por venir ¡Vaya tela! Y a los mejores rejoneadores: Álvaro Domecq y Díez, Álvaro Domecq Romero, Fermín Bohórquez Domecq y Fermín Bohórquez Escribano, Javier Buendía, Ginés Cartagena, Conchita Cintrón, Fernando de Oliveira, Joau Moura, José Manuel Lupi, Ángel y Luis Peralta, Pablo Hermoso de Mendoza... De los cuatro toreros que han fallecido en la plaza Las Ventas, abre la lista el novillero Félix Almagro, cogido el 13 de julio de 1939. En 1941 pereció Pascual Márquez; en 1964 el subalterno El Coli y en 1988 el también banderillero Antonio González "Campeño". Debido a sus grandes dimensiones también ha sido escenario propicio para importantes eventos políticos, deportivos y musicales. Memorable la actuación de The Beatles, el 2 de julio de 1965. Famoso en Las Ventas fue Livinio Stuyck, sucesor en novena generación de la familia Vandergoten-Stuyck, tejedores flamencos que se encargaron por petición de Felipe V de la difícil técnica de la fabricación y restauración de tapices y alfombras, fundando la Real Fábrica de Tapices en Madrid. Pero fue como gerente de la plaza de toros de Las Ventas, el creador en 1947 de la Feria de San Isidro, que desde sus inicios se convirtió en el acontecimiento taurino más importante del mundo. Máximo García Padrós, el ángel de la guarda de los toreros, cirujano jefe de la enfermería de la plaza durante muchos años, como lo fue su padre, Máximo García de la Torre y antes el doctor Jiménez Guinea. Ellos y la penicilina han salvado a muchos toreros. Florito Fernández, mayoral de Las Ventas. Su eficacia y rapidez para llevar a corrales a los toros devueltos por el presidente es impresionante. Sale Florito y, zas, zas, zas, en escasos segundos, acompañada por los cabestros, o acudiendo al cite que le hace desde el chiquero, la res desechada marcha al corral. Tanta es su fama que al Real Madrid, cuando era entrenado por Benito Floro en las temporadas 92-93 y 93-94, lo llamaban "Florito y los once mansos". El tendido del 7, grupo histórico de aficionados que han defendido sus derechos frente a lo que consideraban injusticias y engaños dentro de la fiesta de los toros Cada tarde se revelan contra las sospechas de fraude y velan por que el reglamento no se incumpla. De sus voces y críticas no se libra nadie. Presidentes, veterinarios, toreros, ganaderos, periodistas, empresarios, alguacilillos e incluso los propios espectadores del resto de tendidos, suelen ser los destinatarios de sus manifestaciones. Los Miuras, famosa ganadería creada por Juan Miura en 1842, cuyos toros han tenido siempre fama de aprender muy rápido. Todas las grandes figuras han tenido a gala lidiar Miuras y han triunfado con ellos. Y aunque es cierto que nunca ha habido toros más peligrosos ni de más sentido, también lo es que el número de ellos de calidad excepcional ha sido abrumador, lo que le ha valido ser la ganadería que más trofeos ha obtenido. Miuras eran el toro Perdigón, que mató a El Espartero en Madrid en 1894, o Islero, que mató a Manolete en Linares en 1947. Pero también Joselito triunfó en 1915 con Galleguito y Capachito, Juan Belmonte en 1916 con Lentejo y Rabicano, o Diego Puerta con Escobero en 1960, todos ellos en Sevilla Los Vitorinos, otra famosa camada del ganadero Vitorino Martín "el paleto de Galapagar", procedente de la del Marqués de Albaserrada. Es de las más cotizadas y deseadas en Madrid. Ernest Hemingway, Orson Welles y Ava Gardner, "el clan de los americanos". Enamorados de España y de los toros, gracias a ellos miles y miles de compatriotas cruzaron y cruzan el océano para embriagarse en el ambiente taurino y con los “toreadores”. Hemingway, el prestigioso escritor americano autor de Fiesta y de Muerte en la Tarde, tenía una gran amistad con Cayetano Ordóñez Aguilera"El Niño de la Palma", que luego continuó con su hijo Antonio. Welles (o don Orson como le llamaban en Andalucía), el genio más grande del cine, que rodó en España Mr. Arkadin, Campanadas a medianoche, un Don Quijote inacabado y otras filmaciones inéditas, también fue amigo de Antonio Ordóñez, y en una finca de la familia, en Ronda, fueron depositadas sus cenizas en un pozo, bajo los tilos. La mítica Ava, la mujer más bella del mundo, tuvo su aventura española con dos toreros, Mario Cabré y Luis Miguel Dominguín, que lograron echar leña al fuego de los celos de Sinatra, quien al poco se presentó aquí para cantarle a Ava las cuarenta y alguna que otra insinuante balada. ¡Qué guapa es!, exclamaba la gente al verla llegar a los toros. Para tomar un trago o algo de comer, los alrededores de Las Ventas son dignos de visitar. Los Timbales, en Alcalá 227, decorado con imágenes de corridas y recuerdos de diestros, y que ofrece vermú de grifo, rabo de toro, calamares, bravas o morcilla. El Rincón de Jaén, en Alcalá 225, con cañas bien tiradas, gambas, bígaros o langostinos. El Burladero, en Cardenal Belluga 13, con la especialidad del rabo de toro. La Tienta, en Alejandro González 5, famoso por su oreja, mollejas, sardinas o boquerones. La Divisa, casi pegadito al anterior, en Alejandro González 9, especializado en carne de toro y mariscos. Todos ellos y algunos más, los días que hay corrida, y sobre todo en las fiestas de San Isidro, se convierten en foros espontáneos de discusión taurina. Entre las anécdotas o sucesos importantes ocurridos en la plaza de Las Ventas en algunos de estos años, cabría citar:
LOS CAMPOS DE FÚTBOL Un poquito de historia Según algunas teorías, un juego con pelota parecido al actual fútbol podría haberse practicado en el antiguo Egipto durante el siglo III antes de Cristo, como parte de un rito de fertilidad. Sin embargo, en China ya se había inventado la pelota de cuero un siglo antes, cuando Fu-Hi, inventor y uno de los cinco grandes gobernantes de la China de la antigüedad, creó una masa esférica juntando varias raíces duras en forma de cerdas a las que recubrió de cuero crudo, con la que se jugaba simplemente a pasarla de mano en mano. En las antiguas civilizaciones prehispánicas también se conocen juegos de pelota similares, como el "tlachtli", practicado por los aztecas, una mezcla entre tenis, fútbol y baloncesto en el que se prohibía el uso de las manos y los pies y el capitán del equipo derrotado era sacrificado. En la Grecia clásica, existía un juego de pelota al que llamaban "esfaira" o "esferomagia" debido a la esfera hecha de vejiga de buey que se utilizaba en el mismo. Desde ahí pasó a Roma, que utilizaban en su juego "harpastum" un elemento esférico llamado "pila" o "pilotta" que evolucionó hasta el término pelota utilizado actualmente.     Este juego de los romanos pasó al Imperio, y durante la Edad Media tuvo mucha fama entre diferentes caballeros y culturas. En Britania, hasta Ricardo Corazón de León llegó a proponer al caudillo musulmán Saladino, que dirimieran sus diferencias sobre la propiedad de Jerusalén con un partido de pelota. Y es en Gran Bretaña, cuando a comienzos del siglo XIX comenzó a practicarse en las escuelas y al poco en las universidades más importantes, el antiguo juego, adaptado y considerado ya como deporte nacional con el nombre de "dribbling-game". Pronto aparecieron las primeras reglas (Reglamento de Cambridge de 1848), y en 1863 se fundó la Football Association, con la que nacía el moderno juego del fútbol o balompié (foot-ball). El foot-ball se hizo muy popular en las islas y se extendió gracias a los trabajadores ingleses que marchaban al extranjero con las grandes sociedades financieras y empresas mineras. En España se comenzó a jugar hacia 1870 en la zona de las Minas de Riotinto (Huelva). El Río Tinto Foot-Ball Club, creado en 1878, seguramente sea el primer club español, pero como esta sociedad no fue inscrita en ningún registro, no ha quedado constancia legal de su existencia. El primer club español legalmente registrado es el Huelva Recreation Club (Recreativo de Huelva), fundado el 23 de diciembre de 1889 y formado exclusivamente por jugadores extranjeros; posteriormente se fundaron el Palamós, el Águilas, el Athletic de Bilbao y el F. C. Barcelona. Fueron los inicios de este juego, que para abreviar se empezó a llamar fútbol, y que hasta los años sesenta del pasado siglo, para referirse a lances o personajes alrededor del mismo, aún se siguieran utilizando palabras inglesas (algunas subsisten), aunque pronunciadas muy a lo castizo. El refere (referee) era el árbitro; corner, el saque de esquina; ful (foul), la falta; friki (free kick), el tiro libre; ligue (league), el campeonato de liga; manager o mister, el entrenador; orsa (or side), el fuera de juego, o ten (team) el equipo. En 1.902 se disputó la primera competición oficial, la Copa del Rey Alfonso XIII, en la que el Vizcaya le ganó al Barcelona en la final por 2-1. La Real Federación Española de Fútbol no nacería hasta 1913 y la selección española disputó sus primeros partidos con motivo de los Juegos Olímpicos de Amberes, en 1920. Pero la gran revolución en el fútbol español llega en 1926 cuando, tras un largo proceso de debate, los clubes aprueban el Primer Reglamento del Fútbol Profesional, siguiendo el modelo británico, sentando las bases para el nacimiento del Campeonato Nacional de Liga, cuya primera edición se disputó en 1929. En Madrid comenzaron a jugar al fútbol desde finales del XIX alumnos de la Institución Libre de Enseñanza que creara Francisco Giner de los Ríos en 1876, para hacer realidad con la práctica deportiva la máxima “mens sana in corpore sano” que expresara el romano Decimus Iunius Iuvenalis (Juvenal) como plegaria a los dioses. Y ya en 1897 funcionó el primer club madrileño el Football Club Sky, que en 1902 cambió su nombre por el New F.C. de Madrid, para desaparecer posteriormente. De este núcleo inicial surgió en 1900 el Español de Madrid y en 1902 el Madrid Football Club. En 1903 la colonia de estudiantes vascos en Madrid creó el Athlétic, como una especie de sucursal de su homónimo vasco. Entre los primeros jugadores del fútbol madrileño predominó una doble coincidencia: eran alumnos de la Institución o habían sido visitantes de "colleges" británicos y allí se habían familiarizado con este deporte. En su nacimiento, pues, el fútbol madrileño, tuvo una base aristocratizante, burguesa y de clase media alta. Pero se trataba de un deporte de bajo costo y, por lo tanto, interclasista por definición, por lo que pronto se socializó y raro fue el barrio o la localidad del entorno madrileño que no dispusieron de un equipo de fútbol. En 1904 y por iniciativa de Carlos Padrós, presidente del Madrid, se constituyó la Federación Madrileña de Clubes que, posteriormente, se transformó en la Federación Centro, desde 1913 integrada en la Federación Española de Fútbol. Entre los equipos históricos madrileños, además de los ya citados Football Club Sky, Español de Madrid, Madrid Football Club y Athlétic Club en Madrid, como más importantes estuvieron también la Real Sociedad Gimnástica Española y el Racing de Madrid.
El Club Español de Madrid se formó en 1900 como una escisión del Foot Ball Sky, el primer equipo creado en Madrid por estudiantes de la Institución Libre de Enseñanza. Su primer presidente fue Julián Palacios, que dos años más tarde, tras salirse de esta entidad, ayudó a formar el Madrid Foot-Ball Club, convertido luego en el Real Madrid. El Club Español de Madrid fue ganador del Campeonato Centro en 1904 y 1909 y finalista de la Copa del Rey en 1909 y 1910. Poco después desapareció.
En 1897 un grupo de jóvenes de la Institución Libre de Enseñanza fundó el primer club de fútbol de Madrid, el Foot Ball Sky, que comenzó a entrenar en las cercanías de Vallecas. En 1901 parte de los integrantes del Sky se marcharon para fundar otro equipo, al que bautizaron Madrid Foot-Ball Club. Entre aquellos jóvenes jugadores se encontraban los hermanos catalanes Joan y Carles Padrós, Pedro Parages, Arthur Jonson y Julián Palacios, que actuaba como presidente. Esta asociación fue oficialmente legalizada el 6 de marzo de 1902, y en su primera junta general celebrada en la sede social, la trastienda del comercio de telas Al Capricho, el negocio familiar de los hermanos Padrós en el número 48 de la calle de Alcalá, se eligió al propio Joan Padrós como primer presidente oficial. El uniforme que adoptaron estaba compuesto por camisa y calzón de color blanco (merengues) y medias y gorra azules. Y el escudo, que tuvo un diseño muy simple, consistió en entrelazar las tres iniciales del club, que iban en fondo oscuro azul, sobre la camiseta blanca; luego en 1808 se inscribieron dentro de un círculo, y en 1920, año en el que Alfonso XIII concedió al club el título de Real se añadió la corona. La banda morada, que en 2001 paso a ser azul, se mantiene desde tiempos de la República como símbolo de la región de Castilla. El inglés Arthur Johnson fue el primer entrenador del Madrid, además de jugador. En ese mismo año de 1902, ante la dimisión de algunos de los integrantes del equipo, se decidió para cubrir las bajas fusionar la entidad con otros pequeños clubes: el Moderno F.C., el Amicale y el Moncloa. El primer campo de juego del Madrid estuvo en la calle de Lista (hoy de Ortega y Gasset), esquina a Velázquez, entonces en las afueras, en un solar propiedad del marmolista Estrada (Campo de Estrada), suegro de Julián Palacios, el que actuó como presidente en los primeros momentos. En 1901 pasaron a otro solar junto al hoy Palacio de los Deportes y entonces Plaza de Toros de la Fuente del Berro (Campo de la Avenida de la Plaza de Toros), propiedad de la reina Cristina, madre de Alfonso XIII, que lo arrendó por el casi simbólico precio de 150 pesetas anuales. En la por aquella época creciente calle de Alcalá, atravesando las vías del tranvía que llegaba hasta las Ventas del Espíritu Santo, existía un edificio, la Casa de las Bolas, en cuyos bajos se encontraba una taberna llamada La Taurina. Allí se ponían de corto los jugadores y guardaban los postes de las porterías. En 1912 se trasladaron a un nuevo campo, situado en la manzana colindante con el anterior, entre las calles Duque de Sesto, Fernán González, Narváez y O´Donnell (El Campo de O´Donnell), en cuyo desmonte del terreno y acondicionamiento participaron todos los socios, y en donde fue necesario colocar una valla para separar a los jugadores de la gran cantidad de público asistente. En 1914 se construyó una tribuna de preferencia para las autoridades, la directiva y las familias de los jugadores, con una capacidad para 216 personas, que se añadía a una grada general con sillas de hierro para albergar entre 600 y 800 espectadores. El comienzo de cada partido era un ritual. Los jugadores cargaban los palos de las porterías y las ajustaban dentro de unas cajas clavadas en el suelo, desdoblaban el larguero por la bisagra que tenía en el centro y lo encajaban sobre horquillas que tenían los postes en su parte superior. Era el aditamento más costoso de un campo considerado uno de los más modernos de la época. En 1923, el ya Real Madrid tuvo que abandonar el campo de O´Donnell, ya que el propietario del terreno, Laureano García Camisón, lo reclamo para construir viviendas. Y es así como, entablando conversaciones con Arturo Soria, creador de la Ciudad Lineal, recaló en el Velódromo allí existente, después de unas obras para adaptarlo a la práctica del fútbol. Tenía una capacidad para 8.000 espectadores y fue uno de los primeros campos de hierba de la capital. Sin embargo, desplazarse hasta el Velódromo era toda una aventura, así que la directiva decidió construir un campo propio, y para ello compró unos descampados más allá de donde finalizaba entonces el paseo de la Castellana, en Chamartín. El nuevo estadio tenía una capacidad para 15.000 espectadores, de los cuales 4.000 correspondían a localidades de asiento en la tribuna cubierta. Y junto a él se construyeron un campo de entrenamiento, uno de hockey, un gimnasio, una piscina, un frontón, un restaurante y un club social. La obra fue tildada por la prensa como faraónica. Fue inaugurado el 17 de mayo de 1924 y hubo discusiones sobre el nombre que debía llevar; algunos pretendieron que se llamase Parque de Sports del Real Madrid, pero la mayoría se inclinó por el más modesto de Campo del Real Madrid Fútbol Club. Fueron los aficionados los que le llamaron Chamartín y así ha pasado a la historia, aunque nunca fue su nombre oficial. Tras la Guerra Civil, el panorama era desolador, con el viejo Chamartín medio destruido, y que hubo de ser medianamente adecentado con mucho esfuerzo para que en 1939 se iniciara de nuevo la competición. Pero aquello no fue suficiente para Santiago Bernabeu, elegido presidente en 1943, que movilizó a todo el madridismo para levantar un nuevo estadio en parte del solar del anterior. Las obras comenzaron en 1944, y mientras tanto el Madrid jugó en el Estadio Metropolitano, el campo del Atlético de Madrid. El nuevo Estadio Real Madrid Club de Fútbol, aunque los aficionados siguieron llamándolo de Chamartín, obra de los arquitectos Luis Alemany Soler y Manuel Muñoz Monasterio, se encuentra en la manzana delimitada por el Paseo de la Castellana y las calles de Concha Espina, Padre Damián y Rafael Salgado. La inauguración fue el 14 de diciembre de 1947 con un partido entre el Real Madrid Club de Fútbol y el Os Belenenses de Portugal. El recinto poseía entonces una capacidad de 75.145 espectadores, de los cuales 27.645 poseían asientos (7.125 cubiertos) y 47.500 de pie (2.000 cubiertos). La primera gran remodelación se dio en 1954, con una ampliación del lateral, que supuso aumentar los espectadores hasta 125.000. En 1955 se decidió que el estadio adoptara el actual nombre, en honor al presidente del club y artífice del estadio: Santiago Bernabéu La iluminación eléctrica se puso en 1957, y en 1982, con motivo del Campeonato Mundial de Fútbol que tuvo lugar en España, Luis y Rafael Alemany (hijos del primer arquitecto del Bernabeu) y Manuel Salinas hicieron las reformas que obligaba la FIFA, entre ellas tener la mitad del aforo de asientos, de los cuales dos tercios debían estar cubiertos, y que obligó a reducir el aforo, que pasó a 90.800. Otra gran modificación se produjo en la década de los 90, ya que la UEFA, por motivos de seguridad, obligó a instalar asientos para todos los espectadores. La obra consistió en la creación de un tercer anfiteatro en el lateral Oeste y en los fondos, con cuatro torres en el exterior para el acceso. Posteriormente se realizó la ampliación y cubierta del lateral Este, la nueva fachada en Padre Damián y otras obras de acondicionamiento y ampliación, llegando a una capacidad de 81.044 espectadores, todos ellos sentados. Y la obra siguiente, de gran envergadura, diseñada por grupo alemán GMP Arquitectos, la reestructuración, ampliación para aumentar el aforo hasta las 82.000 localidades y el añadido de una cubierta total y retráctil. El Atlético El 26 de abril de 1903, en uno de los despachos de los locales que disponía en la calle de La Cruz nº 25 la Sociedad Vasco-Navarra, se creó el Athletic Club en Madrid, como una especie de sucursal de su homónimo vasco, vinculación que perduró hasta 1907. La junta directiva la formaron Enrique Allende como presidente, Juan de Zavala, Eduardo de Acha, Enrique Goiri y Juan de la Peña. El primer uniforme que adoptaron estaba compuesto por camiseta con una franja vertical azul y otra blanca, pantalones azules y las medias negras, semejante al que utilizaba entonces el Athletic Club de Bilbao, quienes compraban los uniformes del Blackburn Rovers Football Club. Un día, en 1911, cuando un representante del club bilbaíno viajó en barco al sur de Inglaterra en busca de nuevos uniformes, no logró conseguir los del Blackburn Rovers, por lo que compró los del Southampton Football Club, uniforme que el Athletic de Bilbao adoptó totalmente y el Athleti de Madrid sólo en la camiseta. Actualmente está formado por una camiseta con franjas verticales blancas y tres franjas verticales rojas (colchoneros), un pantalón azul, y medias rojas con vuelta blanca. El primer escudo, con forma de cinturón circular en colores blanco y azul, tenia en el centro las iniciales del club. En 1911 se modificaron los colores por el rojo y el blanco. En 1917 se adopto uno muy similar al actual, con las rayas de la camiseta, seis de color blanco y seis de color rojo. En 1939 se añadieron dos alas a los lados, símbolo característico del Aviación Nacional, club con el que se fusionó tras la Guerra Civil. En 1947 desaparecieron las alas y las rayas pasaron a ser cuatro rojas y cuatro blancas. Y por los años 80, y ya el definitivo, se añadió un ribete dorado alrededor. El primer partido entre socios del club —la colonia de estudiantes vascos en Madrid en los primeros tiempos— se disputó el 2 de mayo de aquel mismo año, en un solar por detrás de las tapias de El Retiro, en la ronda de Vallecas (hoy calle de Menéndez Pelayo). Allí estuvieron durante diez años. en un solar por detrás del Retiro, en la ronda de Vallecas (hoy calle de Menéndez Pelayo) Entre 1913 y 1923 habilitaron otro campo cerca del anterior, en la calle de Narváez, junto al que tenía el Madrid. En 1923 pasaron arrendados al Stadium Metropolitano, construido por el arquitecto José María Castel como parte de la urbanización Colonia de Metropolitano, que había sido promovida por la división inmobiliaria de lo que hoy en día es Metro de Madrid, de ahí su nombre. Se ubicaba cerca de la actual avenida Reina Victoria en la actual Plaza de la Ciudad de Viena, entre las calles Beatriz de Bobadilla, Santiago Rusiñol y el Paseo de Juan XXIII. Tenía una capacidad de 25.000 espectadores y la inauguración fue el 13 de mayo de 1923 con un partido entre el Athletic de Madrid y la Real Sociedad de Fútbol, ganado por los madrileños por 2 goles a 1. A la avenida de reina Victoria la llamaban la "senda de los elefantes" porque salían del campo los sufridos aficionados colchoneros casi siempre cabizbajos, caminando lentamente y murmurando: "Este Athleti, este Athleti...". Durante la Guerra Civil el Metropolitano quedó destrozado, al igual que todo el barrio, por encontrarse en pleno frente de batalla junto a la Ciudad Universitaria. La reconstrucción corrió a cargo del arquitecto Javier Barroso (delantero, medio y portero del primer equipo en la década de 1920 y posterior presidente del club entre 1955 y 1964), y mientras, el Athleti de Madrid hubo de jugar en el campo del Rayo Vallecano hasta 1943. Estas medidas de emergencia tras la Guerra Civil afectaron también a la propia sociedad deportiva, ya que el Athletic, falto de recursos económicos, con algunos jugadores dispersos por todo el territorio nacional, presos o heridos, no vio mejor salida que fusionarse al Aviación Nacional, del Ejército del Aire. El equipo pasó a llamarse Athletic Aviación Club y, desde enero de 1941, tras la prohibición de los extranjerismos en España, Club Atlético de Aviación. Esta unión duró hasta el 14 de diciembre de 1946, fecha en la que adapta el nombre actual: Club Atlético de Madrid. Antes, restaurado el Metropolitano, la reinauguración tuvo lugar el 21 de febrero de 1943 con un partido de nuevo frente a la Real Sociedad, a la que se venció por 2 a 1. El 15 de abril de 1950, el Atlético de Madrid firmó el acta de compra del estadio, que hasta entonces lo había disfrutado en arriendo; pero pronto se vio que su aforo no era suficiente para toda la hinchada colchonera y era necesaria la construcción de uno nuevo. Las obras, en el paseo de la Virgen del Puerto, junto al río Manzanares, comenzaron en 1961 y la inauguración se hizo el 2 de octubre de 1966 con un partido frente al Valencia, con el resultado de empate a 1. Se le puso el nombre de Estadio Manzanares y luego, en 1971, Vicente Calderón, por ser éste el presidente en aquellos años. Tras sucesivas remodelaciones se llegó a una capacidad de 54.851 espectadores (todos sentados). En 1208, el Club Atlético de Madrid, la cervecera Mahou (en el Paseo Imperial, junto al estadio) y el Ayuntamiento de Madrid firmaron un acuerdo por el cual se recalificaban los terrenos de la zona que ocupaban ambas sociedades para construir viviendas y un parque, y el Atlético recibía el Estadio de la Peineta, construido para ser sede de las pruebas de atletismo en las candidaturas olímpicas fallidas de Madrid para 2012, 2016 y 2020. El traspaso no se realizó hasta 2017, una vez realizadas las obras de reforma para acondicionarlo como campo de fútbol, y la inauguración como feudo del Atlético de Madrid fue el 16 de septiembre de 2017, con la disputa del partido Atlético-Málaga (1-0) correspondiente a la jornada cuarta del Campeonato Nacional de Liga. Tiene una capacidad para 67.829 espectadores y ahora tiene el nombre (haciendo un guiño al primitivo campo del Atlético) de Estadio Metropolitano. La Real Sociedad Gimnástica Española La Real Sociedad Gimnástica Española, conocida como Gimnástica de Madrid, se fundó el 2 de marzo de 1887, dedicándose principalmente a la gimnasia, pero también a otros deportes. Aunque el equipo de fútbol ya existía antes de 1907, fue en ese año cuando se afianzó esta sección con jugadores procedentes del Moncloa F.C., del Hispania F.C., del Iberia F.C. y por unirse con el Iris F.C. y el Club Sportivo Internacional, creados un año antes. El uniforme estaba compuesto por camiseta blanquinegra, pantalón blanco y medias blanquinegras. El primer campo de juego estuvo en el antiguo Cerro del Pimiento, al final hoy de la calle Rodríguez San Pedro, esquina a Hilarión Eslava, donde posteriormente levantó la Casa de las Flores Secundino Zuazo. Y luego en Diego de León, esquina a Conde de Peñalver, justo donde hoy se localiza el Hospital de la Princesa. En 1909, la Gimnástica Española fue uno de los fundadores de la Federación Española de Fútbol. En 1912 jugó la final de Copa del Rey contra el FC Barcelona, que perdió por 2-0 tras clasificarse al ganar el Campeonato Regional contra equipos como el Madrid FC o el Athletic de Madrid. En 1915, Alfonso XIII le concedió el título Real y pusieron la corona y el nombre a el escudo. Y en 1928 se suprimió la sección de fútbol al no poder mantenerla con jugadores profesionales, aunque más tarde la recuperaría suprimiéndola definitivamente en los años 60.
El Racing Club de Madrid fue un equipo de fútbol con sede en el barrio de Chamberí. Fundado en 1914 por fusión de los clubes madrileños Cardenal Cisneros y Regional, participó habitualmente en la primera categoría del Campeonato Regional Centro, logrando el titulo en 1915 y 1919. Su uniforme: camiseta a rayas rojas y negras, pantalón blanco y medias negras. Al inicio del campeonato de liga en España en 1929, el Racing de Madrid quedó encuadrado en la Segunda División, quedando clasificado en último lugar, por lo que bajó a Tercera. En 1931, acuciado por problemas económicos al haber descendido a la primera categoría regional, se embarcó en una gira por Perú, Cuba, México y Estados Unidos, en contra del criterio de la Federación Castellana. El intermediario que organizó la gira dejó abandonado al equipo sin abonarles lo estipulado, por lo que los jugadores se quedaron en America sin posibilidad de regresar. La Federación sufragó los gastos de regreso a España, pero sancionado el club con el descenso a la segunda categoría regional, optaron por retirarse de las competiciones oficiales y dedicarse a disputar partidos amistosos por distintas ciudades de España. Posteriormente se fusionó con el Unión Sporting y luego con el C.D. Chamberí, creando el Racing Club Chamberí. En 1943 fue refundado como Agrupación Recreativa Chamberí, club que se proclamó heredero directo del Racing de Madrid, reclamando su plaza en tercera división, lo cual fue rechazado por la Federación. La A.R. Chamberí alcanzó la tercera división en la temporada 1947-1948, sin lograr permanecer en la categoría; posteriormente quedó relegada a las categorías regionales inferiores, hasta su desaparición en 1981. En la Junta Municipal del Distrito de Chamberí, en la plaza de ese nombre, hay una placa que recuerda a los jugadores de Racing movilizados y caídos en la guerra del Rif, en Marruecos. El Racing jugó durante muchos años en un campo de deportes situado en el Paseo del General Martínez Campos, entre Alonso Cano, García de Paredes y Modesto Lafuente, en un paraje denominado de antiguo el "campo de los Frailes" y ahora ocupado por el teatro Amaya. Alguna vez acudió a su tribuna Alfonso XIII con sus hijos. También se aprovechaba el campo para otros eventos, como combates de boxeo, las verbenas para la fiesta de la Virgen del Carmen y bailes durante las noches del verano. Se dejó de utilizar en 1933 cuando se produjo la fusión del Racing y el Unión Sporting. Luego pasó a jugar en campos de la Federación Madrileña, y en primer lugar en los habilitados en el Cerro del Pimiento tras su explanación para construir parte del barrio actual de Vallehermoso.
Hubo y hay más equipos de fútbol creados posteriormente y militando en todas las categorías. Estos son algunos de los más importantes, sin contar los de las canteras de los clubes grandes.
La Agrupación Deportiva Ferroviaria (La Ferro) se fundó en 1918. En 1939, tras la Guerra Civil, alternó la Segunda y la Tercera División varios años. En 1943 bajó a Tercera, donde permaneció cinco temporadas. Desde entonces jugo en categorías inferiores hasta su desaparición en 2007. El uniforme era totalmente negro al principio y luego camiseta azul y calzón blanco. Jugó en varios campos: entre 1919 y 1921, en el Princesa, en terrenos anejos a la Estación del Norte; entre 1921 y 1948, junto a la Estación de Delicias; entre 1948 y 1950 en el cerro del Pimiento, en instalaciones deportivas de la federación Madrileña de Fútbol; entre 1950 y 1954 en el Campo del Gas, en el Paseo de las Acacias; entre 1954 y 1988 en la Ciudad Universitaria, y entre 1982 y 2007 en el Ernesto Cotorruelo, en Vía Lusitana.
A finales de los años veinte se fundó el Nacional, cuyo campo estaba situado en la confluencia de Jorge Juan y Doctor Esquerdo, en el mismo solar donde hoy se levanta la Real Casa de la Moneda.
El Rayo Vallecano fue fundado en 1924 como Agrupación Deportiva El Rayo, pasando en 1947 al nombre de Agrupación Deportiva Rayo Vallecano. Juega en el Estadio de Vallecas, inaugurado en 1976 y con capacidad para 15.500 espectadores. El uniforme está compuesto de camiseta blanca con una franja roja en diagonal, pantalón blanco y medias blancas con rayas rojas. Ha jugado en Primera División y participo en la Copa de la UEFA en la temporada 2000-2001.
El Pegaso fue fundado por la empresa de Camiones Pegaso en el año 1962 y ha militado varias temporadas en Segunda División B y Tercera División. Jugaba en el campo de la Ciudad Pegaso. Su uniforme: camiseta azul con una franja roja, pantalón azul y medias azules.
Fue fundado en 1930 con el nombre de Plus Ultra por empleados de esa compañía de seguros. En 1972 pasó a llamarse Castilla y luego, como filial del Madrid, Real Madrid B y Real Madrid Castilla. En los primeros tiempos jugó en el antiguo Velódromo de Ciudad Lineal; ahora lo hace en el Estadio Alfredo Di Stéfano, situado en la Ciudad Real Madrid en Valdebebas. En la temporada 1979-1980 fue subcampeón de la Copa del Rey, disputando la histórica final contra el primer equipo del Real Madrid Club de Fútbol en el Estadio Santiago Bernabéu. Al año siguiente participó en la Recopa de Europa cayendo en la primera ronda. En los años siguientes llegó a conquistar el campeonato de segunda división (1983/1984) con el mítico equipo de la "Quinta del Buitre", que iba alternando su actuación en el filial con apariciones con la primera plantilla.
Se fundó en 1967 y ha militado en Primera de Aficionados, Preferente y Tercera División. Juega en el estadio Nuestra Señora de la Torre, con hierba artificial y capacidad para 3000 aficionados, y su vestimenta se compone de camiseta blanca, pantalón azul y medias azules.
Está formada por la unión del Club Deportivo Moratalaz y la Escuela Deportiva Unión de Moratalaz, que a su vez estaba formada por la unificación de cuatro equipos de fútbol del barrio: Morataleña, Nueva Castilla, Olímpico de Moratalaz, y Betancunia. Tiene dos campos de fútbol, La Dehesa de Moratalaz y el Lili Álvarez (antiguos Urbis y Pavones Este), y un tercero de Fútbol 7, el Vandel. Todo el uniforme es de color negro y el primer equipo juega en Preferente.
El C.D. Colonia Moscardo (el Mosca) fue fundado en 1945 para los futbolistas de los barrios de Usera y de la Colonia Moscardó. Su principal labor es la de ser cantera del fútbol madrileño. Ha jugado en Segunda y en Tercera División y actualmente en la categoría Preferente. Su uniforme está formado por camiseta rojiblanca, pantalón azul y medias azules. Juega en el estadio Román Valero, de su propiedad, que recibe el nombre del presidente histórico del club, cuenta con capacidad para 5.000 espectadores y dispone de césped.
La Sociedad Recreativa Villaverde-Boetticher C.F. fue creada en el distrito de Villaverde, en 1971, por la empresa Boetticher. Juega actualmente en categoría Preferente en el Boetticher (el Boti), con una capacidad para 2.000 espectadores. Su uniforme es de camiseta verde, pantalón blanco y medias verdes.
El Puerta Bonita (el Puerta), fundado en 1942 en el barrio de Puerta Bonita del distrito de Carabanchel, milita en Preferente pero lo ha hecho habitualmente en Tercera División. Destaca por sus equipos filiales y de fútbol base, siendo uno de los que más jugadores tiene en la Comunidad de Madrid. Su uniforme es camiseta blanca, pantalón blanco y medias blancas. Actualmente juega en el antiguo Canódromo de Carabanchel, en Vía Carpetana, remodelado como recinto deportivo multiusos, con capacidad para 4.000 personas y hierba artificial. Antes de usar este campo, el Puerta Bonita ocupó históricamente las instalaciones de El Hogar, en Oporto, en la esquina de la Calle de la Oca y General Ricardos, un estadio con capacidad para 1.000 personas con un campo de tierra que ahora es utilizado para los entrenamientos y para las categorías inferiores.
Fue fundado en 1916 y comenzó su actividad deportiva en descampados de los municipios carabancheleros: el Alto y el Bajo. En la temporada 1.954-1.955 consiguió por primera vez en su historia el ascenso a la Tercera División. Juega en el estadio de la Mina, últimamente renovado, situado en la calle Monseñor Oscar Romero, en el barrio de Carabanchel. El uniforme es camiseta blanca con pantalón negro y medias blancas.
Además de los ya citados, había y hay otros campos de fútbol diseminados por la ciudad.
En la Ronda de Toledo esquina a Gasómetro y al paseo de las Acacias estuvo la fábrica de Gas. Y junto a ella el famoso Campo del Gas, un campo de fútbol regional escenario todos los viernes de grandes veladas de boxeo. Viejos aficionados, hombres de edad indefinible y aspecto patibulario, chelis y mujeres vistosas se reunían para ver el espectáculo de unos jóvenes que se golpeaban sobre el ring por una corta paga, mientras acariciaban sueños ambiciosos. Pero también combates estelares, como el que protagonizaron Carrasco y Velázquez, de una dureza increíble. Y también lucha libre, con Hércules Cortés, campeón de pesos pesados, como su máximo protagonista. En los terrenos se levantaron varios edificios de viviendas y un parque en el que se conserva la gran chimenea de la fábrica.
En lo que hoy es el Parque del Templo de Debob, en la parte alta de la Montaña del Príncipe Pió, estuvo el Cuartel de la Montaña. El 19 de julio de 1936, el general Fanjul se unió a los facciosos y se hizo fuerte en él junto con 1.500 de sus hombres. Esa tarde, el cuartel fue rodeado por tropas leales al gobierno de la República, guardias de Asalto, civiles y milicias populares y, al amanecer del día 20, se inició el cañoneo del cuartel con el empleo también de la aviación, resultando prácticamente destruido. Tras la guerra, y mientras se barajaban ideas para aprovechar el enorme terreno, fue utilizado durante años para unas instalaciones deportivas algo cutres, con pistas y campos de ceniza y vestuarios e instalaciones sanitarias innombrables (el actual polideportivo José María Cagigal, un poco alejado, junto al Puente de los Franceses, es un sucesor de ellas).
Junto al Hospital del Niño Jesús, en la avenida de Menéndez Pelayo, se encontraba la estación del Niño Jesús, también conocida como estación de Arganda, con trenes de mercancías que traían yeso de Vaciamadrid y pedernal, cal y grava de Vicalvaro y Arganda. Ocasionalmente prestó servicio de viajeros, especialmente los domingos para ir a Arganda, dando pie al dicho popular de "el tren de Arganda, pita más que anda". Y para el personal ferroviario tenían un campo de fútbol que llamaban el de la Carbonilla, que como su nombre indica era por el carbón fino esparcido por encima del duro terreno. Justo donde estaba el campo se levanta hoy la Torre del Retiro
El Parque Deportivo Puerta de Hierro (antiguo Parque Sindical), en la carretera de la Coruña kilómetro 7, fue durante años un sitio que conservaba el encanto de tiempos pasados pero recientes. A mediados del siglo pasado, las piscinas del recinto deportivo se convirtieron en el llamado "charco del obrero", una cita de fin de semana para el disfrute popular y bullicioso. Más de 25.000 productores se agolpaban allí cada festivo y fue necesario poner una línea de autobuses que partían de Moncloa. Y además, en sus sobredimensionadas instalaciones cabían todos los deportes, y entre ellos el fútbol, con varios campos, uno de ellos con gradas y terreno de hierba. Pero por desgracia, la Comunidad de Madrid, que es ahora su propietaria, se empeñó en poner al día alguna de sus señas de identidad… y a fe que lo consiguió. Han convertido un espacio de deporte o consumo popular en un coto dirigido a esas élites sociales tan adictas al pádel y el golf.
En lo que fue antiguo cementerio de San Martín, entre las actuales calles de Santander, Juan Vigón, Jesús Maestro e Islas Filipinas, en 1952 se levantó el mítico Estadio Vallehermoso, dedicado principalmente a atletismo y con campo de fútbol y de rugby en la parte central. En 2008 fue derribado y se prometió un nuevo recinto acorde con los tiempos, pero como no prosperó la candidatura olímpica de Madrid para 2012, 2016 y 2020, el proyecto quedó reducido en 2014 a un centro deportivo de mucha menor dimensión, explotado por una empresa privada y que solo ofrece pistas de pádel, gimnasio, dos piscinas y spa. El estadio quedo para tiempos mejores. Pero por fin, en 2017 se retomó su construcción, para ser inaugurado en agosto de 2019. Cuenta con una pista de 400 metros de cuerda y ocho calles de tartán verde lima, además de un graderío parcialmente cubierto para 10.000 espectadores sentados, aunque no tiene campo de fútbol. El Club Deportivo Apóstol Santiago, en la calle Méjico de la barriada del Parral, en La Guindalera, distrito de Salamanca. Gran complejo privado que fue levantado en 1940
Y además, entre otros:
El Campo de Fútbol Nuestra Señora Soledad, en la calle Ayerbe, del barrio de Aeropuerto, en el que juega el C.D. Barajas.
El Canillas, en la calle Agustín de Iturbide, con hierba artificial. Juega el C.D. Canillas.
El Centro Deportivo Municipal Aluche, en la avenida del General Fanjúl, en Aluche, con campo de hierba. Juegan el San Ignacio de Loyola, el A.D. Buenavista Castilla y el Aluche C.D.
El Centro deportivo Sage, en la calle Escalona, también en Aluche.
El Campo Municipal de San Blas, en la calle de Guadalajara, con hierba artificial. Juegan el E.D.M. San Blas y el C.D. Domingo Sabio
El Arjona, en la calle Jiménez Martín del barrio de Lucero, con terreno de tierra. Juega el C.F. Águilas del Lucero.
El Municipal de Hortaleza, en la calle Monóvar, de tierra. Juega la A.D. Sporting Hortaleza.
El Isla de Tabarca, en el barrio de Peñagrande, de tierra. Juega el Rayo del Pilar C.F.
El Polideportivo Municipal del Barrio del Pilar, en la avenida Monforte de Lemos. Juega La Paz C.F.
El Estadio Antonio Sanfiz, en la calle Fuente del Rey. Juega el Aravaca C.F., fundado en 1934.
La Instalación Deportiva Municipal Alberto García, en la calle Reguera de Tomateros, en el Pozo del Tío Raimundo, con el campo de hierba artificial.
El Centro Deportivo Canal De Isabel II, en avenida de Islas Filipinas, en Chamberí, con campos de hierba artificial. Juegan el Celtic Castilla C.F. y el C.D. Unión América entre otros.
El estadio de Orcasitas, en el Camino Viejo de Villaverde, de tierra, donde juega el C.D. Orcasitas.
Y por supuesto, en muchos patios de recreo de los colegios
En tiempos pasados, los jugadores pertenecientes a equipos federados o adscritos a alguna competición jugaban en sus estadios o en campos de más o menos categoría, aunque algunos se limitaran a los simples palos de las porterías sobre un terreno infame. Pero los chicos jugábamos en la calle como en cualquier sitio de España, con dos porterías improvisadas entre dos piedras, montoncillos de abrigos, jerséis o las carteras del cole. Los coches apenas pasaban, y de las caballerías había tiempo para retirarse. Cualquier sitio era bueno, y el mejor una plaza amplia y despejada o un solar desocupado, así evitabas molestar a la gente o romper algún cristal de las ventanas. Y mucho mejor un descampado en las afueras, que entonces se llegaba rápido, y por todos los barrios, por Chamberí, por el de Salamanca, por Cuatro Caminos, por la Arganzuela... "Jugabas a tus anchas" y no había miedo de "aburrir" la pelota (colarse en una casa tras la tapia). En Chamberí, el antiguo cementerio de la Patriarcal, entre las calles de Vallehermoso, Donoso Cortés y Magallanes, clausurado y abandonado, y que no fue demolido hasta pasada la Guerra Civil, era utilizado por los chicos para jugar al fútbol entre ataúdes rotos y huesos desperdigados (el “campo de las calaveras”); luego, adecentado, sirvió como terreno de juego para el equipo de fútbol de la Casa de la Moneda y Timbre. En 1952 el Estado levantó allí el Parque Móvil Ministerial y viviendas de sus funcionarios. En el mismo Chamberí, en la calle de Santa Engracia, entre García de Paredes y Viriato estuvo la Fundición Bonaplata, cuando se marcharon en 1928 dejaron un solar que era aprovechado para jugar al fútbol. Al final de la calle de Sainz de Baranda había unos terraplenes que bajaban hasta el arroyo Abroñigal y junto a ellos unas explanadas para practicar el fútbol. Y tantos otros sitios, como la plaza de la Villa de París, el Parque del Oeste, los antiguos bulevares, el paseo del Prado, la Casa de Campo, la Chopera del Retiro, junto a la ermita de San Antonio de la Florida...
El enterramiento de los difuntos se hizo siempre en lugares apartados de los núcleos de población. Así lo hicieron los árabes en el Madrid musulmán, en un cementerio situado por la actual plaza de la Cebada, fuera del entonces recinto amurallado, y así lo hicieron luego los cristianos durante años. Incluso hubo una necrópolis del siglo VI en el actual barrio de Valdeacederas, en un asentamiento visigodo anterior a la fundación de la ciudad. Pero a partir del siglo XIII vino a hacerse mayormente en las iglesias, costumbre que se prolongaría hasta principios del XIX. Las gentes a su fallecimiento querían estar lo más cerca posible del Dios Todopoderoso, y siempre en presencia de reliquias e imágenes de los santos, para obtener de ellos el beneficio de la intercesión ante el Padre. La Iglesia, por otra parte, consideraba que la visión de los sepulcros ayudaba a recordar la brevedad de esta vida y a mantener a los fieles preparados para el tránsito a la muerte. Si entre los vivos había clases sociales, también las había entre los muertos: las familias poderosas y la nobleza podían pagarse su sepultura perpetua en el interior de las iglesias, en capillas particulares con grandes mausoleos de mármol; otros, de clases más bajas, sólo lograban acceder a una fosa en el suelo de los templos, bajo una losa de piedra, y aún otros, los pobres, en ruin y basta caja de pino sin labrar, al exterior, sin ningún tipo de protección, expuestos sus cuerpos a la rápida destrucción. Un caso aparte eran las muertes en circunstancias "especiales". A los suicidas se les solía enterrar en la parte norte de los cementerios, a la sombra de la iglesia donde no se colocaban otras tumbas, por ser la zona más fría y desagradable; a los criminales ajusticiados se le enterraba (o dejaban expuesto el cadáver para dar ejemplo) en las encrucijadas de los caminos, y los niños nonatos o neonatos no bautizados también tenían su lugar especial lejos del resto de los difuntos. En Madrid hubo incluso un cementerio para aquellos que morían en un duelo, ubicado en los alrededores de la Puerta de Toledo. De los pequeños camposantos junto a las iglesias hay algunas referencias. Lo tuvo la iglesia de San Andrés, donde se enterró a San Isidro antes de trasladarlo al interior de la misma. El de la iglesia de San Sebastián estaba situado en la parte trasera, en la esquina de la calle de Huertas, y allí se produjo una escena sobrecogedora cuando el escritor José Cadalso, incapaz de soportar la soledad por la muerte de su amada, la conocida actriz María Ignacia "La Divina", volvió una noche a la tumba para desenterrar su cuerpo, siendo sorprendido por los vigilantes en plena acción. La desaparecida iglesia de San Luis Obispo, en la calle de la Montera, lo tenía en la actual plaza del Carmen. Y el de la iglesia de San Ginés se encontraba donde hoy está su atrio de entrada. El que dependía de la ermita de San Antonio de la Florida aún permanece. Es un pequeño recinto levantado en 1796 en la zona limítrofe suroeste del Parque del Oeste, a pocos pasos de la propia ermita. En él fueron enterrados, en una fosa común, los cuarenta y tres patriotas madrileños fusilados en la montaña del Príncipe Pío, la madrugada del 3 de mayo de 1808. Una columna conmemorativa y tres lápidas recuerdan el terrible acontecimiento. Igualmente, los hospitales tenían también sus propios cementerios destinados a los que fallecían en sus instalaciones y no podían costearse su propia sepultura. Así sucedía en el Hospital General de San Carlos (hoy Museo Reina Sofía), en la calle de Santa Isabel, donde hay leyendas de fantasmas deambulando por sus corredores. Y en el de la Buena Dicha, en la calle de Silva, que dependía del cercano y también desaparecido monasterio de San Martín, y en el que se utilizaba un único ataúd, de quita y pon, para el sepelio de los enterrados de limosna. Allí se atendió a muchos de los heridos del levantamiento del 2 de mayo de 1808, y allí fueron enterrados muchos de los muertos, entre ellos Manuela Malasaña y Clara del Rey. Tanto el hospital como el cementerio desaparecieron en 1917 y en su lugar se levanta ahora la iglesia de la Buena Dicha Como en otros muchos sitios, aquí en Madrid, y sobre todo a partir del aumento de población que la villa experimentó durante el reinado de los Reyes Católicos, el espacio de las iglesias se quedó escaso para albergar tanto cadáver, por lo que de tiempo en tiempo se realizaba la llamada "monda de cuerpos", que consistía en remover a los enterrados, mezclar con la tierra los restos de carne en descomposición y extraer los huesos para llevarlos a un osario. Quedaba así espacio para nuevas inhumaciones. Tan macabra operación, además del hedor insoportable y persistente que dejaba, y que era mitigado a duras penas con agua olorosa, originó la propagación de muchas enfermedades. Y fue precisamente una epidemia de peste que asoló el país en 1781, y cuyo foco se desató en la parroquia de Pasajes (Guipúzcoa), el motivo por el que Carlos III se vio obligado a decretar la prohibición de los enterramientos en las iglesias y a ordenar la construcción de cementerios bien ventilados fuera de las ciudades, a ser posible junto a una capilla, y para ello dio ejemplo ordenando la construcción de los cementerios de los Reales Sitios de La Granja y de El Pardo y uno pequeño en el Retiro, más o menos donde se encuentra ahora la fuente del Ángel Caído, y al que se añadió en 1787 una capilla dedicada a San Fernando. Estaba destinado a dar sepultura a los héroes de la Independencia y a los trabajadores del propio parque. Desapareció en 1874 al abrirse el paseo de Fernán Núñez. Pero ahí quedó todo, pues las disposiciones no serían efectivas hasta la época de José Bonaparte, dado el gran arraigo de las costumbres y creencias entre las gentes. En Madrid, de los cuatro cementerios municipales proyectados en los alrededores de la ciudad, por fuera de la tapia que Felipe IV mandara levantar en 1625, y en sus cuatro puntos cardinales, sólo se construyeron dos, el General del Norte, inaugurado en 1809 en terrenos de lo que luego sería el distrito de Chamberí, y el del Sur, abierto en 1810 al otro lado del Puente de Toledo. Pero fueron las cofradías Sacramentales (de obligada existencia en todas las parroquias de la Cristiandad por orden del Papa Pío V, a mediados del siglo XVI) las que verdaderamente dieron el paso definitivo al crear, bien individualmente o agrupadas, sus propios cementerios para los cofrades. El primero fue el de la Sacramental de San Pedro y San Andrés, establecido en 1811 junto a la ermita de San Isidro, y que al ir ampliándose sucesivamente a lo largo de los años tomo el nombre de Cementerio de la Sacramental de San Isidro, San Pedro y San Andrés. Después vinieron los de otras Sacramentales. Dos por la zona de la actual calle de Méndez Álvaro: el de San Nicolás y el de San Sebastián. Tres en el norte, de nuevo en el actual Chamberí: el de San Ginés y San Luis, el de la Patriarcal y el de San Martín. Y otros tres en el sur, también al otro lado del Manzanares y ahora prácticamente en medio de la ciudad: el de San Justo, el de Santa María y el de San Lorenzo. De todos estos once cementerios antiguos, sólo quedan cuatro en pie, el de las Sacramentales de San Isidro, de San Justo, de Santa María y de San Lorenzo. Los demás fueron clausurados en 1884, coincidiendo con la inauguración del Cementerio de la Almudena, aunque en el del Sur y en el de San Martín se siguió enterrando en años posteriores. Y como la legislación obligaba a que pasara un cierto tiempo hasta que pudieran derribarse, quedaron durante años abandonados y en continua degradación.
El General del Norte, inaugurado en 1809, estaba situado entre las calles de Magallanes, Fernando el Católico, Rodríguez San Pedro y la plaza del Conde Valle de Súchill. Su arquitecto, Juan de Villanueva, introdujo el sistema de nichos tomando la idea del cementerio de Lachaise (París). En su entrada principal (donde actualmente está la calle de Magallanes) se colocó una monumental cruz de piedra procedente del Calvario de Leganitos. Y en su interior había una capilla neoclásica (la obra más valiosa de todo el conjunto) que sirvió como sede de la Parroquia de los Dolores desde la clausura del cementerio en 1884 hasta 1908. Desde un principio estuvieron algunas zonas de este cementerio bajo la neblina romántica de leyendas y tradiciones fantasmales, como la nacida en torno a la condesa de Jaruco (amante de José Bonaparte) que desapareció la misma noche del enterramiento para, sin saberse cómo, aparecer sepultada en el jardín de su palacete, en la calle del Clavel. Hecho célebre fue también el entierro de Mariano José de Larra en 1837, acto en el se revelaría, con la lectura de unos famosos versos, otro genio del Romanticismo: José Zorrilla.
En el solar del Cementerio General del Norte, la Compañía Madrileña de Tranvías construyó a partir de 1901 sus cocheras y fábrica de electricidad. Su derribo en los años 60 dio lugar a la plaza del Conde de Valle de Súchil y zona aledaña.   En 1994, en las obras de un colector para el aparcamiento en construcción de la plaza del Conde del Valle de Súchil, se encontró una galería de ladrillo, piedra y cal (con unas dimensiones de 3,5 metros de alto por 1,20 de ancho y a 12 metros de profundidad) con unos 650 esqueletos humanos. En el primer momento se pensó que era una fosa común de la guerra civil, pero pronto se comprobó que era el osario del antiguo cementerio. Se calcula que en la zona puedan quedar no menos de 5000 restos humanos.
Fue abierto en 1810 al otro lado de la Puerta de Toledo, pasado el río entre las carreteras antiguas de Carabanchel y Getafe, en el alto de Opañel. Su misión principal fue para enterrar todos los muertos producidos por la Guerra de la Independencia, ya que el del Norte se había quedado pequeño. Se dividía en 8 cuarteles, uno por cada parroquia de su circunscripción: San Lorenzo, San Pedro, San Millán, Santa Cruz, San Sebastián, San Justo y San Andrés y el último para los Reales Hospitales. En su centro se hallaba una hermosa cruz diseñada por Ventura Rodríguez en 1773 y que hasta entonces había estado en la plaza del Ángel.   Fue un cementerio con pocas atenciones municipales, y que, debido a su abandono, los fallecidos recién enterrados eran pasto de perros y pájaros. Algo de esto se subsanó cuando en 1818 se repararon las cercas y se construyó la capilla de la que carecía hasta entonces. Aún así, ya en 1821 se encontraba en mal estado debido a su precipitada construcción. Además, era conocido como el "Cementerio de los Ajusticiados", ya que en él es donde se enterraba a los reos ajusticiados en la Plaza de la Cebada, como fue el caso de Luis Candelas. Fue ampliado varias veces y se clausuró en 1884, pero a pesar de su estado ruinoso siguió sirviendo de lugar de enterramiento años después. Finalmente fue demolido en 1942 y los restos humanos que allí quedaban se trasladaron al Cementerio de La Almudena. En el solar que ocupaba se encuentran en la actualidad el Centro Deportivo San Miguel, que da a la tapia del Cementerio de la Sacramental de San Lorenzo y San José (construido en 1851), y bloques de viviendas en torno a las calles de la Verdad y Navahonda.
Fue el primero de los cementerios que las cofradías Sacramentales abrieron en las afueras de Madrid y aún permanece. Se construyó en 1811 detrás de la ermita de San Isidro sobre el llamado Cerro de las Ánimas, en el entorno de la actual Vía Carpetana, dando por delante a la avenida de la ermita del Santo. Su nombre inicial era Cementerio de la Sacramental de San Pedro y San Andrés, pero que al ser ampliando sucesivamente a lo largo de los años añadió el de San Isidro. Es propiedad de la Archicofradía del Santísimo Sacramento, San Isidro Labrador y Ánimas del Purgatorio. Fue diseñado por José Llorente y durante el siglo XIX se convirtió en el cementerio preferido por la aristocracia, los políticos, los grandes burgueses y los artistas, lo que nos ha legado, entre sus siete patios, un conjunto de panteones de gran calidad artística. Los arquitectos emplearon todos los recursos disponibles, enriqueciendo sus construcciones con obras de los mejores escultores (muy pocas de tema religioso y sí alegóricas) y bellos trabajos de cantería, forja, vidrieras y esmaltes. Está considerado uno de los cementerios más interesantes de Europa, y catalogado como Bien de Interés Cultural en la categoría de Conjunto Histórico. Los tres patios más antiguos, rectangulares y con diseño a manera de claustros, son los más interesantes. En el primero, dedicado a San Pedro y construido en 1811 por Rafael Isidoro de Hervias, se pueden encontrar las sepulturas de Campomanes y de la familia los Madrazo. Desde él se tienen unas vistas espléndidas sobre Madrid. En el segundo, de San Andrés, obra de José Llorente en 1829, descansan entre otros el general Diego de León, el conde de Toreno y la duquesa de Alba (la de la maja de Goya). En el tercero, de San Isidro, construido por José Alejandro Álvarez en 1842, están enterrados personajes como Leandro Fernández de Moratín, Ramón de Mesonero Romanos o Consuelo Bello (la Fornarina). A mediados del siglo XIX se añadió otro patio dedicado a la Inmaculada Concepción, que encierra un formidable conjunto de panteones con todos los estilos imperantes en la época, y en el que sobresale sobre todos el de la familia Guirao, la mayor joya entre muchas otras de la Sacramental de San Isidro, obra cumbre del modernismo español y trabajo póstumo de Agustín Querol. Situado en una glorieta alta que permite contemplar su belleza desde lejos, entre los muchos elementos y figuras que componen el panteón encontramos un ángel de la caridad, una alegoría al desconsuelo, el ángel de la inmortalidad, dos mendigos, un ángel melancólico esparciendo flores... y todo ello formando un gran complejo escultórico alzando sus curvas hacia el cielo y cantando a la muerte con increíble majestuosidad. Todas las figuras están impulsadas por un movimiento ascendente, todo vuela, se enlaza y sube hacia lo alto de la cruz, que remata el conjunto. Los recintos posteriores ya no alcanzan la calidad de los cuatro anteriores.
El Cementerio de la Sacramental de San Salvador, San Nicolás de Bari y del Hospital de la Pasión, simplemente conocido como Cementerio de San Nicolás, se encontraba entre las actuales calles de Méndez Álvaro, Áncora, Bustamante y Vara del Rey. Fue diseñado por Manuel de la Peña, discípulo de Villanueva, y construido en 1819 por José Alejandro, quien levantó una bella portada. Tenía dos patios originalmente, tuvo varias ampliaciones posteriores y fue derribado en 1912. Ilustres fallecidos que en él reposaron fueron: Calderón de la Barca, cuyo cuerpo se trasladó en 1841 de la derribada iglesia de San Salvador de la calle Mayor; José de Espronceda, enterrado hoy en el Cementerio de San Justo; Martínez de la Rosa, Olózaga o los condes de Tepa.     hoy en el Panteón de Hombres Ilustres junto a la Basílica de Atocha En él se encontraba el mausoleo "Monumento de la Libertad", erigido en 1857 para contener los restos entre otros de Argüelles, Mendizábal y Calatrava. Hoy este mausoleo se encuentra en una esquina del patio del Panteón de Hombres Ilustres junto a la basílica de Atocha. En su solar se levantó parte de la Fábrica de Cervezas El Águila, trasformada hoy día en Archivo y Biblioteca Regional de la Comunidad de Madrid "Joaquín Leguina", complejo más conocido como el "Leguidú".
Estaba situado junto al anterior, entre las calles de Méndez Álvaro, Canarias, Vara de Rey y Ramírez de Prado. Se construyo en 1821, según diseño de José Llorente, con un patio rectangular y galerías de nichos en tres de sus lados imitando la arquitectura de las corralas.   Tuvo ampliaciones posteriores en 1884, 1852 y 1872 hasta completar cinco patios: San Sebastián, Nuestra Señora de la Concepción, San Pedro, San Pablo y San Andrés Avelino. Lo único destacable era el suntuoso panteón del que fuera director del Banco de San Carlos, don Joaquín Fagoaga, situado en el centro del segundo patio. Fue clausurado en 1884 pero demolido en 1925. En su solar se levantó parte de la Fabrica de Cervezas El Águila y el antiguo edificio de la Standard Eléctrica.
Estaba ubicado entre las calles de Magallanes, Fernando el Católico, Vallehermoso y Donoso Cortés. Se erigió en 1831 y se reformo y amplió en 1846. Según cuentan, era uno de los cementerios más bellos por su frondoso y florido jardín romántico, además de sus pabellones porticados con columnas y su impresionante fachada. Algunos de sus ilustres moradores fueron Alcalá Galiano, Bretón de los Herreros, Hartzenbusch o Leonardo Alenza. Fue clausurado en 1884 y su solar está ocupado por bloques de viviendas.   Cementerio de la Patriarcal Fue construido en 1849 por la Congregación del Santísimo Cristo de la Obediencia y Hermandad de Palacio, para dar sepultura a los miembros que dependían de la Iglesia de la Patriarcal, que eran fundamentalmente soldados, funcionarios y demás empleados de la Casa Real. Se encontraba entre lo que hoy son las calles de Joaquín María López, Vallehermoso, Donoso Cortés y Magallanes, que era la vía de acceso común con la de los dos anteriores y también al General del Norte, y por eso conocida como "callejón de los muertos".   Era un cementerio pequeño de un solo patio rodeado de nichos y en el que solo merece destacar el monumento a Quintana, levantado por suscripción popular. Entre los ilustres enterrados aquí estaban Hilarión Eslava y Joaquín Gaztambide. Cuando la Iglesia del Buen Suceso (Puerta del Sol) se derribó a mediados del siglo XIX, se trasladaron aquí los cuerpos de los fusilados en la madrugada del 3 de mayo de 1808, que descansaban en el patio de dicha iglesia. No fue demolido hasta pasada la Guerra Civil y hasta los niños jugaban en él al fútbol entre ataúdes rotos y huesos desperdigados (el "campo de las calaveras"). En 1952 el Estado levantó el Parque Móvil Ministerial y viviendas de sus funcionarios
Fue construido en 1849 por Wenceslao Gaviña para la Archicofradía Sacramental de San Martín y San Ildefonso, una de las más antiguas de Madrid. Dos años más tarde, era uno de los cementerios más importantes de la capital y la más grande necrópolis de la zona. Estaba situado entre las actuales calles de Santander, Juan Vigón, Jesús Maestro e Islas Filipinas.   Sus cuatro patios estaban dedicados a Santo Domingo, San Ildefonso, Nuestra Señora de la Paz y Santísimo Cristo. La entrada era porticada, con una bella columnata en semicírculo, y tenía a ambos lados dos construcciones hexagonales destinadas a capilla y vivienda del guarda. Aquí fueron enterrados, entre otros, el pintor Eduardo Rosales, los escritores Ángel Fernández de los Ríos y Antonio Velasco Zazo, el duque de Sevillano y los condes de Quinto. Se cerró oficialmente como los demás en 1884, pero se siguió enterrando allí hasta 1902, pues su ubicación más al norte hizo que fuera el último en desaparecer. En 1926 se pensó mantenerlo como jardín, derribando los nichos y conservando el pórtico y la capilla, además de añadir esculturas de alcaldes y fuentes ornamentales en una gran plaza central, pero este proyecto nunca vio la luz, e incluso durante la guerra civil sus nichos sirvieron de refugio. En 1952 se levantó en su solar el mítico Estadio de Vallehermoso, también derribado en 2008 y recuperado en 2019. Cementerio de la Sacramental de San Justo Su nombre completo es Cementerio de la Sacramental de San Justo, San Millán y Santa Cruz, y fue construido en 1847 sobre el llamado cerro de las Ánimas, en torno a la actual Vía Carpetana, y separado por una pared de otro cementerio, el de la Sacramental de San Isidro San Pedro y San Andrés, que había sido construido en 1811. La entrada es por el paseo de la Ermita del Santo. En él yacen importantes personales literarios del siglo XIX como los hermanos Álvarez Quintero, Adelardo López de Ayala o Manuel Tamayo y Baus. Compositores como Federico Chueca o Ruperto Chapí. Y también los restos de Ana Delgado Briones, más conocida como Anita Delgado, quien fue maharaní de Kapurthala; los de Pastora Imperio, en una zona del cementerio que está cubierta junto a la entrada del Paseo de la Ermita del Santo, los del actor Manuel Dicenta o los de Sara Montiel. En 1902, la Asociación de Escritores y Artistas construyó el panteón donde resguardar e ir agrupando las cenizas de los personajes más ilustres en las letras y las artes. Este panteón fue diseñado por Enrique María Repullés y Vargas. Los primeros en ocupar este panteón fueron José de Espronceda, Mariano José de Larra y Eduardo Rosales trasladados desde otros cementerios desaparecidos. Posteriormente, se han inhumado en este lugar los restos de Leandro Fernández de Moratín, Ramón Gómez de la Serna, Maruchi Fresno, Carmen Conde, Luis Escobar y Rafaela Aparicio, entre otros. Desgraciadamente se ha añadido una parte moderna al cementerio que parece más un aparcamiento de tumbas que un lugar de descanso eterno. Cementerio de la Sacramental de Santa María Se encuentra en la calle Comuneros de Castilla y fue construido en 1842, según diseño de José Alejandro Álvarez, sobre la antigua ermita de San Dámaso, que se encontraba en las inmediaciones del actual Parque de San Isidro. Pertenecía a la desaparecida iglesia de Santa María, de la que podemos ver unos pocos restos al final de la calle Mayor. También sirvió de descanso a los pobres que fallecían en el Hospital General (actualmente Centro de Arte Reina Sofía). Entre los personajes ilustres que en él descansan se encuentran el que fuera alcalde de Madrid D. José Francos Rodríguez, Enrique Jardiel Poncela y a la actriz Loreto Prado.
Se levantó en 1851 en la calle de la Verdad, junto al ya desaparecido Cementerio General del Sur. Fue el último de los que se construyeron por las Sacramentales, cuando entró en vigor la prohibición del rey José Bonaparte de enterrar a los difuntos en el interior de las Iglesias. En un principio se trató de un pequeño cementerio estructurado entorno a un patio, ampliado sucesivamente a base de otros patios yuxtapuestos. En su interior están enterrados importantes personajes como los Condes de Montijo, padres de la emperatriz Eugenia de Montijo, el político Raimundo Fernández de Villaverde, el actor Julián Romea o el religioso Pedro Poveda, fundador de las Teresianas. Detrás de la capilla se encuentra una de las más curiosas tumbas, quizá, de los cementerios madrileños, la de don José Muñoz del Castillo, químico, que murió en 1920, realizada en forma de gruta con piedras de rocalla. Los cementerios actuales Además de las antiguas Sacramentales de San Isidro, de San Justo, de Santa María y de San Lorenzo, hay en Madrid otros cementerios construidos posteriormente: la Necrópolis del Este (constituida por los cementerios de la Almudena, el Civil y el Hebreo), el Británico y el Cementerio Sur. Y a estos hay que añadir los pertenecientes a antiguos pueblos anexionados a la capital, como son los de Aravaca, Barajas, Canillas, Canillejas, Carabanchel (conserva en su interior la ermita mudéjar de Santa María la Antigua, del siglo XIV), Fuencarral (con un monumento a los brigadistas que murieron durante la Guerra Civil por la libertad del pueblo español), Hortaleza, El Pardo (con enterramientos de la familia de Franco, Carrero Blanco, Arias Navarro, familia Fierro, Familia Banús, familia Luca de Tena y del también dictador Leonidas Trujillo, de la Republica Dominicana), Vallecas, Villaverde y Vicálvaro. El de San Martín de la Rosa se encontraba junto a los actuales aparcamientos de la estación de Chamartín. En su día fue muy polémica su desaparición por el gran trastorno que provocó en los familiares la exhumación de los restos para trasladarlos al Cementerio de la Almudena. Y casos muy especiales de enterramiento son los monumentos a los Caídos por España y el Panteón de Hombres ilustres.
El Cementerio de Nuestra Señora de la Almudena es la parte más extensa de la Necrópolis del Este, del que forman parte también el Cementerio Civil y el Hebreo. Se encuentra entre las avenidas de Daroca y de Guadalajara. La idea de construirlo surgió en la década de 1860, cuando el crecimiento de la población y el plan de ensanche de la ciudad obligaba al cierre de muchos de los camposantos existentes. Se planeaba realizar dos grandes necrópolis municipales llamadas del Este y del Oeste, pero sólo vio la luz la del Este. El proyecto de las obras, iniciadas en 1877 en terrenos de la La Elipa (entonces perteneciente al término municipal de Vicálvaro) fue de los arquitectos Fernando Arbós y José Urioste, que idearon un monumental trazado concéntrico ajustado a la topografía. Y una gran epidemia de cólera en 1884 precipitó el avance rápido de la construcción, debido a la necesidad de sepulturas, y su apertura ese mismo año con el nombre de Cementerio de Epidemias. En 1905 se hizo cargo de la continuación de la edificación el arquitecto municipal Francisco García Nava, que sin cambiar lo sustancial del proyecto inicial, introdujo elementos decorativos del modernismo y realizó un trabajo excepcional. La capilla de la iglesia, los depósitos (el general y el judicial), el pórtico de entrada y hasta las casas de la Administración son realmente monumentos de consideración. Estas obras no terminarían hasta 1925, año en el que se hizo la inauguración oficial. En 1955 se realizó una ampliación, y en los años setenta se le dotó de un horno crematorio realizado por Pedro Domínguez Ayerdi. Es el cementerio más grande de la ciudad y uno de los mayores de Europa occidental. El número de personas inhumadas en él a lo largo de su historia (más de cinco millones) sobrepasa al de los actuales habitantes de la ciudad. Entre los personajes ilustres enterrados en el cementerio cabe destacar, entre otros, a los escritores Alejandro Casona, Benito Pérez Galdós, Carmen Laforet, Dámaso Alonso, Francisco Umbral, Juan Carlos Onettti, Marcial Lafuente Estefanía y Vicente Aleixandre; artistas como Cecilia, El Fary, Enrique Urquijo, Estrellita Castro, Fernando Rey, Lola Flores o Manolo Morán; políticos como Niceto Alcalá Zamora o Tierno Galván; el científico Santiago Ramón y Cajal, el héroe de Cascorro Eloy Gonzalo o el humorista Luis Sánchez Polack "Tip". Y monumentos especiales a los Caídos de la División Azul, a los Caídos de la División Cóndor, a los Héroes de Cuba, a los Héroes de Filipinas, a los Fallecidos en el Teatro Novedades y a las Trece Rosas, nombre colectivo dado a trece muchachas fusiladas en las tapias del cementerio poco después de acabada la Guerra Civil, como lo fueron más de 2.500 otras personas hasta finales de 1945. En tiempos, los cortejos fúnebres al cementerio de la Almudena, pasaban por la plaza de Manuel Becerra, a la que se llamaba popularmente la plaza de la Alegría, ya que había muchas tabernas. Así, a la vuelta del entierro, los acompañantes paraban allí para, en buena camaradería, confraternidad y con el mejor de los deseos, "subir al muerto al cielo". Ya se conoce el dicho de "El muerto al hoyo y el vivo al bollo", o mejor otro que afirma sabiamente "El que va a un entierro y no bebe vino, el suyo viene de camino".
Forma parte de la Necrópolis del Este y se encuentra junto al Cementerio de La Almudena, del que se encuentra separador por la antigua carretera de Vicálvaro, hoy avenida de Daroca. Su origen vino dado por la Real Orden de 2 de abril de 1883, que establecía que en los ayuntamientos cabeza de partido judicial y en aquellos de más de 600 vecinos debía establecerse, al lado del cementerio católico, pero respetando el cerramiento de éste y con entrada independiente, un espacio cerrado destinado a los difuntos fuera de la religión católica. Se inauguró con la inhumación de Maravillas Leal González, que se suicidó el 9 de septiembre de 1884 a los veinte años de edad. En él se encuentran enterrados los presidentes de la Primera República Estanislao Figueras, Pi y Margall, y Nicolás Salmerón; el fundador del PSOE Pablo Iglesias; los líderes socialistas Julián Besteiro, Jaime Vera y Francisco Largo Caballero; el escritor Pío Baroja; los filósofos Pedro Laín Entralgo y Xavier Zubiri; el pedagogo Francisco Giner de los Ríos; el urbanista Arturo Soria o los comunistas Enrique Lister, Julian Grimau y Dolores Ibárruri Cementerio Hebreo Forma igualmente parte de la Necrópolis de Este y se encuentra en la avenida de Daroca. Fue inaugurado en 1922, cuando la comunidad judía que vivía en Madrid obtuvo el permiso del Gobierno Español para inhumar a sus muertos de acuerdo con sus creencias. Aquí, las tradicionales cruces o las flores que en la religión católica decoran las lápidas, son sustituidas por una pequeña inscripción en hebreo, en la que se glosa la personalidad del difunto, y símbolos como la estrella de David y el menorah (candelabro de siete brazos). Las sepulturas están situadas en apenas una hectárea de terreno a ambos lados de un único pasillo central. En cada una de ellas sólo hay un cuerpo enterrado, tal y como manda el ritual. La tradición funeraria judía, que no se pospone más de 24 horas desde el momento del fallecimiento salvo en casos extraordinarios, comienza con el paso imprescindible del lavado del cadáver, que implica la purificación del alma del individuo. Por ello, todos los cementerios judíos cuentan con un lavatorio.
Se encuentra en la calle Comandante Fontanes, esquina con la de Inglaterra, en el distrito de Carabanchel. Surgió a mitad del siglo XIX para dar sepultura a los extranjeros que no profesaran la religión católica y está administrado por el cónsul británico en Madrid. El primer registro de enterramiento data del 10 de febrero de 1854 a nombre de Arthur Thorold. Sobre la puerta hay un escudo del Reino Unido del escultor italiano Pedro S. Nicoli colocado en mayo de 1856. Sólo hay un panteón monumental, perteneciente a la familia de banqueros Bauer, antecedentes de los Rothschild. Es de estilo neoegipcio y tiene inscripciones en hebreo. También hay un monumento a la familia Parish, fundadores del circo Price, cuyo patriarca, Thomas Price, está enterrado aquí, y las tumbas de las familias Loewe, Boetticher, Girod, Lhardy, fundadores del restaurante madrileño homónimo, y la de los fundadores de la pastelería Embassy
A pesar de que el Cementerio de la Almudena fue ampliado por su parte meridional en 1955, hasta superar las cien hectáreas, muy pronto la edificación en los alrededores y la apertura de nuevas vías urbanas acabaron por imposibilitar nuevas y necesarias ampliaciones. Ese motivo y los problemas de accesibilidad desde los barrios occidentales, determinaron la construcción del Cementerio Sur o de Carabanchel, inaugurado en la época del desarrollismo, en fuerte contraste tipológico y ornamental con los camposantos heredados del siglo XIX y comienzos del XX. Se encuentra en la avenida de la Princesa Juana de Austria, y con sus 70 hectáreas es el segundo más grande de Madrid después del de la Almudena. Incluso, en una parcela aledaña, tiene un cementerio islámico que cumple todos los requisitos para los enterramientos de esta religión. Durante muchos años se encontraba a las afueras de la ciudad pero debido al desarrollo urbanístico ha quedado totalmente integrado en Carabanchel. Cabe destacar que incluso existe una línea especial de autobús que recorre su interior.
El Monumento a los Caídos por España, llamado antes de 1985 Obelisco o Monumento a los Héroes del Dos de Mayo, se encuentra en la Plaza de la Lealtad, junto al paseo del Prado, en el mismo sitio donde en la noche del 2 al 3 de mayo de 1808, las tropas francesas al mando del general Murat fusilaron a numerosos madrileños. Acabada la Guerra de la Independencia, las Cortes de 1814 quisieron rendir un homenaje a todas aquellas víctimas, construyendo un monumento en su memoria. Sin embargo, con la vuelta de Fernando VII esta iniciativa quedó paralizada, y no fue hasta el 21 de abril de 1821, durante el Trienio liberal, cuando se colocó la primera piedra. Las obras fueron realizadas por el arquitecto Isidro González Velázquez. De nuevo, con la restauración del absolutismo la construcción volvió a quedar paralizada hasta que en 1836 el Ayuntamiento decidió continuar la obra, quedando terminada en 1840. El monumento está compuesto por cuatro cuerpos. En la parte del zócalo se eleva un sarcófago con un medallón en bajorrelieve que representa los bustos de los capitanes Luis Daoiz y Pedro Velarde, artífices de la sublevación contra los franceses en el cuartel de artillería de Monteleón. También hay una urna que contiene las cenizas de los madrileños fusilados en estas jornadas. Sobre este zócalo se colocó un obelisco de piedra de 46 metros de altura. Y en los cuatro frentes, estatuas alegóricas representando la Constancia, el Valor, la Virtud y el Patriotismo. Desde 1985, el monumento pasó a dedicarse a todos los caídos por España en cuya memoria se colocó una llama que arde permanentemente.
En 1837 las Cortes Generales votaron el proyecto para convertir la iglesia de San Francisco el Grande en Panteón Nacional de Hombres Ilustres, que acogería los restos mortales de los personajes considerados de especial relevancia en la historia de España. Cuatro años después, la Real Academia de la Historia dio una primera lista de personajes, pero no fue hasta 1869 cuando se nombró una comisión a la que se dio un mes para localizar los restos. No pudieron ser hallados, y se dieron por perdidos, los restos de Cervantes, Lope de Vega, Luis Vives, Antonio Pérez, Juan de Herrera, Velázquez, Jorge Juan, Claudio Coello, Tirso de Molina, Juan de Mariana y Loreto. Finalmente, en 1869, se inauguró una capilla que acogió a los poetas Juan de Mena, Garcilaso de la Vega y Alonso de Ercilla; los militares Gonzalo Fernández de Córdoba (el Gran Capitán) y Federico Gravina; el humanista Ambrosio de Morales; el Justicia Mayor de Aragón Juan de Lanuza; los escritores Francisco de Quevedo y Pedro Calderón de la Barca; el político Zenón de Somodevilla y Bengoechea (Marqués de la Ensenada) y los arquitectos Ventura Rodríguez y Juan de Villanueva. Pero todo quedó ahí, sin prosperar el gran panteón, así que años después fueron devueltos los restos a sus lugares de origen, con lo que se cerró por un tiempo la idea de crear un panteón nacional. Tras la Guerra de la Independencia, el convento de Nuestra Señora de Atocha, que había sido ocupado por las tropas francesas en 1808, quedó muy deteriorado. No obstante, los dominicos volvieron a ocuparlo hasta ser exclaustrados en 1834, fecha en que abandonaron definitivamente el edificio, ya prácticamente en ruinas. El convento pasó a ser cuartel de Inválidos, por lo que varios de sus directores fueron enterrados allí, entre ellos José de Palafox, Francisco Castaños, Manuel Gutiérrez de la Concha y Juan Prim, además del político Antonio de Ríos Rosas. Y debido a estos enterramientos ya existentes, la reina regente María Cristina, viuda del rey Alfonso XII, decidió que la basílica que se había de construir en sustitución de la antigua, tuviera anexo un panteón que diera acogida a estos restos. Pero del ambicioso proyecto del arquitecto Fernando Arbós sólo se alzaron un campanil y el panteón, que quedó concluido en 1899. La basílica se edificó en 1924, pero sin seguir el diseño neobizantino inicial (durante la Guerra Civil fue incendiada; la actual es de 1951). En la actualidad, reposan allí los restos de Manuel de la Concha, Antonio Ríos Rosas, Martínez de la Rosa, Muñoz Torrero, Juan Álvarez de Mendizábal, José María Calatrava, Salustianao Olózaga, Agustín Argüelles, Antonio Cánovas del Castillo, Práxedes Mateo Sagasta, José Canalejas y Eduardo Dato. Durante un tiempo también estuvieron los restos de Prim, Palafox y Castaños, pero finalmente fueron trasladados a sus localidades de origen. Especial atención merecen las sepulturas y monumentos funerarios, entre las que destacan la de José Canalejas y el mausoleo conjunto, denominado Monumento a la Libertad. En la de José Canalejas, obra de Mariano Benlliure, sobre una base de mármol blanco, dos hombres y una mujer, esculpidos en el mismo material, trasladan el cuerpo del político asesinado hacia su sepulcro, de manera similar a como en algunas obras se representa el traslado de Cristo, cuya figura aparece con los brazos abiertos recibiendo el cadáver. En la parte trasera, bajo una cruz, dos guirnaldas con hojas de laurel y encina, símbolo de la inmortalidad. El Monumento a la Libertad, situado en el jardín del panteón, es obra de Federico Aparici, Ponciano Ponzano y Sabino Medina, y fue aquí trasladado en 1902 desde el desaparecido Cementerio de San Nicolás. Está formado por un cuerpo cilíndrico cubierto por un tejado cónico, rematado por una alegoría de la Libertad esculpida por Ponzano. Tres estatuas de Medina, representando la Pureza, el Gobierno y la Reforma, se apoyan sobre los sarcófagos de Mendizábal, Argüelles y Calatrava, para cuyos restos estaba destinado el monumento, aunque luego acogió también los de Muñoz Torrero, Martínez de la Rosa y Olózaga. Tumbas ilustres en iglesias madrileñas Existen o han existido muchas tumbas de personajes ilustres en el interior de las iglesias madrileñas. Incluso después de que Carlos III lo prohibiera, miembros del alto clero, las grandes y linajudas familias de la realeza y de la nobleza, y los potentados de la banca y la industria vienen siendo enterrados en suelo sagrado. No están aquí todas, pero sí las más importantes. En la Catedral de la Almudena, en el crucero de la nave derecha, frente a la entrada por la calle de Bailén, tiene su altar la Virgen de la Almudena, al que se accede por dos escaleras laterales con barandilla de bronce. Y bajo el arco rebajado formado por las escaleras, se halla la sepultura de la reina María de las Mercedes, primera esposa de Alfonso XII y muerta apenas cumplidos los dieciocho años. Sus restos fueron trasladados de El Escorial en el año 2000, cumpliendo la voluntad de la soberana de ser enterrada a los pies de la Virgen. La Cripta de la Almudena está llena de tumbas por todas partes, en las capillas, en las paredes, en cuevas y bóvedas subterráneas y en casi todo el suelo del edificio. Pensada en un primer momento para servir de mausoleo a la reina María de las Mercedes, muchas familias pudientes y burguesas, compraran aquí sus mausoleos para enterramientos, como el marques de Cubas, primer arquitecto de la Almudena, junto con su familia; los marqueses de Urquijo, los marqueses de San Juan, los condes de Santa María de Sisla, los condes de San Esteban de Cañongo, los marqueses de Maltrana o de los condes de Bustorredondo, entre otros. Y entre las muchas en el suelo, la de un personaje muy popular, el actor Antonio Riquelme. En la colegiata de San Isidro, en la calle de Toledo, se encuentra el cuerpo incorrupto de San Isidro y el de Santa María de la Cabeza. En el Monasterio de las Descalzas Reales, en la plaza de ese nombre, están sepultados los cuerpos, entre otros muchos, de la fundadora, doña Juana de Austria, hija de Carlos I y viuda del príncipe de Portugal, con escultura funeraria orante de Pompeyo Leoni, y de su hermana María de Austria, viuda del emperador Maximiliano II de Habsburgo. En la plaza de la Paja se levanta la capilla de Santa María y San Juan de Letrán (vulgarmente, del Obispo), de estilo gótico renacentista, fundada por un consejero de los Reyes Católicos y de Carlos I, don Francisco de Vargas, para albergar el cuerpo incorrupto de san Isidro. Pero por problemas surgidos con la parroquia de San Andrés, los restos del Santo Patrón sólo pudieron permanecer en esta capilla hasta 1544, por lo que fue destinada posteriormente a panteón familiar. Contiene así, los sepulcros de los fundadores, don Francisco de Vargas y doña Inés de Carvajal, su esposa, con figuras en alabastro de Giralte, y el del hijo, don Gutierre de Vargas y Carvajal, obispo de Plasencia, también de Giralte, en el que sobresale la figura de don Gutierre orante, arrodillado en riquísimo reclinatorio. En la Iglesia de Santa Bárbara, en la calle de Bárbara de Braganza, se encuentran los sepulcros de Fernando VI y su esposa Bárbara de Braganza, realizados por el arquitecto Francisco Sabatini y el escultor Francisco Gutiérrez por encargo de Carlos III. Y también el del general Leopoldo O´Donnell, primer duque de Tetuán, obra de Jerónimo Suñol. En la ermita de San Antonio de la Florida, y a los pies del presbiterio, se encuentra el panteón de Francisco de Goya, en la que se conserva la lápida que tuvo en el cementerio de Burdeos, ciudad en la que falleció. Junto a él está enterrado Martín Miguel de Goicoechea, su gran amigo. El 29 de septiembre de 1919 fueron enterrados juntos, para evitar un posible error en la identificación de los restos mortales. El cuerpo de Goya carece de cráneo, pues probablemente fue separado del tronco para la realización de análisis frenológicos. En la ermita de la Virgen del Puerto, en el paseo de ese nombre, la tumba de Francisco Antonio Salcedo y Aguirre, marqués de Vadillo, que fue alcalde corregidor de Madrid. En la iglesia de San Ginés, en la calle del Arenal, está enterrado don Tomás Luis de Victoria, ilustre músico y polifonista. Y en la Cripta de esta iglesia se han realizado y se siguen realizando enterramientos en panteones comprados por familias de la alta nobleza o de las finanzas. En la iglesia de San Cayetano, en la calle de Embajadores, se encuentra la tumba de Pedro de Ribera, el gran arquitecto del barroco madrileño. En el convento de las Mercedarias de don Juan de Alarcón, en la calle de la Puebla se halla el cuerpo incorrupto de la Beata Mariana de Jesús, el cual se expone al público todos los 17 de abril. En la iglesia de Santa Teresa y San José, de los PP. Carmelitas, en la plaza de España, se guarda el cuerpo incorrupto de fray Juan de la Miseria, retratista de Santa Teresa. En la esquina de la calle de Fuencarral con la de Divino Pastor se alza la iglesia, convento, residencia femenina y colegio de las RR. Hijas de María Inmaculada, más conocidas como monjas del "Servicio Doméstico". En un retablo lateral del templo, bajo el ara, se conserva el cuerpo de la fundadora, santa Vicenta María López y Vicuña. En el Templo Eucarístico diocesano de San Martín de Tours, de la Adoración Nocturna Femenina Española, en la calle del Desengaño, se encuentran los restos de Alexia González Barro, que murió en 1985, a los catorce años, a causa de un tumor en la columna vertebral. Está en proceso de beatificación. La película Camino, de Javier Fesser, está inspirada en su vida. La iglesia cuenta con una capilla de columbarios. En la iglesia de San Manuel y San Benito, en la calle de Alcalá, reposan los cuerpos de don Manuel Caviggioli y de su esposa doña Benita Maurici, que costearon la erección del templo en 1911. En el convento del Instituto de las Siervas de María, Ministras de los Enfermos, de la plaza de Chamberi, guardan en una urna las reliquias de la fundadora, santa María Soledad Torres Acosta. La iglesia de La Concepción, en la calle de Goya, de estilo neogótico se terminó de edificar en 1914, En su cripta hay más de treinta capillas funerarias, que se dieron a las familias de la nobleza madrileña que ayudaron a construir el templo. La antigua iglesia del convento de San Francisco (en su solar se edificó luego la basílica de San Francisco el Grande), de estilo gótico, tenía entre los contrafuertes veinticinco grandes capillas laterales, donde había cuarenta suntuosas tumbas, veintiocho de ellas con estatuas de alabastro. Allí reposaban los restos de personajes pertenecientes a familias de alta alcurnia como los Vargas, Ramírez, Luzón, Luján, Cárdenas, Solier y, en la capilla mayor, en el más espléndido mausoleo de todos, el de Ruy González de Clavijo, embajador de Enrique III en la corte del Gran Tamerlán de los tártaros. Esta última tumba fue luego trasladada a una capilla lateral para poner en su lugar la de doña Juana, esposa de Enrique IV. En el desaparecido convento de Santo Domingo, en la plaza y cuesta de ese nombre, estaba enterrado en una de las capillas el rey don Pedro I, en un mausoleo con su estatua orante, una magnífica figura en alabastro que se conserva en el Museo Arqueológico. Y en el coro, en otro bellísimo mausoleo en mármol blanco, la princesa doña Constanza de Castilla, nieta de Pedro I, que fue priora del convento durante cincuenta años. En el coro bajo del desaparecido monasterio de la Concepción Jerónima, situado entre las calles de Toledo (allí estaba el frente principal), Colegiata y Concepción Jerónima, se encontraba depositado el cuerpo de su fundadora, doña Beatriz Galindo, maestra de latín y consejera de la reina Isabel la Católica. Dos cenotafios de ella y de su marido, el famoso general y secretario de los Reyes Católicos don Francisco Ramírez, nunca llegaron a utilizarse y ahora se encuentran en el Museo de San Isidro. Cuando las monjas se trasladaron en 1870 a su nuevo convento en la calle de Lista (hoy Ortega y Gasset), se llevaron con ellas los restos de La latina, pero desapareció en los estragos producidos en la Guerra Civil. El convento se abre ahora en El Goloso. En la iglesia del desaparecido monasterio de San Martín, en la plaza de ese nombre, tuvo su enterramiento en la capilla mayor don Alonso Muriel y Valdivieso, secretario de Felipe III, junto a su esposa Catalina de Medina. Enterrados en otras capillas estuvieron también el arzobispo de Laocidea y patriarca de las Indias don Manuel Ventura de Figuería, fray Miguel Sarmiento, el geógrafo y marino Jorge Juan y, clandestinamente, para que no fueran profanados por los franceses, Daoiz y Velarde, héroes del levantamiento popular del 2 de mayo de 1808. Cuando fue demolida la iglesia en 1810, sus restos permanecieron escondidos hasta 1814, año en el que fueron trasladados, una vez terminada la guerra de la Independencia, a la iglesia colegiata de San Isidro y, tras un fugaz paso por Sevilla y Cádiz, y nuevo retorno a Madrid, reposan desde 1840, junto con otras víctimas de la patriótica jornada, en el monumento erigido en la plaza de la Lealtad, en el paseo del Prado. En San Pedro el Viejo, en la calle de Segovia, y en la desaparecida capilla de los Luján, estuvo el sepulcro de fray Antonio de Luján, obispo de Mondoñedo, mandado construir por Francisco de Luján, su hermano, que se conserva en la actualidad en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. En San Nicolás de los Servitas, en la plaza de San Nicolás, a los pies de la iglesia, bajo el coro, una lápida nos recuerda que allí estuvieron depositados, hasta su traslado a Santander, los restos de Juan de Herrera, arquitecto del Escorial. En la desaparecida iglesia de San Juan, en la plaza de Ramales, estaba enterrado Velázquez, cuyo cuerpo lamentablemente desapareció con la demolición. La piqueta destructora sólo afectó al alzado del edificio, y no a su cripta, en donde se supone recibió sepultura el artista. Con el paso del tiempo, la ubicación exacta de los restos fue olvidada, y los intentos por recuperarlos (el último en 1999) siempre han sido vanos. En la igualmente desaparecida iglesia de El Salvador, en la calle Mayor, frente a la plaza de la Villa, estuvo enterrado don Pedro Calderón de la Barca, que vivía en la calle Mayor, y cuyos restos sufrieron después accidentada peregrinación, siendo depositados finalmente en la iglesia de Ntra. Sra. de los Dolores, en la calle de San Bernardo. Pero allí, al ser incendiada y saqueada en 1936, perdimos para siempre los huesos de Calderón. a su paso por el primitivo Viaducto sobre la calle de Segovia Otros genios de nuestra Literatura también están perdidos. De Miguel de Cervantes sabemos que fue enterrado el 23 de abril de 1617 en el convento de las Trinitarias Descalzas de San Ildefonso, en la calle de Lope de Vega; sin embargo, en el lugar no hay constancia física del sitio donde se encuentra su cuerpo. Hubo en 2014 campaña mediática para encontrar sus restos, pero tras meses de exhaustiva investigación, en lo encontrado (huesos fragmentados y mezclados de varias personas), sólo hay evidencias históricas y arqueológicas del enterramiento, pero no prueba de ADN de que alguno de ellos pertenezca al autor del Quijote. Lo mismo sucede con Lope de Vega, sepultado en la iglesia de San Sebastián, en la calle de Atocha. De este caso conocemos incluso el itinerario realizado por la comitiva fúnebre que llevó su cadáver hasta la mencionada iglesia el 27 de agosto de 1635, pero nada se sabe en dónde descansa. En la iglesia de Nuestra Señora de las Maravillas, en la calle del Dos de Mayo, estuvo enterrado en una de las capillas don Juan de Amezqueta, gran benefactor del desaparecido convento de Maravillas, caballero de la Orden de Calatrava y firmante, como miembro del Consejo y Cámara de Felipe III, del privilegio a Cervantes, el 26 de septiembre de 1604, para la publicación de la primera parte de El Quijote. Privilegio que encabeza todas las ediciones, así como la dedicatoria al duque de Béjar, la tasa y un testimonio de erratas. El mausoleo era una de las joyas del templo, construido en alabastro en estilo barroco y con su figura orante, pero que desgraciadamente fue destruido durante la Guerra Civil. Sólo se conserva una lápida dedicatoria.
Siempre ha habido desde antiguo dos formas de sepultar a los fallecidos. Una es el enterramiento, que se basa en la idea que los seres humanos provenimos de la tierra y hemos de volver a ella. La segunda es la cremación, basada en la creencia que el cuerpo es una carga y la persona ha de ser liberada de esta carga; a través del humo el alma puede subir al cielo. La cremación es una alternativa cada vez más popular para la disposición final de un cadáver. El cristianismo reprobó la cremación influido por los principios del judaísmo, y en un intento de abolir los rituales paganos grecorromanos. Hacia el siglo V d. C., la práctica de la cremación había desaparecido de Europa. El movimiento moderno de cremación comenzó en las ultimas décadas del siglo XIX en Gran Bretaña, Alemania y los Estados Unidos en el seno de las iglesias protestantes. Y no fue hasta 1963 cuando el Papa Paulo VI levantó la prohibición de la cremación, y en 1966 permitió a los sacerdotes católicos la posibilidad de oficiar en ceremonias de cremación. Después de completado el proceso de la cremación, las cenizas son colocadas en una urna cineraria y entregadas a la familia, quienes se encargan de conservarlas en el cementerio donde tengan propiedad, depositarlas en un columbario o esparcirlas donde el finado dejara expreso. En Madrid, casi todos los cementerios tienen su crematorio y hay además empresas privadas que lo realizan.
El único cementerio para animales domésticos de la Comunidad de Madrid es El Último Parque, situado en el término municipal de Arganda del Rey. Presta servicios de entierro normal y de incineración. Y sólo con prestaciones de incineración, individual o colectiva, se ofrece la empresa Hadescan, ubicada en el municipio de Sevilla la Nueva.
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