uando se segaban las mieses con hoz y a mano, y se recogían con horcas los haces para cargarlos en carros o galeras, quedaban muchas espigas caídas en los surcos, que para mucha gente humilde de entonces, al igual que ocurría con los rebuscadores en la vendimia, podía ser la ocasión de ganarse algo de dinero.
Sobre todo mujeres, chiquillos, y gente mayor, salían a los rastrojos para espigar. Era una mísera faena que hoy ha quedado olvidada por la elevación del nivel de vida y por la labor de las modernas cosechadoras.
Cuadro Las Espigadoras de Léon Augustin L'hermitte
Salían las espigadoras de madrugada, en los días más bochornosos del verano, antes de que el sol abrasase el ambiente, provistas de un saco de yute para traer a cuestas lo espigado y una taleguilla con el almuerzo, ataviadas con dobles sayas, medias de algodón o pantalones, sombrero de paja y dos pañuelos de hierbas doblados en pico, uno para la cabeza, tapando la frente hasta los ojos, y otro de la nariz hacia abajo, para así reguardecerse al máximo del sol. Una esportilla o un amplio mandil o bolsa de tela atada a la cintura para ir echando en él las espigas, completaba el atuendo.
Ya en sus casas, por la tarde, después de la siesta, en la puerta de la calle extendían todo lo recogido sobre una lona, golpeaban las espigas con un palo o palmeta para desprender los granos y, cogiéndolos a "puñaos", los lanzaban al aire para que volara toda la broza.
Servía lo recogido para alimentar el gorrino o las gallinas, asegurándose así la matanza o los huevos para todo el año, o, las más de las veces, se llevaba el grano al horno, y se ajustaba el dinero o los panes a que se tenía derecho en el intercambio.
Espigadoras y espigador
Ya no hay espigadoras; sólo queda el recuerdo en algunos famosos cuadros y en la canción que inmortalizó el maestro Guerrero en la zarzuela La rosa del azafrán:
Una mañana muy tempranico,
salí del pueblo, con el hatico,
y como entonces la aurora venía
yo la recibía,
cantando como un pajarico
por la mañana, muy tempranico.
Por los carriles de los rastrojos
soy la hormiguita de los despojos,
y como tengo muy buenos ojos,
espigo a veces, de los manojos.
¡Ay, ay, ay, ay!
¡Que trabajo nos manda el Señor!
Levantarse y volverse a agachar,
todo el día a los aires y al sol...