stán de duelo. Así se decía en Criptana y se sigue diciendo de los allegados al que acaba de dejar la tierra. Mucho han cambiado las formas... O poco, según se mire. Ahora el duelo se hace en los tanatorios, complejos funerarios donde ofrecen sala para el velatorio del muerto hasta el momento de su enterramiento, oficina para los trámites pertinentes, capilla y hasta cafetería. Los habíamos visto en las películas americanas, pero ya los tenemos entre nosotros.
Antes era deseo, tanto por parte de quien se encontraba en el lecho del dolor como de los familiares, que la muerte aconteciera en la propia casa, para sentirse acompañado de todos los suyos. Así que, cuando llegaban los avisos claros de que todo era inminente, alguna persona de la familia o de la vecindad se encargaba de avisar a los curas, para que vinieran a darle la Extremaunción. Pronto acudía el sacerdote, cubierto con el humeral o paño de hombros y envolviendo los santos óleos y el portaviático. Iba acompañado de un monaguillo tocando una campanilla, y todos los que con él se encontraban detenían el paso y se hincaban de rodillas.
Viático
Apenas expiraba la persona, comenzaba todo un proceso de papeleo para la obtención del certificado de defunción, preparación de la tumba y aviso a los enterradores, elección del féretro y, por supuesto, aviso en la parroquia para señalar la hora del entierro y para que las campanas tocaran a muerto y se enterara todo el pueblo.
—¿Quién se ha muerto? —preguntaban y preguntan las gentes—, al oír el doblar tan característico de las campanas.
Hoy de los trámites se encargan las aseguradoras de decesos. Que para eso algunos están pagando su cuota durante toda la vida, e incluso las misas.
Llorando al muerto
La mortaja, la vestidura que se pone al difunto es muy importante, y había que hacerlo pronto, antes de que el cuerpo quedara rígido, y no olvidar cerrarle los ojos y ponerle un pañuelo atado desde la barbilla hasta la cabeza para evitar que quedara fea y deformada la boca.
Había muchas personas que preparaban en vida sus mortajas —ya, menos—, sobre todo mujeres, y las tenían guardadas cuidadosamente en una caja de cartón con bolitas de alcanfor, en secreto, y sólo cuando veían acercarse el final comunicaban su existencia.
Siempre han existido amortajadoras profesionales, como Gregoria Olivares en Criptana, oficio que ya aprendió de su madre. La mortaja más corriente: el sudario, tapado el cuerpo completamente, menos la cara, con una sábana blanca. También vestiduras especiales, el traje de novia en el caso de muchachas jóvenes o los diversos hábitos, sobre todo el de la Virgen del Carmen, tan ligada a la devoción por las Ánimas del Purgatorio, o al menos el escapulario.
Para los hombres, lo normal, cosa que ocurre hoy en día también con las mujeres, es utilizar un traje o vestido corriente, el más nuevo, el último en estrenar.
Mortaja
Joven amortajada
Inmediatamente había que organizar el velatorio, y una de las primeras medidas era pedir a los vecinos sillas, pues las propias siempre resultaban insuficientes.
Y una vez puesto el muerto en una sala despejada de muebles, y las sillas en todas las habitaciones —se reservaban unas para las mujeres y otras para los hombres—, comenzaba el desfile de familiares, vecinos y amigos para dar el pésame a los dolientes. Lo habitual era sentarse un rato y acompañarlos, más o menos tiempo según el grado de amistad o de parentesco. Los varones, más parcos, estrechaban la mano al llegar y al marcharse y sólo balbucían: "Te acompaño en el sentimiento". Incluso más sobriamente: "Lo siento mucho". Las mujeres se alargaban más, y al mismo tiempo que besaban repetida y sonoramente, expresaban de muchas maneras el sentimiento: "El Señor lo tenga en su santa gloria". "Si lo vi ayer y estaba tan bien". "En paz descanse". "Ya descansó el pobrecito". "Ya dejó de sufrir, Dios ha hecho bien con llevárselo!. "Con lo bueno que era"...
Cumplían los hombres con los hombres del duelo y las mujeres con las mujeres. Sólo se pasaba a dar el pésame a la habitación que no correspondía en caso de gran amistad o ser de la familia.
Velatorio. Las mujeres con las mujeres
En los velatorios se hablaba de todo. Se empezaba comentando las cosas del muerto, sus virtudes y de lo que dejaba, pero se terminaba derivando a cualquier tema, incluso debatiendo sobre fútbol o toros o, las mujeres, arreglando la vida a más de uno.
Durante la noche sólo quedaban los más allegados, hombres y mujeres todos juntos, y era costumbre rezar el rosario y de madrugada tomar chocolate, café, bollos u otra clase de refrigerio.
En la habitación de los hombres nunca faltaba en tiempos antiguos una botella de anís, coñac o mistela para obsequiar de la forma más cumplida posible.
A los hombres se les daba una "invitá"
Como la familia estaba a todas las horas del día recibiendo a gentes que iban a cumplir, comían por turnos en la misma casa, y era alguna tía, vecina, criadas o alguien que buscaban la que preparaba un buen guiso para todos. Y no faltaba un buen puchero de café para mantenerse en pie y combatir el sueño.
Las personas que constituían el duelo, fuera en el velatorio, o después en el entierro, misas o rosarios, guardaban un orden establecido: viudo o viuda, padres, hijos, hermanos, etc., y siempre de riguroso negro las mujeres y los hombres al menos con traje oscuro, corbata o un brazalete en la manga izquierda, un pico de la solapa o un botón en la chaqueta, por supuesto todo de color negro.
De los duelos sacaban ganancias modistas y sastres especializados que cosían ropa en 24 horas, tintorerías que teñían —aún siguen— en el día, costureras que iban a domicilio a arreglar o adaptar prendas y mercerías o tiendas que disponían de todo lo necesario.
Muchos hacían el teñido de negro en casa, y en los calderos de cobre que se utilizaban en las matanzas, hervían agua para, una vez diluido el "Tinte Iberia", introducir en ella las ropas.
Y volviendo al duelo, antes, a la hora convenida para el sepelio, se presentaba el cura en la casa del difunto, revestido con capa pluvial negra (desde la reforma litúrgica conciliar el color de los difuntos pasó a ser el morado), y tras el asperge con agua bendita y el rezo de un responso, se iniciaba la procesión del entierro primero hasta la parroquia, donde se celebraba una misa exequial, y luego al cementerio.
Misa exequial
Los entierros podían ser de 1ª, de 2ª y de 3ª, según el boato que se diera y lo que se pagara. Había incluso sitios en donde la iglesia o el ayuntamiento disponían de una caja comunitaria para los pobres de solemnidad, y cuando llegaban al cementerio los echaban al hoyo y la devolvían a su lugar
La diferencia de estipendio entre uno u otro tipo tenía su justa correspondencia en la cantidad de luces que iluminaban el altar y las velas que se encendían, e influía también en el más largo o corto acompañamiento de los sacerdotes al cadáver, pues los había que eran despedidos en la puerta de la parroquia, a medio camino o eran acompañados hasta el mismo cementerio.
Entierro de primera
En estos cortejos fúnebres hasta el cementerio sólo acudían los hombres; mientras, las mujeres regresaban a casa.
Ya enterrado el cadáver se producía la despedida del duelo y lo que popularmente se ha bautizado con "dar la cabezá", haciendo referencia al gesto de inclinación de la cabeza cuando nuevamente se pasaba a dar el pésame.
Por el "carreterín de los muertos" hasta la última morada
En todo esto ha habido muchos cambios, pues antes de lo que comentamos, el féretro se llevaba directamente de las casas al cementerio, pero a su capilla, la actual ermita de San Cristóbal cuando por allí estuvo el primer camposanto de Criptana o en la de la Concepción, en el actual cementerio.
Ermita de la Concepción
El último cambio vino con el Concilio Vaticano II, que abolió toda diferencia de clases en los entierros y tras él comenzó a celebrarse la misa que la liturgia señala para estos casos y que se denomina de córpore insepulto. También, poco a poco, las mujeres se incorporaron a la comitiva hasta el cementerio. Los curas, en la actualidad, ya no van a las casas ni acompañan al muerto; es en la iglesia donde lo reciben y lo despiden a su última morada. Sí sigue en Criptana la costumbre, salvo los despistados que acuden de fuera, de ocupar las mujeres los bancos de la derecha y los hombres los de izquierda, y al terminar la misa se forman dos largas colas por separado para dar el pésame. Algunas personas, entre el velatorio, el entierro y el rosario, dan el pésame tres o cuatro veces. Y hay muchos hombres que acuden a la iglesia en el último momento, sólo para dar la condolencia; mientras, han estado en sus casas, trabajos o han esperado en los bares de la Plaza tomando un café o una copa. Decían que las únicas veces que se llenaban en días de diario y lo mismo ocurre ahora es en la hora de los entierros.
Antigua fotografía de Los Molinos y Vicente, casado con Carmen Alberca , la ultima de los "Legaña"
con su hermana Alfonsa en estar al frente del bar
En los pueblos se conoce a todo el mundo, y muchas personas, con un gran sentido de la amistad y solidaridad con sus vecinos, acudían a casi todos los entierros, como lo hacia mi madre Flor. Cuando ella murió, la iglesia estaba, naturalmente, llena. Otras, en cambio lo hacían por bacinería.
"El muerto al hoyo y el vivo al bollo", dice el refrán. "El que va a un entierro y no bebe vino, el suyo viene de camino", afirma sabiamente otro. El caso es que, con la excusa de hacer hora para el rosario, muchos se pasan por el bar, para, en buena camaradería, confraternidad y con el mejor de los deseos, "subir al muerto al cielo".
Hace años los rosarios eran durante tres días, y siempre en las casas del duelo, a la anochecida, al toque de ánimas, con lo que éste se prolongaba y tenía por más tiempo a la familia de levante. Luego pasó a ser un solo día, y casi siempre en el Convento, con nuevas colas para dar el pésame, tanto los que no lo hubieran hecho antes como muchos repitiendo, éstos para dejarse ver, para que no tuvieran luego queja de ellos. ¡Y cómo no citar aquí a Jesús Antonio!, uno de los últimos rezadores oficiales del rosario de difuntos, de larga trayectoria. Ya lo hacía también su abuelo.
Jesús Antonio Martín-Serrano Abad
El duelo con el rosario acaba, pero la tradición de guardar durante una temporada el luto con ropa negra sigue y aún persiste, sobre todo en las mujeres. Salvo con la diferencia de que antes se mantenía durante más tiempo y abarcaba también a los hombres. Recuerdo a nuestro vecino Carrasco, junto a la casa de mis padres, un hombre de bondad absoluta, toda la vida huertano, con su blusa manchega, negra los domingos y negra ya siempre, incluida la camisa debajo, desde que se murió muy joven su mujer Rosario. Otros, como apuntábamos antes, mostraban su dolor mediante el color negro en la corbata, el brazalete en la manga, un pico de la solapa o un botón como insignia en la chaqueta.
Blusón manchego de luto
La gente menuda tampoco era ajena a estas costumbres, aunque las más de las veces a regañadientes. Si bien no siempre en negro riguroso; a veces, dulcificado: los niños con brazalete a la manera de los hombres y las niñas con cintas negras en el pelo.
El luto tenía su duración estricta y sus formas, y la relación con el muerto era determinante. Desde tres meses para los primos hasta dos años para los más cercanos, y se pasaba del luto riguroso o entero al aliviado —con algún cuello blanco— y después al medio luto, con ropas de color violeta, gris o con motivos blancos sobre negro. No era raro tampoco que hubiera serios enfados de unos familiares con otros por no guardar el luto que les correspondía.
Mujeres de luto
Mujeres y muchacho de luto
Hasta las novias que se iban a casar, o demoraban la boda a causa de un duelo reciente o lo hacían en la intimidad, por la mañana, muy temprano, y con vestido negro, con la única salvedad del velo que sí que era blanco.
Novios y niña de luto
Muchos recordamos la película La niña de Luto, de Manuel Summers, del año 1964, con María José Alfonso y Alfredo Landa. Satirizaba los usos de una España que se resistía a cambiar sus ancestrales costumbres. En ella, una pareja de un pueblo de Andalucía tiene que aplazar su boda repetidas veces por las constantes muertes en la familia. Hasta que un día el novio se cansa de la situación y decide que lo mejor es que se escapen juntos.
Y es que los lutos se iban acumulando, que cuando llegaba el tiempo de quitarse de uno llegaba rápido otro. Y así, muchas chicas pasaban su juventud vestidas de negro, con la soledad como compañía, y con ir a la iglesia como única posibilidad de salir un poco a la calle. Muchas mujeres, como mi madre, adoptaban el color negro para toda la vida, bien porque ya no se veían con otro color o bien porque hacían promesa de ello.
Luto riguroso
Era todo tan estricto, que cuando alguien de la familia moría obligaba a los demás a enterrarse en vida. No se iba a otra misa que no fuera la primera, bien temprano. Se silenciaban las radios, se hablaba en voz baja y no se salía de paseo, al cine o a bailar. Todas las diversiones en general estaba prohibidas hasta después de un buen tiempo, e incluso los vecinos cercanos, por no molestar, no sacaban las sillas a la calle para tomar el fresco en las noches de verano.
El carnaval era tiempo para la transgresión, y muchas enlutadas, vestidas de máscaras, aprovechaban para ir al baile y divertirse, pues estando tapadas nadie lo iba a saber. Lo malo es que alguien las reconociera..., y peor que lo hicieran en falso, equivocadamente, endilgándoles el parche sin haberlo catado.
La correspondencia, por otra parte, se escribía en papeles y sobres especiales que se hacían imprimir con un ribete o una banda negra.
Correspondencia de luto
La costumbre de celebrar una misa por el eterno descanso del difunto, al mes del óbito o recordándolo todos los años, se cortó oficialmente de raíz, ni siquiera dejaron las que medio clandestinamente se encargaban en el Convento a don Santiago Olivares. Ahora hay un recuerdo general en las misas ordinarias. Eran aquellas, ocasión para volver a repetir las condolencias a los familiares.
Si se mantiene la tradición de visitar el cementerio y llevar flores a las tumbas para el día de los Santos y el de los Difuntos. Recuerdo de pequeño que con los amigos íbamos a la parte trasera, donde estaba el osario, y veíamos las calaveras; también bajábamos al lúgubre panteón de los caídos en la Guerra Civil
Cementerio de Criptana. Día de Todos los Santos
Cementerio de Criptana. Panteón de los caídos de la Guerra Civil
El día de los difuntos los curas decían misa continuamente una tras otra, y era obligatorio oír tres, pero muy cortas, las tres en media hora.
Para ese día, en muchas casas ponían por las habitaciones lamparillas votivas de mariposas en aceite. Consistían en un vaso o taza con agua y aceite, sobre el que flotaban las tales mariposas, formadas por un trocito redondo de cartulina fuerte, del tamaño de un euro, y otro de corcho, unidos y pinchados ambos por el centro con una cerilla. Se hacían en las casas de manera artesanal o se compraban en las tiendas, de la marca San Juan Bosco, que posiblemente era la única a nivel nacional. Si te levantabas por la noche, el movimiento de las sombras que provocaba el leve resplandor de las lamparillas, unido a un chasquido de los muebles, era suficiente para que, lleno de pavor, corrieras rápido a refugiarte bajo las mantas.
Mariposas en aceite
Eran y son tradiciones propias, como las de tomar esos días huesos de santo y buñuelos de viento, o la de representar en las grandes ciudades —en la televisión nunca faltaba— el Tenorio. Ahora nos vienen otras foráneas, como la tontuna esa del Halloween, fiesta en la que los niños, vestidos de vampiros en miniatura, van de casa en casa diciendo eso de "truco o trato" para pedirte golosinas. Y los jóvenes acuden a fiestas y discotecas vestidos de momias, muertos vivientes, fantasmas, brujas, zombis, monstruos, de Drácula, de Frankenstein o de cualquier figura mítica del cine de terror.