Madrid es un hervidero de tribus urbanas. Emos, pijos, carrozas, castizos, fashion, mods, hippies, raperos, bakalaeros, skinheads, punkis (en la fotografía), heavies, góticos, mods, rockeros, grunges, frikis, otakus, latinos, antisistema, neonazis, antifascistas, indignados del 15 M, ultras del fútbol, floggers, gafapastas, pin-ups, malenis, vintages, hipsters, geeks, egoblogger, straight egge, cool, tuneros, moteros, cutrefamosos, indies, rastafaris, lolailos, canis, skaters, perroflautas…
Pero no es una moda de ahora, ya en el Madrid del siglo XVIII se identificaban algunas, eso sí, muy castizas:
Los donlindos, algo parecido a los pijos actuales, pertenecían a la alta sociedad, vestían a la última moda y asistían a todos los saraos
Los petimetres, término españolizado del francés “petit maitre”, algo así como pequeño señor o señorito, eran presumidos y afeminados y andaban todo el día en busca de galanteos. Excesivamente preocupados por vestir elegantemente, aspiraban a que los consideraran como aristócratas. Y su obsesión por todo lo francés, les hacía salpicar ridículamente con neologismos de esta legua su conversación. Ellos y ellas eran unos horteras.
Los majos, insolentes y arrogantes, exageraban su aspecto racial y rechazaban todo lo que venía de fuera. Portaban camisas bordadas, chaleco, zapatos con hebilla, redecilla en la cabeza, capa española sobre el hombro y navaja en la cintura. Ellas, deslenguadas, alegres y pícaras, eran hembras de rompe y rasga.
Los chisperos, del pueblo bajo de Madrid y del gremio u oficio de herreros, vivían por la calle del Barquillo y alrededores.
Los manolos, también del pueblo llano, gallardos y fanfarrones, tenían muchos de ellos el oficio de carpintero, aunque no pocos suspiraban por ser toreros. Procedían de la zona de Lavapiés, y allí, que fue refugio de muchas familias de judíos conversos, era casi obligado poner el nombre de Manuel a todos los primogénitos. De ahí el apelativo de manolos