EL MADRID MASÓN

Los orígenes de la masonería provienen de los gremios de constructores de catedrales de la Edad Media, aunque sus símbolos y tradiciones podrían haberse originado en el Antiguo Egipto, así como los tres grados: aprendiz, compañero y maestro. El símbolo clave de la masonería, el triángulo, responde a las tres virtudes básicas de la masonería: belleza, sabiduría y fuerza. También representa a sus tres enemigos: la religión, el estado y la monarquía. No es de extrañar que fueran perseguidos por casi todo el mundo. La fundación de la masonería moderna podría precisarse en 1717 con la unión en Londres de cuatro gremios para formar la Gran Logia Masónica como liga universal de la humanidad.
La francmasonería o masonería tiene como objetivo la búsqueda de la verdad a través de la razón y fomentar el desarrollo intelectual y moral del ser humano, además del progreso social. Se define a sí misma como una institución de carácter iniciático, filantrópica, simbólica y filosófica fundada en un sentimiento de fraternidad. Se declara también adogmática, dejando libertad a sus miembros de profesar la religión que cada uno decida o no profesar ninguna. Su posición favorable a la libertad de conciencia y su posición contraria al clericalismo político, le ha supuesto a lo largo de su historia, la crítica por parte de distintas confesiones religiosas, especialmente el catolicismo, con una relación casi siempre muy tormentosa.
Los masones se organizan en estructuras de base denominadas logias, que a su vez pueden estar agrupadas en una organización de ámbito superior normalmente denominada "Gran Logia", "Gran Oriente" o "Gran Priorato".
La primera Logia de Madrid y de España fue también la primera constituida fuera de Inglaterra. Hacía la número 50 y se fundó en 1728 por el Duque de Wharton, ciudadano británico, en el Hotel las Tres Flores de Lis, en la calle de San Bernardo, por donde hoy está en cruce con la Gran Vía
En la imágen, grabado del siglo XVII en el que aparece registrada la logia de Madrid con el número 50 y el duque de Wharton